Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Hemos tratado en otros artículos, sobre la actual tendencia en las elecciones a cargos ejecutivos de la política occidental, hacia lo que podemos caracterizar provisionalmente, como una derechización de las preferencias sociales. Coexistentemente, desde hace unos años concurre otro fenómeno que, en principio, parecería contrabalancear aquella propensión, profundizando incluso, la sempiterna polarización de visiones. Se trata del WOKEÍSMO, una mirada reflexiva y contestataria hacia las reglas rígidas de la sociedad capitalista tradicional, progresista en tanto reivindica derechos de minorías y marginados del sistema, y propone otro Ethos de mayor equidad, comprometido con la justicia social, en esencia; más democrático que republicano.
Tanto en Estados Unidos, donde se originó esta corriente de pensamiento, cuanto en Europa donde se expandió con cierta fuerza, ha generado un intenso debate en la sociedad, pues desde su significado, hasta su impacto en la política y la cultura popular, se pueden observar diferentes connotaciones y contradicciones.
Nuestro mayor interés sobre el particular, es que advertimos que, en Latinoamérica, el fenómeno no se haya analizado con intensidad, siendo que sus postulados, han sido absorbidos por el público, y, a nivel institucional en los discursos de algunos partidos políticos, preferentemente progresistas o nacional populares, a partir de lo cual, existe una impronta en la cultura política de la región, introduciendo conceptos que una parte de la sociedad promueve y otra censura.
Ser consciente de los problemas sociales y políticos, y tener una disposición a adoptar perspectivas diferentes, no debería conllevar –en principio– a connotaciones negativas, pero la resistencia de otros en aceptar sus conceptos y premisas, ha llevado a una creciente polarización, incomprensión y, en algunos casos, odio hacia los demás.
Ese dilema o paradoja nos arroja unas preguntas, que trataremos de develar en el desarrollo del presente; ¿por qué un concepto que debería fomentar empatía y comprensión se envuelve en controversias y divisiones? Y, ¿en qué incide el #staywoke ya difundido y asimilado por el progresismo nacional y la izquierda identitaria en el rumbo del sistema político argentino?
Para terminar este preludio, digamos que es importante entender en profundidad esta ‘cultura’ o movimiento ideológico, para saber posicionarse en el marco cultural (que es cada vez más global), independientemente de su origen, ya que observamos que influye en las relaciones sociales, también en nuestro país. Argentina puede haber sido pionera en incorporar alguna de sus premisas, tal la antigua lucha por minorías sexuales, cuestiones de género, indigenismo, etc., que han sido exitosas, en vista de las sendas legislaciones nacionales sancionadas contemplando esos asuntos, y otros del tipo.
Asimismo, a nivel analítico, su estudio es sustancial para interpretar también los productos simbólicos que consumimos, ya sea la ficción, las series, la novela, e incluso la propia estética también está influenciada por esa cultura, que, como dijimos ya es mundial, para tener una perspectiva más afinada de sus efectos sociopolíticos y culturales tanto internos, como en nuestra relación con el mundo.
Definiciones
Literalmente la palabra “WOKE”, significa despierto en inglés. Pero desde hace un tiempo tiene otras connotaciones en la jerga político-social, y revela cierta alineación política del hablante.
Los diccionarios Oxford, Cambridge y Merriam-Webster definen: “Estar consciente (y atentos) de temas (y hechos) sociales y políticos, en especial el racismo”. Coloquialmente, alude a un “estado de alerta” [stay woke] frente a las discriminaciones y prejuicios, raciales, socioeconómicos, de género, etc.
En otros términos, en la cultura popular se usa para referirse a la conciencia percibida de los problemas que afectan a las minorías, y es empleado por movimientos que luchan contra las injusticias sociales. Quienes estén en el progresismo, estarán alerta a esa problemática y por tanto «despiertos».
Por ejemplo, en el Reino Unido, WOKE se utiliza para “describir todo lo que antes podía calificarse de políticamente correcto“. Con él se describe una amplia gama de ideas [y] movimientos. relacionados con la justicia social, el poscolonialismo, y el derecho de las minorías.
