La Política Exterior de Washington se viste de amarillo

Por: Roberto Candelaresi

Introducción

Los Estados Unidos experimentan en la actualidad, crisis en distintas esferas de su vida social. Así como algunas contingencias económicas afectan su desempeño, profundiza la brecha entre ricos y pobres y su liderazgo tecnológico de otrora parece estar siendo retado por otras potencias. Su moneda está siendo cuestionada hoy y va paulatinamente perdiendo su decisiva influencia como unidad de cambio mundial. Todas esas manifestaciones fundamentan la idea de la declinación como potencia dominante global.

Ante esta realidad, y, los impulsos cambiantes –y determinantes– de su política doméstica, los estrategas de Washington modifican su antigua planificación estratégica imperialista, para adecuarse a las contingencias y desvíos que el contexto les impone para mantenerse en condición de superpotencia. La política exterior es la que plasma sus nuevos objetivos.

Por ahora, su atención se posa sobre Rusia, que ha provocado una derivación geopolítica de magnitud con su intervención directa sobre la “díscola” Ucrania, y, aunque EE.UU. por medio de su herramienta político-militar en Europa (OTAN) presione por la continuidad de la guerra, y, de ese modo desestabilizar a la potencia eslava, aumentando su ascendencia económica y militar sobre sus aliados europeos al mismo tiempo, no hay ninguna certeza del resultado de esta empresa. Rusia es una potencia militarmente capaz de infligir un daño catastrófico. El riesgo es alto. 

Sin embargo, la noción estratégica más arraigada en la élite estadounidense, es que, para preservar la primacía global, el reto prioritario es China que ya consideran un “par”. Rusia es un actor desafiante, que busca subvertir el orden internacional, pero no puede aspirar a dominarlo, argumentan. Por tal razón lo que hay en el seno de los influyentes (poder intelectual asociado al real) y de los key decision makers, es la preocupación de que la crisis de seguridad en el Este, afecte recursos destinados hacia la región Indo-Pacifico, que es más vital para el futuro de la hegemonía.

China es vista como “la mayor amenaza a largo plazo para nuestra seguridad económica y nacional” y ello es así, en virtud de, su impetuoso desarrollo económico y tecnológico, y su proyección internacional. La principal preocupación no obstante sería si se consuma una alianza firme entre Rusia y el gigante asiático. En cuyo caso, los intereses estadounidenses se verían profundamente amenazados, según admiten en documentos de inteligencia.

El pivote asiático 

Uno de los padres de la geopolítica, Halford J. Mackinder, ideó un concepto que llamó El pivote geográfico de la historia, que refiere que, unas relaciones de poder internacionales fuertemente condicionadas por la geografía, giran sobre un determinado eje físico o pivote, el que se encontraría en Asia Central. A partir de esa noción, enunciará su teoría [que condicionó la política internacional en el último siglo], de que quien controla el corazón del continente euroasiático (Heartland); controla el mundo.

Halford J. Mackinder, introdujo el concepto de pivote geográfico de la historia.

En todo el siglo XX, el concepto del corazón continental dominando al mundo ha variado un tanto, que la potencia americana tomó ese lugar dominante sin controlar efectivamente la región central de Asia (aunque sí parcialmente).

El aggiornamento de la teoría del pivote, inducida por la globalización, implica la nueva concepción en la visión estadounidense, de ampliar el estrecho sentido geográfico hacia un amplio espectro de variables que la política exterior debe considerar, tales como cooperación (si el unilateralismo se debilita), reforzamiento de relaciones con países emergentes, asuntos económicos y globales, dejando en segundo orden las cuestiones de seguridad y terrorismo. Todo ese cambio de actitud –o reformulación–, con el propósito de actualizar el liderazgo de Estados Unidos, naturalmente.

China por su parte, con dirigentes de nueva generación, expresa su vocación de dominación (o prevalencia) asiática, en una reformulación oriental de la doctrina Monroe (Asia para los chinos). Estados Unidos en las últimas décadas se entretuvo en Irak, Afganistán, cercano oriente, mientras los chinos continuaron su ascenso. Disputarle hoy la hegemonía a los ‘amarillos’ hoy les parece una ímproba empresa, porque además de ‘crecida’, la potencia oriental es socia y al mismo tiempo rival estratégico. Por otra parte, la estabilidad del planeta hoy gira en otro pivote; Rusia-Ucrania, muy difícil de cancelar.

