Derribando mitos: “Argentina vive del campo”(o el derrotero de sísifo)

Por: Roberto Candelaresi

Leyendas y mitos comparten la función de, por un lado, ayudar a las personas a comprender la naturaleza que les rodea y que condiciona su forma de vida, y, por otro, contarles una historia, otra forma más de situarlas en su entorno, dándole conciencia de su origen en el pasado, para que así puedan identificarse tanto con sus raíces anteriores, como con su presente.

A medida que comenzó el proceso de industrialización, en las primeras décadas del siglo XX – que luego tomara impulso hasta tener un notable desarrollo al promediarlo –, la economía nacional mostró una de sus debilidades; la falta de divisas fuertes, para completar esa actividad productiva que requirió siempre, equipamiento, componentes e insumos importados.

La fuente de divisas para adquirir y/o financiar el desarrollo manufacturero, a su vez, claramente fue siempre el sector agropecuario, dado su importante superávit comercial. Pero la producción primaria del campo, se valoriza con muchas fluctuaciones año, tras año. Así, en algunas temporadas algunos de sus productos suben y otros bajan o, los precios favorables de todos los commodities de alguna época, siempre por causas exógenas (sequías, guerras, pestes, o grandes demandas en países de rápido desarrollo), no se sostienen permanentemente, pues la bonanza se muda, cuando las variables cambian.

El sobrante del sector agropecuario es insuficiente al largo plazo, porque para sostener el sector industrial se debería completar cadenas productivas, hacer más eficientes los procesos, suplantar bienes importados por fabricación nacional, en definitiva, achicar el déficit de capitales y divisas que produce el intercambio de bienes terminados y partes por nuestros incompletos circuitos productivos.

Es así, que se generan periódicamente crisis por faltas circunstanciales de monedas fuertes cuando la economía se expande y la industria despega demandando más divisas de las disponibles, lo que se conoce como el ciclo del Stop and Go recurrente [para y arranca, sucesivamente]. Desde el momento que los excedentes se agotan, monetariamente se conoce como “restricción externa”. A su vez, este crecimiento entrecortado, tan peculiar de nuestro país, es lo que ralentizó de igual modo la curva del aumento del PBI argentino en las últimas décadas, en comparación con Brasil o Chile por caso.

Recordando a Marcelo Diamand - Infobae
Marcelo Diamand

Se trata de lo que el notable economista y crítico de los modelos convencionales Marcelo Diamand denomina una estructura productiva desequilibrada [EPD], en la cual coexiste un sector exportador primario con costos de producción mucho menores que los precios internacionales, con un sector industrial que enfrenta costos mucho más elevados que los precios internacionales. Por ello, el Ing. Diamand entendió que el desequilibrio estructural, concebido este como una diferencia en la productividad agraria respecto a la industrial, solo podrá corregirse con la protección y el fomento de las exportaciones industriales a partir de un esquema de tipos de cambios múltiples.

Factor social

Muchas veces, la falta de dólares disponibles, se remedió mediante alguna devaluación – en general “brusca” – que equivale a pérdida inmediata de poder adquisitivo de grandes mayorías (solo se benefician los pocos y poderosos que acceden a dólares o acumulan ahorros en monedas fuertes), porque la maniobra fogonea la inflación. Ello a su vez, genera un contexto de conflicto social e inestabilidad política.

Al contar con una estructura social particularmente dotada con grandes segmentos medios y numerosa clase trabajadora medianamente fuerte (precisamente por su diversidad productiva y por la presencia de sectores industriales, científicos y de servicios que las sustentan), hay capacidad de movilización (amén de gimnasia por la historia), y existe una poderosa representación gremial en virtud de su alto índice de sindicalización de sus trabajadores, todo lo cual se pone en acción para demandar mejoras salariales cuando arrancan los periodos de crecimiento, y paradójicamente, al obtenerlas, agravan los ciclos de altibajos ya descriptos. En efecto, con salarios crecientes – fruto de la puja distributiva entre trabajadores y empresarios, incrementando el consumo básico [alimentos], se pasa a la demanda de bienes más sofisticados (durables, vehículos, turismo externo, etc.) que exigen divisas.

Foto: HALAT

Esa suerte de “lucha de clases”, que no existe en países vecinos por sus estructuras más desiguales y sindicados más débiles, deviene en tensiones macroeconómicas por la escasez de divisas. El problema se agrava cuando los excedentes empresarios o profesionales se dolarizan, y esos activos egresan del sistema. El equivalente a un PBI se estima fuera de las finanzas nacionales o no bancarizadas en el país en dólares poseídos por naturales argentinos.

