Por: Roberto Candelaresi
Es cada vez más notorio que los distritos provinciales, se independizan del proceso político nacional y fundan con ello, un panorama fragmentado de lo que en la tradición política argentina fue el escenario nacional predominantemente bicolor (representando los grandes partidos) con algunos matices.
Pero no nos referimos a la emergencia de nuevas formaciones políticas locales, que de hecho ocurre, sino a la conducta autónoma que, bajo premisas localistas, las dirigencias de los partidos tradicionales adoptan tratando – en apariencia – de liberarse de toda atadura, incluso a nivel meramente de imagen, que la asociación con las cabezas partidarias nacionales o sus figuras más relevantes (en funciones oficialistas o de oposición) pudieran representarse en el electorado.
Así es como las elecciones a gobernador de la mayoría de las provincias para este 2023, están desdobladas de las presidenciales. Son pocas las que efectuarán comicios en forma simultánea. Como resultante de campañas totalmente autónomas, muchos distritos definirán sus autoridades antes que la definición por el Ejecutivo nacional, eludiendo cualquier «contaminación» que aquella asociación pudiera traerles.
Cada cual atiende a su juego, y debilita el compromiso con el orden nacional, tanto a nivel partidario como operacional. Al desdoblamiento, también se le suma (para complejizar) la fragmentación de las alianzas en pugna, en la actualidad las dos fuerzas claramente confrontadas y que pretenden lograr hegemonía en el sistema (Frente de Todos; Juntos por el Cambio), están constituidas por partidos o agrupamientos diversos que se multiplican correspondientemente.
Esos sendos conglomerados de partidos o corrientes políticas, no siempre repiten el esquema de sus respectivas coaliciones a nivel nacional para las elecciones territoriales, incluso en algunos distritos se enfrentan, todo lo que refuerza la tesis de la provincialización de la política argentina.
Para complicar un poco más el análisis, se debe tener en cuenta que la concentración de votos en las dos grandes frentes que caracterizó las elecciones de los últimos años, esta vez va a mostrar (casi seguramente) una ruptura, porque la derecha ultra liberal (Milei/Espert) aparece en las encuestas, como ratificando su competitividad lograda en la votación de medio término (2021).
Como dato interesante a considerar en todo análisis con pretensiones de proyección para octubre de 2023 y a nivel nacional, es que los adelantamientos de elecciones provinciales en muchos distritos [previo a las PASO], ofrecerá un laboratorio de tendencias, en algunos casos, incluso podrá incidir en la conformación final para la inscripción de alianzas y de las precandidaturas presidenciales. En definitiva, podría haber divisiones y reagrupamientos en estas grandes y también en las nuevas alianzas, se tendrán modelos exitosos de donde hacer “bench marking”.
Los referentes nacionales, al bendecir a tal o cual candidato provincial, también se someten a escrutinio popular, el resultado de los comicios puede derivar – si es positivo – en un cierto triunfalismo que suele impactar (influir) en la opinión pública nacional, pero un resultado adverso implica lo contrario con la misma resonancia.
Todo está por verse en agosto, cuando se decidan las fórmulas oficiales que van a competir por el control del Poder Ejecutivo Nacional por cada frente electoral. Pero por lo que venimos comentando, la variedad y complejidad que cada realidad provincial presenta, derivará en sendas listas legislativas negociadas, con tantas variantes como distritos, pero que deberán amalgamarse a nivel federal, para contar con fuerzas suficientes en la formulación de políticas públicas. La diversidad de tales representaciones condicionadas por los contextos locales, es materia de consideración para el poder en el sistema político nacional.
Capítulo aparte merece la elección de la categoría de SENADORES que 8 provincias contarán en sus alternativas. La renovación de diputados, pero particularmente los reemplazos en el senado marcarán a fuego el sistema para los próximos años de mandato presidencial, dado la alteración (eventual) que la correlación de fuerzas actual puede sufrir especialmente la cámara alta.
