Epistocracia: Una alternativa de gobierno a la democracia

Por: Roberto Candelaresi

Introducción

Desde la literatura dedicada a la política, en particular a los trabajos de investigadores y ensayistas que detectan – y ponen en evidencia – ciertos fallos sistémicos de la democracia, que derivan en desazón y descreimiento de crecientes masas de ciudadanos hacia aquella, comenzaron a surgir en los últimos años, algunos autores defensores de la epistocracia, o algo semejante a la democracia ateniense.

Se trata de un neologismo que, etimológicamente dada su raíz griega, significaría el gobierno (Kratos) de los sabios/del saber (Episteme), vinculado a lo que históricamente se llamó «voto calificado», en el que solamente podía elegir el más capaz, el más culto, el habitante nativo, el varón, el adulto. En sustancia sostiene que en la democracia no todos los electores están preparados adecuadamente para elegir, (susceptibles de manipulación y, por ende, propiciar malos gobiernos y corrupción), a su vez, muchos de los candidatos a elegir tampoco están capacitados para gobernar.

En efecto, acompañados por unos cuantos conservadores, con el convencimiento de que la mayoría de votantes de las democracias occidentales, son ignorantes sobre cuestiones pertinentes a la política, la economía y las nuevas culturas, al menos respecto de sus conceptos y variables relevantes, cuestionan al sufragio universal igualitario, o al menos, relativizan el derecho de igualdad para la política [elegir y ser electos]. Al punto que, incluso algunos de esos críticos, pretenden que los ciudadanos debería sortear algún examen [paideia] para poder concurrir a las urnas.

Algunos pensadores, radicalizando la apuesta, han plasmado en refinados estudios de teoría política, una sentencia que se podría condensar así: «Lo malo de la democracia es que todo el mundo puede votar». Este tipo de inquietudes encuentra “solución” en el concepto de la epistocracia, remedio insinuado por Platón o John Stuart Mill hace siglos y perfeccionado por el filósofo y profesor en la Universidad de Georgetown Jason Brennan, que dio un tratamiento profundo a la cuestión en un polémico libro:  Against Democracy (Contra la democracia).

Su teoría, parte de una premisa: «En general, los votantes son unos ignorantes». En su retrato de la sociedad y usando sus propios vocablos; están los hobbits, gente desinformada que debería abstenerse por responsabilidad; los hooligans, que siguen la información política con el sesgo de quien apoya a su equipo de fútbol; y los vulcanos, que estudian la política con objetividad científica, respetan las opiniones opuestas y ajustan cuidadosamente las suyas. En síntesis, dirá: «Cuando se trata de información política, algunas personas saben mucho, la mayoría de la gente no sabe nada y mucha gente sabe menos que nada».

Un repaso a la realidad sociopolítica actual

Los ‘barómetros’ sociales realizados en diversas democracias occidentales [norte y sur por igual] confirman ciertos datos, que, en efecto, deben ser considerados preocupantes para los defensores de la democracia liberal tradicional. Por ejemplo, en casi todos los sondeos, más de la mitad de los votantes no están realmente interesados en la política. De hecho, un gran número de ciudadanos ignora el impacto de los votos en blanco en las distintas instancias comiciales, solo como ejemplo. Otro desconocimiento palmario de muchos, es que porción de legisladores se eligen, el número total de las cámaras y mucho menos, la conformación porcentual de las bancadas, que representan a esos mismos electores.

Winston Churchill, dirigente de cuño conservador y líder anti totalitario, decía: «El mejor argumento en contra de la democracia, es una conversación de cinco minutos con el votante medio».

Winston Churchill

El citado Brennan sostiene que las democracias contienen un defecto esencial, ya que, al extender el poder a todos los ciudadanos, han eliminado cualquier incentivo para que cada votante utilice su poder con criterio

El autor sentencia que el votante sabe que su decisión individual nunca resultará determinante, y que tiene tantas posibilidades de cambiar un gobierno con su elección como de ganar la lotería (sic). El riesgo que pretende señalar es que la suma de votantes sin criterio puede condenar al resto de la ciudadanía. Cada voto emitido vale igual, sea «al cara o cruz», o después de una seria deliberación, es indistinto en el resultado.

Para ese pensador y otros, «El derecho al voto te da poder sobre los demás», por lo que, en la práctica, al ser un derecho generalizado, el futuro puede estar en manos de electores irresponsables.

