Por: Camila Rodriguez Nardi
“Siendo el resultado de las generaciones que nos precedieron, somos también el resultado de sus aberraciones, pasiones y falacias, y hasta de sus delitos (…) A pesar de que condenamos esas aberraciones y nos consideramos librados de ellas, no dejaremos de ser sus herederos.”
Nietzsche, a fines del siglo XIX, advertía sobre el carácter de legado vivo que cada momento histórico posee sobre la humanidad que lo considera un pasado superado. No parece una afirmación demasiado innovadora para el 2020, donde en mayor medida todos entendemos que condenar los peores crímenes ya sucedidos no nos hacen menos responsables como humanidad, ni nos libran de garantizar su condición de pasado irrepetible. Nunca más, decimos.
El problema aparece cuando el pasado, lejos de ser una historia muerta y superada, se hace presente de nuevas formas y mediante nuevos dispositivos, y nos recuerda que aquellos crímenes y aberraciones nunca se fueron.
Hacia 1874 Nietzsche argumenta, en su Segunda Consideración Intempestiva, que las corrientes filosóficas e intelectuales de su época abusaban del estudio de la Historia como una disciplina meramente contemplativa, sin reconocer su cualidad de conocimiento crítico y productivo. Un exceso del estudio de la Historia atrofiaba el reconocimiento y apropiación de su condición de conocimiento vital y resultaba, en definitiva, perjudicial para la vida misma. Para Nietzsche, la utilidad verdaderamente valiosa de la Historia es su sentido crítico puesto al servicio de la vida y del futuro. “Para poder vivir, ha de tener la fuerza de quebrar y disolver una parte de su pasado: eso lo logra arrastrando ese pasado ante la justicia, con el objetivo de inquirir minuciosamente en él y poder condenarlo finalmente”.
El sentido crítico que el filósofo alemán le reconoce a la Historia de la humanidad no es más, en pocas palabras, que poder mirar con nuevos ojos las atrocidades del pasado y luchar por un presente donde no tengan lugar más que en los libros de historia. Si a finales del siglo XIX el problema era el exceso de Historia contemplativa que impedía reconocer su condición de crítica presente y vital, hoy parecería que la tendencia es negar la Historia, negando también su carácter productivo y transformador.
En aquel momento era “intempestivo” escribir en contra del abuso de la Historia. Hoy, manifestarse en contra del fenómeno de corrección política retroactiva de los registros de la Historia que nos incomodan como lo son películas, monumentos o libros es, por lo menos, cancelable. Probablemente, igual de cancelable o problemático que podría ser una mujer feminista reivindicando ideas de Nietzsche en el siglo XXI.
La cultura de la cancelación y la corrección política no son problemáticas en sí mismas. Al contrario, responden a la cultura de una época donde los estándares de la humanidad son otros y se exige que las representaciones artísticas o políticas se adecúen a las demandas sociales de la población. El problema aparece cuando se pretende borrar los registros del pasado que se critica; es decir, cuando se eliminan episodios de series viejas por contenido racista o machista o se trasladan monumentos de figuras históricas por los crímenes que cometieron contra ciertas comunidades.
La pretensión de borrar las obras de un pasado que nos incomoda o escandaliza deviene en una negación que, lejos de ser productiva o vital, invisibiliza una historia de opresiones y luchas que nos permiten hoy mirar ese pasado con ojos condenatorios.
Para poder denunciar los abusos de poder político y policial, el racismo estructural o la cultura patriarcal fue necesario, en un primer momento, nombrar a estos problemas como tales. Nombrar las injusticias, reconocerlas y protagonizar luchas necesarias.
Por otro lado, la obsesión de cancelar representaciones antiguas de un pasado condenable muchas veces opera de estrategia compensatoria para reconocer la actualidad de aquellas representaciones ¿No sería mejor dejar de consumir a Baby Etchecopar, garantizar medidas para terminar con el techo de cristal laboral de los sujetos femeninos, garantizar cupos trans o recriminar al Estado el uso sistemático del gatillo fácil y el abuso de poder policial?
No hace falta ver la serie de Netflix When they see us (basada en un caso real en Estados Unidos) para reconocer el racismo y abuso de poder sobre las poblaciones racializadas, alcanza con mirar hacia Tucumán. Tampoco alcanza ni tiene sentido eliminar episodios sexistas de The Office de las plataformas de streaming mientras en Argentina una mujer es asesinada por ser mujer cada treinta horas.
“Cuando el pasado comienza a ser estudiado desde un punto de vista crítico se desentierran las raíces con un cuchillo y se desdeñan cruelmente las tradiciones.” El problema no es identificar el racismo en la representación social de la época de Lo que el viento se llevó, es esperable que suceda y es necesario para marcar la diferencia con ese pasado y construir un presente diferente. El problema es borrar la película de la plataforma de HBO, como si nunca hubiera existido esa realidad y, sobre todo, como si no fuera aún relevante. Pretender negar la Historia que explica el presente que hoy disputamos.
Nietzsche advertía de un abuso de la Historia que atentaba contra el devenir de la humanidad. Tengamos cuidado nosotros de no pretender borrar la Historia en un intento de mera corrección política que nos impida nombrar y luchar contras las aberraciones que continúan existiendo.