No se te puede escapar la tortuga

Por Quimey González

Si es cierta la máxima peronista que reza “la organización vence al tiempo”, también lo es la definición política sobre que la indecisión anula toda posibilidad de organización.

Con los ojos irritados y conteniendo lágrimas ante cada tuit que rememora al Diego, ante cada extracto de audio en la radio y ante las imágenes que inundan las redes sociales, no somos pocos los que sumamos a este desconsuelo una preocupación: al gobierno, nuestro gobierno, se le escapó la tortuga.

Hace meses venimos escribiendo en #Microdebates sobre las particulares características de un gobierno y de un presidente al que le toca gobernar en un contexto de excepcionalidad global. Y que, además, le toca liderar una coalición electoral y política que no tiene precedentes para el peronismo y sus aliados.

Nos hemos referido a la impronta propia de Alberto Fernández y a la pluralidad interna tanto de forma como de contenido que expresan las distintas corrientes del Frente de Todos. Hablamos de virtud y fortuna, de voluntad y prudencia, de la derechización de los gobiernos de la región y de Occidente en general, de la correlación de fuerzas, etc. Todo eso está sobre la mesa y no puede soslayarse. Sin embargo, ninguno de esos elementos anula un factor central, irrenunciable de lo político: la decisión.

El jueves vimos y/o presenciamos cómo la Casa Rosada -escenificación de la representación política y de la unicidad del poder democrático- se igualaba a cualquier otro edificio en el que se pudiera haber llevado a cabo el velatorio de un ídolo popular. ¿Nos referimos a los fanáticos saltando en el Patio de las Palmeras? No, no somos tilingos. Que el pueblo ingrese a la Casa Rosada y la ocupe para saltar, cantar, bailar, gritar, llorar y festejar no nos alarma. Al contrario, nos regocija. Estamos hablando de la situación en su conjunto y de síntomas puntuales que dan cuenta de una debilidad intrínsecamente política: quien decide es el Estado, y el Estado sos vos, Alberto.

Que vivimos una etapa en la que es necesario convocar a todxs para construir consensos mayoritarios y desandar una “grieta” que nos resulta más un lastre que una brújula ideológica, ya lo sabemos. Eso votamos después de que Cristina desplegara su jugada táctica de elegir un candidato centrista. Nos movimos al Centro para dejar la marginalidad y hacernos cargo del gobierno. Sin embargo, en el peronismo y en nuestro sistema político el andar de la organización depende, en gran medida, de asumir una máxima implícita pero escrita en carne: “la pelota siempre al 10”.

El que se pone la 10, sabe -debe saberlo- que esa camiseta es una representación. “Ponerse la 10” es asumir la responsabilidad indelegable. El 10 organiza. El 10 se responsabiliza por el conjunto. El 10 dirige. El 10 toma, enuncia y ejecuta la decisión. El jueves la política jugó un partido sin 10. Y es inadmisible.

Si el Estado asume la organización de un evento privado, ese evento deja de serlo. Si la Casa Rosada se convierte en el escenario de un velorio, ése velorio deja de ser un hecho familiar para convertirse en un hecho público. Con el agregado de que la muerte de Diego representa un fenómeno popular. Porque, como dijo el propio Maradona: “yo no soy público, soy popular”.

Lo ocurrido el jueves puede ser catalogado como una sucesión de indecisiones: delegar en la familia la definición sobre plazos de tiempo del evento e, incluso, los ingresos a la casa de gobierno; o “confiar” en la discrecionalidad de un gobierno local opositor a la hora de cumplimentar una directiva, son quizás las dos más destacadas.

Sin embargo, más preocupante resultan las “justificaciones” posteriores del funcionariado político de primera línea. ¿Por qué? Porque evidencian un desentendimiento o una incomprensión de la relevancia política que tiene la concentración de la decisión y su efecto ordenador.

Como decía Weber, “quién actúa conforme a una ética de la responsabilidad (…) no tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto. Y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever”.

Argumentar, desde el lugar de decisores políticos, que lo que salió mal es responsabilidad de otrx que no hizo caso o de otrx que no entró en razones, no es válido. En política, no vale decir “quise pero no pude”. No importan las intenciones, importan las decisiones. La fortuna siempre es adversa, pero al decisor político se lo juzga por su virtud, no por sus intenciones. Y la virtud se mide por la capacidad de contener a la intempestiva fortuna. En criollo, es la que toca y hay que hacerse cargo de las decisiones.

El punto no es explayarse en críticas. No se trata de escandalización. Con humildad y desde los márgenes, se observa en este hecho la manifestación de un problema más amplio. Valga la experiencia para revisar y que no se vuelva a escapar la tortuga.