Por Roberto Candelaresi
La disyuntiva de la Política Actual.
Creemos que el equilibrio de la existencia humana está a punto de romperse, o ya empezó a quebrarse, toda vez que el cambio climático –la principal amenaza global– no es algo que quizás podría pasar en el futuro, sino algo que está aconteciendo ahora mismo.
El ubicuo capitalismo, cuyo interés es básicamente el beneficio inmediato, nunca ha ocultado su ambición del “progreso infinito”, lema con el cual influyó en todas las disciplinas desde la era del positivismo, a la actualidad. Ese convencimiento optimista, que insufló todo tipo de aventuras empresarias y productivas a lo largo de los últimos 200 años, resultó un sistema depredador, destructor de ecosistemas, dilapidador y agotador de recursos.
Lo paradójico deriva de la pretensión de una constantemente creciente producción, en un entorno de recursos finitos (muchos NO RENOVABLES), por lo que la ecuación no parece ser sostenible a un incierto plazo.
Si nos atenemos al Informe del Foro Económico Mundial, en el que luce una Encuesta de Percepción de Riesgos Globales (GRPS) en su contenido, donde se destaca que menos del 16% de los casi 1.000 expertos internacionales consultados, se muestran ‘optimistas’ o ‘positivos’ acerca de las perspectivas de futuro para el mundo, mientras el 84,2% afirma estar claramente “preocupado”.
La CRISIS CLIMÁTICA y la EROSIÓN DE LA COHESIÓN SOCIAL encabezan el ranquin de riesgos globales, para los próximos 10 años. Y ello, sin perjuicio de reconocer que el presente escenario aún está marcado por las consecuencias sanitarias y socio-económicas de la crisis de la Covid-19. Pandemia que, por la gran diferencia de inmunizaciones alcanzadas por regiones, persiste.
Sin entrar en detalles, pues no es el objeto del presente, citamos como dato de interés, que las 10 principales amenazas a las que se enfrenta el mundo en los próximos 10 años se agrupan en 5 grandes categorías: economía, medioambiente, sociedad, geopolítica y tecnología.
Pero como apuntamos más arriba, el principal bloque está referido a la emergencia climática y a otros riesgos relacionados con el medio ambiente [ ‘eventos climáticos extremos’; la ‘pérdida de biodiversidad’ o ‘colapso de los ecosistemas’]. El bloque siguiente es de la nombrada ‘crisis de cohesión social’, ‘crisis de [medios de] subsistencia’, deuda y confrontaciones geo-económicas entre potencias y, de nuevo, riesgos ambientales.Esta falta de optimismo -alerta el Foro, y nosotros suscribimos- puede llevar a “un círculo vicioso de desilusión y malestar social’.
¿Qué “hemos” hecho hasta ahora?
Conocemos la historia de los recursos naturales. Los países del Norte desarrollado se han apropiado de los recursos de los países del Sur del mundo. Los países en desarrollo prácticamente no tenían control sobre sus materias primas. La pregunta que estos países se hacen (o deberían hacerse) hoy es: ¿debemos seguir el mismo camino de crecimiento continuo y desarrollo industrial o saltarnos esta fase directamente?
Lo que también damos por cierto es la ausencia general – con honrosísimas excepciones – del pensamiento a largo plazo [estratégico] por parte de las clases dirigentes, sin visión, sin planificación ni metas concretas a cumplir (más allá de cierto idealismo o discursos de ocasión), a veces ni se acepta como reto el vivir en el presente sin comprometer la supervivencia de las generaciones futuras.
El progreso material para el bienestar alcanzado por la civilización es innegable, pero a un costo que hoy advertimos, innecesario. Así como somos los herederos de las decisiones del pasado, somos los factores condicionantes de las generaciones de menores y futuras. Por tanto, una mirada histórica en perspectiva de todas las decisiones económicas y productivas desde la revolución industrial puede sernos de mucho provecho, para evitar repetir aquellas de graves consecuencias.
En ese orden, y al solo título de ejemplo, una nueva disciplina como la Economía Ecológica, que coloca los límites de la biosfera alrededor de cualquier cosa, tan disímil a la liberal, puede ser un asistente de privilegio para analizar nuestro pasado y ayudar a un mejor futuro.
