Desconfianza social y debilitamiento de la cohesión social en la región

Por: Roberto Candelaresi

INTRODUCCIÓN

Hay numerosos estudios que indican que en América Latina la CONFIANZA interpersonal es, comparativamente con otras regiones, preocupantemente baja. Este dato, quedó consolidado con las conclusiones de un libro sobre el tema de reciente aparición, auspiciado por el BID, CONFIANZA La clave de la COHESIÓN SOCIAL y el crecimiento en América Latina y el Caribe, producto de relevamiento de campo en distintos países del subcontinente.

Pese a los diagnósticos, no existe demasiada literatura de intelectuales locales, que aborde la apremiante problemática de la escasez de CONFIANZA, que afecta a la región.

La situación es negativa pues, en el aspecto personal, perturba la interacción cotidiana de los sujetos; mientras que a nivel agregado es un obstáculo para el desarrollo económico, la calidad democrática y la eficiencia institucional.

La DESCONFIANZA es un correlato del sentimiento de incertidumbre y la percepción de inseguridad que los sujetos viven en su día a día. Cuando las personas no saben qué esperar de los demás, o sospechan que los demás se están comportando de manera deshonesta u oportunista, les parece inadecuado [irracional] asumir los costos y riesgos asociados con la acción colectiva o el establecimiento de relaciones de colaboración.

La profundización democrática se ve limitada, cuando la acción colectiva disminuye y la cooperación es infrecuente. Sabemos que la calidad de la democracia exige una ciudadanía activa e involucrada en la cosa pública, comprometida políticamente y exigente para los bienes públicos. La DESCONFIANZA impide la coordinación ciudadana masiva y desanima el involucrarse.

Cuando se expande la DESCONFIANZA social, todos los lazos cooperativos se resienten, entre la propia burocracia estatal o mismo entre el gobierno y la sociedad civil, lo que redunda en políticas públicas menos eficientes, eficaces y menos legitimadas. Por ello también hay un consenso en que la falta de CONFIANZA obstaculiza el desarrollo económico.

Representación de la dismunución de la confianza.
1 es confianza, 0 implica desconfianza.

Todo lo dicho se expresa en un contexto de DESENCANTO DEMOCRÁTICO, peligroso para el sistema republicano, con manifestaciones reaccionarias y autoritarias que se hacen notar en el mundo occidental todo, pero, con mayor fuerza en regiones como la nuestra, donde las instituciones –en general– tampoco concitan CONFIANZA. Algunas organizaciones internacionales producen sus recomendaciones, al igual que el BID. Tal el caso de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y, de la Alianza para el Gobierno Abierto (OGP por sus siglas en inglés). Todas esas instituciones, alientan a nuestros países a introducir una nueva oleada de reformas del sector público e institucionales para reforzar los compromisos entre ciudadanos, y comprometer al Estado a un cumplimiento estricto de las promesas gubernamentales.

Para esa tarea, sus propuestas, pretenden instituirse como guía a los responsables y decisores políticos, en su esfuerzo para incorporar la CONFIANZA y la COHESIÓN SOCIAL en las reformas integrales necesarias para abordar los retos más difíciles de la región.

Evolución de la confianza en América Latina y el Caribe

Sin desdeñar sus observaciones y consejos, deberíamos [estrategas, ideólogos e intelectuales locales] autónomamente analizar la situación y, reflexionando, proyectar nuestra propia batería de respuestas. Algo muy elemental en ese orden es lo que proponemos en este opúsculo.

MARCO TEÓRICO

CONFIANZA – Es un término polisémico que se ha convertido en objeto de estudio e investigación en sociología, economía y ciencia política y objeto de deseo para los políticos y los gobiernos. Al generalizarse su uso, visibiliza en el debate político y académico vinculado al desarrollo y la democracia, la importancia de la dimensión social de la existencia humana, materia obviada hasta poco atrás.

Desde un punto de vista teórico, la CONFIANZA es una base necesaria para el funcionamiento del orden social, ya que reduce la complejidad social. Es una apuesta en un contexto de incertidumbre y un requisito pre-funcional de la realidad moral y la solidaridad grupal.