Un poco de historia
Originalmente el término provino de las comunidades negras de EE.UU. como un llamado al activismo sindical en los ’40. Desde ese entonces, el “stay woke” (estar alerta) fue apropiada por el activismo antirracial negro, incluso usado por Martin Luther King en su discurso apelando al Remaining Awake (permanecer despierto).
En 2013, tras la muerte de Trayvon Martin el año anterior en Florida, surge como oposición a la violencia policial contra los negros, el movimiento Black Lives Matter [Las vidas de negros importan], y así tuvo un renacer en su uso, pero enseguida trascendió su aplicación a otros frentes por injusticias o discriminación. Vuelve la expresión “stay woke” y desde ese entonces, la definición woke y el alcance del “wokeismo” [Wokery] se han expandido.
El tejido ideológico e intelectual de todo este paradigma cultural woke, se remonta en su origen intelectual, al posestructuralismo y la posmodernidad.
Críticas
Algunos analistas de «países centrales», sostienen que el término describe a quienes que se consideran moralmente superiores, por creer tener un entendimiento más profundo de la sociedad, según la percepción de muchos individuos que desaprueban esa “iluminación ideológica” por considerarla irrazonable o extrema. Por ello, el adjetivo “woke también puede usarse como ‘insulto’.
Aunque otra gente cuestione asimismo los paradigmas y las normas opresoras históricas, no comparten ni acción ni discurso con los “woke”, pues éstos pretenden imponer sus ideas sobre el resto.
Lo que sí es ciertamente cuestionable, es cuando desde el movimiento del wokeismo, se censuran acciones y discursos de lo que los “Woke” consideran machistas, homofóbicos, etc. constituyéndose en “policías de la palabra”.
En efecto, el wokerismo ha puesto de moda el método de la “cancelación”, como método coercitivo. Se trata de un boicot social y profesional a través de las redes y otros medios de comunicación contra ciertos individuos, que ellos perciben estar “en falta”. Ello causa mucho malestar.
Para los woke, se trata de una forma de protesta no violenta que permite empoderar a grupos históricamente marginalizados y corregir comportamientos de los privilegiados.
Muchos en la sociedad consideran la cancelación como una corrección política llevada al extremo, coartando la libertad de expresión y otros valores.
Esto refleja una percepción negativa hacia aquellos que abogan por una igualdad de derechos. Sugiere que ser consciente de las injusticias y luchar por cambiarlas es motivo de burla o menosprecio.
El politólogo Francis Fukuyama, argumenta que la izquierda liberal contribuyó a fragmentar aún más la sociedad en vez de unirla en torno a metas comunes. En lugar de promover la solidaridad entre amplias comunidades, se ha centrado en grupos cada vez más pequeños y específicamente marginados. Entiende que eso alimentó una guerra cultural e identitaria que está dividiendo la sociedad. La polarización extrema también se manifiesta en América Latina y se refleja en la fragmentación social y política de la región.
Los polos de esta ‘grieta’ o división; la Izquierda identitaria y el Progresismo por un lado y, el Conservadurismo por otro, se acusan mutuamente de ser excluyentes, agresivos e intolerantes, y de querer imponer una dictadura del pensamiento.
De cualquier modo, según otros críticos, el enfoque exclusivo woke lleva solo a una política de símbolos en lugar de promover un cambio social real. El progresismo tiene otros principios más universales, que siempre fueron sus objetivos.
La Cancelación desde la Cultura Global
Una práctica común del movimiento woke es emitir manifiestos, por ejemplo, signados por intelectuales, en contra de alguna opinión de personalidades públicas que no comulgan con esa corriente, teniendo como resultado la cancelación pública masiva de éstos. Cancelar consiste en retirar el apoyo (moral, financiero, digital y social) y hacer crítica a una persona, grupo, organización o marca de forma pública como protesta o castigo porque ha dicho algo o realizado un acto “ofensivo” a nivel social (según un determinado paradigma circunstancialmente hegemónico, agregamos nosotros).
Este movimiento sociocultural, ¿no estaría afectando el sistema libre de expresión al pretender censurar opiniones y contenidos, y, asimismo, inhibiendo el flujo de ideas dentro de las democracias? Consideremos que se está ‘importando’ en otras regiones del mundo, al menos en el hemisferio occidental.
