Desnudando el ADN de la Meritocracia

PREFACIO

“El primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales para todos” dice Michael Sandel, filósofo y profesor de Derecho de la Universidad de Harvard y autor, entre otros títulos, de “La Tiranía de la Meritocracia” en el que analiza en profundidad ese concepto, y que nosotros usaremos como «disparador».

Por Roberto Candelaresi

Echaremos mano a algunas de sus ideas u observaciones para desarrollar nuestro texto crítico, sin perder la perspectiva de que el referido intelectual estudia las sociedades desarrolladas como la propia (EE.UU. y Europa), por lo que sus hallazgos socio-políticos están connotados a esos ámbitos civilizatorios, pero podemos participar la base conceptual, y destapar las trampas del discurso meritocrático (como instrumento de dominación) y sus efectos negativos sobre las sociedades. 

Su tesis –que básicamente compartimos–, arremete contra la acepción de “meritocracia”, tan de moda en los últimos años, según la cual, todo el mundo debe disfrutar de las mismas oportunidades, y que garantizaría que los que lleguen a lo alto, habrían conseguido el éxito por sus propios métodos, denunciando ese autor al redondear su teoría, las numerosas falacias que en su opinión esconde esa propuesta ideológica.

Un poco de Historia

Investigadores orientales presentaron evidencias de que “el concepto surgió primero en Asia, más precisamente en China, y llegó a Occidente mediante los textos confucianos. Esto habría sido en la época del Iluminismo. Sin embargo, en la antigua Grecia el mérito era ya una noción y herramienta política contestataria al poder; no lo resguardaba, surgía de los filósofos como posibilidad alternativa frente a las familias poderosas.

Durante el Siglo de las Luces, la meritocracia representó un cambio revolucionario ya que acabó con los sistemas aristocráticos que habían dominado la historia humana, ya que la aristocracia [militares, nobles, sacerdotes], tenía privilegios que eran hereditarios de generación en generación por una simple cuestión de clase, raza, casta o género. La meritocracia significaba reconocer el valor de las personas que no pertenecían a estos grupos. En este sentido, la meritocracia ayudó a romper la jerarquía aristocrática.

La moderna palabra meritocracia puede haber aparecido por primera vez en el libro The Rise of Meritocracy [El ascenso de la Meritocracia](1958), sátira del sociólogo británico Michael Young, que promovió el cambio en el pensamiento laboral acerca de igualdad de oportunidades.

En esa obra (distopia) estaba cargada de contenido negativo, ya que se trataba de una sociedad futura en la que la posición social de una persona estaba determinada por el coeficiente intelectual y el esfuerzo. Young usó la palabra “mérito” en un sentido peyorativo, diferente al convencional o usado por los defensores de la meritocracia. Para estos últimos, el mérito significaría habilidad, inteligencia y dedicación (una crítica común a la meritocracia es la falta de una medida específica de estos valores y la selección arbitraria que con ellos se hace de las personas).

Más acá en el tiempo, una corriente de filósofos asoció la noción de mérito con criterios de justicia, “dando a cada uno lo que corresponde” según lo que la sociedad considera “valioso o digno de recompensa”. En este punto, digamos que las contribuciones a la meritocracia de un liberal progresista, como John Rawls, y el economista austriaco libre mercadista Friedrich Von Hayek, reside en que; pronunciándose ambos contra el mérito como principio fundamental de la justicia, sin embargo, se posicionan en favor de ciertas desigualdades, avalando el sistema meritocrático.

Otro tanto de Teoría

Podríamos definir al “mérito” como una combinación de talento y esfuerzo. Y definir “meritocracia” como un sistema político, social y económico que premie el mérito en el ámbito público: es decir, en el campo comercial, científico, académico, artístico, deportivo, etcétera.

Digamos también que muchos de los debates actuales sobre la meritocracia giran en torno a una confusión entre dos sentidos diferentes de este término: el descriptivo y el normativo. O sea, la realidad tal como es (SER) en torno a cómo se aplica y con qué verdaderas premisas en el mundo real (y sus consecuencias) y; por el otro lado, lo que se supone que sería aplicar correctamente sus proposiciones (DEBER SER). Muchas veces, intencionalmente o no, quienes se pronuncian a favor o en contra de la meritocracia confunden estos dos sentidos.

Otra noción relevante para cualquier análisis, es lo que se conoce como el principio de “igualdad de oportunidades”, que, traducido metafóricamente, es que en la “carrera de la vida”, todos los individuos de una sociedad, deben empezar en la misma línea de largada.