Los estudios comparados prueban en términos empíricos que:

  1. Las democracias sólidas y vitales cuentan con altos niveles de CONFIANZA
  2. Existe una correlación positiva entre desarrollo económico y CONFIANZA
  3. La eficacia del Estado y el ejercicio de la gobernanza mejoran cualitativamente cuando hay CONFIANZA social e institucional
  4. El bienestar social y la felicidad social depende de los niveles de CONFIANZA

COHESIÓN SOCIAL – Es en principio también un concepto difuso. Tanto la CEPAL como el Consejo de Europa, la definieron como un principio orientador de las políticas públicas, que busca el bienestar basado en la igualdad de oportunidades, en la solidaridad y en el sentido de pertenencia.  Después de cambios sociales, políticos y económicos ocurridos en el mundo, hubo de adecuarse al nuevo contexto internacional, con un enfoque renovado, lo interesante es que ahora se enfatiza en la ciudadanía y el vínculo social, es decir, una dimensión subjetiva, que ha de tenerse en cuenta para diseñar políticas y/o lograr la COHESIÓN SOCIAL. Solo se comprende a la sociedad en sus partes, si las subjetividades son tenidas en cuenta, como sí parecen manejar las derechas acá y en el resto del mundo. Ellas parecen estar recuperando la credibilidad perdida.

REVERTIR EL DESENCANTO CON LA DEMOCRACIA

La CONFIANZA, naturalmente resulta en el quid de esta cuestión. La DESCONFIANZA que palpamos en todas las sociedades es un dato revelado, como que está acosando el buen vivir en armonía de las comunidades y, causa de “grietas”; se trata de buscar pragmáticamente fuentes de CONFIANZA.

Una legalidad justa aceptado por todos, es un comienzo. Los gobiernos que sean celosos de aquella, y hagan cumplir a rajatabla sus dictados a TODOS los ciudadanos, empresas o instituciones, con imparcialidad, generará la transparencia que inspira CONFIANZA. También sus políticas públicas deben configurar escenarios de equidad e incluir un sistema de rendición de cuentas. Los defraudadores y corruptos (civiles y agentes públicos) deben ser castigados de modo abierto para ser ejemplar. No solo de ese modo la eficacia del gobierno aumenta, sino que, además, se establece una cultura de legalidad, que hoy parece estar ausente como característica antropológica en toda Latinoamérica. 

Ahora bien, todo cambio debe ser “serio”, es decir sustancial, no maquillaje o gatopardismo, que solo sería el resultado de exhibir “buenas intenciones” en el marco de márquetin político. En otras palabras: cartón pintado. El ejercicio de nuevos derechos debe ser fácil y directo para la ciudadanía.

El proceso lleva su tiempo, para que los cambios sean internalizados por la sociedad en su memoria colectiva, y, progresivamente, cuando son realmente operativos, se pasa de una percepción de DESCONFIANZA a una de CONFIANZA.

En efecto, la CONFIANZA se nutre de información y percepciones sobre el contexto, pero también se incluyen en ella las memorias colectivas que son representaciones que imaginan y significan las comunidades, en creencias comunes. Por eso, y respecto a los vínculos entre la sociedad civil y las autoridades políticas, es necesario que los cambios se realicen y enraícen en la comunidad con el tiempo, que se sientan sus derechos garantidos, en definitiva, lo que es un estado de derecho democrático. 

Los vínculos sociales en tanto, también deben reconstruirse para que la convivencia sea bajo parámetros de honestidad y civismo. Nadie quiere sentirse el ‘tonto de la película’ y ser (o percibirse como) el único que respeta las reglas. Esto último es problemático en Latinoamérica, dado nuestro común desapego ciudadano a las reglas formales, que se traduce como la extendida cultura del incumplimiento.

Altos grados de impunidad (M. Macri y su séquito de encartados nunca imputados), la opacidad de las grandes decisiones nacionales y la fenomenal desigualdad social producto de disposiciones discrecionales, resultan objetivos a corregir si se pretende una vuelta a la CONFIANZA social.

