El Peronismo en retirada

Por: Roberto Candelaresi

Introito

La sociedad argentina, acaba de dar un claro veredicto mayoritario; el sistema político que nos rigió en los últimos –al menos– quince años, fue ineficaz para satisfacer las demandas populares de recuperar un bienestar que alguna vez las mayorías gozaron, ni fue capaz de ofrecer una utopía de venturoso destino para las nuevas generaciones.

La percepción de que la dirigencia política (y de otras órbitas), ya no lidera hacia un camino de bonanza generalizada, sino que solo atiende sus propios intereses, y por tanto, parasita el conjunto del pueblo, se popularizó, y esto permitió a un outsider del sistema, que emergió denostando a la “casta política” como resposable absoluta de todos los males sociales, acaparar tanta atención primero, y apoyo después.

La génesis de la ‘dirigencia emergente’ enraiza con la bronca que despertó todo el periodo de cierre pandémico, cuarentena necesaria sanitariamente hablando, pero aplicada con algun criterio cerril o exagerado, al menos así visto de parte de muchos particulares, que significó la visión del Estado como represor y hasta totalitario. Las demandas de “Libertad” y “liberalización” que comenzaba a destilar ira, fue hábilmente conducida a través de las redes sociales, por personajes “libertarios” conocidos como influencers, que atrajeron para sí la atención de amplios sectores, casi en un rol de “héroes”, acumulando seguidores en modo geométrico, tal el caso de Javier Milei. 

El ordenamiento de la circulación social, con acotadas restricciones, tan necesario para prevenir la difusión de la peste, no fue tal vez bien comunicada, y la sensacion de muchos rincones del interior, donde las reglas fueron homegénamente aplicadas, siendo que los ambientes y condiciones diferían tanto de las grandes concentraciones urbanas, dejó una sensación de “abuso de poder”, o al menos, de desconsideración a las diversidades por parte de las autoridades. Y, dado que naturalmente, las medidas formaban parte de la política de emergencia sanitaria de nivel nacional, por lo que las miradas críticas se posaron en el Ejecutivo de la capital federal, más que en las autoridades de aplicación jurisdiccionales (que a su vez establecían los protocolos locales).

Para alguien “de a pie”, siempre las autoridades del más alto nivel, serán vistas como de «otra clase», y sus decisiones, toda vez que afecten derechos naturales (como el de circular, o trabajar), como arbitrarias o abusivas.

En aquella realidad, el gobierno de la coalición peronista trataba de dar una imagen de seguridad de rumbos en el timón, que al poco de andar, se conoció como mascarada, dado las diferencias de metas y estrategias entre sus máximos conductores –ostensiblemente entre el presidente Alberto Fernández y la vice Cristina F. de Kirchner–, pero terciando en algunas oportunidades otras figuras de peso, como el reciente vencido candidato Sergio Massa y el ex jefe de bancada Máximo Kirchner. 

Este estado de cosas prohijó la creación de un proceso social y político, de disconformes y desconfiados en el poder, formado fundamentalmente por jóvenes y bajo una pulsión libertaria generalizada, que ya en 2021 se manifiesta claramente en las elecciones de medio término, plasmando en las urnas, una corriente política que llevaría al propio Milei y otros adláteres a ocupar bancas legislativas, en varios distritos del país. 

Respecto al oficialismo de esta etapa, la gobernabilidad estuvo en crisis gran parte del mandato de A.F., ello afectó también a algunos de sus aliados, que gobernando en el interior, perdieron sus mandatos a manos de opositores, este mismo año. Los dirigentes ‘exitosos’, vienen en un franco repliegue, y son, en su mayoría, fieles a la «corriente kirchnerista» del peronismo. Esa situación a su vez, es el reflejo de la derrota en la batalla cultural frente a la sociedad. Tema que abundaremos luego. ¿Década ganada o década perdida?. That is the question.

El fracaso de la estrategia peronista

El votante por la economía, acosado por la inflación y la pobreza, fue subestimado en la convicción de que el voto “en defensa de la democracia”, exhortación paternalista, apagaría la crisis vivencial de una gran parte de la sociedad. El “miedo a” no fue superior a la “esperanza de un cambio” positivo. Algunos dicen el peronismo habló con la democracia y la sociedad le contestó con la crisis.