Retrospectiva

EE.UU. reconoció tardíamente que China podría significar un desafío. Una sobreestimación de su propia capacidad de diseñar e imponer reglas en el juego global a todos los actores, cegados tal vez por su “lapso de esplendor” de una unipolaridad que entendieron definitiva. Sus hoy rivales de peso, China y Rusia, se acercaron precisamente en un mismo espacio estratégico. Esa desatención es considerada por los analistas como el más grande error geoestratégico que atravesó varias administraciones.

Puntin junto a Xi Jinping. La alianza estrategica entre Rusia y China, un dolor de cabeza para la hegemonía de los EE.UU.

Mientras los americanos se enredaban en agresiones militares en los Balcanes y Medio Oriente, sus corporaciones trasladaban las inversiones manufactureras a China y otros países de la región (por mano de obra barata). Es decir, vulneraron sus propias cadenas de producción exponiéndola a dependencias externas (básicamente chinas) incluyendo insumos sensibles como los semiconductores, a la vez que el proceso ayudó con el flujo de capitales al formidable desarrollo chino.

Si se consolida el liderazgo chino en la industria de punta (inteligencia artificial y aplicaciones), se expondrá tarde o temprano la delicada situación financiera global de Estados Unidos, que puede derivar en una crisis sistémica profunda.

La Estrategia en Operaciones

La política de sanciones comerciales y de presión militar a Beijín, cuenta con el beneplácito del establishment norteamericano, aunque haya alguna división en su seno. No parecen temer a reeditar una nueva Guerra Fría. Los políticos oligárquicos tanto republicanos como demócratas (v.g. la mayoría de la clase política), demonizan a China y a su clase dirigente irresponsablemente al solo propósito de obtener demagógicamente ventajas políticas y electorales. 

El expresidente Donald Trump durante una gira en China. En su gobierno fustigó constantemente al gigante asiático

De hecho, esa prédica anti-oriental, cala en la ciudadanía, según datos demoscópicos que señalan un 70% de ciudadanos adversos y críticos con China. Pueden así seguir en tensión comercial y aplicando sanciones a aquel gigante. Mientras, fortunas marchan a armar y militarizar las bases y aliados en Extremo Oriente y región Índico – Pacífico.

Además de sus campañas de desprestigio chino ante sus aliados hemisféricos, EE.UU. trata de limitarle el acceso a ciertas materias primas, quebrar cadenas de valor en industrias estratégicas y reducir los flujos de inversión a emprendimientos chinos y evitar toda transferencia tecnológica. China hoy destina más presupuesto para I&D que el propio país norteamericano.

El eje de crecimiento mundial se desplazó a la región de Asia-Pacífico [giro geopolítico multilateral], epicentro donde la gravitación de China es enorme. Muchos países del sudeste asiático, tienen sus estructuras económicas imbricadas con la potencia en una sinergia bilateral. De allí también la competencia por el poder global.

China se ha beneficiado de sus enormes inversiones económicas, pero también del desarrollo de sus relaciones diplomáticas con países de la región.

EE.UU. no tuvo una agenda económica robusta en la región, lo que aprovechó Beijín para ampliar la cooperación económica y la integración comercial, con vecinos y lejanos países. Los bloques comerciales del Indo-Pacífico no cuentan a los americanos entre sus miembros. Lo que dificulta su influencia en materia de normas y costumbres que alinean en definitiva a las naciones.

En lo doméstico, la sociedad americana ya se cuestiona cuan anticíclico o dinamizador el gasto militar puede ser en el presente. La pretensión de poder ilimitado se desvaneció con las últimas experiencias bélicas en que participó el país. La sobre expansión militar drena ingentes recursos de la economía civil, la experiencia de la última etapa de la Unión Soviética debería ser ejemplificadora. 

Desde luego, el Complejo Militar Industrial y la poderosa industria armamentista (tan influyentes en el círculo de poder oligárquico), estimulan este giro prospectivo hacia una renovación de arsenal para lidiar con otras potencias como Rusia y China, con enormes y jugosos contratos de armas sofisticadas y caras de última generación [hipersónicas, inteligentes, etc.]. La “lucha contra el terrorismo” (armas cortas y convencionales) ya queda relegada. Hay pocas voces en pro de mitigar la proyección militarista.