Alternativas

Los trabajos de J. Brennan y otros estudiosos son controvertidos por sus resultados, que cuestionan el principio “sagrado” de la participación política, pero no podemos dejar pasar que ellos están fundados en evidentes fallos sistémicos de la democracia, antes de proponer la epistocracia como alternativa.

A nivel académico, se investigan otras formas de gobierno, sin demonizar a la democracia, de la que se rescata la mayoría de sus premisas. De cualquier modo, en el ámbito intelectual están obligados a especular, ya que no se han probado ninguna de las formas de epistocracia, por más prometedoras que parezcan. Idealmente, en el sistema postulado, “los ciudadanos más competentes o con más conocimientos tienen un poco más de poder político que los ciudadanos menos competentes o con menos conocimientos”, lo que de por sí abre un cuestionamiento de elitismo, que los pensadores que abonan el ‘nuevo’ concepto deben contestar. Otra pregunta relevante debería ser, si la democracia es un obstáculo para el desarrollo, tal como algunos economicistas de la política pretenden sugerir.

Dentro del ámbito de la investigación de la ciencia política, respecto a la conducta de los votantes, se observó, que tienen una memoria de, aproximadamente, medio año. Digamos que recuerdan seis meses del pasado y piensan a seis meses vista (al menos aquellos que sí piensan sobre el futuro).

Ese dato da pie para resaltar la competencia de los partidos políticos y el eventual aprovechamiento que estos harían de esa constatación. Tengamos presente que uno de los riesgos principales a la supervivencia democrática, es la concentración de poder en un grupo de personas, una élite de un partido político, por caso, pues existe siempre la posibilidad de que aquél no se utilizase para los fines adecuados. 

Jürgen Donges, catedrático de la Universidad de Colonia, enseña que, en el pasado, la política solía anteponer los intereses de la sociedad a los de los partidos, algo que en el mundo actual ya no acontece comúnmente. La democracia se valora solo por sus resultados, y a veces, estos no son buenos, al menos para gran parte de la sociedad capitalista actual, y ello acontece básicamente porque en los oficialismos (cuando cuentan con respaldo legislativo suficiente) se suele anteponer políticas partidistas [para beneficios sectarios o apuntalar su propio poder], ante aquellas orientadas al bien común.

Jürgen Donges.

¿Como es posible que ello ocurra?, porque el respaldo de la ciudadanía que se siente identificado con los colores partidarios [votante típico], solo ampara por la sensación de pertenencias, sin preocuparse demasiado de los procesos de la gestión. Solo pretenden que el ‘partido’ gane, a veces, aun desconociendo los funcionarios que están a cargo de la administración.

El fenómeno es preocupante, pues encuestas demuestran que un elevado porcentaje de ‘partidarios’, desconoce lo que su partido defiende, las posiciones concretas frente a los asuntos públicos. Incluso puede apoyar colectivamente (inconscientemente) aquello que en lo personal rechaza, solo por desconocer la realidad de la postura del partido. Lo que evidencia una palmaria inconsistencia ideológica/situacional de respuesta ciudadana, que desdibuja las pertenencias partidarias. En cualquier caso, admitamos que hay partidos que mudan de posición a veces en forma precipitada, y se auto justifican siempre, sin admitir la reorientación de valores o rumbos. Caso menemismo dentro del Peronismo, con una mutación doctrinaria implícita, aplicando recetas neoliberales, anatematizadas por el propio Perón en su discurso (doxa) y en su praxis de gobierno. Podemos agregar el cambio de perspectiva de los republicanos en EE.UU., que de estar a favor del libre comercio tradicionalmente, pasaron a ser proteccionistas, acompañando a Trump.

Otro aspecto a considerar respecto de la separación de votantes con la realidad, es la conducta de las élites en las sociedades capitalistas actuales. Quizás como consecuencia de la globalización [liberalización de flujo de capitales, inversiones deslocalizadas del país, etc.], las élites están segregadas de la comunidad general. No hay casi interacción social, por lo que escasea el intercambio de ideas – y menos aún de valores – con estamentos medios, y ciertamente nulos con la clase trabajadora. 

Esta realidad contribuye a una desconfianza mutua, en la que quienes no pertenecen a la élite piensan que quienes son los gestores no se preocupan por ellos. En resumen, en muchos sectores sociales la política está desacreditada, o, ya no se espera que funcione para la mayoría, lo que lleva a una pérdida de respeto hacia ella. Gran parte de la población piensa que el poder ejerce presión, pero no cree que los políticos que están detrás, promuevan los intereses generales, sino sus intereses personales.