La sociedad cambió, a diferencia del peronismo, que al menos en su clase dirigente, no fue capaz de transformaciones en la macroeconomía, y eso se entiende en los sectores populares como que los políticos siguen siendo los privilegiados, sin ganarse las prerrogativas de clase, tal como batían desde la oposición.

La percepción mayoritaria fue de que la élite (de salvados) de todos los partidos tradicionales, se resisten al cambio de régimen porque el statu quo los favorece. Por ello, sin argumentos concretos de cambio, no funcionó el “plebiscito a la democracia”, las condiciones materiales y la falta de expectativas se impusieron.

La movilidad ascendente que tan orgullosamente exhibe la historia del peronismo, y reivindicada en la campaña, está desconectada del ideal de progreso actual. La percepción de hoy, luego de 40 años de neoliberalismo, está más vinculada a lo privado, al progreso individual; del hospital público a la obra social, de la obra social a la prepaga.

En el orden de la ética, el progresismo que tiñe al peronismo actual, a veces lleva a confundir la defensa de los derechos humanos, y desde ya, el rechazo a las torturas, asesinatos y robos de niños de gran parte de la población, con la consideración altamente debatible de los proyectos políticos de Montoneros , o ERP, que a veces se reivindica desde el oficialismo, aunque sea oficiosa o parcialmente. Esa argumentación debilita la posición pura de la defensa de derechos. Y esto último tiene especial trascendencia, toda vez que las mayorías hoy son integradas por generaciones que no tienen lazos directos ni mucho menos viviencia con la tragedia procesista, y son por tanto, más susceptibles de aceptar argumentos que construyen un nuevo consenso, uno de “equilibrio” para lo histórico.

En definitiva, la elección se pudo ver como una competencia contra el pasado, mientras el peronismo planteó el repudio al pasado autoritario (dictatorial) que reivindicaron Milei-Villarruel, los libertarios rechazaron la recesión económica prolongada provocada por la casta, según su discurso.

Esfuerzo massista

Massa construyó una campaña posible -robusta por cierto- casi en soledad, pero apelando a sus numerosos contactos en diversas esferas, que transformó en aliados y soportes de su proselitismo. Al final, logró unificar tras de sí, a todas las huestes concurrentes a la alianza gobernante.

Hoy sabemos que el libertarianismo efectivamente dividió la oposición (tal las esperanzas del peronismo), y por tanto, dejó vulnerable a Juntos por el Cambio que tuvo –por imperio de los votos de primera vuelta– que resignar su postulación a confrontar con el oficialismo, siendo relegado como espectador de la lid de última instancia, sin embargo, prontamente sus máximos referentes [Macri /Bullrich] se aliaron con el fenómeno de época, y, resultaron exitosos al aportar decisivos votos a “La Libertad avanza” para su victoria, desplazando el supuesto “temor” que la sociedad percibiría ante el dogmático e inexperto libertario. Presunción que probó elocuentemente ser falsa por la sobrecogedora mayoría electoral expresada en las urnas. Dicho lo cual, no está aún claro, es si se cumplirán la expectativas del macrismo de cogobernar con el ungido.

Massa a su vez, intentó reunificar a las expresiones filoperonistas del Frente de Todos, logrando el encolumnamiento, pero licuó su capital al quedar adherido a un estilo de gestión que parece ser solo para la contención de crisis, sin explicitar un nuevo corpus de ideas. La derrota abre a su vez una crisis (como es de rigor en toda post-capitulación) en el seno del movimiento peronista, que, por un lado impondrá una (necesaria) renovación dirigencial, y por otra, una confrontación de proyectos políticos (ideas y estilos), que previsiblemente tendrá como referentes, al kirchnerismo bonaerense guiado por A. Kicillof, y, al peronismo federal liderado por el cordobesismo de Llaryora.

En cuanto a Juntos por el Cambio, la fractura se hará progresivamente manifiesta y sufrirá desgajamientos de sectores radicales, centro moderados Larretistas, la Coalisión Cívica, y tal vez algunos otrora aliados más. El macrismo puro [expresado con la candidatura de Bullrich] en tanto se fortalecerá, como aliado necesario y estratégico del nuevo gobierno.

En esa menguada coalición del Cambio [aunque Milei demostró haberse apropiado finalmente del “Cambio”], la figura de Mauricio Macri vuelve a crecer, pero conllevando todo el riesgo de un nuevo fracaso liberal [libertario].

