Hace más de dos meses comenzó a gestarse una lucha firme desde el campesinado indio ante las medidas gubernamentales comandadas por el primer ministro del país, el ultraderechista Nerendra Modi.
El campesinado, que constituye más del 50% de la población nacional, se ve ampliamente afectado por una ley de reforma agrícola que había sido votada por el parlamento en septiembre de 2020, dándole lugar a la intervención de diversos empresarios y un consecuente proceso de privatización mediante el cual solamente éstos se verían beneficiados. Esta medida pone fin a la compra de la cosecha de los campesinos por parte del Estado a precios sostén y se los obliga a vender directamente al sector privado, lo que podría conducir a la ruina de millones de ellos. Así, el trabajo de los agricultores queda relegado a gusto y semejanza de las corporaciones.
A su vez, una reforma laboral impuesta por Modi el pasado 27 de noviembre potenció la indignación (aquel día cerca de 250 millones de huelguistas reclamaron en oposición), y el crecimiento del hambre se acentúa a cada momento del gobierno extremadamente nacionalista manejado por el Bharatiya Janata Party (BJP), partido oficialista. Mientras a raíz de la pandemia que los condujo a cosechar más de 200 mil muertos, los trabajadores se empobrecían esporádicamente, las ganancias corporativas se acrecentaban de igual manera.
El 26 de enero, Día de la República de la India, no fue la excepción y miles de campesinos salieron a manifestarse por las calles de Nueva Delhi, ya sea a pie o en tractores. Pero, como también sucede hace más de 60 días, el oficialismo respondió con represión y violencia, situación que llevó a una respuesta de los manifestantes, rompiendo barricadas (88 aproximadamente) y destruyendo vehículos como grúas y autobuses. Muchos policías tuvieron que huir, y alrededor de 81 resultaron heridos, varios de ellos por saltar desde un puente en la huida.
Por el lado de las personas que han salido a reclamar se desconoce el número de afectados, y se señala al gobierno tanto por ocultar dicho número, como por introducir infiltrados en la protesta para la generación de una revuelta como la que ocurrió (o peor). Incluso el intenso frío al que se vienen enfrentando, el hambre, y los accidentes de ruta a los que se han expuesto, ya ha dejado un saldo de muertos importante entre los reclamantes que han ido puliendo la organización de sus manifestaciones.
Sin embargo la rebelión no es solo campesina, asimismo el pueblo trabajador, como por ejemplo empleados de Toyota, han salido a elevar sus exigencias ante un momento que los encuentra cada vez más precarizados y con intentos patronales de aumentar el ritmo laboral sin suba de ganancias para quienes lo sufrirían.
La arbitrariedad judicial ha tenido su lugar, estancando los problemas por intermedio de extensas e interminables mesas de negociación que fueron agotando cada vez más al pueblo de la India, ya que mientras de conversaba, el hambre y la disminución de beneficios se agrandaba. Estas mesas contaban con la interacción entre líderes de las protestas y funcionarios del mandato que administra el país. Hasta el momento ya van nueve de estas reuniones que han llevado a la nada, ya que además el movimiento de lucha quiere la derogación total de las leyes anti campesinas.
La Corte Suprema intervino sobre la ley agraria dictaminando su suspensión hasta poder encontrar una “solución” entre ambas partes, solución que hoy en día parce inalcanzable. Claro está, el foco estaba en diluir las movilizaciones, incluso ordenando la creación de un comité encargado de evaluar la circunstancia, pero sin la participación de referentes trabajadores y/o campesinos. Además irrumpió solicitando agresivamente que los campamentos levantados debían desalojarse, anunciando que principalmente las mujeres y los ancianos tenían que irse de los mismos, sacando a relucir el machismo que la tiñe.
Esta intervención parcial solo destaca que la crisis política del oficialismo existe en mayor medida de lo que a ellos les apetecería, donde los métodos utilizados para sacar las masas de las calles les han sido insuficientes y requieren el auxilio de otros pilares estatales que empujen para su lado.
Modi, de igual forma, acusa sus rivales de la región, China y Pakistán, cuyos gobiernos han tenido en el último tiempo choques bélicos con la India, de fogonear la rebelión campesina, calificándolos de “fuerzas antinacionales” al servicio de la agitación social. En este marco, los paquistaníes denunciaron que un soldado de sus filas ha muerto en un enfrentamiento el jueves pasado a manos de tropas del Ejército indio en la región de Cachemira. Ambos países se vienen acusando entre sí de ataques no provocados en la región del Himalaya (Cachemira), y denunciándose de la misma manera de orquestar movidas de “terrorismo transfronterizo”. India es un país aliado de Estados Unidos, del cual este se vale para avanzar en su ofensiva estratégica contra China. Modi viene de reforzar los lazos de seguridad militar con Estados Unidos y sus socios regionales de Asia, Japón y Australia.
Las protestas llegan simultáneamente con la preocupación internacional ante una situación que encadena hambre y producción de alimentos. Directivos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), afirman que campesinos/as y residentes urbanos/as pobres han sido las personas más afectadas por la pandemia. “Alejados de los mercados y con una caída en la demanda de consumo, los campesinos han luchado por vender sus productos, mientras los trabajadores informales en áreas urbanas viven al día, desempleados y en confinamiento”, señaló la científica del organismo Ismahane Elouafi. Producción y apropiación de alimentos, hambre mundial, el debate sobre estas cuestiones es prácticamente inexistente, en gran parte debido al dominio impuesto por las diez grandes empresas multinacionales de alimentación: Nestlé (Suiza), PepsiCo (Nueva York), Unilever (Londres y Rotterdam), Coca-Cola (Atlanta), Mars (Virginia), Mondelez (Illinois), Danone (Parìs), General Mills (Minnesota), Associated British Foods (Londres) y Kellogg’s (Míchigan. Estados Unidos).