Por Andy Sumner*
Ya se han gastado millones de millones de dólares en la respuesta mundial a la pandemia COVID-19, y nadie sabe a cuánto ascenderá la factura final. ¿Es posible responder a una crisis mucho más prolongada – la crisis de la pobreza mundial – con por lo menos una fracción de dichos recursos?
Los países más ricos están actualmente comprometidos a gastar el 0,7% de su ingreso nacional bruto (INB) en ayuda internacional para el desarrollo. Este objetivo fue establecido por la Comisión Pearson en el año 1969, y fue aprobado mediante una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas un año después. Los países llegaron a este acuerdo hace medio siglo en un mundo en el que la pobreza mundial se encontraba en niveles muy altos. En dicho momento, el mundo se percibía, justificadamente, en términos binarios: el norte era rico y el sur era pobre.
Mucho ha cambiado en los 50 años que transcurrieron desde aquel entonces. Algunos países han alcanzado el objetivo del 0,7%, pero muchos otros aún no lo han hecho. Varios países en desarrollo experimentaron un rápido crecimiento económico en la década de 2000, no sólo China e India, sino también algunos países africanos. Si bien todos los avances están actualmente en peligro, antes de la pandemia el mundo, por lo menos, había ingresado en una nueva era, con menos países clasificados como países de bajos ingresos. Al mismo tiempo, las mayores aspiraciones mundiales, establecidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, comprometieron a los países a poner fin a la pobreza en todas sus formas hasta el año 2030.
Una nueva era necesita un nuevo enfoque. La pandemia COVID-19 hace que esta necesidad sea aún más urgente. Mis colegas y yo proponemos un compromiso financiero escalonado con respecto al desarrollo, con un detalle que le da un giro importante: debería ser un compromiso universal a lo largo y ancho de todos los países, tanto ricos como pobres.
Antes de describir la propuesta, es necesario preguntarse qué ha cambiado desde que se adoptó el objetivo del 0,7% del INB. Durante este período, surgieron dos “nuevos puntos medios”. El primero es un aumento en el número de países de ingresos medios, que ahora albergan a gran parte de la población del mundo en desarrollo. En muchos de estos países, los niveles de ayuda ya son bajos en comparación con los recursos internos y los flujos de dinero internacionales no públicos que llegan a dichos países. En el otro extremo del espectro, alrededor de 30 países siguen “estancados” en términos de crecimiento. Estos Estados altamente dependientes de la ayuda son el hogar de aproximadamente el 10% de la población de los países en desarrollo, no así de los “mil millones de los más pobres en el extremo inferior”, sino de los 500 millones más pobres en dicho extremo inferior.
El otro “nuevo punto medio” engloba a aquellas personas que han escapado de la pobreza, pero siguen siendo vulnerables a volver a caer en ella. Este grupo, como mostramos, representa a más de dos tercios de la población del mundo en desarrollo.
Si se mide la pobreza utilizando la definición del Banco Mundial de pobreza extrema – vivir con 1,90 dólares o menos por día – la pobreza mundial ha disminuido (aunque la disminución sea más modesta cuando se excluye a China), y los ingresos han aumentado entre muchos de los más pobres del mundo. Hoy en día, la pobreza extrema afecta sólo a alrededor del 10 por ciento de la población de los países en desarrollo, una disminución desde un nivel cercano al 50 por ciento hace 40 años.
Sin embargo, la pobreza se mantiene en niveles alarmantes cuando se mide según los umbrales de pobreza del Banco Mundial de 3,20 dólares y 5,50 dólares por día. Resulta aleccionador observar que por cada 10 centavos que se añaden al umbral de pobreza, se aumenta el número de pobres a nivel mundial en 100 millones de personas. Es más, el recuento de pobreza en un nivel de 1,90 dólares por día se duplica cuando se considera la pobreza multidimensional, misma que incluye salud, educación y nutrición.
Cuando se utiliza un umbral que está asociado con un escape permanente del riesgo de pobreza futura (13 dólares por día en términos de paridad de poder adquisitivo de 2011), aproximadamente el 80% de la población de los países en desarrollo sigue siendo pobre. Además, la pobreza no sólo ocurre en el África subsahariana y en los Estados frágiles o afectados por conflictos. Está muy extendida. En resumen, el segundo “nuevo punto medio” son aquellas personas en países en desarrollo que viven por encima de la línea de pobreza de 1,90 dólares, pero por debajo del umbral de vulnerabilidad a la pobreza futura de 13 dólares.
Con este telón de fondo, y en medio de la pandemia mundial, nuestra propuesta convoca a un “compromiso de desarrollo universal” (CDU) por parte de todos los países, tanto ricos como pobres, de manera semejante. Habida cuenta de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) apuntan a la erradicación de la pobreza, estos objetivos serían, inevitablemente, el foco central de cualquier CDU de ese tipo.
Una opción para un CDU sería instituir una escala móvil. Por ejemplo, los países de ingresos altos podrían mantener el compromiso en el 0,7 por ciento del INB, mientras que los países de ingresos medios altos contribuirían con el 0,35 por ciento. Los países de ingresos medio-bajos destinarían el 0,2% de su INB, mientras que los países de ingresos bajos contribuirían sólo con el 0,1%. Se trata de contribuciones brutas, no netas. En este escenario hipotético, la financiación total disponible para el desarrollo ascendería a casi 500 mil millones de dólares por año.
Estos recursos adicionales podrían, en teoría, sacar a los aproximadamente 750 millones de personas de la pobreza de 1,90 dólares al día; acabar con el hambre y la desnutrición para una cantidad estimada de 1,5 mil millones de personas; poner fin a la mortalidad infantil prevenible; hacer posible la escolarización primaria y secundaria para todos los niños; y, proporcionar acceso a agua potable segura y asequible a más de un mil millones de personas, así como proporcionar saneamiento adecuado a más de dos mil millones de personas. Y, en este escenario de contribución a escala, 200 mil millones de dólares seguirían estando disponibles para apoyar el logro de otros ODS.
Los países en desarrollo se beneficiarían con sus contribuciones, debido que un compromiso de desarrollo universal conduciría a más recursos para esos países en general. Además, e igualmente importante, las contribuciones garantizarían que los países más pobres tengan voz en la gobernanza de los fondos, aunque sea sólo simbólicamente, como señal de su derecho moral a ser escuchados, o estar físicamente presentes, como miembros de la junta que tendría la misión de decidir sobre las prioridades y políticas.
No cabe duda que nuestra propuesta plantea muchas otras interrogantes. Sin embargo, la teoría sigue siendo simple: Todos los países pagan al sistema, y el dinero se gasta para poner fin a la pobreza mundial. En medio de una pandemia mundial, y con el plazo límite para el cumplimiento de los ODS a una década de distancia, el mundo necesita un compromiso de desarrollo universal lo antes posible.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos