Canibalismo capitalista: La última etapa (parte II)

Por: Roberto Candelaresi

Re introducción

En la primera parte de este ensayo, planteamos algunas descripciones e ideas para tratar de dar cuenta de la gran crisis por la que atraviesa la humanidad, que, a nuestra visión, se funda en el sistema de poder que hoy organiza el mundo, que denominamos Capitalismo. Ciertamente, con esa sentencia, aclaramos que de lo que hablamos trasciende por lejos un mero sistema económico basado en la explotación de la fuerza de trabajo y en la producción con fines de lucro, bajo las leyes del mercado y de la propiedad privada, etc., como históricamente – y, por tanto; clásicamente – se lo caracterizó.

Respecto a la “crisis” aguda que se expande por la humanidad, y que referenciamos en la primera sección del trabajo, digamos que aplicamos el concepto entendiéndolo como que nuestra civilización, por efectos –entre otros– de la globalización, enfrenta una coyuntura de mutaciones en varios aspectos de una realidad organizada que vivió el mundo por doscientos años, hasta incluso durante la guerra fría, pero que, a partir de la implantación en gran parte del globo del neoliberalismo con su prédica y praxis fundamentalmente individualista, anti estatista y libremercadista, se tornó estructuralmente inestable, sujeta una evolución por ahora incierta

Cambios profundos y de consecuencias importantes se han producido en el reparto del poder mundial en los últimos 50 años, con una proporcionalmente inédita concentración de recursos y capital en pocas élites dentro de las naciones.

Vemos en muchos países – incluso en aquellos llamados “del primer mundo” –, un estado temporal de agitación, trastorno o desorganización, en el que los gobiernos se ven desbordados a la hora de afrontar los problemas. Y en cuanto a los sectores sociales activos, perciben que los métodos que utilizaban usualmente para afrontar problemas no son suficientes, por lo que experimentan inadaptación e insatisfacción. En el nivel político, esto produce inestabilidad.

Las masas comienzan a experimentar situaciones de carestía y/o escasez, no solo por o con la coyuntura de las guerras, sino que advierten el retroceso progresivo en la apropiación de las riquezas de los últimos 30 años, como un estándar instalado para la clase trabajadora, por lo que valorizan la nueva realidad como producto de un cambio negativo, una situación complicada, difícil e inestable. Esto despierta algunas conciencias.

Léase también: “Canibalismo capitalista: La última etapa (parte I)”

En los gobiernos de derecha “de nuevo cuño” proliferando en distintas regiones, y que han accedido al poder legítimamente, proponen y llevan a cabo cambios bruscos o modificaciones importantes en el entramado legal, laboral, financiero, que tienen un doble efecto: sus consecuencias pueden ser tanto física (impacto en la realidad concreta de los procesos y relaciones sociales), como simbólica, pues va condicionando la “mentalidad” (o mindset), entendida como el conjunto de pensamientos y creencias que determinan el modo que se vive la vida de los sujetos, cuya mayoría cede paulatinamente ante el nuevo sentido común

Aunque algunos cientistas nos han advertido acerca de cambios críticos produciéndose o avecinándose en el sistema mundo, esa “previsibilidad” no deja de tener siempre algún grado de incertidumbre en cuanto a su reversibilidad o grado de profundidad. Eso se traduce en stress y angustia en las mayorías populares

En términos teóricos, si los cambios son profundos, súbitos y violentos, y sobre todo traen consecuencias trascendentales (por ejemplo, hechos medioambientales de gran escala), van más allá de una crisis y se pueden denominar revolución. Pero los cambios traumáticos que vive el mundo, y la situación social inestable y peligrosa en lo político, económico, militar, etc. que se experimenta, indica que el sentido de tal revolución no es precisamente de abajo hacia arriba, sino propiciada e impuesta desde arriba hacia abajo, por los detentores del poder y el capital (que suelen coincidir), y que han producido consecuentemente más desigualdad, precarización y mengua de poder adquisitivo de trabajadores. 

Las herramientas del intelecto ante las crisis

Etimológicamente la palabra crisis viene de griego “krisis” y a su vez este del verbo “krinein” que equivale a separar o decidir; este es un vocablo que en nuestro idioma posee varios significados, uno de ellos lo entiende como cruce de caminos (krino). Tomando esta acepción, nos ideamos que estar en crisis implica que vivo en una situación conflictiva, un desequilibrio que supone una elección. La crisis siempre hace alusión a ruptura y a cambio.

