Por: Roberto Candelaressi
Una visión sociológica
Será que como dice la filósofa estadounidense Susan Neiman: “La ideología woke lo ha atravesado todo”, pero como crítica desde una posición defensiva de la izquierda, reivindicando el universalismo que es constitutivo de ella, mientras lo woke dice, es tribalismo revestido de progresismo. En estos términos, y con un ensayo publicado intitulado “La izquierda no es Woke”, suscitó un debate en ámbitos académicos, que consideramos oportuno, en una época en la que parece que los movimientos y corrientes que se oponen al capitalismo desregulado, financiario y concentrador de riqueza, básicamente los reputados de izquierda, progresistas o nacional populares, están en retroceso y sin respuestas en el escenario político occidental, pero que puede (y debe) revivir, a partir de ciertas discusiones sobre su esencia filosófica.
En efecto, en el hemisferio norte, la derecha (élite capitalista, conservadores, neoliberales) ha conseguido mediante su persistente campaña cultural, que el término woke se asocie peyorativamente al comportamiento y las políticas de la izquierda global (o nacional populares en Latinoamérica) hasta el punto de desdibujar sus límites y volverlos casi sinónimos, algo que, siendo incorrecto, es también muy peligroso.
Esta corriente de progresismo fuerte (woke), se nutre intelectualmente de algunos conceptos de M. Foucault [su amoralidad] o C. Schmitt [en cuanto crítico al liberalismo], disociados, que entran en conflicto con posicionamientos basales de los movimientos políticos reivindicativos del trabajo, del triunfo de la paz y el derecho, de la justicia social. Eso siempre implicó que todo laborismo, comunismo, socialismo o justicialismo, tuviesen valores como un compromiso con el universalismo (derechos humanos y sociales), la firme distinción entre justicia y poder, la igualdad, y la confianza en el progreso para todos.
De no reivindicarse nuevamente aquellos valores, y, diferenciarse claramente del neoliberalismo rampante de las últimas décadas, los movimientos sociales y populares seguirán minando su esencia y sus objetivos, y derivando inexorablemente hacia la derecha, tal como aconteció con el Peronismo durante la desviación menemista.
Los conservadores nacionalistas, liberales y progresistas junto a los socialistas y movimientos populares, deben unirse para defenderse de una extrema derecha cada vez menos democrática, que se difunde por el mundo occidental, estimulando un tribalismo y un identitarismo que confunde, los que, una vez en el poder; desprecia.
la lucidez es nuestra única esperanza. – «la distinción entre escepticismo y cinismo».
La lucha interna en la “Izquierda”
Muchos simpatizantes o militantes del campo popular, cuestionan consignas ultra-progresistas o, aún resoluciones gubernamentales que se instalan, por considerarlas inoportunas o inadecuadas, para el momento de la evolución del pensamiento colectivo. Las idiosincrasias regionales, son una realidad, y no están exactamente alineadas por el ‘progreso’ de sus pautas, entre sí.
Ocurre que suelen los críticos autocensurarse en ciertos ámbitos, pues temen ser confundidos por conservadores o adversarios de ciertas identidades, y, como detallamos en la Parte I, la cultura de la cancelación, es una práctica difundida, por la que se margina a quienes no se alinean exactamente con ciertos ‘dictados’.
¿La psicología social ayuda a entender el fenómeno o al menos disipar confusiones?
Acá nos enfrentamos a una encrucijada; en el campo popular, la “izquierda” en general, los postulados (ideología) más allá de su racionalidad instrumental, e incluso estratégica para su continuidad, tienen tradicionalmente raíces emocionales; el deseo de liberar oprimidos, incluir marginados a la comunidad, ajusticiar los crímenes sociales, etc.
En cambio, los presupuestos filosóficos de la ideología woke, se oponen a esas emociones del populismo de izquierda. Pretenden fundarse solo en pensamientos, que resultan más dogmáticos. Cuando hay una “Ética Racional”, las teorías que nutre terminan siendo excluyentes y reaccionarias. El progresismo woke, obrando de buena fe, puede no ser consciente de esta distinción conceptual de procedimientos [acción política] que produce divisiones en el campo popular.
El problema es, que advirtiendo el auge actual de los proto fascistas, en todo occidente [ver líderes de la OTAN con sus temerarias conductas neocolonialistas y belicistas], el campo popular y las corrientes verdaderamente democráticas, deben estar más unidas que nunca, aunque esto implique sosegar a ciertas vanguardias “adelantadas” en su seno.
Tal vez la explicación del comienzo de la divergencia entre el wokeísmo y el resto de los movimientos populares, se halle en los ’90, cuando la caída del socialismo real, y la emergencia del neoliberalismo global como única alternativa posible, momento en que surge una cierta «corrección política» para la gobernabilidad de los países.
