¿Extractivismo versus ambientalismo? Crítica a un discurso del subdesarrollo

Por: Roberto Candelaressi

Introducción al análisis económico-social

En general, la historia de la periferia, muestra que la explotación de grandes volúmenes de recursos naturales, para la exportación de materias primas como commodities (extractivismo), nunca redundó en desarrollo para la economía local. Ello es así porque tradicionalmente, generaron economías de enclave de un producido (mineral, hidrocarburo) o monocultivo de mucha extensión, que desplazaron a otras formas de producción (economías locales/regionales), y, generalmente administrados por grandes grupos económicos o transnacionales -se requieren inversiones de capital intensivas-, suelen dejar como consecuencia, impactos negativos para el ambiente y las formas de vida de poblaciones locales, y ciertamente no muchas utilidades a la comunidad.

Según la historia entonces, el extractivismo coincidió siempre con el subdesarrollo, no habría garantía que extender sólo cuantitativamente la fórmula cambie el resultado. El uso de tecnología de punta (minería; fracking; transgénicos), no la diferencia de antiguas experiencias tampoco.

Por otro lado, hay críticas de economistas al ambientalismo, porque éste se opone, limita o impide actividades que son proveedoras de divisas, tan necesarias para el crecimiento sostenido, siguiendo de ello, que la ampliación de exportaciones sería asimismo fuente de desarrollo económico, según vimos en otros artículos de esta columna.

En ello hay consenso en los cultores de la ciencia económica. Incluso, en su ámbito, tanto la Ortodoxia – que pregona la inserción en la división del mundo a través de la provisión de tales recursos por ser más “eficientes” –, cuanto la Heterodoxia – cuyo objetivo es de sostener el desarrollo industrial, la creación de empleo y la inclusión social a través de los ingresos por la explotación de aquellos–, ambas perspectivas resienten al ambientalismo.

Aun así, desde una perspectiva puramente humanista, las demandas socio-ambientales de prohibir el extractivismo, solo se podrían atender con tiempo y planificación para modificar la matriz productiva para revertir la dependencia del extractivismo, sin crisis en el medio. En clave política el tema no puede soslayarse porque hay mucho en la agenda social que se vincula con la problemática ecológica, pero se requiere un plan estratégico (de largo alcance) que – por ejemplo- remede el new green deal estadounidense o europeo.

El peronismo tradicional atendió las demandas de justicia social junto al desarrollo económico de entonces. El movimiento nacional de la actualidad, debería hacer lo propio con las demandas socioambientales para evitar fuga de votos por la ‘salida verde’ (Ecuador y Brasil como ejemplos), pero con una plataforma realista, no quimérica.

Ahora bien, ¿es razonable importar acríticamente ideas de Europa, como hacen activistas ecologistas ‘extremos’, para parar toda actividad que trae divisas (lograr crecimiento; disminuir pobreza)?, y caer en un ‘decrecimiento’ como el europeo (donde ya se agotaron sus RRNN, pero alcanzaron a completar su ciclo industrial) que vive de su progreso y alto estándar de vida?

Para desarrollarse, el país necesita más agricultura, más hidrocarburos, más pesca y más minería.

Ambientalistas de oportunidad

Hay acciones VIOLENTAS de grupos anti-minería focales – como la atestiguada durante la visita del presidente de la nación a la comarca andina, la semana pasada-, que se justifica moralmente por defender supuestamente una ‘causa justa’. Propagan información falsa y se cubren bajo el halo del progresismo con cierta prensa sensiblemente afín.

Este ‘maridaje’ es por compartir ‘enemigos’ comunes; v.g. los grandes malos del capitalismo: megaminerías, agrotóxicos, holdings petroleros envenenadores, etc., también estigmatizan a la energía nuclear, o a la producción porcina en mega granjas para China. Todos con presuntas causas justas.

Estas corrientes ambientalistas combaten realmente la producción a escala y a la técnica aplicadas para lograr un aumento de la productividad y la competitividad. Que se puede resumir en: ¡lo artesanal es hermoso, lo tecnológico es horrible! (producción de energía, metales, agricultura moderna, etc.)

Los ambientalistas atacan el concepto de productividad rotulándolo como de “economicista”. Reputan de ‘mal-desarrollo’ a las principales actividades económicas locales por el daño ambiental que provocan. Prefieren el subdesarrollo para ‘evitar’ el modo de producción “dependiente”.