No obstante, existe el debate en el seno de los gestores de la seguridad nacional y política exterior estadounidense. En sustancia, la cuestión es donde se deben desplegar las fuerzas, si las proyecciones apuntan a Oriente, pero subsisten compromisos con regiones y países aliados. Amén de los intereses económicos en juego, que suelen ser determinantes para enmarcar las políticas, defensivas o diplomáticas. Pulseo con Rusia o limitación a China. Es una cuestión de racionalidad.

Medio Oriente sigue siendo un objetivo a equilibrar, especialmente por dos cuestiones: a)- la gran influencia israelí en la política norteamericana que alimenta la intervención del hegemón en la zona, por los enemigos de los judíos (Siria, Irán), y no menor, b)- por la intención norteamericana de no perder el control de los estrechos vitales para Occidente (su economía energética en esencia), que son el de Ormuz, el de Adén y el Canal de Suez.

El cerco al Mandarín

China Considera una violación de su soberanía la injerencia de EE.UU. en Taiwan

El apoyo a Taiwán, las maniobras aéreas y marítimas sobre los mares próximos a China continental, el estímulo a la subversión en la región de Xinjiang, provocativa presencia de una gran fuerza aeronaval estadounidense como demostración de fuerza que pueda eventualmente cortar las rutas comerciales chinas, y, la recomposición de sus alianzas y vínculos con sus países amigos de la región (Japón, Corea, Australia e India), son todas maniobras contenidas en la Ley de Autorización de la Defensa Nacional promulgada por Biden, que pasó de la contención a China a formalizar un cerco.

Australia como gigante portaaviones del Pentágono es otra demostración práctica de aquella política.

La realidad se impone

Los estrategas norteamericanos contaban con la superación de los conflictos en otros lares como Medio Oriente y ex países soviéticos, para centrarse en una política dedicada a su innegable competidor por el liderazgo económico (que no militar) global, que es China. Pero, sus intervenciones en otros países y crisis que ellos mismos suelen ocasionar, les generaron muchas frustraciones a sus aspiraciones hegemónicas, como tanta energía y recursos dilapidados. La “misión asiática”, ahora representa una oportunidad para reivindicarse frente al pueblo norteamericano por parte del gobierno de Biden, solo que no la tienen fácil.

Joseph Biden, actual presidente de los Estados Unidos

Los vecinos de China aliados a EE.UU., oponen resistencia al hiperliderazgo chino que perciben como amenazante. Así, los recelos e incertidumbres estimulan pulsiones nacionalistas en Japón, Corea del Sur, Vietnam y Filipinas.

En consecuencia, el campo de conflicto se extendió desde lo económico o comercial, a lo territorial y emocional, de por sí, más volátiles para negociar. Para empeorar el panorama, digamos que China tiene sus propias preocupaciones por la estabilidad interna, una de sus mayores contradicciones surgida por su mismo ascenso (material) es la dificultad creciente de conciliar desarrollo económico e inmovilismo político. En efecto, hay desigualdades que motivan protestas, y el régimen autoritario no parece contar con la capacidad de gestionarlas y procesarlas dentro del sistema.

El sistema sencillamente no contempla la victoria de los manifestantes. Si ampliamos el panorama, podemos decir que en Asia hay un juego a tres bandas (China, Rusia e India), unidos en un contradictorio club de potencias emergentes, capaces de cuestionar el orden posguerra fría (pretendido unilateralismo), pero que deben resolver problemas bilaterales cruzados muy antiguos, complejos y profundos. Por las alianzas que están forjando en forma cruzada, pareciera que sí.

Narendra Mori, Xi Jinping y Vladimir Putin, durante una Cumbre del BRICS

La cuña que se aflojó o el fracaso anticipado

Alguna vez el presidente R. Nixon (asesorado por el inefable H. Kissinger) consiguió la cooperación china para aislar a la Unión Soviética, en plena Guerra Fría durante los ’70, a cambio de permitir la incorporación de China en el mercado libre. Pero lo hizo sin conseguir controlarlo bajo el liderazgo americano como un “socio menor”. 

Años después, el expresidente admitiría arrogantemente “Es posible que hayamos creado un Frankenstein”. El caso es que 50 años después, no hay nuevas ideas no ya para subordinar a la República Popular de China sino para contener su ascenso económico y el aumento de su peso político en el mundo.