Ante toda situación anómala, una mutación considerable de esa “patología”, puede derivar tanto en un agravamiento como en una mejoría. Depende de la voluntad de los actores de las mayorías populares conducir el proceso crítico hacia lo positivo. 

Desde la órbita científica, si estamos frente a algo que se rompe, es menester analizarlo. De allí que el término crítica que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y de allí también criterio que es razonamiento adecuado. La crisis entonces, nos obliga a pensar, por tanto, produce análisis y reflexión.

Hace poco que se reincorporó en las corrientes de pensamiento crítico (especialmente anglosajón), y tal vez motivado por la crisis civilizatoria que ya todos advierten, la discusión sobre el capitalismo. Durante décadas –coincidente con el neoliberalismo–, hubo una suerte de amnesia social, consecuentemente, académicos y activistas practicaron sofisticados análisis del discurso económico y social sin una visión de amplio espectro; antropológica, psicológica, comunicacional. Es decir, sin renovar concepciones más inclusivas de los fenómenos civilizatorios (género, poscolonialismo, ecológico, etc.) que producen crisis en el capitalismo, y, por tanto, adecuadas a la interpretación de nuestra época.

¿Estamos en el horno?

La teórica crítica norteamericana profesora Nancy Fraser, Filósofa Política y autora, tiene una visión lúcida sobre la crisis general del sistema en que vivimos a nivel global, y también una idea entusiasta de una alternativa contrahegemónica en la alianza entre las luchas por la emancipación que pueda poner un límite a la voracidad caníbal del capitalismo actual. Apelamos a su sabiduría para redondear nuestro tema.

En su obra “El Capitalismo caníbal” (Ed. Siglo XXI), desentraña las múltiples dimensiones en las que este orden social está fagocitando cualquier posibilidad de reproducir otra cosa que no sea la barbarie, esto es; devorando la democracia, las actividades del cuidado y al planeta mismo. Por entender que hasta ahora la mirada intelectual ha sido estrecha (y engañosa), propone ampliar el modelo teórico y en su análisis desarrolla una teoría del capitalismo modelo siglo XXI.   Presenta una noción ampliada del capital como forma de sociedad y revela los ingredientes extraeconómicos que, lejos de ser marginales, son su condición de posibilidad. 

En su análisis dice que para expandirse el sistema (capitalista) canibaliza zonas enteras que no están mercantilizadas y que por eso quedan fuera del cuadro. Esto es entre otros elementos, lo que ‘expropia’ de la naturaleza sin casi pagar por ello, riquezas como el aire respirable, tierras cultivables, agua potable) y a los pueblos sometidos y racializados de las periferias; múltiples formas de cuidado, subvaluadas (cuando no negadas por completo) y en general a cargo de mujeres; bienes y poderes públicos, que proveen infraestructura material y jurídica que el capital necesita para funcionar, y a la vez socava todo lo posible; la energía y la creatividad de los trabajadores.

Nancy Fraser

Esas formas de riqueza, son precondiciones esenciales para las utilidades y las ganancias de las empresas, como que son soportes vitales de la acumulación en el orden capitalista, y apenas constituyen focos de conflictos, porque cada vez más gente toma conciencia de la depredación y de los abusos de aquellas cosas que nunca estuvieron monetizadas.

Ese capitalismo caníbal (porque devora bases sociales, naturales y políticas de las que depende), no se lo puede analizar y, mucho menos desplegar una estrategia de oposición, con un reduccionismo economicista. La visión para enfocarlo debe ser amplia, superadora de análisis y propuestas contrahegemónicas sesgados.

Diagnóstico, Hipótesis y Tesis de Nancy Fraser 

A partir de la enumeración de ciertas amenazas inminentes y “desgracias” concretas que padecen las grandes mayorías de la sociedad actual, en la que incluye temas como: deuda agobiante, precariedad laboral, formas de sustento asediadas por los Estados; servicios deficientes, infraestructuras derruidas, pandemias, climas extremos, etc., concluye que las soluciones a ellas, están bloqueadas por disfunciones políticas.

Es fácil intuir que el culpable identificado en su diagnóstico, es el sistema social que condujo a la humanidad a esta encrucijada. Lo del canibalismo pretende significar lo depredadora que resulta la clase capitalista. Pero como señala la Dra. Fraser, el término también tiene un significado más abstracto, que capta una verdad más profunda acerca de nuestra sociedad.  