Mirando desde el interior

Milei fue percibido desde las capitales del interior y el hinterland, como un verdadero outsider de la política, confrontando con la elite del AMBA (Capital y la 3ª sección electoral), esa ‘minoría selecta o rectora’ porteña, a la que históricamente atribuyen la desatención de sus males o la incomprensión de sus problemas. 

Una sensación que tratan de inculcar con ahínco en la población, muchas fuerzas políticas locales o regionales, muchas veces como estrategia de des-responsabilización. Por tanto, quien confronta con aquella casta ‘unitaria’, pasa a ser poco menos que un audaz héroe.   

Interpretando el resultado

Desde un plano de superestructura político-partidaria, el voto bronca de la Libertad Avanza se sumó al voto antiperonista de Juntos por el Cambio. Si observamos desde abajo, una sociedad con un grado de saturación con el estado actual de cosas, expresó su hartazgo castigando al gobierno.

Se plasmó en el voto, decisivamente entendemos, una mentalidad de nueva estructura social, pues comenzando en el menemato, ya mutó a un mundo nuevo con desigualdades superpuestas, emprendedorismo popular y digitalidad omnipresente.

La mala situación económica de muchos (la mitad de la población tal vez), acumula bronca y frustración cotidianamente. La pobreza y la alta inflación también definen en toda elección una suerte de plebiscito sobre el gobierno, en ese sentido, el oficialismo contó con pocas chances. Primó el deseo de reseteo, lo diferente a la política tradicional. El repudio a las élites ‘galácticas’.

Frente a la frustración del gobierno popular no solucionando los problemas macros, el anti progresismo es una tendencia en ascenso. Lo popular fue perdiendo su reflejo cultural de integración e igualitarismo centenario, y cada vez se asemeja a las sociedades oligarquizadas de Latinoamérica.  

La formidable tarea de formar Gobierno

Con un propósito ‘refundacional’; implantar un liberalismo dogmático nuevamente en Argentina, lo es, Javier Milei deberá conformar un equipo idóneo para ejecutar o liderar esas reformas. Se deberá nutrir su administración de funcionarios con capacidades técnicas y políticas, para ocupar las posiciones estratégicas del Estado. Se dice que para contar con un dispositivo gubernamental completo, se requieren al menos 5.000 profesionales leales al proyecto. 

Una nueva formación política como la “Libertad …” desde luego no cuenta con esa dotación, por ello se hace imprescindible la cooptación de liberales dispersos y recibir ayuda de su nuevo padrino político, con sus cuadros del PRO o UCR que ya no son aprendices, como lo fueron al inicio de su propia experiencia de gobierno.

El activismo gubernamental es imperativo para concretar reformas (incluso las pro-mercado), pero más que legiones de funcionarios aptos para implementarlas, también se requiere capacidad e inteligencia política para negociar el desarrollo de las mismas siendo estructurales, y para que el marco sea de estabilización en la economía.

Conclusiones

La gran incógnita es, como enfrentará la imposición de un nuevo paradigma (que le es antitético), el peronismo [en sus distintas versiones], de confrontación?, de negociación para control de ‘daños’? o como vetador serial?. Qué estrategias desplegará en el terreno de la batalla cultural, para sostener vivo el ideario y la llama encendida de muchos actores sociales y políticos del progresismo y del campo nacional.

Por de pronto, al menos superficialmente, hay una ruptura entre la sociedad civil y la antigua clase dirigente [política, económica, cultural, etc.]. El cambio se expresó apoyando a quien dice repudiarla, y propenso a hacerle “pagar los costos”. ¿Cuánto tiempo dispondrá para sostener inmaculada su propuesta de la inevitable  contaminación? Y cuánto tiempo le concederá la ‘patria sublevada’ hasta palpar sus «mejoras».

La racionalidad que demanda este proceso es alternativa. Desde ya un asunto central será la futura gobernabilidad, considerando las altas demandas reprimidas, la ansiedad que todo cambio paradigmático representa y la escasa paciencia social por conceder un periodo de gracia razonable al nuevo gobierno.

Los actores políticos en estos primeros 40 años de recuperación democrática, respetaron siempre ciertos consensos sistémicos básicos, tales como los límites de la democracia y la convivencia pacífica. ¿Se sostendrán después de celebrar el aniversario?