Finalmente, el sociólogo del capitalismo Max Weber, consideraba al sistema meritocrático como del derecho de obtener recompensas, privilegios y beneficios económicos por esfuerzos, talentos, desempeños, estudios, méritos y credenciales propios, y así lograr “méritos” propios, lo que justifica una distribución deseable y justa de la riqueza (…).

CULTURA de la meritocracia aplicada – Los Hechos Globales

En los últimos años, la meritocracia, que se ha convertido en objeto de una disputa ideológica, ha sido utilizada supuestamente como antídoto contra la corrupción y el excesivo intervencionismo estatal por parte de las derechas latinoamericanas. El mérito aparece como un término neutral frente al nepotismo y la venalidad, pero también frente a la multifacética omnipresencia de la corrupción.

Sus criterios, ahora ampliados, se eligen como parámetros para la concesión de premios, reconocimientos y honores. Historias de superación, excelencia atlética y académica, y varios tipos de logros individuales captan la atención y, en ocasiones, entusiasman a la sociedad. No hay penalidades ni limitaciones que puedan doblegar la voluntad: esta es la esperanza del mérito. Toda esa narrativa, es lo que Sandel denomina «la tiranía del mérito».

El Mérito, un elemento otrora esencial del «sueño americano», se ha convertido en un valor omnipresente y un criterio elusivo de impugnar en todas nuestras sociedades (al menos occidentales). Su relato, plasmado en palabras y frases, se expresa en términos más individuales: “Me lo merezco” o “Me lo gané”, son fórmulas clásicas que cristalizan ese sentido común. Pero entre los muchos mensajes velados, la virtud (mérito) deriva de un conjunto de premisas que individualmente parecen inocuas, pero combinadas conducen a un resultado inquietante: una valoración positiva de la meritocracia, la competencia y el exitismo, el individualismo radical y el voluntarismo, y finalmente, un gran daño a la Solidaridad comunitaria.

El imaginario latinoamericano, arraigado en muchos países, es la idea del mérito ligado al progreso, señalaría la existencia de individuos excepcionales y capaces que, sin la intervención del gobierno (o incluso a pesar de él), mejorarían y allanarían el camino para su prosperidad. Según este concepto, el espíritu empresarial (emprendedorismo) y el esfuerzo individual, primarían sobre una esfera pública degradada, con el resultado de que los individuos harán cada vez menos y no más.

Esta forma de leer el mérito no se limita a las derechas. Con matices y variantes, diversos políticos han establecido al mérito como un parámetro loable y defendible. El culto a la igualdad de oportunidades y la firme defensa de la educación como mecanismo de prosperidad social se convirtieron en moneda corriente. Estas posiciones han planteado supuestos que colocan al mérito en un lugar de primacía que, puede devenir tiránico (Sandel dixit).

El mérito puede parecer un criterio más justo y transparente para ordenar nuestras sociedades, pero no es por ello menos inequitativo y elitista. La defensa del mérito aspira (en teoría) a la movilidad y el ascenso, a que las condiciones de origen no determinen las alternativas a seguir ni los puntos de llegada, pero esto ha dado pocos resultados. Las aristocracias venales fueron sucedidas por oligarquías de otro tipo, mientras que las desigualdades, a pesar de los esfuerzos y algunos logros, parecen reproducirse y reforzarse entre sí.

Pero no solo el problema se presenta porque las «meritocracias realmente existentes» se las pueda considerar como “fallidas” por NO equiparar las condiciones de partida y el acceso a oportunidades semejantes, el propio concepto de MERITO es un tanto confuso, justamente, el eterno problema de la defensa meritocrática es definir en forma precisa qué se entiende por MÉRITO. En definitiva, los apologistas de las pretendidas meritocracias actuales tienden a llamar «mérito» a cualquier cosa.

En cierta versión eficazmente difundida en la sociedad, con un “estiramiento conceptual” grosero se homologa el mérito con el éxito. Esta circularidad implica que el “éxito” (cualquier versión de el que se tenga) funciona como evidencia empírica del mérito y, por tanto, el éxito presupone el mérito. Mérito entonces puede ser por herencia, a la vez que desconoce las circunstancias fortuitas, accidentes u oportunismos que pueden haber propulsado a la cumbre de la pirámide a algún individuo, el resultado de la valoración social siempre será “hizo las cosas bien”, los que están ‘abajo’ son también responsables de su situación. Entre el voluntarismo y el exitismo, la meritocracia parece cualquier cosa menos justa.