¿En serio hay que explicar que la productividad importa, que crecer es bueno y que se necesita exportar más para incluir? Conceptos más que elementales y evidentes para los profesionales de las áreas sociales y económicas.

Importada la idea de Europa, que propagan ciertas ONGs de ese continente, se trata de frenar la producción y el consumo para reestablecer el equilibrio entre recursos naturales (RRNN) finitos y la demografía. Enfrentar el desafío, una vez más implica una nueva revolución tecnológica.

Se trata de un absurdo, contar con abundantes RRNN disponibles no explotados y mantener un alto porcentaje de pobres, y extrapolar la visión europea, sociedad satisfecha. Debemos hacer todo lo contrario, ¡tal como hicieron ellos para desarrollarse!: maximizar la explotación de sus recursos naturales y aumentar su productividad y sus exportaciones para poder crecer y expandir el consumo de las mayorías.

Mientras el ambientalismo se opone directamente a determinadas actividades, el desarrollo presupone el cuidado ambiental. No existe nada más antiecológico que la pobreza. Los grandes colapsos ambientales de la historia se produjeron siempre en países pobres, no en los más ricos. En todo caso la experiencia nos indica que la vigilancia para el cuidado ambiental por parte de los Estados (locales, federal) debe contar con las necesarias herramientas de control capaz de detectar desvíos inmediatamente.

La propuesta del ecologismo extremo es directamente el prohibicionismo: abandonar las actividades con potencial riesgo ambiental. Consignas efectistas, pero sin argumentos. ¡Que se pretende? ¿Una involución? ¿Producir solo para el autoconsumo, no exportar? ¿Gastar menos energía e importar minerales? Es sencillamente absurdo.

Al disminuir la productividad se pierde la competitividad exportadora, se requieren más tierras (tala) y usar más agroquímicos para las semillas no transgénicas para compensar. Igualmente, con los hidrocarburos, el recurso es la producción no convencional a la que se oponen.

Eso además agravaría el principal problema: la “restricción externa”; tema que efectivamente ya desarrollamos en otro artículo, reconociendo que es imperativo solucionar, pero no a costo de más deuda o shocks devaluatorios. Para salir de la actual estructura productiva, es decir, disminuir la pobreza, se requiere generar más dólares, para impulsar el crecimiento y mejorar las condiciones de vida.

Estas propuestas ambientalistas no son progresistas. No llaman al cambio, sino al statu quo del orden económico mundial. Representan una utopía reaccionaria funcional al imperialismo. El no explotar el uranio en Mendoza por ejemplo, impidió la integración nuclear dentro del país, por lo que estamos sujetos a voluntad de cooperar de otros países y que nos vendan tortas de uranio, siendo exportadores de reactores!. La (casi) inexistente contaminación de las pasteras radicadas en la orilla oriental, demostró lo mal informados o manipulados que es nuestra opinión pública.

Otro ejemplo y ya aludido más arriba, respecto a la lucha anti-minera en Chubut, (Lago Puelo – Comarca Andina), los activistas pretenden prohibir una explotación en el medio de una meseta inhóspita en el centro norte de la provincia (cerro Navidad), que traería infraestructura y servicios a un sitio hoy desolado, que así podría proyectar alguna otra actividad económicamente sustentable. Solo una inversión de magnitud puede hacerlo.

La contra argumentación se basa en los riesgos por el uso del agua, que podría afectar la cuenca del Chubut, lo cual es falso. El agua del proyecto es de perforación desde su propio acuífero en la cuenca de Sacana, reserva que se auto regenera y, empleándose en circuito cerrado el consumo es “despreciable” (se calcula sería del 0.5 % de lo que consume la agricultura provincial. A su vez, las perforaciones podrían también derivar en otros usos.

Existe un pensamiento místico muy en boga del progresismo, y de la izquierda mundial, en que se aleja del camino de la razón y el conocimiento, abraza el relativismo posmoderno, las teorías conspirativas y creencias y prácticas extravagantes. Incluyendo la posverdad. Abjuran de las vacunas y son anti-transgénicos.

¿Neo extractivismo o cambio de paradigma?

La experiencia latinoamericana en la primera década del 2000, de una constelación política excepcional, con gobiernos que se propusieron romper con el modelo neoliberal, y con la lógica de saqueo practicada por viejas élites, sufrieron ciertas contingencias y limitaciones en el afán de aumentar notablemente la inversión social (educación, salud, infraestructura, inclusión de postergados, etc.).