La democracia está exigida para responder a las necesidades urgentes de la sociedad, y, sin embargo, a veces, las soluciones se traban en largos procesos legislativos o simplemente se retrasan innovaciones en beneficio del bien común. La población resiente ese déficit.

No siempre la lentitud de procesar normas se debe atribuir al juego político de la toma y daca, o del mero obstruccionismo que practican algunas bancadas. Muchos legisladores recurren a expertos externos para salvar su falta de conocimiento en diversas áreas, a la hora de procesar regulaciones. Es acá donde el sector privado también que, muchas veces, influyen o determinan reglamentaciones que luego podrán ellos mismos usufructuar desde la actividad privada, a la que prontamente volverán después de su paso por el gobierno. El fenómeno de «las puertas giratorias» de funcionarios/CEO.

Otra interesante cuestión emerge cuando los gobiernos convocan a referéndums para ciertas decisiones. En principio, las decisiones populares serían las bases de la democracia, pero la crítica más contundente, es que las consultas populares son para transformar un tema muy complejo en una respuesta de sí o no. Algo complicado, se convierte a opción binaria [sí o no].

Desde las ciencias sociales sabemos que las respuestas de los ciudadanos, suelen estar condicionadas por la formulación de las preguntas. De allí que es tan importante el uso de qué palabras causan ciertos efectos en los receptores, y los políticos desarrollan este arte de estudiar palabras para lograr ciertos resultados. Incluso, un referéndum puede inducir o disparar un gran cambio social, sin que los ciudadanos hayan comprendido cabalmente el sentido de lo preguntado a decidir, y los políticos así, no se responsabilizan de los resultados.

Para toda innovación (cualquiera sea el área de incumbencia) se deben tener datos completos, conocer las variables que inciden en lo problematizado, y un mínimo de comprensión sobre el asunto tratado. Las percepciones distorsionadas de vastos sectores suelen estar presente en todas las sociedades, y los resultados de sus elecciones, necesariamente no se ajustarán a lo óptimo.

A propósito de discernimiento deformado, en nuestra civilización occidental, se observa la emergencia y el crecimiento de partidos radicales, generando o, aumentando – si ya existía – la polarización.

Cuando las personas se polarizan, tienden a ver a los demás como diferentes y piensan que no pueden llegar a acuerdos ni confiar en ellos. Esto es muy peligroso, porque es donde surgen divisiones y hasta fracturas sociales que, en algunos casos a lo largo de la historia, han desembocado en guerras civiles. Esta desconfianza general está en el origen de procesos como de desobediencia civil que algunos políticos irresponsables suelen alentar circunstancialmente.

La Epistocracia en su concepto actual

Las ideas de clásicos como Platón ponderando con su visión clasista las virtudes de la aristocracia (gobierno de los mejores) por encima de la democracia, o, John Stuart Mills, que abogada por dar mayor número de votos a unos frente a otros, aunque hoy resulten impracticables, están conectadas a la nueva noción.

La idea técnicamente es persistir con el voto universal, en principio. Pero para permitir sufragar a todos lo que quieran hacerlo, deberán A)- aportar datos personales que lo ubiquen socioeconómicamente. B)- responder un cuestionario de conocimientos políticos básicos y C)- declarar que es lo que pretenden o anhelan en el futuro inmediato. La data es para ser procesada y simular estadísticamente las verdaderas preferencias de la población. Para ejecutar las políticas resultantes seleccionadas a toda la ‘demografía’. Los cientistas políticos usan el método para conocer como afecta la información a las políticas, y como influyen ciertas legislaciones según las preferencias religiosas, morales o filosóficas de la ciudadanía.

Estas ideas de suplantar a la democracia, por un método supuestamente superador, con este tipo de epistocracia, están en un esfuerzo de difusión, al menos para que la gente reflexione sobre ella, o la conozcan masivamente. Por ahora circulan entre cierta “intelligentsia” (élites ilustradas), pero con pretensiones de filtrarse al resto de la población.

El problema en las bases

Un axioma de las Ciencias Sociales, es que una persona con poder se deshumaniza y pierde la conexión con los demás. El más informado siempre rompe la igualdad de poder que – supuestamente – todos tenemos.

