A 115 años de su nacimiento, recordamos al filósofo francés y padre del existencialismo, cuyo pensamiento fue fundamental para un insoslayable ejercicio de autonomía e independencia intelectual, colectiva y personal.
Hizo de la filosofía y la literatura un compromiso con las luchas sociales y políticas. Filósofo, novelista, dramaturgo y ensayista fue, además, el padre del existencialismo: una corriente que dejó una profunda huella en el pensamiento moderno occidental. Fue también un gran estilista de la prosa, cuyo talento hizo que ganara el Premio Nobel de Literatura, sin embargo lo rechazó. Según algunos críticos, tuvo sus logros y errores, pero nunca —como dijo Louis Althusser— “aceptó el más mínimo compromiso con el poder”, porque estaba convencido de que las personas vienen a este mundo para ser libres. Así Jean-Paul Sartre se convirtió en un filósofo de la libertad.
El 21 de junio de 1905, nació en París, Francia. Huérfano de padre cuando tenía dos años, quedó al cuidado de su madre y abuelos maternos, de apellidos Schweitzer. Entre ellos, estaba Albert Schweitzer: un intelectual oriundo del entonces Imperio alemán de fines del siglo XIX, quien logró ganar el Premio Nobel de la Paz en 1952. El pequeño Jean-Paul comenzó su formación básica en distintos institutos, pero la finalizó con maestros privados. Su madre se volvió a casar en 1917, y se mudaron en la Rochelle, donde el futuro pensador terminó sus estudios de bachillerato y, luego, retornó a París para estudiar en la École Normale Supérieure. Allí, egresó de la carrera de filosofía en 1928 y conoció a la mujer que sería su compañera, colega y amante de toda la vida, quien también se convertiría en una de las intelectuales más importantes del siglo, Simone de Beauvoir.
Durante esos años de educación superior, Jean-Paul Sartre comenzó a escribir sus primeros textos y a realizar interesantes interpretaciones que germinarían, después, en muchas de sus obras más importantes. Tras cumplir el servicio militar obligatorio en 1929, ejerció la docencia y se interesó fuertemente por una de las ramas filosóficas más resonantes de entonces: la fenomenología. Y la abordó de un modo más intenso, de la mano de Husserl y Heidegger, cuando se trasladó a Alemania por una beca que había ganado para cursar estudios de posgrado. A partir de ahí, reflexionó acerca del concepto de la conciencia no como algo que se encuentra cómodamente dentro de uno; sino, por el contrario, arrojada hacia el mundo y hasta “en peligro”, como más tarde dirá. Es que Sartre consideró la conciencia sin ningún condicionamiento y por eso también introdujo el concepto de libertad, ya que para él, el individuo es libre porque es libre de toda determinación gracias a ese tipo de conciencia. Hay quienes dicen que con su texto La trascendencia del ego (1938), Sartre introdujo aquel pensamiento fenomenológico en toda Francia.
Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
Durante las décadas los treinta y cuarenta, escribió un serie de obras que instalaron sus ideas y todo un modo de pensar, con sello único y personal, dejando una gran marca no solo en la filosofía occidental, sino también en la literatura, el teatro y el ensayo. En 1938 se publicó una de sus piezas literarias más famosas y con la que ya daba cuenta de su pensamiento filosófico, La náusea. En esta obra de ficción divulgó algunos de los principios de aquello que lo consagró en el escenario de los intelectuales modernos de Francia: el existencialismo. Se trata de una corriente que considera, a grandes rasgos, que no existe una naturaleza humana predeterminada y que es la libertad de conciencia, de elección, de acciones lo que produce cierta revelación y creación de sentido. Conciencia y mundo, entonces, forman una sola unidad y no se trata de cuestiones separadas o desligadas. Como dicen algunos autores, esa conciencia de la que habla Sartre es “una conciencia libre y es libre de intencionalizar sobre ese mismo mundo que la une”.