En efecto, esa obra requirió financiamiento inmediato, que solo pudo conseguirse con la expansión del “viejo modelo extractivista”, puesto que la otra vía, era incorporando nueva deuda externa. Esos gobiernos progresistas paradójicamente en apariencia, avalaron o promovieron el extractivismo –en particular, la minería a gran escala, los hidrocarburos, el agronegocio y los agrocombustibles− como modelo base de desarrollo de sus economías.

Obteniendo así los necesarios recursos presupuestados. El problema, fue y es de doble entrada: la (re) primarización de la economía, con escasos encadenamientos nacionales y, dominado esos sectores en general por transnacionales, con pocas responsabilidades tributarias.

Apelamos a la reflexión social crítica sobre el modelo extractivo exportador. Es necesario encontrar el balance. Limitar los ‘excesos’, problematizar la idea de crecimiento ilimitado, y postular que las soluciones basadas solo en más tecnología son inviables si no son naturaleza-sustentables. Por otra parte, se ha de evitar en los nuevos proyectos, ostensible daño a ecosistemas, la fragmentación territorial (la falta de encadenamientos productivos locales) y los desplazamientos poblacionales, asentamientos que deben respetarse a raja tabla u ofrecer relocalizaciones netamente ventajosas.

Se trata también de revisar la ingeniería jurídico política necesaria para estas explotaciones contemplando todos los intereses en juego, principiando por los populares, ya que, en tanto instrumento de hegemonía, legitima y posibilita socialmente su existencia

Obviamente se debe dejar el modelo híbrido, adquirido desde el neoliberalismo de los ’80 y ’90 y algunas intervenciones estatales en los 2000, en el que, las transnacionales tienen un rol determinante, el Estado es funcional a esa transnacionalización y existen regulaciones y controles acotados (incluyendo regalías y tributos bajos). Del crecimiento económico derivarían derrames a la sociedad. Negacionista con impactos sociales y ambientales, y eventualmente represor.

Defendemos en cambio, un heterodoxo “neo extractivismo progresista”, con un rol más activo del Estado, participando en forma directa mediante empresas públicas, o indirectamente a través de apoyos financieros y de infraestructura, subsidios, etc. El proceso productivo debe ser regido por la competitividad, la eficiencia, la renta para distribuir, y la externalización de los impactos sociales y ambientales. No desaparece lo transnacional, pero asociado, u ofreciendo servicios, ya no controlaría el o los sectores.

La “buena fortuna” de contar con bienes naturales estratégicos, tales como el litio, el hidrocarburo de esquisto, el agua potable, además de tierra disponible para la actividad agropecuaria de calidad, debemos capitalizarla, aprovechando su industrialización en nuestro suelo, para la mejor distribución de la renta. Ello además para sortear el sino de la región productora de bienes primarios, que sufre los vaivenes del deterioro de los términos del intercambio, más allá de coyunturales subas de precio. Poco más, pero de mucho más valor puede ser la solución, para sostener el sano equilibrio y evitar nuevos endeudamientos.

Sostenemos finalmente, que la crítica al extractivismo idealmente es justa, pero en la medida en que sea capaz de reconciliar la preservación de los bienes comunes naturales con la necesidad de acrecentar la riqueza social para posibilitar justicia social. Cuestionamos a quienes hablan del “no-desarrollo”, o del “crecimiento cero”, y abogamos por superar “la estéril antinomia extractivismo-pachamamismo”.

Última reflexión para un debate “serio”

Los datos cuantitativos reales de los procesos productivos, no pueden ser contradichos por argumentos simplemente descalificativos ad hominem, tildando como mercenarios de la “megaminería” a quienes impulsan al aprovechamiento de los minerales inexplotados.

Lo que sí debe hacerse siempre ante todo proyecto extractivo, es contar con estudios de impacto ambiental, realizado por entidades de reconocido prestigio académico o de autonomía institucional, a partir del cual se tomen las decisiones de inversión y aprovechamiento de los recursos disponibles, de un modo sustentable y en equilibrio con las necesidades humanas, en su INTEGRIDAD. Esto último implica considerar asimismo “cómo se distribuyen los frutos del progreso técnico” en la comunidad, pero es otro debate.

Desechemos fanatismos sospechosos, que pretenden – en definitiva- un statu quo de subdesarrollo, en el marco de un supuesto enriquecimiento social volviendo a la artesanía, que es claramente producto del pensamiento mágico.