Richard Nixon, presidente de EE.UU. entre 1969 y 1974

El presidente Obama [de quien el actual mandatario era su vice] ya había impulsado una amplia estrategia militar, diplomática y económica en Asia, con el respaldo de sus aliados, a fin de establecer su supremacía en el continente. Fracasó porque los yankis no cumplieron con las promesas de inversiones de capital e infraestructura en el sudeste asiático (como sí hacen los chinos en la actualidad consolidando su posición como primera potencia financiera y comercial), y además, el gobierno de Trump abandonó la Asociación Transpacífica, que demuestra la no confiabilidad americana.

Como sea, a través de su política “Pivote asiático 2.0”, la administración Biden promete impedir que China “consiga el dominio global”, y no solo como competidor económico. Sin embargo, China solo tiene una creciente influencia económica global, que no le alcanza para desafiar la hegemonía mundial de los EE.UU., en otros terrenos. No cuenta con la influencia cultural, ni un sistema de alianzas globales y cientos de bases militares sembradas por el planeta al estilo norteamericano.

El crecimiento de China en las últimas decadas lo coloca casi a la par de Estados Unidos, disputandole seriamente el primer lugar como potencia Económica

China hoy, pretende acabar con la primacía militar de EEUU en el Este de Asia, por representar una amenaza seria [la Historia de tantas intervenciones yankis en la región, les da la razón]. Hay conflictos latentes en las proximidades de la geografía china [islas del Mar de China Meridional, Tíbet, Taiwán o Hong Kong].

En el parlamento americano, como es tradicional, hay halcones y palomas. Los unos propenden al militarismo y guerras de expoliación, inflamando inflamar “el peligro chino”, hasta proponen un “cambio de régimen” en China. Las palomas, más racionales, defienden un “nuevo tipo de relaciones de gran poder” con la potencia asiática “basado en cooperación y beneficio”.

El exsecretario de Defensa Jim Mattis Afirma que EEUU tiene dos poderes clave: el poder de inspiración y el poder de intimidación. La intimidación a una población enorme es inútil. Por eso, desde los demócratas, se propone aumentar interdependencias económicas entre ambos países, con el fin de «reducir las amenazas del enemigo». También abandonar la búsqueda por la supremacía militar planetaria.

Buscando el “Reequilibrio” en Asia

Entre los principales actores políticos, se manifiesta la voluntad de justificar mega presupuestos militares [beneficiando a las corporaciones armamentísticas], bajo el propósito de mantener cohesionada la sociedad (paulatinamente fracturada), para lo cual, el actual conflicto en Ucrania, también les viene de perillas, otra justificación adicional a la contención de China.

Por supuesto para sostener la cultura ética del ‘gran pueblo americano’, siempre es válido invocar la “defensa de los derechos humanos” y la “libertad religiosa” contra Beijing [o quien cuadre en la coyuntura].

Joseph Biden junto al ex vicepresidente chino, Li Yuanchao

China por su parte, observa con mucha atención a su aliado estratégico euroasiático en su confrontación con la OTAN, y se prepara a partir de esa experiencia. Estados Unidos, bajo el mandato de Biden, parece recomenzar la “Doctrina Obama”: retirar las tropas estadounidenses del cercano y medio Oriente para enviarlas a circundar a China.

Asumiendo en su análisis, que la economía norteamericana ha perdido potencia durante la pandemia, saben que no le será conveniente al hegemón en declive encarar enormes gastos para confrontar con el gigante asiático, por eso, a los ojos chinos, EEUU no es más que un “tigre de papel”. 

Conclusión

El debate en el seno de los grupos de poder como señalamos existe, como existe también un entorno neoconservador que impulsa la confrontación y el incremento de las tensiones con ambas potencias rivales. En minoría, centros de pensamiento (incluye círculos de derecha) opinan que la hora exige una visión realista para encarar los dilemas de la inocultable declinación de Estados Unidos. Estos actores demandan otra política de proyección [estratégica] de largo aliento para preservar la condición de potencia influyente en el mundo, que implica una oposición más efectiva en todo caso al desafío geopolítico que, desde la Segunda Guerra Mundial no se le presentaba. 

El verdadero riesgo es que Biden se tiente y, en vez de posicionar su país en un sitio privilegiado, pero ya no único en el nuevo orden multipolar, pretenda exportar la crisis interna que atraviesa EE.UU. mediante una guerra.

Julio de 2022