El pensador francés, en una conferencia de 1945 que luego publicó con el título El existencialismo es un humanismo, definió esta doctrina como aquella “que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implican un medio y una subjetividad humana”. Muchos le reprocheron que esa subjetividad humana estaba apoyada en el lado oscuro de la vida. Sin embargo, sus postulados transformaron a Sartre en una celebridad del pensamiento europeo, ya que el existencialismo muy pronto se transformó en la filosofía de moda de ese momento.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, sirvió como meteorólogo en el Ejército francés. Los nazis lo tomaron prisionero en 1940, pero logró liberarse un año más tarde. Luego, trabajó en el liceo Condorcet y colaboró con el periódico de la resistencia francesa, Combat, junto con otros intelectuales como el escritor Albert Camus, a quien había conocido en el estreno de Las moscas —una de las obras de teatro más renombradas de Sartre—. Camus, con el tiempo, también se consolidó como otra de las figuras más conocidas de las letras francesas: publicó obras notables como El extranjero; La peste; El mito de Sísifo, y ganó el Premio Nobel de Literatura en 1957, cuyo recibimiento —a diferencia de Sartre— fue con todo entusiasmo. En 1964, Sartre rechazó esa misma distinción porque sostenía que la cultura no debía estar condicionada por los sistemas y aparatos institucionales.
Veintiún años antes de aquella polémica por el galardón sueco, en 1943, se editó, tal vez, la obra más importante de Sartre, El Ser y la Nada. Con este escrito profundizó las bases de aquel movimiento existencialista, en el que distingue algunos conceptos fundamentales como “el-ser-en-sí” (lo que es y no puede dejar de ser eso para ser otra cosa) y “el-ser-para-sí” (el ser que puede proyectarse y salir de sí; pero que también es y logra ser todo aquello que eligió). Esto quiere decir que los individuos, cuando eligen, se están eligiendo a sí mismos. En otras palabras, somos lo que elegimos ser, somos libres para elegir y ser lo que deseamos ser. Es por eso que, al ser libres y tener una conciencia no condicionada, siempre se puede cambiar; la historia tambié se puede cambiar. Pero para eso, como dice Sartre, hay que recuperar esa libertad: “El hombre vive alienado, pero antes de alienarse fue libre. Es posible la alienación porque antes existió la libertad. Lo que hay que hacer es volverla a conquistar”.
En esta parte de la región, el boom del existencialismo también llegó a la Argentina. Y lo hizo gracias a la traducción del filósofo Miguel Ángel Virasoro y a las intervenciones y discusiones de intelectuales como Oscar Masotta, Juan José Sebreli, David Viñas, Eduardo Grüner, José Pablo Feinmann, entre otros pensadores argentinos.
Sartre, al haber alcanzado una popularidad pocas veces vista, abandonó definitivamente la enseñanza y se dedicó solo a escribir. Así, llegaron distintos textos como Los caminos de la libertad (1945-1949); Las manos sucias (1948); toda una serie de ensayos bajo el título de Situaciones (1947-1976); Crítica de la razón dialéctica (1960) y otras tantas obras de crítica literaria como Baudelaire (1947) y San Genet: comediante y mártir (1952). También, en colaboración con Raymond Aron, Maurice Merleau-Ponty, Simone de Beauvoir, Samuel Beckett, fundó la prestigiosa revista Les Temps Modernes, una de las publicaciones intelectuales de izquierda más influyentes de la posguerra. Llegó a tener 700 números, hasta 2018, dirigida por distintas editoriales francesas. Entre ellas, la emblemática Gallimard.
Desde cada una de sus páginas, Sartre se involucró en distintos compromisos sociales y políticos, que fueron desde la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, el fin de la guerra entre Francia y Argelia, la revuelta estudiantil de mayo de 1968, hasta el maoísmo de sus últimos años. En los setenta, su salud comenzó a tambalear y una progresiva ceguera lo apartó definitivamente de la lectura y escritura. Había terminado de escribir una obra más de crítica literaria, El idiota de la familia (1971-1972), dedicada a la vida y obra de Gustave Flaubert.
Este 2020, se cumplieron 40 años de su muerte, el 15 de abril de 1980 en su ciudad natal de París. No obstante, el inmenso legado que dejó toda la filosofía y literatura sartrianas, aun permance en distintas generaciones de pensadores e interesados en la vida intelectual. Sartre para ellos escribía. En una de sus tantas entrevistas, cuando le preguntaron a quiénes estaban dirigidas sus obras, cuál era su público real, el filósofo respondió: “Estudiantes, profesores, gente que se interesa verdaderamente por la lectura, que tiene el vicio de la lectura”.