Pero también se da el efecto contrario. El ajedrez político provincial también está condicionado por las estrategias nacionales. Los alineamientos y resultados subnacionales son en última instancia materia de expectativa y negociación a nivel nacional. La opinión pública (campañas de imagen mediante) también se considera para las decisiones finales para ocupar las vacantes del poder institucional.
Panorama Nacional
Hemos tratado de demostrar que la política local es determinante para la configuración de sus gobiernos distritales, por tanto, el mapa de la gobernabilidad en la Argentina tiene – si no más colores – una paleta de muchas tonalidades de los colores ‘predominantes’, si entendemos a las tinturas que identifican la adscripción a los partidos nacionales.
Leer también: “La irresponsabilidad política y un futuro incierto”
Ahora bien, ante la variada rueda cromática (matices) que resulta de nuestra descripción, es pertinente interrogarnos acerca del esquema de gobierno más adecuado para aplicar un determinado proyecto integral de nación. La respuesta más simple, casi intuitiva en función de nuestra tradición política, y, ante una situación de crisis coyuntural, sería contar –a diferencia de la experiencia actual de gestión del Frente de Todos– con un liderazgo unificado.
Digresión Intelectual
Esto a su vez, nos lleva a plantearnos la disyuntiva de la hegemonía democrática versus el Gobierno por consenso. Entendemos en este texto como Hegemonía (y con perdón de Gramsci), a la supremacía de un proyecto político [es decir, un plan de gobierno con una cierta escala axiológica, objetivos materiales e inmateriales claros, una visión de futuro, etc.], que se ejecuta sobre otros, siendo Democrática, si el resto de las instituciones republicanas funcionan adecuadamente; el parlamento con demandantes minorías, entes de contralor de la gestión (AGN, Ombudsman, etc.) a manos de opositores, y, un poder judicial independiente, no arbitrario.
A fines didácticos, también mencionamos que podemos discernir entre hegemonía organicista y hegemonía pluralista. La primera “clase” está vinculada particularmente con los movimientos populistas, que, según sus críticos, pretende imponer unanimidad y ciertos valores supremos que aglutinan sobre sí, una homogeneidad organicista, es decir, supuestamente impidiendo el pluralismo de ideas. Mientras que la hegemonía pluralista, antagónica de la anterior y caracterizada con la socialdemocracia, rechaza toda unanimidad reivindicando el disenso y el pluralismo.
Finalmente, las corrientes que postulan (en base siempre teórica) el Gobierno por Consenso, son las (auto)rotuladas como libertarias, rrepublicanas, o liberales. También reconocidas como propuestas políticas de estilo “Democracia liberal (dimensión formal)”, no tanto como democracias igualitarias (dimensión sustantiva).
Como se advierte, lograr imponer una cierta hegemonía en el sistema, para progresar sin mayores contratiempos en la gestión de un determinado proyecto de gobierno, respaldado por amplias mayorías ciudadanas, (propios de movimientos populares y nacionales), es un estilo de política que confronta con el de negociar en todo caso, con los grandes factores de poder de la sociedad y confiar en las fuerzas de mercado que al final, todo equilibran y acomodan.
En la Argentina actual, las alianzas de gobierno y oposición, se identifican con una y otra en sus construcciones discursivas. Aunque -debemos señalarlo- el concepto de hegemonía en la coyuntura, parece estar bastante diluido. Bien sea por condiciones objetivas de correlación de fuerzas, o por falta de voluntad política desde la conducción del Frente gobernante.
En nuestra visión, reivindicamos la democracia como una lucha, como un proceso permanente de transformación. El conflicto es la instancia dominante en la construcción de la realidad social. Los sujetos políticos se constituyen en la experiencia histórica, en la práctica conflictiva contra el poder. Cuando se logra cierta hegemonía, se afecta esa edificación de la realidad, ya que se forma una voluntad nacional (al decir de Gramsci) que, digamos de paso, trae aparejado una reforma intelectual y moral, que suele reconvertir a los sujetos sociales en el proceso Histórico (siempre indeterminado y contingente).