A diferencia de otros países vecinos, – ejemplarmente Brasil con su desarrollismo paulista o Chile en su neoliberalismo de avanzada –, en la Argentina, nunca se concretó un Proyecto Nacional tal como el propuesto por el presidente J. D. Perón, el 1º de mayo de 1974 en la apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional, [Modelo argentino para el proyecto nacional], que tendiera a resolver el problema de la escasez periódica de dólares, entre otros objeticos estratégicos.

La proposición implicaba un conjunto de lineamientos políticos para un proyecto de Nación. Un texto esencial que constituye su testamento político agregamos nosotros, pero con el debate mediante con el que fue convocado, se podría haber consensuado un modelo de desarrollo estable para el largo plazo. La inmediata posterior desaparición del general, y la inestabilidad política y económica sobreviviente, frustraron la iniciativa, que recibió su sepultura, cuando a menos de dos años del anuncio, irrumpió la dictadura cívico-militar (1976/1983), que por supuesto, en forma autoritaria, impuso un modelo liberal-aperturista, que cimienta el crecimiento en las ventajas comparativas estáticas, [son las que están basadas en la dotación dada de factores o recursos con que cuentan las naciones (abundantes materias primas y fuerza de trabajo barata, entre las más usuales dentro de los países dependientes)] para motorizarlo. En el caso argentino son las típicas del agro, la energía y la minería, todas las que deben desarrollarse en el marco de un mercado desregulado y abierto, de bajos impuestos y orientado a las grandes potencias consumidoras de materias primas.

Desfocalizados de la atención económica gubernamental, los sectores industriales, del trabajo masivo y, la clase media vinculada al consumo doméstico, se debilitan. Esto es lo que se experimentó nuevamente con el menemato y el corto gobierno de la Alianza que terminó en una crisis de proporciones. Pese a lo cual, la gestión de M. Macri volvió a imponer algunos de sus principios, haciendo retroceder el mentado desarrollo.

En cambio, desde el peronismo tradicional, revivido en el periodo 2003/15, se plasma un modelo nacional-desarrollista, es decir, una economía con preeminencia del consumo popular, por lo que se defiende tanto el mercado interno, tanto como la apropiación creciente del producto por la masa salarial, para expandir la riqueza procurando el progreso y bienestar. Las herramientas clásicas de la heterodoxia usadas, son la protección de la industria nacional, estimular paritarias (negociaciones colectivas), un Estado presente, e impuestos a las exportaciones de recursos naturales, para financiar los gastos. Sindicatos y sectores populares, son protagonistas.

Como nos enseña la Historia, estos modelos se alternan en la vida económica e institucional de la Argentina, y, siendo antitéticos como señalamos, el rumbo del país sufre desvíos todo el tiempo, y la recurrencia en el fenómeno de la «restricción externa», que conspira para lograr la anhelada sustentabilidad en el crecimiento equitativo. El dólar, lamentablemente, es una variable determinante de la vida económica, social y política, no solo un precio más. A su vez, más que un indicador macroeconómico es el reflejo de un largo conflicto histórico, donde se alternan los sectores beneficiados o perjudicados. Así se da que, en periodos donde hay grandes ganancias de corporaciones y equilibrios con el tipo de cambio por el ingreso de ciertas inversiones, y el superávit comercial abundante, coexiste pobreza y conflicto social.

Con proyectos dicotómicos, se dificulta el consenso, y el centro no es siempre un buen objetivo tampoco. Pero la sociedad efectivamente está dividida. Hay autores que hablan de la no existencia de un mito fundante, tal vez por los cuestionamientos a la “Historia de Mitre” que trató de forjar uno, los movimientos populares en la Argentina, y su revisionismo histórico, mostraron que en el sustrato existió siempre el desencuentro.

Cronología del conflicto agropecuario por la resolución 125 - Infobae
D´Angelis en épocas de la 125. Foto: Infobae

La inestabilidad que deriva de la pugna entre modelos, explícita o implícita trae una enorme volatilidad, que se traduce en expectativas inflacionarias, que, a su vez, suelen terminar en crisis explosivas por la inflación desatada. Hoy sin padecer una hiperinflación, como otras en el pasado, marchamos a una crisis de complicada resolución.

¿Cuál es el aporte real a la economía de la ruralidad?

