Por JOSEPH S. NYE, JR.*
La actuación de Biden frente a China será una de las cuestiones definitorias de su presidencia. Hereda una relación sinoestadounidense que se encuentra en su peor momento en cincuenta años. Algunos culpan por esto a su predecesor, Donald Trump. Pero la culpa que merece Trump es por echarle gasolina al fuego. Fue la dirigencia china la que encendió y alimentó las llamas.
Durante la década que pasó, los líderes chinos abandonaron la política de moderación de Deng Xiaoping expresada en la consigna «ocultar la fuerza y esperar el momento» y aumentaron la asertividad en muchas formas: construcción y militarización de islas artificiales en el Mar de China Meridional, incursiones en aguas cercanas a Japón y Taiwán y dentro de la India en la frontera común en los Himalayas, presiones económicas a Australia por atreverse a criticar a China.
En materia comercial, China desniveló el campo de juego mediante subsidios a sus empresas estatales y la imposición a compañías extranjeras de transferir propiedad intelectual a sus socios chinos. La respuesta de Trump, con sus aranceles que alcanzaron a aliados además de a China, fue torpe, pero tuvo fuerte apoyo bipartidario cuando excluyó del mercado estadounidense a empresas como Huawei, cuyos planes de construcción de redes 5G planteaban riesgos de seguridad.
Pero al mismo tiempo, Estados Unidos y China siguen siendo interdependientes, en términos económicos y en cuestiones ecológicas que trascienden la relación bilateral. Estados Unidos no puede efectuar un desacople total de su economía respecto de China sin costos enormes.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética casi no tenían ninguna interdependencia, económica o de cualquier clase. En cambio, el comercio entre Estados Unidos y China asciende a unos 500 000 millones de dólares al año, y entre ambos países se desarrolla un abundante intercambio de estudiantes y visitantes. Y sobre todo, China aprendió a vincular el poder de los mercados con el control autoritario en formas que los soviéticos nunca dominaron, y tiene más socios comerciales que Estados Unidos.
En vista del tamaño de la población y del veloz crecimiento económico de China, algunos pesimistas creen que es imposible influir en su conducta. Pero no es lo mismo si se piensa en términos de alianzas. El peso combinado de las democracias desarrolladas (Estados Unidos, Japón y Europa) supera con creces al de China. Esto refuerza la importancia de la alianza entre Japón y Estados Unidos para la estabilidad y prosperidad de Asia oriental y de la economía mundial. Cuando terminó la Guerra Fría, muchos en los dos países pensaron que la alianza era una reliquia del pasado; pero en realidad, es vital para el futuro.
En otros tiempos, los gobiernos estadounidenses esperaban que China se convirtiera en un actor responsable dentro del orden internacional. Pero el presidente Xi Jinping ha guiado a su país en una dirección más confrontativa. Hace una generación, Estados Unidos apoyó el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio, pero hubo poca reciprocidad; por el contrario, la respuesta de China fue desnivelar el campo de juego.
Los críticos en Estados Unidos suelen acusar a los presidentes Bill Clinton y George Bush (hijo) de haber sido ingenuos al pensar que era posible conformar a China con una política de diálogo. Pero la historia no es tan sencilla. La política de Clinton para China ofrecía diálogo, pero protegía esa apuesta reafirmando la relación de seguridad con Japón como clave de la respuesta al ascenso geopolítico de China. En Asia oriental había tres grandes potencias, y mientras Estados Unidos se mantuviera alineado con Japón (que ahora es la tercera economía nacional del mundo), podían definir juntos el entorno en que se desarrollaba el crecimiento del poder chino.
Además, si China hubiera intentado repeler a Estados Unidos más allá de la primera cadena insular, como parte de una estrategia militar para expulsarlo de la región, Japón (que es el componente más importante de esa cadena) siempre estaba dispuesto a aportar un generoso apoyo como país anfitrión a los 50 000 soldados estadounidenses destacados en su territorio. Hoy, Kurt Campbell (implementador minucioso y hábil de la política de Clinton) es el principal coordinador para el Indo‑Pacífico en el Consejo de Seguridad Nacional del gobierno de Biden.
La alianza con Japón cuenta con fuerte apoyo en Estados Unidos. El ex subsecretario de Estado Richard Armitage y yo venimos desde 2000 redactando una serie de informes bipartidarios sobre la relación estratégica. En el quinto informe, publicado el 7 de diciembre de 2020 por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (sin afiliación partidaria), sostenemos que Japón (como muchos otros países asiáticos) no quiere quedar bajo dominio de China. Tokio ha comenzado a asumir un papel conductor en la alianza, que incluye la fijación de la agenda regional, la promoción de acuerdos de libre comercio y de la cooperación multilateral, y la implementación de nuevas estrategias para la definición de un orden regional.
El ex primer ministro Shinzo Abe propugnó una reinterpretación del artículo 9 de la constitución japonesa de posguerra, con el fin de fortalecer las capacidades de defensa del país en el marco de la Carta de las Naciones Unidas; y tras la retirada de Trump del Acuerdo Transpacífico, preservó el pacto regional de comercio mediante el Acuerdo Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico. Abe también mantuvo consultas cuadrilaterales con la India y Australia en relación con la estabilidad en el Indo‑Pacífico.
Felizmente, todo indica que este liderazgo regional continuará con el primer ministro Yoshihide Suga, que fue jefe de gabinete de Abe y probablemente mantendrá sus políticas. La existencia de intereses y valores democráticos compartidos sigue siendo la base en la que se asienta la alianza con Estados Unidos, y las encuestas de opinión pública en Japón muestran que la confianza en Estados Unidos está más alta que nunca. No es extraño que una de las primeras llamadas de Biden a líderes extranjeros después de la asunción al cargo haya sido para hablar con Suga y reafirmarle la continuidad del compromiso estadounidense con la relación estratégica con Japón.
La alianza entre Japón y Estados Unidos sigue siendo popular en ambos países, que se necesitan más que nunca. Juntos, pueden contrarrestar el poder de China y cooperar con ella en áreas como el cambio climático, la biodiversidad, las pandemias y la búsqueda de un orden económico internacional basado en reglas. Por estas razones, mientras la administración Biden desarrolla su estrategia de cara al ascenso de China, la alianza con Japón seguirá siendo prioritaria.
*Joseph S. Nye, Jr. es profesor en la Universidad de Harvard y autor, más recientemente, de ¿Importa la moral? Presidentes y Política Exterior desde FDR hasta Trump.
Traducción: Esteban Flamini