En efecto, la economía capitalista consume de ámbitos no económicos del sistema, tales como: familias y comunidades, hábitats y ecosistemas, capacidades estatales y poderes públicos, o sea, priva de recursos a otros para crear o sustentar a lo propio, consume hasta saciarse de esas sustancias.  El capital atrae a su órbita riqueza natural y social que toma de zonas periféricas del sistema mundial. A tal punto, que la sociedad capitalista puede verse como un frenesí alimentario institucionalizado, cuyo plato principal somos nosotros. 

Fraser aborda diversas dimensiones que permiten ampliar la comprensión del capitalismo: el “racismo estructural”; la invisibilización de cierta reproducción social; el saqueo y degradación ambiental y la creciente inclinación autoritaria de los regímenes políticos en todo el planeta. Es decir, a contramano de muchas tendencias actuales en las ciencias sociales, que tienden a abordar cada una de las dimensiones problematizadas de manera aislada, y sin conexión con el fenómeno totalizador que la autora centraliza: el Orden Social del Capitalismo.

A modo de ejemplo, decimos junto a la autora, que bajo el régimen capitalista financiarizado de la actualidad, la expropiación / explotación tuvo una gran expansión. Gran parte de la explotación manufacturera se trasladó a la periferia, donde siguen teniendo lugar también procesos de expropiación en escala creciente. La deuda juega en estos procesos un rol central.

En el “centro” pero mucho más en la periferia del sistema (Latinoamérica, por ejemplo) el trabajo precario de bajo salario reemplaza al trabajo industrial sindicalizado, tanto que los costos de su sostenimiento a veces supera sus posibilidades materiales. Como pasa en Argentina hoy, que aún salarios de empleos formales (en blanco), no alcanzan el índice de la canasta de subsistencia. Muchos asalariados dependen de distintos mecanismos de endeudamiento para sostenerse. Tenemos entonces, una nueva figura, formalmente libre, pero agudamente vulnerable: el ciudadano-trabajador expropiado y explotado. Y ello, se está constituyendo en norma en todo el mundo capitalista (Norte o Sur).

Respecto a las actividades o “trabajos de cuidado”, tales como la crianza de las nuevas generaciones hasta encargarse de las personas adultas mayores, el trabajo doméstico en el hogar y la educación, tan necesarias para producir y mantener lazos sociales, la economía capitalista no les otorga ningún valor monetario y los trata como si fueran gratuitos.

Concluyendo

Desde lo intelectual, se debe explorar, describir y conceptualizar todas las canibalizaciones existentes en las relaciones de explotación, que en las últimas décadas estuvieron marcadas por la ofensiva del capital sobre el trabajo para imponer nuevas rondas de flexibilización, apelando a la mundialización para “arbitrar” entre las clases trabajadoras de los distintos países, estimulando las divisiones y nacionalismos, y más recientemente, apelando a los fantasmas de la automatización generalizada como mecanismo para imponer más disciplina.

En resumida cuenta; la alternativa que la academia puede aportar como propuesta de solución a esta crisis, no puede tener por finalidad reorganizar tan solo el sistema económico.  Debe explicar el todo entendiendo el sistema en su vinculación con todas las formas de riqueza que hoy canibaliza, para poder pensar como reorganizar esas relaciones. Lo que debe reinventarse, por lo tanto, es la relación entre producción y reproducción, entre poder privado y público, entre sociedad humana y naturaleza no humana.  

Traduciendo lo antedicho en el terreno “Operativo”, parecería que, si se decide por combatir con eficacia este sistema voraz y autodestructivo, no son suficientes las luchas sectoriales para poner límites en determinadas esferas. Cuestionar la voracidad del sistema y lograr algunos frenos sin producir una alternativa integral, no es eficaz en tanto que las conquistas parciales estarán continuamente amenazadas y serán efímeras o a lo sumo vulnerables. Por otra parte, la crisis exacerbada en todos los órdenes torna fútil las salidas que no ataquen la raíz del canibalismo del sistema.

Se requiere de un proyecto articulador de todas las luchas sectoriales, amplio y de carácter emancipador y contrahegemónico de transformación, que ayude a coordinar a los actores disidentes, movimientos sociales, sindicatos, partidos políticos y otros agentes colectivos. 

En definitiva; una sociedad postcapitalista con contradicciones resueltas, y ese objetivo solo lo pueden alcanzar las sociedades movilizadas y políticamente bien conducidas. Toda una gesta.