Hace demasiado tiempo se instaló la idea de que la producción agropecuaria es la única que sostiene al país. Lo que fue sin duda cierto para la época de la celebración del Centenario de la Independencia, a principios del siglo XX, hace rato que dejó de serlo. Sí es veraz, que es el sector que genera dólares ‘genuinos’ en tanto su actividad de intercambio comercial con el mundo es ampliamente superavitaria. Sin embargo, su aporte a la economía doméstica es significativamente más reducida que la de otros sectores, como la industria y el comercio. Incluso, la actividad primaria en la Argentina tiene una participación menor en la economía, que el promedio de sus similares en la región y el mundo. No es porque no sea significativa, que lo es, sino porque – afortunadamente – otros sectores de la economía nacional, aportan cada una, más del doble de valor agregado o de generación de empleos, incluyendo a la agroindustria.

No podemos dejar de reconocer, no obstante, que, con excepción de ciertas industrias o actividades sofisticadas por su condición de intangibles, o, de ciertos servicios conexos con turismo, esparcimiento, etc., la mayoría de la industria parte de la producción primaria; sea aquella proveyendo insumos o generando energía. Pero, la agregación de valor y la ocupación, se concentran en los eslabones posteriores de las cadenas productivas y comerciales.

Es la diferencia que se aprecia entre un cuero crudo y un fino calzado, o, entre granos de cereal naturales y, alimentos procesados, refinados y empaquetados, aptos para el consumo humano o animal.

Foto: Perfil

En este punto ya podemos despejar las razones de su enorme influencia y poder de fuego, – siendo como decimos, una actividad no tan grande para el conjunto de la economía –; simplemente porque generan el grueso de divisas, y, por si fuera poco, son dueños de los alimentos y de los insumos básicos.

Examinando data

El aporte de cada sector de actividad a la economía de un país, se mide mediante el valor agregado, que es una magnitud que mide el valor creado durante la producción del rubro que se trate, en un periodo dado, como conjunto de bienes y servicios hasta el valor de venta al consumidor final, descontándose impuestos indirectos y consumos intermedios. En esos términos, el valor agregado que aportó en su conjunto la agricultura, ganadería, caza y silvicultura a la economía nacional el año pasado fue del 8,7 % del total. La Industria Manufacturera en tanto, contribuyó con el 20%, seguidamente el Comercio lo hizo con el 16%, y Transportes & Comunicaciones con un 8,8%.

El cuadro suma otros 13,3% de las Actividades Inmobiliarias, sigue con 4,3% de la Intermediación Financiera, y también, con un escaso aporte proveniente de las actividades extractivas a la actividad, la explotación de minas y canteras, con 3,7 por ciento.

Según estimaciones de la FAO [Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura], en base a datos de cuentas nacionales que provee el Banco Mundial, EL APORTE AL PIB argentino del sector agropecuario es en promedio del 5,9 %, siendo inferior al 6,5% que exhibe América latina, y ciertamente no tan alto respecto a la media mundial (4,3 por ciento). El volumen argentino es muy similar al de Europa y Asia central, con 5,6 por ciento, en tanto que Asia oriental y el Pacífico (superpoblación; donde los alimentos son objetivo estratégico prioritario) ronda el 8,4% y África, por su menor desarrollo relativo, asciende al 18,5% la actividad primaria. Por contraste, en los países de la OCDE (más desarrollados globalmente) el peso del sector es de 1,4% del PIB.

Por el lado de la OCUPACIÓN (objetivo estratégico de toda nación), la incidencia de la actividad primaria en la creación de empleos formales es de apenas 0,4 puntos porcentuales durante 2021, según informa el Mrio. de Trabajo; muy inferior a la industria y el comercio, con 5,2 y 8,4 respectivamente. La inversión récord en maquinaria y, la aplicación de última tecnología en el sector, no derrama en generación de empleo como queda probado. De cualquier manera, sobre un universo nacional de 20 millones de ocupados, el sector, incluyendo la industria vinculada, suma unos 3.7 millones de puestos de trabajo. Los empleos directos de las explotaciones primarias del campo, quedan minimizados por casi todos los otros sectores (transporte, construcción, finanzas, etc.), incluso el de la administración pública y enseñanza, que aportan un 3,8% del PIB.