Muchos militantes del campo popular, crédulos de la imposibilidad de implantar “valores de justicia universales” –frente a lo que se vivenció como fracaso del proyecto socialista–, se abocaron a pequeñas luchas de la intolerancia moral de las sociedades como el racismo, el sexismo y la homofobia, entre otras causas.
Hubo gobiernos que apoyaron esas luchas, por eso consiguieron muchos de sus objetivos, pero una vez empoderados, evolucionaron hacia algo distinto. Se entronizaron en árbitros del progreso moral de los pueblos, título que nadie desde las mayorías les concedió.
Sin embargo, la ideología woke se consolidó en muchos ámbitos de la vida social occidental, grandes instituciones se han alienados con ella. La tendencia y su doctrina ha atravesado todo en el ámbito cultural, desde las editoriales a toda manifestación del arte. El problema, insistimos, es que se trata de un identitarismo que se confunde con universalismo que no es.
La filosofía política y el ultra progresismo woke
Muchos adeptos de la progresía que derivó hacia lo woke, abrevaron en textos de Carl Schmitt, un legado intelectual del filósofo nazi que renació a partir de su crítica al liberalismo. El autor reputaba a esa ideología como «hipócrita», colonialista camuflada, y esto es muy apropiado para los fundamentos del anticolonialismo que expresa la corriente woke.
Otro autor invocado en el movimiento es Michel Foucault, que, si bien se presentó siempre como un autor de izquierda antisistema, se asemejaba en algunos puntos al citado alemán. En efecto, para ambos, la justicia es una hipocresía, su sistema es solo una cuestión de poder. Uno y otro pensaban que el progreso no existe, decían que solo existen diferentes formas de dominación.
La teoría poscolonial le tributa a M.F. su base, y esa es otra coincidencia con el wokeísmo.
Foucault abona la idea de que todo depende de estructuras de poder, lo que en principio concita mucha impotencia, pues no dejaría espacio para la libertad, algo desmoralizante para quienes pretenden generar un posicionamiento emancipador. Esa encerrona conduce al nihilismo, sin embargo, lo cual es contraproducente para cualquier progresista.
La tan deseada “apropiación cultural”, por su parte, parecería ser todo lo contrario a todo nihilismo (no hay metas que valga la pena alcanzar), pues una cosa es fortalecer la conciencia de la sociedad acerca de algunos problemas, pero muy otra es reputar de adversario (o aún enemigo) a lo Carl Schmitt, a todo aquel que disienta con los términos que la corriente haya establecido.
Resumiendo; podríamos concluir que la caracterización de los adherentes woke incluye: su tribalismo, el descreimiento en la justicia, la lucha por el poder como el instrumento idóneo para imponerla, y el descreimiento en el verdadero progreso. La creencia de la división taxativa del mundo entre norte y sur globales, algo maniqueo. Todo ello, fomenta la polarización, pero sin garantizar un triunfo de sus valores.
¡El SUR también existe! (y la política woke, lo sabe)
La rigidez ideológica, su inclinación por la intolerancia y el desprecio por los aspectos prácticos del gobierno que se advierten como deficiencias de esta tendencia del progresismo tanto en el discurso como en la acción, ha permeado en los movimientos populares y de izquierda en nuestro hemisferio.
El efecto, como anticipábamos en nuestra primera parte, es que el populismo de derecha se suele beneficiar, a partir de las reacciones negativas al “ultraísmo” woke de gran parte de la sociedad inclinada a lo tradicional, y, a las propias divisiones del campo popular de la “izquierda” por las discordancias señaladas. Las controversias también surgen frente a gobiernos muy «componedores», que dejan hacer sin moderar, y cuyo deslucimiento por parsimonia o pasividad, ayuda al crecimiento de la derecha radical.
Un ejemplo concreto es que el discurso progresista tan belicoso en Brasil, produjo un crecimiento en Jair Bolsonaro que le permitió acceder al poder en su momento. En tanto en Chile, los activistas woke [convencionales constituyentes] produjeron un borrador de una constitución tan “amplia” [con nuevas perspectivas que modificaban la institucionalidad del país, históricamente conservador], y con un fárrago de derechos identitarios y sociales que resultaron confusos. Ese modelo de carta magna, perdió en el plebiscito popular.
Es cierto que políticos de la extrema derecha, suelen usar fake news con ejércitos de trolls (y bots) para desacreditar a los candidatos y las causas progresistas, que suelen ser exitosas, pero eso no exime de hacer una profunda crítica al accionar del progresismo, deficiente en tanto es un espejo de sí mismo, mientras no capta otras voluntades. Solo a título de ejemplo, digamos que hay dirigentes o legisladores que representan el extremo woke, que no cantan el himno nacional (prenda simbólica de unión al que responden las mayorías), y ello, por considerarlo un distintivo de «opresión», lo que inquieta a algunos, pero, cuando se abuchea el canto popular, un gran número de individuos resiente completamente ese destrato a lo que consideran un elemento de identidad irrevocable.