Es bien sabido que en las sociedades modernas muchas circunstancias crean desigualdades sobre las que los individuos no tienen ningún poder, o al menos crean relaciones asimétricas de dominación o discriminación que marcan límites, y límites al desarrollo de las capacidades de cada persona. La desigualdad económica no suele tomarse seriamente en cuenta por la derecha tradicional, aún la “liberal” que pregona la ‘igualdad de oportunidades’. La realidad es que la noción de mérito es poco consistente, de hecho, ni el mercado autorregulado ordena ganadores y perdedores en base a este criterio.

Desde el punto de vista comunitarista, la preocupación es más moral que política.

La meritocracia deteriora los lazos que mantienen unida a una comunidad, y no solo profundiza y legitima las desigualdades con argumentos inconsistentes, sino que también establece parámetros destructivos para la mayoría de los individuos, ganadores y perdedores. El ideal meritocrático se convierte en un ordenamiento jerárquico que reproduce las desigualdades que promete mitigar.

A nivel psicológico social, se corroe el ideal – lo que impacta negativamente en la vida social – toda vez que los “ganadores” suelen incurrir en la soberbia y el desprecio por los que no lograron ascender (perdedores). Pero también los ‘triunfadores” están sujetos a una competencia feroz para sostenerse o seguir ascendiendo en la pirámide (más empinada en la trepada) que sufren malestares desde la ansiedad hasta la depresión.

La historia épica típicamente capitalista se refuerza, el voluntarismo y el discurso de la igualdad: «si usted quiere, usted puede», genera esperanzas que pronto se frustran, pues la mayoría sucumben intentándolo. ¿Y que se les dice?: no desearon lo suficiente! La tiranía del mérito genera el self-made man, pero también engendra «culpables» en una cantidad enormemente mayor. Resumiendo, el discurso de la meritocracia reza: no hay de qué quejarse, las cosas son así por algo.

Importante: El mérito funda una justificación de la desigualdad y, al mismo tiempo, una esperanza que, a la luz de los hechos, se manifiesta como falsa. Como dijimos también, la ética individual en base al sacrificio y el éxito económico (Max Weber) en realidad, alienta conductas que demuelen las bases solidarias de la comunidad, ya sea como cooperación o caridad. 

La retórica meritocrática que se propaga y se reproduce a diario y globalmente, termina hegemonizando el sentido común de muchas sociedades. Gran parte de los pueblos padecen entonces una frustración por las promesas incumplidas de la igualdad de oportunidades, que deriva usualmente, además, en la desesperanza que se puede trasformar en resentimiento. Muchos derrotados y excluidos, son víctimas y culpables al mismo tiempo. Y cuando reciben algún paliativo, quedan estigmatizados como sujetos pueriles y subalternos por el resto de la sociedad.

Con cada vez menos ganadores y cada vez más perdedores; la desesperanza, es el mal de nuestro tiempo. El desaliento es tal, que incluso en sociedades tan ricas como la estadounidense, se da un fenómeno dramático como el rápido ascenso de la tasa de lo que llaman «muertes por desesperación» [sobredosis, alcoholismo, suicidios]: mayormente adultos sin estudios superiores que no logran reinsertarse en el mercado laboral. No son solo “muertes autoinfligidas”, son producto de promesas frustradas por un culto al “Mérito” acrítico y superficial, como vemos; harto dañino. Para su desmitificación se requiere al menos dejar en evidencia, en el plano teórico, las trampas que ese discurso simplificador esconde a cada paso.

BREVIARIO

Foto: Pressenza

La MERITOCRACIA es un ideal atractivo porque promete que, si todo el mundo tiene las mismas oportunidades, los ganadores merecen ganar.

Dos problemas centrales: 1.- No estamos a la altura de los ideales meritocráticos que se profesa o se proclama, porque las oportunidades no son realmente las mismas. Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos (herencia patrimonial, educativa, cultural y social).

Ejemplo: en EE.UU. en las universidades más prestigiosas – y caras – de la Ivy League, [Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale] la mayoría del estudiantado pertenece al 1% más rico del país, y en minoría están los del 60% de familias con menores ingresos. (No hay oportunidades iguales).

2.- La actitud ante el éxito. La meritocracia (M. Weber) alienta a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores (arrogancia), los demás son responsables por sus fracasos (humillación).

