Por: Joaquín Szejer
Imaginemos una perilla para subir el volumen, donde en lugar de sonido lo que se suba o baje sea el conflicto social. Si elevamos sus valores al máximo nos encontraremos probablemente al borde de una guerra civil, pero de bajarlo al mínimo el resultado será la mera administración de los recursos en una sociedad. Esto es a lo que la ciencia política (o una parte de ella) se refiere como “lo político”: La intensidad del nivel de conflictividad en una sociedad determinada.
Continuando con la nota de Microdebates del mes anterior en dónde afirmé que Alberto Fernández es el pacto social quisiera detenerme en esta ocasión en la idea de “pacto”. Las personas pactan para resolver conflictos, por tanto, el pacto en sí es una forma de bajar los niveles de politización. Esta necesidad de enfriar la politización en Argentina fue la lectura que probablemente hizo Cristina Fernández. Si adherimos a la teoría de los tercios (un tercio es peronista, un tercio es antiperonista, y un tercio se encuentra en el medio), la intención de despolitizar es una acción que busca acercar posiciones con el tercio del medio, que se muestra reacio ante los conflictos.
Es gracias a esta lectura que el macrismo decidió generar una imagen obamista de sí mismo. Con una retórica “antigrieta” logró generar la mayoría necesaria para llegar a la presidencia en el 2015. ¿Cómo esa fuerza que subió como Obama, bajó como Trump? Aquí algunas ideas.
Asumir la presidencia con el mandato de la mera administración es en sí mismo una tarea imposible. El conflicto estaba, está y estará en la sociedad. Entonces ¿Qué hacer? La respuesta que eligió el otrora oficialismo fue demonizar al grupo antagonista.
Chantal Mouffe elige el concepto de “adversario” en lugar al de “enemigo” dado que el adversario es parte del mismo juego político. El enemigo no. Al enemigo se lo puede (incluso se lo debe) eliminar. Para transformar a un adversario en un enemigo es preciso generar en este una otredad radical, expulsarlo fuera de la sociedad. La dictadura utilizaba la frase “marxismo apátrida” para hablar de los militantes-guerrilleros, con esta formulación le quitaban su identidad argentina, ellos eran un Otro total.
Ahora bien, y mal que le pese a Von Clausewitz, la política no sólo es la continuación de la guerra por otros medios, es también una transformación de las finalidades. Si la intención de la guerra es la conquista o el poder territorial, la intención de la política es la conquista del sentido común. Acá la cuestión se pone más interesante.
El macrismo que asumió apelando al tercio del centro, acercándose a él discursivamente, intentó posteriormente llevarlo hacia la derecha. Continuando con las metáforas bélicas: ganar la batalla fueron las elecciones, conquistar es que el electorado piense como vos. Para esto se precisan dos cosas: Materialidad y discurso. Cambiarle la vida a la gente de forma material, y que a la vez asuman el discurso que uno intenta transmitir. El macrismo falló en el primero, el kirchnerismo en el segundo.
Kirchnerismo y comunicación
La intención comunicacional del kirchnerismo desde el momento en que se funda como tal (entre la crisis con el campo del 2008 y el fallecimiento de Nestor Kirchner en el 2010) fue la de politizar todo, una reivindicación total de la política como medio de transformación. El ejemplo más paradojal de esto fue probablemente “678” (pero también lo encontramos en el “Futbol para Todos”). Es a este punto al que quería llegar: la politización de todo discurso político genera, necesariamente y en primera instancia, rechazo. Similar a lo que ocurría con la militancia barrial en la capital federal en donde los militantes repartían volantes en la esquina. Para ese tercio que le desagrada la politización, el militante en la esquina, 678 en la tv, o los entretiempos en FPT encarnaba el conflicto (lo político) tocándole el timbre. Siguiendo con este hilo de pensamiento, es probable que “Zamba” sea la mejor obra comunicacional de kirchnerismo, disputando el discurso de la historia desde la despolitización. Zamba es todo ideología, por eso es eficaz en su producción del sentido, en su cosmovisión del mundo.
El macrismo, por su parte, pensó en despolitizar pero ideologizar. Ir por el sentido común. Transmitir su cosmovisión del mundo por medio de referentes mediáticos, normalizar esta forma de percibir, de entender la realidad. Explicarnos a nosotros cuáles son los lentes correctos de la ideología.
Pero con el discurso no se come, no se cura (quizás si se educa), y cuándo el macrismo comenzó a hacer agua fue cuando más precisó de un enemigo,entonces volvió a politizarlo todo y pedirle a ese ciudadano despolitizado que elija entre los buenos y los malos. Así ganó Alberto Fernández.
Angustia, querido rey.
Podríamos decir que existen dos formas de concebir la lucha por el sentido común: la primera es entender que, como dicen Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, “la sociedad no existe” dado que no existe una sociedad homogénea y que gobernar es, en tal caso, intentar universalizar el pensamiento de una fracción. La segunda es expulsar a la otredad, la sociedad es una y luego están los de afuera, los otro, lo externo y entonces apelar al sentido de permanencia para volver atractiva la idea de “quedarse adentro” de la sociedad.
Esta segunda forma de concebir la disputa del sentido común es la que genera lo que en mi artículo anterior llamé “angustia democrática”. Al no poder eliminar al Otro, al tener que “tolerar” su existencia y, aún peor, que gane elecciones y subsumirme a su mandato, se produce una angustia. “El infierno son los otros” dijo alguna vez Jean Paul Sartre.
En estos días observamos la forma más explícita de esa angustia, la más pornográfica: el evidente intento de proscripción de los partidos políticos de izquierda tanto en Bolivia como en Ecuador. Al igual que ocurrió en Argentina en el periodo 1955-1972, si no se puede eliminar al enemigo la mejor alternativa es negar su existencia, fingir que no existe.
Estos actores se olvidan que, así como sucedió en nuestro país, y como anticipó Freud, todo lo reprimido retorna.