El mercado puede adquirir también un significado hegemónico (o universal), como aconteció en distintas épocas en el país (“modernización”, “flexibilización”, “globalización”, etc.).
Por último, tengamos en cuenta, cerrando estas breves consideraciones conceptuales, que, conforme la matriz de los dispositivos discursivos de los gobiernos, en la construcción de la realidad social puede primar el sentido de la LEGALIDAD, donde el respeto a lo establecido (statu quo) es casi sacro, o, el del sentido de la política y el conflicto, donde los antagonismos de intereses quedan superficializados; se rompen antiguos consensos a veces, para configurar nuevos.
¿Cómo funciona el sistema?
La existencia de periodos con hegemonías democráticas, no produce la continuidad garantizada en la gestión de gobierno (Ver kirchnerismo 2015, macrismo 2019), pues se pueden producir crisis socioeconómicas (exógenas o endógenas), estragos, medidas antipopulares, etc., que terminan afectando la estabilidad y/o legitimidad de quienes construyen tales hegemonías. Por otro lado, el consenso debe primar, pues la estabilidad y gobernanza se garantizan solo con él.
Pero, si el resultado de las urnas establece una fragmentación … lo único viable parecería un pacto político entre las fuerzas mayoritarias oficialistas y de oposición, en base a un gran acuerdo nacional, como se propuso en diversas épocas en el país [particularmente la convocatoria del Perón en su 3er mandato], pero hoy, dado la profunda grieta ideológica y sociológica que divide a la Argentina, luce muy complejo de lograr.
Uno de los obstáculos podríamos señalar a que el sistema hiperpresidencialista no genera incentivos para lograr los acuerdos que son necesarios, si en cambio para construir hegemonías. Otro es la experiencia de que, frente a situaciones críticas, la sociedad suele apoyar a buenos “pilotos de tormenta”, liderazgos unificados y tal nuestra tradición latinoamericana, líderes providenciales, que provean respuestas pragmáticas e inmediatas a la coyuntura, no dando demasiado tiempo para la construcción de consensos. Todo ello, naturalmente conlleva un grave riesgo. Si el electorado vota con temor a la crisis, implica que está dispuesto a aceptar medidas quirúrgicas, con tal de aplacar el trance que percibe en el imaginario colectivo.
Si fuese el caso de que el ungido (líder firme) fracase con su fórmula redentora, tal vez la sociedad y sus dirigentes imponga finalmente el consenso como alternativa.
Los riesgos de la polarización
Cuando los procesos electorales se verifican en un contexto como el actual, donde las fuerzas políticas en pugna buscan cada cual lograr la hegemonía para sí, es decir, de una polarización ideológica, el diálogo moderador que pueda moderar el conflicto suele hacer mutis por el foro.
Leer también: “Elecciones 2023: ¿La propuesta es no proponer?”
A su vez, en el escenario interno de los grandes espacios que lideran preferencias públicas, por ahora reina la confusión y la ansiedad, debido a que en ninguno – a marzo 2023 – consolidó liderazgo interno y claras candidaturas. Por el contrario, se verifican desencuentros y contradicciones ‘domésticas’ de cada formación.
Las PASO a su vez, como mecanismo depurador, no ha contribuido a renovar o mejorar la calidad de la dirigencia de cada fuerza, todo se reduce (cuando se emplea) a torneos retóricos de lenguaje ocioso y sin ideas. Las oligarquías partidarias (intactas en muchas provincias, pero también en la metrópolis) se ven favorecidas por acuerdos cupulares sin los costos y riesgos propios de la política real.
Las redes y medios digitales han suplido debates y reflexiones sobre la política, casi que allí, en el espacio digital, se dirimen los “resultados”. La dignificación moral de la política, sigue ausente como como ideal y promesa a 40 años de transición democrática.
Hoy, el sistema de partidos argentino, no refleja necesariamente alineamientos políticos según valores sociales, es un cambalache. Incluso en esta escenografía electoral, la irrupción de la opción “anarco-libertaria” parece terciar en la disputa por el poder institucional, que, según las encuestas, vendrían a ratificar la tendencia creciente ya experimentada desde las elecciones de medio término en 2021.