El tema de la religión debe ser mencionado también como arista de conflicto, ya que las “vanguardias”, suelen ser «antievangélicas» o «anticlericales», y, al exacerbar los ánimos en el espacio público con consignas de esa índole, siendo el electorado latinoamericano mayoritariamente adherente a alguna religión cristiana, resulta políticamente incorrecto y operativamente contrario a los propios intereses, en su defensa de derechos y libertades artísticas, por ejemplo.
Otra forma de allanar el camino a la derecha populista autoritaria, es la desconexión entre la agenda progresista woke, y las inquietudes de los votantes de clase media. Tan enfrascados en solucionar cuestiones a minorías, desatienden esos mismos problemas que afectan a mayorías urbanas. La entrega de pensiones graciables y jubilaciones especiales – por ejemplo –, sin crear o asignar una nueva fuente para su financiamiento, provoca repartir pobreza, achicar el fondo proporcionalmente, que afecta directamente a los beneficiarios contribuyentes que soportaron la carga durante años. No es de asombrar que su elección, llegado el momento, se incline a quien critica esa inoperancia o “injusticia”, y no a quien gestionó su escasez.
En materia de seguridad pública, violencia y delincuencia, lo razonable es controlar de cerca la eventual brutalidad policial, los prejuicios y mano excesivamente dura en disturbios o protestas callejeras. Pero no disolver los cuerpos o instituciones policiales, como pretenden algunos ‘adelantados’. La inseguridad tendría un crecimiento exponencial, y no sería solo la sensación.
La permisividad de conductas inadecuadas en espacios públicos, el garantismo dogmático, o la indulgencia con ciertos tipos de delincuentes, provoca una migración de apoyos ciudadanos hacia opciones que prometen La Ley y el Orden. (Votantes colombianos rechazando un acuerdo de paz, considerado muy indulgente el trato hacia guerrilleros violentos o, el presidente salvadoreño Nayib Bukele, cuya popularidad se disparó al encarcelar pandilleros y tratarlos con rigor, a pesar de bases jurídicas débiles).
Finalmente, completando esta pretendida caracterización de la praxis woke en nuestra región, citamos el caso del fuerte activismo en casi todo el continente, en materia de derechos de pueblos ‘originarios’. Existe la pretensión de algunos dirigentes de la corriente, que se delegue el poder político a pequeñas comunidades locales. En nuestra opinión, esa tesis conlleva el riesgo de fragmentar aún más, a Estados que, en muchos países son de por sí débiles. Los brazos del Estado, recordemos – al menos en nuestra concepción – deben proveer de servicios sociales eficientes, especialmente aquellos de emergencia, para llegar a pobres y vulnerables también, que más lo necesitan. No es conveniente una atomización de sus servicios, con una descentralización territorial es más que suficiente, en nuestro entender. Generar micro estados en el territorio no parece llevar más que a ineficiencias y desigualdades.
Concluyendo
La llegada de Javier Milei al poder en Argentina, sin duda resultó auspicioso para muchos populistas autoritarios del hemisferio. Una gota en la llamada “marea rosa” de nuevo flujo, que tiene como protagonistas a los recientes gobiernos de Colombia, Brasil y México en el subcontinente. En Europa en cambio, las recientes elecciones parlamentarias de la Comunidad, mostraron un camino opuesto; un fortalecimiento de las fuerzas de derecha, muy duras en ciertos casos. ¿Estados Unidos, se prepara para un retorno de Trump acaso? ¿Experimentará el mundo una nueva incursión de camisas pardas? ¿Una nueva “ola de hierro”?
No tenemos esas respuestas definitivas, pero la lección política podemos aprovecharla. El campo popular y las izquierdas en general a nivel mundial, tienen que replantearse o debatir entre sí, la extensión de sus propuestas, siendo firmes en ellas, pero respetuosos del disenso. Sus dirigentes deberán contar con la prudencia y paciencia para construir verdaderos consensos. Los triunfos parlamentarios a veces son efímeros, tanto como la mutación de los miembros de las cámaras.
Se deben escuchar voces históricamente postergadas, sin dudas, ese activismo (woke o no) es absolutamente válido, pero no puede ser acallando a otras. Esa actitud autoritaria del progresismo, no fomenta la empatía y comprensión teóricamente buscada. Las controversias dentro del campo nacional y popular deben saldarse de común acuerdo, tanto como el consenso mayoritario de la población para implementar las intervenciones. Por lo demás, reivindicamos para toda la militancia democrática, la consigna woke de “estar despiertos” [ser conscientes] ante toda injusticia social, y respetando a cuál sea identidad. Una garantía para que nuestro sistema político perviva emancipadamente.