Pero el gran problema a resolver es el cortoplacismo que impera en todo el sistema. En efecto, el sistema político sigue moviéndose en ciclos temporales tan cortos que es incongruente con el desarrollo sostenible [siempre a futuro y sostenido]. Se impone en nuestra opinión repensar y rediseñar el sistema decisorio político. La participación de la ciudadanía con su opinión sintetizada en asambleas, debe ser imperativa. Y ciertamente sus propuestas o dictámenes por mayoría deberán ser vinculantes, a diferencia de las actuales voces que algunos protocolos de tarifas de servicios públicos habilitan, que resultan solo en audiencias informativas, pues nunca se toma en cuenta lo expresado por la ciudadanía.
Cuando participan democráticamente mucha gente en cualquier debate o asamblea y se consensa un resultado, si este es respetado por la gestión del momento, lo más probable es que se transforme en políticas públicas de la temática, por ejemplo, de la crisis ecológica y climática, que trasciendan los ciclos electorales, necesariamente con una visión [pensamiento] más a largo plazo.
No es fácil la tarea, pero se debe intentar incluir los intereses de las generaciones futuras en las estrategias de los gobiernos o de las corporaciones actuales. Se requiere una Transformación Cultural, el poder los cambios culturales suelen ser subestimado, en las consideraciones y análisis políticos, tal vez porque su desarrollo suele ser parsimonioso, pero de efecto firme cuando encarna en la idiosincrasia popular. Los movimientos triunfantes suelen dar luchas en ese ámbito, apoyándose en los libros, en el arte, el periodismo.
De cualquier modo, de lo que hablamos acá es de tomar urgente acción, sin preocuparse de algún error de planificación, o variable no incluida, porque en todo caso, las acciones – sean las que sean – tendrán consecuencias en el futuro, que pueden mejorarse o rectificarse, pero dado que ya se está verificando consecuencias telúricas y ecológicas del cambio climático, no hacer nada también tendrá consecuencias muy serias en el futuro. De ahí la urgencia.
Repasemos, el Crecimiento Perpetuo ya no es una “verdad” de la ciencia económica, y mucho menos al ritmo de los países desarrollados. Los límites de lo que ofrece el planeta se están alcanzando, no siempre por total agotamiento de los recursos, sino también por la inviabilidad de su extracción cada vez más dificultosa y por ende más costosa. Los países desarrollados han generado la mayor parte de los problemas ambientales y esa es una verdad difícil de afrontar para ellos; colonizaron primero otros territorios y después colonizaron el futuro del planeta.
Y ahora… ¿Qué?
Existe en el “primer mundo” en pleno desarrollo, un movimiento social decrecentista que está tomando robustez, junto a otros movimientos que pretenden transformaciones. La crisis energética actual en Europa debida a la guerra en el Este, precipita las demandas porque ha sacudido a los europeos de su zona de confort que creían intocable. El palabrerío y las vacilaciones ya no caben para sus ciudadanos. Las grandes transformaciones históricas siempre tienen algo de crisis, pero también una parte importante de rebelión social.
La Historia enseña que, para zafar de una situación indeseable y estanca, se requieren movimientos radicales y disruptivos, nuevas ideas que emergen en toda crisis. Y también conocemos por aquella disciplina, que las élites han sido bastante efectivas a la hora de protegerse a sí mismas, mientras que los impactos negativos (climáticos, carestías, sequías, deudas, etc.) son más severos en los sujetos marginales o países más vulnerables. Por ello, las acciones colectivas son las que aseguran los cambios. Nada cambia – por otra parte – si las ideas no circulan. La sociedad moderna no cobija demasiados sujetos críticos de la superestructura, que es la fuente de nuevas visiones del mundo.
Un eterno visionario
Como siempre, adelantándose a su tiempo, y exhibiendo su calidad de estadista durante su exilio en Madrid, J. D. Perón difunde el 21 de febrero de 1972, el “Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo”.
Su ponencia, puede resumirse en este extracto del texto pensado hace 51 años atrás: El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas.
En un repaso por una agenda extraordinariamente actual, el eminente líder, trascendiendo las cuestiones políticas e ideológicas, tomaba en consideración las relaciones de la humanidad con la naturaleza, con cuestiones tales como la sobreestimación de la tecnología [un espejismo], la presión demográfica, la dilapidación de recursos [despilfarro masivo], la contaminación del medio ambiente y la biosfera, el cuidado del agua potable, la (súper)producción de armas, etc.