Ya el formato de bipartidismo con una dosis de pluralismo moderado, es decir, un sistema con dos grandes fuerzas (nucleadas en sendos frentes o coaliciones) que dominaban el centro de la escena, junto a partidos de izquierda y centroderecha formando una constelación de pequeñas fuerzas a nivel nacional, pero en algunos casos, muy importantes en distritos provinciales, desde la crisis del 2001, no puede aplicarse con rigor teórico.
El mismo sistema polarizado existe en las provincias. Así como sucede en el plano nacional/federal, muchos candidatos excluyen el diálogo y la concertación con los adversarios, por lo que se trata de enfrentamientos, no de presentar opciones racionales. Tal es la sensación que ha permeado a la sociedad de a pie, que muchos dirigentes de diferentes corrientes partidarias, no expresan su voluntad de diálogo de otrora, para no ser castigados con la crítica de tibieza, cobardía o falta de firmeza para liderar.
Lo paradójico, sin embargo, estaría en que a la polarización contribuyen las ideas hegemónicas de las mismas camarillas dirigenciales, que las difunden hacia la sociedad, como estrategias de competencia política para el acceso al poder, generando desconfianzas y enfrentamientos en el seno de la sociedad civil.
Y mientras tanto los votantes…
Año tras año, se registra caídas en la confianza a los partidos políticos. Sin embargo, hay lealtades cuantitativamente importantes hacia uno u otro gran actor del panorama nacional [citemos “Peronismo” y “Antiperonismo”] que se verifican en las urnas. La LEALTAD puede ser al AMOR, pero también al ODIO.
Los sedicentes votantes independientes, lo son en general, para elegir dentro de su «campo de pertenencia» al mejor candidato que a su criterio puede vencer al candidato del “otro campo”, ese es el alcance de su autonomía.
Por eso, la novedad que rompa ese esquema de balance tradicional (estabilizado), de los pro y contras, puede surgir con el “fenómeno” Milei. Un pretendido «outsider» de la política, que sin embargo cuenta con todos los tics de la política marginal, ramplona, básica, enojada y rebelde para con “el sistema”. Es decir, con la parsimonia fascista. Su poder de encanto básicamente opera sobre jóvenes inexpertos, y mucho más, sobre desencantados, juveniles y no tanto. Es decir, con la “indignación”, sentimiento intenso, complejo y discreto que se desencadena por las emociones sociales y los entornos sociales, y hoy en día, reactor político universalmente difundido.
Este nuevo factor, que aglutine a los desencantados de las fuerzas tradicionales y sumen el 20% o más de los votos, puede determinar un nuevo curso político, que no permita hegemonía a la coalición triunfadora pero que de por sí, no garantiza necesariamente un gobierno de consenso. Y esa es nuestra inquietud.
Si nos nutrimos de los maestros podemos tranquilizarnos … leamos al politólogo italiano Giovani Sartori, que decía que, dado que en los sistemas contemporáneos, la distribución de votos se encuentra en la zona moderada, la polarización ideológica no generaba polarización electoral.
Esto se traduce como que no siempre los ‘centros’ (adherentes a MILEI) que se forman como diferenciándose de los DOS GRANDES ACTORES, conformarán un tercer grupo autónomo de la división peronismo / no peronismo. Sino que suelen resultar “impotentes”, debido a que finalmente son absorbidos por UNO U OTRO ACTOR. Sus votantes, se terminan dividiendo y cada cual elige al más cercano a su preferencia. Sartori nos dice que, cuando los partidos convergen hacia el centro, el centro partidario se esfuma, porque lo reemplaza una “tendencia de centro”.
La clave entonces parece estar en la fragmentación del sistema: gana el poder quien pueda representar una propuesta monolítica, que garantice al menos la lealtad de sus votantes. Pero esto exige selección de liderazgos aptos para conducir, no como opción por espanto al otro.