Rodríguez Larreta participó del tractorazo y pidió no politizar la protesta  de los productores | Política | La Voz del Interior
Larreta y Santilli (CABA) en el “tractorazo” de este año. Foto: JPD

En cuanto al SALARIO [formal o convencional] del peón rural, es uno de los más bajos de las actividades principales, siendo superados por los de comercio, plásticos, químicos, gastronómicos, gráficos, transporte, electrónica, etc. Excepción hecha por los aceiteros, una actividad agroindustrial muy competitiva, que remunera bien a sus empleados. Sin embargo, como vemos, la mejora en la rentabilidad del sector agropecuario, no derrama tampoco en salarios, particularmente si además incluimos la alta cuota de informalidad que se verifica en las faenas agropecuarias, donde desde ya, la contraprestación del trabajador es inferior aún a lo convenido.

Finalmente digamos que, a nivel datos reales, el sector es actualmente el mayor generador de DIVISAS, pues en efecto, sumando las ventas al exterior del subsector oleaginoso con el 33,9% con el 17,9 del rubro cerealero, obtenemos un volumen que supera el 50% de las exportaciones del país, y esta realidad funda su poder desestabilizador.

Paradójicamente, sin embargo, esta fracción de la actividad económica, no es el que más aporta en la economía en términos TRIBUTARIOS. Sus propias cifras dan cuenta que aportan apenas $1 de cada $9 de la recaudación tributaria.

Colocando cada pieza en su lugar

El sector agropecuario, no solo es un eficiente proveedor de materias primas, sino que, como productor de alimentos, es clave para la vida de la población, pero esa condición no habilita a sus líderes y actores a fijar los precios internacionales en el mercado interno, haciendo caso omiso a sus costos en pesos (salarios, combustibles, maquinarias y servicios) o, a las formidables mejoras en su rentabilidad que han tenido y sostienen estos últimos años. Mucho menos, a fijar el derrotero del país. El Estado argentino, con recursos públicos (de todos) ha socorrido a la actividad y al patrimonio del sector siempre, ante toda contingencia, desastre natural o insolvencia financiera. El mismo Estado es el que tiene que limitar sus beneficios, buscando el equilibrio del conjunto. El país lo construimos entre todos. Los que más reciben, más deben dar.

Por otra parte, debe admitirse que, mas allá de la tradición peronista de la valorización del mercado interno, esto es una herramienta para crecer, sofisticarse en productos y calidad para ofrecer progresiva y sostenidamente al mundo. La mejora del ingreso per cápita se logra más allá del reducido mercado interno. Pero para ello, la exportación de commodities sin regulación es insostenible en el tiempo, porque los recursos son finitos, y ello atenta contra la «sustentabilidad» del país. La exportación de valor agregado (en gran parte intangible) no está sujeta a esa restricción. Ello requiere atención gubernamental y fomento estatal.

El imperativo pasa por enriquecer la matriz productiva, que a la larga proveerá de otra fuente genuina de divisas, relativizando el poder de la élite agropecuaria y del complejo agroindustrial exportador. Con ello también, además de disponer de capitales para permitir el despliegue industrial, se podrá atender las demandas del consumo y ahorro de la sociedad.

Concluyendo

Por carecer de un proyecto de Nación consensuado, o por no trabajar en forma consistente y coordinada en él, la evolución del PBI de Argentina en las últimas décadas se parece mucho al derrotero de Sísifo. La esperanza es que, a diferencia del astuto rey de Corinto, el liberarnos de la pesada piedra y llegar a la cumbre y permanecer (rompiendo la condena), depende fundamentalmente de las mayorías populares para cortar el ciclo de ilusión y desencanto, que se repite una y otra vez.

Sísifo

Toda la sociedad debe tener en claro hacia dónde vamos como país y cómo llegaremos a la meta. La dirigencia política, económica y social debe acordar el cómo, de lo contrario, la meta seguirá siendo un sueño inalcanzable. Por eso, lo primero que hay que definir y comunicar es la meta.

La potenciación que el gobierno imprime actualmente a los sectores exportadores primarios (agropecuario, el minero y el hidrocarburífero) debe servir para procurar capitales [lo que implica su CONTROL efectivo] para encarar un plan de desarrollo que mejore las capacidades industriales, de manera que se reduzcan sus demandas de importaciones y, al mismo tiempo, potencie los sectores exportadores capaces de producir divisas, como el sector agrícola, pero con mucho más valor agregado.

En definitiva, es necesario construir un proyecto nacional consensuado que acompañe los ciclos electorales y que, a pesar de todas las incertidumbres políticas, sea el faro que guíe el rumbo. A partir de ahí, definir qué estrategias y acciones son necesarias para alcanzar los objetivos. El cambio cíclico de objetivos y políticas centrales (apertura o cierre de la economía, atracción o expulsión de capitales, privatización o nacionalización, etc.) crea una situación similar a la de Sísifo.