No solo clamó por revertir la dirección de la marcha, exhortando a una acción internacional mancomunada, y a la responsabilidad de las dirigencias políticas, sino que sobre los pueblos del “tercer mundo”, pidió la participación de sus sociedades en los procesos decisorios sobre el rumbo del desarrollo, y los medios a emplear para su consecución. Cerraba su declaración de advertencia por el peligro de la supervivencia misma de la civilización, con esta exhortación a los pueblos y gobiernos del mundo: «La Humanidad debe ponerse en pie de guerra en defensa de sí misma».
Y por casa, ¿cómo andamos?
Hemos tratado en varios trabajos anteriores, la práctica del EXTRACTIVISMO en nuestra región, similar a otros subcontinentes “no desarrollados”, al que reputamos de mecanismo de saqueo y apropiación colonial y neocolonial. También fundamos oportunamente nuestra opinión, en el sentido que esa explotación de materias primas ha sido sécula seculorum, indispensable para el desarrollo y bienestar del “Norte rico”. Dependencia y desigualdad, en otros términos.
La sobreexplotación de los recursos, principalmente no renovables, y la expansión de las fronteras hacia espacios antes considerados “improductivos”, caracterizan el crecimiento Latinoamericano de las últimas décadas, que parecen un boom económico por la cuantía, superando la demanda de otras épocas, y todo bajo el paraguas teórico (justificación) de explotar “ventajas comparativas”, que no es otra cosa que lo que demandan las economías centrales.
Resulta un antiguo patrón de acumulación, que «beneficia pocos de acá, y muchos de allá».
Este modelo, también por supuesto aplicado en la Argentina (con la soja, la pesca o la minería principalmente), se basa intelectualmente en que los “ingresos extraordinarios” se relacionan con el gasto social, su posibilidad de ampliación [que en efecto sucede].
Sin embargo, hay otras aristas que no se consideran en el resultado, y no son coyunturales. La reprimarización de la economía, sin perjuicio de algún eventual “valor agregado”, que no está presente en la mayoría de las explotaciones, por otro lado. El ya evidente deterioro de las variables ambientales presentes y futuras [uso irracional de humedales, deforestación, pastoreo en suelos magros, etc.] y, una creciente conflictividad social como consecuencia de la paulatina concientización, o, por directa exposición a esas secuelas en grupos humanos.
TODO ES NEGOCIO, la propiedad de los recursos (es la Naturaleza lo que se extrae y exporta) no se discute en el debate social. De hecho, que la sustentabilidad de los proyectos extractivos no es considerada por la comunidad afectada, como tampoco el límite del agotamiento de los recursos. Pero, además, es un negocio INTERNACIONAL, pues generalmente, la mayor producción es exportada, no se consume mucho internamente, amén de que, en su proceso, intervengan proveedores y capitales extranjeros.
Estos cuestionamientos intelectuales o académicos, no permean en la Política. Están ausentes de todo debate político, tal vez por un exceso de «pragmatismo» en ella se los excluye. Es el MODELO DE DESARROLLO adoptado como unívoco por consenso en la clase política. Se suele descalificar en el mundillo dirigencial todo cuestionamiento, bajo el mote de fundamentalismos, anti modernidad o anti progreso.
Eso no implica excluir en los discursos la preocupación por el “cuidado del medio ambiente” o similares, pero sin cuestionar el método productivo, que además de ‘dependiente’ [no solo por los dueños y beneficiados con las transacciones, capitales mayormente extranjeros, sino porque se depende de la demanda y los precios de mercados foráneos], es notorio que no ha asegurado el bienestar, ni siquiera mejoró los términos del intercambio con los países industrializados. Y esto incluye al descollante y mejor cliente del nuevo siglo: China.Tal como preconizaba el Gral. Perón, el modelo sigue teniendo atributos de desigualdad, saqueo, derroche y contaminación. Cuando se habla de desarrollo sustentable, se trata de aspectos sociales, económicos y ambientales.
La otra punta del mostrador: el consumo
El consumo y sus expectativas tienen un mayor impacto en la coyuntura política y electoral que en décadas anteriores. Dado que grandes sectores de la población (hispanos y europeos) se encuentran cada vez más limitados en su capacidad para comprar una casa, un apartamento o algo similar, sus expectaciones se inclinan hacia el “consumo de las pequeñas cosas”.
En la posmodernidad, la volatilidad y lo efímero es importante desde la perspectiva estética, por ejemplo, todo lo material es regido por oleadas de moda, que torna todo como hiper perecedero. El ciudadano se percibe en su “distinción” como singularidad en la sociedad, producto del individualismo neoliberal, sin caer en cuenta que solo está incorporando consumo colectivo de ítems a su mundo íntimo [el mundo de las “pequeñas cosas”].