A nivel general, en las últimas décadas, casi todo el espectro político de los países ha adoptado una versión neoliberal de la globalización que ha provocado un aumento de las desigualdades. Y la mayoría de los partidos de centro-izquierda han respondido a estas desigualdades, ofreciendo la promesa de que era posible ascender socialmente, [‘la retórica del ascenso’ según Sandel], en vez de buscar reducirlas llanamente a través de políticas económicas, o sea, encararlas como problema objeto.

La “idea justificadora” para ese desatino del campo de la centro-izquierda (y popular en algún tramo histórico) es que; si creamos igualdad de oportunidades, entonces no hay por qué preocuparse mucho de la desigualdad porque la movilidad puede permitir a las personas ascender a trabajos con mejores salarios.

Pasando en limpio; ofrecieron el mensaje de que se podía conseguir la movilidad individual si se accedía a la educación superior para la economía global –que es parte del discurso del ascenso–, por lo que facilitaron el acceso a las universidades apelando a la voluntad y esfuerzo de las personas para mejorar las condiciones de cada cual.

Ese mensaje elitista pude ser inspirador para algunos, pero insultante para la mayoría de los trabajadores que no acceden a todas las condiciones y se esfuerzan sin lograrlo. Ni aún en los países desarrollados y centrales (EE.UU., G. Bretaña) superan el tercio las personas formadas en las universidades.

El centro izquierda y a su siniestra, perdió muchos votantes en el mundo [Demócratas en EE.UU., el Laborismo británico, la socialdemocracia europea, movimientos populares latinoamericanos, etc.], pues ya no tienen el total apoyo de las clases trabajadoras (no profesional).

La mayoría de los desahuciados migran hacia los populismos de derecha (y autoritarios) que, por tal motivo, hace años que van en auge. Además, por con las crecientes desigualdades de las últimas décadas se profundizó la división entre ganadores y perdedores, lo que deriva en violencia política por la radicalización y separando a los partidos o coaliciones entre sí y transversalmente (élites versus popular).

Los salarios de los trabajadores en general, aún en las principales economías del mundo vienen depreciándose en términos reales, desde hace cuatro décadas. Ese estancamiento crea resentimientos que no siempre se canalizan hacia propuestas serias y contestatarias al sistema, sino que son atraídos por partidos populistas autoritarios (en Argentina el PRO, La Libertad Avanza, Frente NOS, son claros ejemplos), que manipulan esos agravios a su favor.

Sin embargo, y a pesar de sentirse menospreciado por las élites (las únicas que disfrutan realmente de la meritocracia) y excluidos económicamente, la ira y el resentimiento de estas masas no son –por colonización cultural–, contra aquellos que ostentan o aspiran a tener riqueza y una posición social.

Con las lecciones de la pandemia, descubrimos que los trabajadores esenciales que sostienen el BIEN COMÚN, no eran – en su gran mayoría – aquellos que se encumbran en la pirámide social, sino todo lo contrario, claramente develando la falacia que representa el andamiaje meritocrático. Por dar un ejemplo contundente; unas de las mayores retribuciones en la economía las perciben los agentes financieros, siendo que (científicamente demostrado) la ingeniería financiera compleja y la especulación no sólo no contribuyen a la productividad de la economía, sino que es un lastre para la productividad, que daña a la economía real.

MERITOCRACIA A LA ARGENTINA: TRAMPA PARA JUSTIFICAR Y REPRODUCIR DESIGUALDADES

Repasemos brevemente las particularidades de la “meritocracia nacional”, que según expresó el presidente Fernández (promediando el 2020), es una deformación del mérito. Como hemos descripto globalmente, pero centrándonos en la experiencia MACRISTA (tanto nacional como subnacional) por ser una corriente ideológica que REINVINDICA la opción por el ‘mérito’, también en Argentina la “meritocracia” define/ió a una elite de individuos que, por auto atribuirse ciertos méritos (nunca comprobados, salvo por el hecho de que muchos funcionarios eran ricos y se mostraban “exitosos”), se presentó como la más apta para gobernarnos. Fue un recurso de legitimación puesto en marcha por el gobierno de Cambiemos para legitimarse, y parte de su dispositivo aspiracional.

A diferencia del mérito de la ética inmigrante (que caracterizó/a gran parte de la población hoy nacional, y que describiéramos en otro artículo como pampa gringa), la meritocracia es fuertemente individual y se basa en un criterio de exclusión social. Así que “mérito” y “meritocracia” son muy diferentes. El Mérito es un criterio legítimo de justicia muy arraigado en nuestra sociedad: define caminos justos para lograr cosas y requiere de inteligencia y esfuerzo. [“Te lo merecés”].