Una de las aristas más destacadas de esta moda ideológica, negativa, en nuestra opinión, es la que ya referimos como cultura de cancelación, tendencia ciertamente no nueva, ya que siempre hubo quienes, desde posiciones de poder, trataron de silenciar opiniones consideradas –desde cierto paradigma cultural– como inoportunas o inmorales. La novedad en este caso, es que se hace en nombre de una supuesta idea del bien, acallando voces discrepantes, sin atender siquiera la intencionalidad real o el contexto de las personas silenciadas.
Por otra parte, además de estas ‘purgas’ de control social [porque lo son, a pesar que no provengan necesariamente desde el poder formal], el movimiento woke, al poner en el centro de su paradigma la identidad, en su lucha contra injusticias simbólicas, fomentó el creciente papel de las políticas de identidad, lo que desplazó a otras ideas de libertad o de compromiso político, ya que supone que las personas se configuran políticamente en base a una identidad, y que es nuestra identidad lo que nos da esa estancia política.
De cualquier modo, las esferas privadas deben ser preservadas de valorizaciones culturales de otros, no es conveniente politizar todo. Una sociedad sana necesita espacios que estén despolitizados.
Cultura popular
Una crítica característica en las redes sociales hacia los representantes del wokeismo es la inconsistencia en las posturas que a veces adoptan. En efecto, es irónico que los que abogan por la inclusión y la justicia social, juzgan desde una supuesta superioridad moral, algunas obras de arte, entretenimientos o manifestaciones artísticas populares con demasiado rigor, adoptando a veces, posturas excluyentes y contradictorias.
Sobre la otra ‘vereda’, hay producciones artísticas [de todo género] que, priorizan “el mensaje” forzado (una suerte de evidente propaganda a los puntos woke), en detrimento del arte de la narración, por ejemplo. En general, el público no acude al entretenimiento o al mero arte pare recibir lecciones morales dictadas por esa corriente (o cualquier otra por caso). En definitiva, como se ve, es un tema complejo: la etiqueta de “woke” ha sido tanto un llamado a la inclusión como un arma de división.
Los conservadores ven a los wokes como una AMENAZA PARA LA TRADICIÓN Y LA MORALIDAD, mientras que los wokes ven a los conservadores como una AMENAZA PARA LA IGUALDAD Y LA JUSTICIA SOCIAL. El antiguo error de generalizar. El odio que circula en las redes sociales, empeora todo y obstaculiza cualquier intento de diálogo constructivo.
Debate y batalla política
Lo que empezó como un choque cultural se fue transformando en un enfrentamiento político. La liberalidad de los derechos individuales y comunitarios [abortos, géneros neutros, ambientalismo, etc.] que pretende la izquierda y el progresismo influenciado por la corriente woke, es contrastada con las fuerzas conservadoras, que consideran que tales políticas (o pretensiones cuando son solo proyectos), atentan contra los “valores de familia”, y hasta a la democracia, porque – según su percepción – podrían llegar a establecer una «tiranía woke», si no se los frena.
Nótese que días pasados, durante las pacíficas manifestaciones contrarias a la Ley Bases que se debatía en el Senado, algunos protestadores fueron perseguidos, reducidos, detenidos en penales (¿?) e imputados por sedición, atentados contra la democracia y golpistas. Un verdadero dislate autoritario promovido por el Gobierno, que, sin embargo, sigue una estrategia [plan] de criminalización de la protesta y una actitud disuasiva de todo cuestionamiento al poder constituido (anarco-liberal), a quienes tilda de «totalitarios». Ahondando la polarización.
Hoy las principales alianzas a nivel nacional, se vieron reducidas a dos bloques: el movimiento nacional nucleados en torno al peronismo, junto a la izquierda nacional en la oposición y, desde el poder; el conservadurismo oligárquico, nucleados en torno a la entente LLA y el PRO, secundado por la UCR y partidos localistas. Unos y otros, están más alejados ideológicamente hoy que en los 40 años de democracia recuperada.
Concretamente, en el peronismo, algunas propuestas más “extremas” de la corriente woke, [respecto a la idiosincrasia popular del interior, sesgada por el catolicismo más conservador] asimilada por la franja más progresista, presenta para el movimiento un problema. Algunas consignas pueden asustar al electorado no urbano de la sociedad.