Este materialismo de lo cotidiano, repica también en la política. Porque las expectativas y el futuro, tal como lo percibimos los individuos, están asociados a la estabilidad y a la posibilidad de seguir accediendo a los bienes (aunque insignificantes para el desarrollo vital que puedan ser), que nos satisfacen en nuestro estilo de vida. Es decir, se produce una resignificación social y simbólica de las cosas. La estabilidad de nuestro mundo produce una “seguridad sociológica”, y cualquier alteración a nuestro modo de vida en el hiper-consumismo, desestabiliza nuestra visión del futuro. Por eso hay una disputa entre el mercado y la política, la lucha de propuestas políticas para sostener un futuro … de consumo. Es la verdadera lucha por el Poder.
En la política ya no hay relatos épicos para seguir, hoy la oferta es para el mundo privado de los ciudadanos. En las narrativas actuales buscando adhesiones, la privacidad de la vida cotidiana, tiene más entidad y prima sobre lo colectivo como proyecto. Las agendas electorales se diseñan estratégicamente (progresistas como neoconservadores por igual), para que los votantes no vean amenazado o erosionado este “mundo de las pequeñas cosas”. Consumo globalizado y posmoderno.
¿Es todo esto sostenible en el tiempo?
Hemos revisado la problemática del modo imprudente de producir agresivamente, y por tanto afectando la sustentabilidad de los recursos naturales finitos que aún ofrece el planeta, que esta etapa del capitalismo ha exacerbado.
De esa sobreexplotación a la naturaleza, el mundo globalizado se ha transformado en una plataforma de oferta de millones de ítems con caducidad programada, y efímeros aún los “durables” por alta rotación de preferencias. Pero el ciudadano/a actual se ha adecuado a ese acceso [conforme su poder de compra] a su mundo de cosas, al que se aferra como conquista y por tanto derecho irrenunciable a su futuro.
Pero ¿es esto sostenible en el tiempo? Dos problemas básicos se presentan:
A)- si el consumo físico continúa creciendo al ritmo que lo hace hoy, el límite de la existencia y stock de los recursos nuevos se impondrá más temprano que tarde.
B)- los gobiernos de los países “en desarrollo” –que son los que normalmente proveen la mayoría de los RR.NN.– posiblemente se vean en dificultades financieras para garantizar las políticas distribucionistas aplicadas hasta el presente, por estar sujetas a los vaivenes de los precios de mercado –que paradójicamente no controlan ni aún los de los commodities que producen– y/o por restricciones de divisas por deudas como el caso de Argentina.
Esta mengua (en realidad ficticia) aún temporal de su estándar de vida, la población la experimenta como una afectación de derechos, una pérdida que será reclamada a las autoridades del momento, y una presión sobre los proyectos gubernamentales de todo el espectro político de un país.
Paradójicamente (o no tanto, según se “mire”), los gobiernos progresistas han amplificado de tal manera derechos de acceso y consumo de lo hiper perecedero también, que son los que más sufren las tensiones económicas cuando ocurren variaciones negativas [suba de precios o disminución de existencias], y son obligados a recalibrar sus rumbos, por lo que pagan un precio político en términos de quita de consenso por parte de sectores de la población.
Finalmente, otro problema que agrava el cuadro general, es que el cambio e innovación continua de los artículos a cuyo uso nos apegamos más [teléfono celular como paradigmático], imprime una sensación de renovación y de continuidad a la vez.
Este consumismo con ítems de corto aliento, nos brinda “certidumbre”-mientras podamos acceder y sostener–, y nos aleja de toda angustia por las transformaciones globales de un mundo en continuo cambio (que no entendemos), pero con pretensiones de homogenizar a toda la población bajo los mismos preceptos consumistas del capitalismo tardío, y, del DESASTRE ECOLÓGICO que la sobreexplotación viene acumulando.
El manejo de esa incertidumbre puede ser un factor de acumulación política en la actual coyuntura, pero en nada resuelve, o peor, agrava el futuro por la falta de previsión (¿o de valentía?) de la clase política para presentar una UTOPÍA ALTERNATIVA [más amigable con la Naturaleza]. La situación de emergencia creciente a que la HUMANIDAD está comenzando a experimentar, por esta flagrante contradicción entre consumo exacerbado y redundante, por un lado, y el agotamiento de los recursos no renovables por otro. UNA AMENAZA HOY DESATENDIDA.
Por Roberto Candelaresi