Como sucedió en otras latitudes, solo que más burdamente en nuestro país, se trastocó el concepto original de un sistema de gobierno basado en la habilidad (mérito) de los mejores, en vez de la riqueza o posición social oligárquica para copar en su momento la burocracia y el gobierno, no democráticamente. Es así como históricamente el sistema meritocrático argentino resulta en desigualdad social y económica, sino que produce unaconsolidación social de las jerarquías y los privilegios, es decir; del Statu quo.

Igual que en otros lares, acá también se usa como argumento principal a favor de la meritocracia es que proporciona mayor eficiencia que otros sistemas jerárquicos, sin distinciones, etc. Pero como también hemos visto, tal competición limpia no existe, se trata de una FALACIA.

Algunos intelectuales, advertidos de aquella y en base a numerosos estudios le dieron a la palabra “meritocracia” una connotación de darwinismo social, y la usan para describir sociedades agresivamente competitivas, con grandes diferencias de ingresos y riqueza, en contraste con las sociedades igualitarias. De hecho, el talento, la educación formal y la competencia, que son enfatizados por el sistema como criterios “neutros”, fueron rebatidos por investigaciones sobre movilidad social, que indican que los privilegios se transfieren selectivamente a voluntad de quienes ya lo gozan (clase dominante).

Discurso Macrista

Foto: Perfil

Durante la gestión presidencial de Mauricio Macri, con un espíritu individualista y una mirada liberal, se instaló en el centro de la discusión pública el tema de la meritocracia, y se potenció a través de algunos de sus principales canales comunicacionales. ¿Con qué objetivo se instaló este discurso? Para avalar y sostener un modelo político que generaba mayores desigualdades. Si “todo depende de uno mismo” [el “éxito como responsabilidad personal], como entonces señalaban y vuelven a señalar ahora esas voces, se justifica y protege el statu quo.

Según la perorata de Cambiemos, no había/hay condicionamientos para el logro personal (¿?), y sin ellos, entonces no hay Historia ni Contexto que operen sobre las posibilidades de desarrollo de las personas, todo es neutral y “natural”, las cosas son como son, porque así deben ser. De este modo, los meritócratas de la derecha argentina buscan introyectar la responsabilidad individual en nuestra propia conciencia: si algo no resulta, es porque “no te habrás esforzado lo suficiente”, tal la prédica ‘universal’.

CONCLUSIONES

No se trata de eliminar totalmente aquello que ‘suene’ a meritocrático porque desde luego, ya no como ideología perniciosa como tratamos de demostrar aquí, sino algunos de sus postulados pueden servir para un mensaje inspirador y motivador para el esfuerzo en la capacitación y por el trabajo de calidad. Ambos, en cualquier sistema, le retribuirán seguramente con beneficios materiales.

El “secreto” está en combinar con otros propósitos, como el amor por el aprendizaje en sí mismo. No todo es progreso económico, existen otros planos para el disfrute y la calidad de vida humana. Y ese mensaje debe propalarse para contrarrestar tantas décadas de exitismo y voluntarismo meritocrático.

Asimismo, todos los habitantes (y especialmente los ciudadanos) deben ser conscientes de que sus logros se fundarán parcialmente en su propio esfuerzo, pero en parte gracias también a sus maestros, a su comunidad, a su país, a los tiempos en que viven, a las circunstancias, a las ventajas de las que hayan podido disfrutar.

Sentido de gratitud y humildad para evitar olvidarse que todos estamos en deuda con los demás, incluida la comunidad, y esto es principalmente válido para quienes lograron éxito, en cualquier esfera de la vida.

Naturalmente,en contextos de profunda desigualdad el resultado del esfuerzo personal no es independiente de las condiciones objetivas que lo permiten o impiden. Eso sabemos (nutridos por investigaciones sociales), los que nos oponemos a la meritocracia desigual por excelencia. Reivindicando sí al mérito, sí al trabajo y al esfuerzo.

Donde no hay igualdad de origen, hay una lotería natural que dicta injustamente las condiciones óptimas para que alguien desarrolle sus propios proyectos de vida, y penaliza a muchos otros en una lógica perversa que reproduce la primera desigualdad, generación tras generación. El Estado es el único actor capaz de combatir esta injusticia y resolver las desigualdades de origen, para garantizar una vida digna.