El interés particular no puede ser beneficiado por encima de lo colectivo. La dimensión pública del Estado debe ser defendida por los gobernantes, que es donde se dirime lo que pertenece a la comunidad y es siempre visible cuando funciona. El Estado y su gobierno debe poner límites a las pretensiones corporativas de lealtades y favores burocráticas contra retribuciones, es decir, poner coto a la corrupción. 

Se requiere voluntad política, una actitud optimista ante el pesimismo de la razón y los hechos actuales, para reestablecer LA CONFIANZA SOCIAL.

La CONFIANZA una vez más, aparece como una dinámica social estructurante, tanto para el desarrollo cuanto, para los procesos de reforma de políticas, allí donde fuere necesario.

Algunas aproximaciones instrumentales para reforzar la CONFIANZA social en las políticas públicas, se pueden enlistar del siguiente modo:

  1. Políticas públicas para la construcción de identidad, modelos sociales y sistemas de creencias;
  2. Un relato que de sentido a lo colectivo, a la idea de un nosotros;
  3. Revalorización y fortalecimiento de los espacios públicos para construir la “cotidianeidad”, (reduciendo la segmentación y la segregación) y
  4. la universalidad como generador de conciencia de las vulnerabilidades sociales [percepción subjetiva de la desigualdad, por ejemplo].
    Todos estos elementos una vez operativos, generan asimismo una mayor adhesión a la democracia.

Siguiendo el mismo camino, otro aporte que debe considerarse para recuperar la CONFIANZA popular, son las tres características de la provisión de bienes y servicios por parte de las instituciones: la previsibilidad, la no discriminación y la no discrecionalidad.

Algunos teóricos [Cecilia Güemes y Sonia González Fuentes] revisando el vínculo entre CONFIANZA y gobernanza democrática, determinaron que una mejora la otra y viceversa, siendo esta relación potencialmente fructífera para la COHESIÓN SOCIAL y la estabilidad democrática.

Confiar es crear certidumbres. Es tejer redes, entre las personas, las comunidades, las sociedades, los Estados. En tiempos inciertos, parecería que tejiendo CONFIANZA se construye la COHESIÓN SOCIAL. 

¡AL TRABAJO! (ORIENTANDO A LA PRAXIS POLÍTICA)

La CONFIANZA supone trabajar en escenarios sociales generando condiciones para que florezca. Las metas las enunciamos más arriba. Igual a la COHESIÓN SOCIAL, son tanto un fin en sí mismo, como un medio para lograr resultados.

Por otra parte, las modificaciones profundas de la estructura social, en relaciones de poder y jerarquías económicas y simbólicas se deben concretar mediante políticas públicas, pero paralelamente, otras acciones deben encararse trabajar la CONFIANZA en sus diferentes dimensiones centrando el foco en aspectos hondos de la conducta (emocionales y sociales).

CONCLUYENDO CON “EJEMPLO”

El fenómeno de la CONFIANZA es esencial en la ciencia social, porque se vincula a todo el resto de la actividad humana sujeta a análisis. Conocer la percepción subjetiva de que se puede esperar de los demás, es fundamental para entender si la deseada cooperación se puede dar y en que intensidad dentro de una comunidad, y la capacidad de ésta para emprender la acción colectiva.

La única aproximación que nosotros podemos brindar es aquella en que las intervenciones estatales son relevantes en la formación de la CONFIANZA social. Otros especialistas se ocuparán de las variables psicológicas, históricas o culturales.

Argentina Modelo

En nuestro país, tal como aconteció en otros vecinos, la ola neoliberal de reformas flexibilizadoras y desreguladoras, tuvo un fuerte impacto en la estructura social preexistente, rompiendo la clase media, empobreciendo a vastos sectores, y, fundamentalmente quebrando la lógica del Estado Benefactor, es decir, generando imprevisibilidad y nuevas contingencias sociales por altos desempleos. La inseguridad laboral, la baja de prestaciones sociales, el incremento de la desigualdad resultante, y, por sobre todo, el criterio de competitividad entre individuos, forjó una DESCONFIANZA generalizada.

A eso último, contribuyó la instalación discursiva acompañando a las “reformas”, de un modelo privatista y mercantilista de la gestión social. La famosa “meritocracia”, que, por cierto, fomenta el individualismo por encima de la ciudadanía.  En otras palabras, legitima la responsabilidad de cada sujeto sobre su destino, mientras que socaba la idea de pertenencia social, así, el impacto sobre la COHESIÓN SOCIAL es elocuente.