Y, aunque muchos de sus dirigentes, no activen directamente o, se expresen incluso en disidencia de algunas ponencias extremas -que puedan alienar al sector conservador de la sociedad–, o resulten impopulares fuera de las grandes urbes, la oposición al movimiento nacional y popular, aprovechará esa situación, para asociar a todo el espectro nacional & popular con las propuestas ‘irritantes’.
Por el sentido contrario, en las redes sociales – donde la juventud se nutre e intercomunica –, se forja una ética estricta centrada en los valores de las minorías y su preservación, como si la postura de juicios extremos [incluyendo insultos, agravios, etc.] para con ciertas opiniones discrepantes con las de ellos, produjera un cambio, per se.
Cuando se insiste en un curso identitario que irrita a otras mayorías, y, cuando se obtiene un triunfo por el reconocimiento de algún derecho, se hace una pública ostentación frente al resto de la sociedad [espacios públicos], el riesgo es el desencanto de muchos electores. Esa desilusión, generalmente los vuelca a apoyar al campo político opuesto. apoyar
Aquella reacción, puede llevar a las derechas radicales al poder, como es el fenómeno Milei en la Argentina. Cuando ello ocurre, los ideales y actitudes del progresismo “woke” tratarán de ser desmantelados por el populismo de derecha. Normalmente, se suprimen otras luchas legítimas por la igualdad y contra la discriminación, lo que es un peligro para los avances logrados en términos de justicia social y derechos civiles. Al revertirse los progresos en estos ámbitos, vuelven a marginarse y vulnerabilizarse a ciertos grupos frente a la discriminación y la desigualdad.
Capitalisno “Woke”
Los debates sobre el “wokeismo” no solo se presentan en la agenda política y cultural. También han permeado el mundo empresarial. De hecho, algunas compañías se han encontrado en el ojo de la tormenta por adoptar cambios que son interpretados -para bien o para mal- como “woke”.
Algunas publicidades que postulan mensajes con críticas hacia ciertos comportamientos que el progresismo woke denigra [los llamados tóxicos], han generado controversias, e incluso, se tornaron en campañas comerciales negativas, dado su rechazo por gran parte del público, aunque otra parte las aplaudiera. Otro caso paradigmático, es cuando las productoras de espectáculos (como la Disney Co.), seleccionan para sus películas o series, protagonistas pertenecientes a minorías. Recibiendo diatribas de algunos críticos de arte, por “forzar” la caracterización de personajes, que no representan las mayorías de las personas o al “habitante promedio” (¿?).
En Estados Unidos, se ha suscitado un interesante debate entre republicanos y demócratas, puesto que los primeros critican a las empresas que priorizan las inversiones que tienen impacto medioambiental, social y de gobernanza (conocidas como ESG), catalogándolas como “capitalismo woke”.
Así, los políticos más conservadores, dicen que las inversiones ESG (que consideran el cambio climático o la diversidad), amenazan la vitalidad de la economía y la libertad económica, al apuntar a individuos e industrias desfavorecidas para promover una agenda ideológica woke. De volver los republicanos al poder, rechazarán las políticas de regulación gubernamental para las inversiones ESG promulgadas por los demócratas.
Sin perjuicio de esas consideraciones, hay quienes piensan que, en el plano económico, lo woke no es tanto una ideología como un modelo de negocio para una nueva cultura, que no solo es congruente con el capitalismo de consumo, sino que forma parte de él.
Tal razonamiento, se funda en que, con el capitalismo actual, de libre mercado e hiperconsumo, se pretende satisfacer todos los gustos [los “nichos”], lo que se conoce como «segmentación» en el mundo de los negocios, y, el discurso de la inclusividad es perfecto para captar más consumidores. Hecho a medida.
Cerrando este capítulo, podemos remarcar la paradoja esbozada precedentemente, los progresistas woke, incluso aquellos que desde las universidades militan fervientemente sus postulados, y se inclinan (¿curiosamente?) por carreras como Economía, Administración de empresas y Abogacía con especialización empresarial, se imaginan como adversarios del capitalismo, pero son precisamente la versión actual del sistema. Resultan un “match” con el establishment. El poder (élite capitalista) nunca interfiere por sus reivindicaciones en sus campus, a menos que se movilicen por Gaza, claro.