Las personas tienden a pensar que los de otros partidos son estúpidos y malos, y que la razón siempre le asiste. Lo mismo pasa con los grupos, se cree que, al estar la razón de su lado, los que no adhieren a “mi” grupo, a mi parcialidad, son resentidos por el odio o son absolutamente imbéciles. Poca humanidad, ¿verdad? Y tampoco igualdad. Pero todo esto parece confirmar las tendencias empíricas sostenidas y sistémicas relevadas por la Ciencia Política: La ignorancia y desinformación del votante medio, hace que apoye medidas políticas y candidatos que no apoyaría si estuviera mejor informado.

Conclusión

EL descontento con la democracia es antiguo, pero parece estar cobrando renovado impulso durante los últimos años. No es casualidad, en este sentido, que paralelamente el pensamiento epistocrático haya ganado relevancia en el ámbito de la teoría política. Como sostiene Jason Brennan: “en filosofía política, la epistocracia ha resurgido como el principal contendiente al trono de la democracia. En años recientes, Platón ha regresado”.

Constatado empíricamente y en forma robusta en los análisis globales de estrategias y políticas públicas, la dirigencia política en las democracias actuales, no siempre tiene las luces encendidas o dominan el arte de la conducción. Por otra parte, se verifica con cierta regularidad, que la irracionalidad y la ignorancia del votante conspiran contra la posibilidad de considerar el proceso democrático como tendiente a generar buenos resultados. Ello explicaría el despliegue de alternativas epistocráticas como “remedio” a esas imperfecciones de la democracia.

Podemos cerrar esta breve presentación a la noción de EPISTOCRACIA que nos ocupa, formulando algunas críticas, a la luz de las opiniones expresadas por los políticos y dirigentes que la propugnan como superación a la democracia. 

Primeramente, resaltamos el espíritu elitista (e individualista) que la inspira, su consecuente tendencia a minimizar los aspectos sociales o contextuales que son directamente relevantes para que la sociedad sea capaz de dar soluciones consensuadas a sus problemas. Subestiman la dimensión sistémica de las relaciones humanas (entramado de prácticas sociales en interacción) frente a la perspectiva individual. Si la DEMOCRACIA necesita un rediseño institucional tal como pensamos, para aggiornarla a las actuales condiciones y amenazas al bienestar humano, las reformas no pueden ser bloqueadas por sesgos ideológicos o agendas políticas parciales.  

Cierre 

Estas teorías críticas, a las que suelen adherir desde el conservadorismo más rancio hasta los libertarios “descastados”, son de propuestas indeseables (desde una visión democrática) e impracticables. Pero contienen un argumento moral que sí puede (y debe) sostenerse: la necesidad de que el ciudadano se tome en serio un derecho que ha costado mucho universalizar, el de decidir tomándose en serio a sí mismo. Para ello, no solo debe expresarse en el sufragio como identidad o expresión del momento, sino asumir su responsabilidad de informarse y conocer los asuntos públicos. Todos deben saber (ser conscientes de) las consecuencias de su voto.

Criticamos también, las fórmulas que pretenden “mejorar” la lógica del voto, aplicando principios totalitarios (aunque se oculten en el discurso), pues conceder mayores votos a ciertos ciudadanos por su conocimiento, o vetar leyes aprobadas por consejos “competentes”, y directamente repudiamos aquellas propuestas de ponderar decisiones populares mediante el uso de I.A. aplicada en las encuestas que se “proyectan”. ¿Quién decide la “buena información”? ¿Quién elegiría a los ‘electores’? en definitiva, aún que un criterio sea justo y razonable … ¿Quién lo califica como óptimo?

Sospechamos una actitud paternalista en estas propuestas. Se vulnera claramente la igualdad. La Epistocracia esconde un temor a la multitud, una aversión a la democracia pura. Cada actor conoce donde le aprieta SU zapato, mejor que cualquier otro, por más informado que sea. Por lógica, el superior conocimiento de unos pocos sólo puede servir como justificación política si resulta aceptable para todos los puntos de vista atendibles, que no reconocemos sea factible en una sociedad tan compleja como la posindustrial.

Por eso reivindicamos el axioma de que nada supera la deliberación entre iguales para arribar a las mejores soluciones, al menos la autoridad y la legitimidad de las decisiones por ser las más adecuadas se sostienen como valor inmarcesible. La obligación y responsabilidad de TODOS los ciudadanos es interesarse por la cosa pública (no ser idiotas) y participar informados.