Hubo un desvanecimiento de los espacios públicos y un aumento de la segregación espacial y social, con fuerte exclusión de los ‘perdedores’, y autoexclusión de los ganadores [barrios cerrados], la migración de la clase media ganadora hacia la educación de gestión privada, agravaron la fragmentación social, al desconocer la función integradora e igualadora de la escuela pública.

En un contexto tal, hay una retracción hacia la sociabilidad familiar, o se restringe la CONFIANZA a lo particular, generándose un asociacionismo de resistencia. La CONFIANZA social, al excluirse las responsabilidades con “extraños”; perdió terreno. Mucho arraigo micro por la identificación de pertenencia de grupo, y crítica situación de distanciamiento con ‘el otro’ en el orden macro [escasa COHESIÓN SOCIAL].

Las formas de cooperación y CONFIANZA que emergieron (club del trueque, comedores, fábricas recuperadas, etc.) son formas de solidaridad, pero en la resistencia, reactivas en la coyuntura, sin vocación de permanencia; si el contexto cambia, se disuelven. No suelen ser estables y sí muy cerradas. Es decir, son estrategias de supervivencia, pero difícilmente tengan potencial de transformación estructural.

Hay autores que afirman que estas sociabilidades terminan siendo funcionales a un modelo de desarrollo que genera pobreza y exclusión y a una retórica de retiro y desinvolucramiento del Estado que apuesta por la autoorganización y la autorregulación social, desconociendo las asimetrías de poder reinantes.

La CONFIANZA social, requiere de un largo plazo para (re)construirse, no es coyuntural. Los imaginarios sociales y las interacciones actuales deben cambiar para lograrla. Las políticas neoliberales radicalizaron algunos problemas sociales, y dejaron tras de sí una “cultura” en que la CONFIANZA entre sectores sociales (“sanos” y “quebrados”) virtualmente no existe. El discurso del odio prevalente en la actualidad de los medios destruye rápidamente la CONFIANZA social remanente, y agranda la grieta acuñada.

La DESCONFIANZA es una actitud estable en el tiempo y resistente a nueva información que pueda contradecirla, generando cinismo. Los desconfiados se ven reforzados en su creencia de que el riesgo de la CONFIANZA es demasiado grande para correrlo. Las incertidumbres arraigan más que las expectativas de CONFIANZA, en el sentido común.

El secreto de su solución parece estar en compromisos creíbles de imparcialidad y neutralidad de las instituciones, pensamos en una reforma integral tan postergada del fuero federal en el Poder Judicial, pero ello importa el cambio del Paradigma Político.

Se requiere de un gobierno con actitud, disposición y experiencia en la negociación, capaz de enviar señales de nuevas reglas de juego. Hay que atacar la segregación social, la fragmentación espacial y los imaginarios privatistas autonomizados de la política democrática. Ello es posible con un Estado empoderado.

Otro objetivo imperativo es tender a homogenizar la sociedad y atacar la polarización, todo lo cual se logra con una (urgente) mejor distribución de la riqueza. Las estrategias de bienestar deben ser nuevamente universales (educación común, salud, pleno empleo, ancianidad cuidada). Eso es lo que retorna la mirada hacia la responsabilidad colectiva en el “sentido común”.

Nueva retórica, pero nuevos recursos son necesarios para el desafío. Reforma fiscal y estrategia de desarrollo económico buscando el consenso de las mayorías, para tener éxito. Lo que legitima la voluntad popular, no lo pueden modificar los factores de poder o de presión, cuando existe un gobierno democrático honesto.

Transitando esta nueva etapa posneoliberal, con todas rémoras de conductas individualistas, intereses particulares defendidos a ultranza, desprecio por lo colectivo por parte de cierta clase política y social, no parece tarea fácil. Pero el fenómeno inflacionario desatado en Argentina, como resultado de comportamientos antisociales, que conllevan el riesgo de destruir el ya afinado sentido de COHESIÓN SOCIAL minando las reservas de CONFIANZA social, exigen una respuesta a la altura del gran reto.