Un día como hoy, pero de 1947, fue aprobada la ley 13.010, que permitía el voto femenino. El rol de Evita fue crucial para su sanción, generando un hito en la historia argentina.
El 9 de septiembre de 1947 quedó marcado para siempre en la historia argentina. Aquel día, el Congreso de la Nación aprobó la ley 13.010, conocida como Ley de Voto Femenino, que le abrió las puertas a las mujeres de todo el país a votar y ser elegidas.
La ley, un hito en la historia, fue impulsada por María Eva Duarte de Perón, que, con un arduo trabajo, acompañó el movimiento de mujeres iniciado anteriormente por sufragistas como Julieta Lanteri, Elvira Rawson, Cecilia Grierson y Alicia Moreau, por nombrar algunas.
En sus discursos para esta conquista, Evita reforzaba la importancia de reconocer a la mujer como sujeto activo de la política: “El derecho de sufragio femenino no consiste solamente en depositar la boleta en una urna, consiste esencialmente en elevar a la mujer en verdadera orientadora de la conciencia nacional”.
Si bien la ley se promulgó en 1947, recién las mujeres pudieron ejercer su derecho en 1951. La promulgación de la ley exigía cambios administrativos y burocráticos que, con el tiempo, se fueron subsanando. En aquellas elecciones, Perón logró su segunda presidencia. El derecho a voto fue un éxito: el 90% de las mujeres empadronadas se presentó a los comicios.
El discurso completo de Eva Perón en su lucha por el voto femenino (27/01/1947)
“Mujeres de mi país, compañeras:
Creo que hablamos ya un mismo lenguaje de fe, y abrigamos una misma esperanza de superación para el futuro de nuestra patria. Creo que estamos cada jornada más juntas, más íntimamente ligadas con nuestro destino paralelo. Creo que, día a día, aquí y allá, en las fábricas, o en los surcos, en los hogares o en las aulas, se acrecienta esa fuerza de atracción que nos reúne en un inmenso bloque de mujeres, con iguales aspiraciones y con parejas inquietudes. Creo que, al fin, hemos adquirido el claro concepto de que no estamos solas, ni aisladas, sino por el contrario, solidarias y unidas alrededor de una bandera común de combate.
Sé quiénes me oyen
Conozco a todas y a cada una de mis compañeras. Te conozco a ti, la que reveló el taller en toda su magnífica fuerza de mujer de voluntad. Sé tus luchas, sé tus reacciones, sé tus sueños.
Me gustó que entendieras el lenguaje de la nueva justicia social que ganaba a los hombres, y que, ardientemente, la aplicaras a tu grupo. Te conozco también a ti, la “descamisada”del 17 de Octubre, la mujer de la reacción de un pueblo que no quiso claudicar, ni entregarse. Te observé en las calles. Seguí tu inquietud. Vibré contigo, porque mi lucha, es también la lucha del corazón de la mujer que en los momentos de apremio, está junto a su hombre y su hijo, defendiendo lo entrañable.
Sí, defendiendo la mesa familiar, y el derecho a un destino menos duro. Defendiendo en resumen, todo aquello que la mujer tiene el deber de defender: su sangre, su pan, su techo, sus sueños.
Te conozco también a ti, la alejada en distancia, pero no en sentimiento, la mujer de nuestras chacras y pueblos del interior.
Tú también tienes tu parte, y mereces defenderla. Tú también supiste alentar a tu gente, y el resultado de tu largo y glorioso sacrificio, es ahora la noción de vivir en la protección de leyes de trabajo que han remozado tu corazón y tu rancho. Tú también tenías el derecho a la sonrisa, como cualquiera de las mujeres que en esta tierra opulenta, supieron arrostrarlo todo, siempre y en todo instante.
Conozco a mis compañeras, sí. Yo misma soy pueblo. Los latidos de esa masa que sufre, trabaja y sueña, son los míos.
No olvido mis deberes de mujer Argentina
Así como el destino me hizo ser la esposa de General Perón, vuestro presidente, me hizo también adquirir la noción paralela de lo significa ser la esposa del Coronel Perón, el luchador social. No se podía ser la mujer del presidente de los argentinos, dejando de ser la mujer del primer trabajador argentino. No se podía ser la mujer del presidente de los argentinos, dejando de ser la mujer del primer trabajador argentino. No se podía llegar al encumbrado e inútil sitial de esposa del General Perón, olvidando el puesto de tesón, y de lucha, de esposa del antiguo Coronel Perón, el defensor de los “descamisados”.
Me lo hubieran permitido el protocolo, las costumbres de nuestro país, la línea del menor esfuerzo, la inercia, la vanidad, la satisfacción, el prurito de ignorar estando arriba, aquello que está abajo, fuera de la pupila. Nadie me hubiera recriminado ser solamente la esposa del general Perón, confundiendo mis deberes sociales. Pero me lo hubiese impedido el corazón. Me lo hubiese impedido el ejemplo de una conducta inflexible. Me lo hubiese recriminado, diariamente, esa pasión de trabajo, esa fe iluminada, y esa permanente inquietud por su pueblo, que caracteriza al General Perón. Por eso, estoy con vosotras. Por eso, seguiré junto al que sucumbe. Por eso, compañeras, mi acción social irá ensanchándose, en la medida que se ensanchan las heridas y las necesidades de ese noble y cálido pueblo de cuyo seno he salido. No tengo otra vanidad, ni otra ambición, que sea: servir, ser útil, volcarme en la inquietud de cualquiera de los millones de mujeres, que ahora poseen un claro sentido de su deber y una noción real de sus derechos.
Nuestro baluarte: el hogar
El hogar, esa célula social, donde se incuban los pueblos es la argamasa nobilísima y celosa, de nuestra tarea. Al hogar estamos llegando, y el hogar de los argentinos, nos va abriendo sus puertas, que son como el corazón ansioso del país. Todo lo hemos supeditado, repito, al fin último y maravilloso de “Servir”. Servir a los “descamisados”, a los débiles, a los olvidados, que es servir -precisamente- a aquellos cuyo hogar conoció el apremio, la impotencia, y la amargura. Del odio, la postergación, o la medianía, vamos sacando esperanza, voluntad de lucha, inquietud, fuerza, sonrisa. El hogar, que determinó el triunfo popular del Coronel Perón, no podía ser traicionado por la esposa del Coronel Perón. Vosotras mismas, espontáneamente, con esa cálida ternura que distingue a las camaradas de una misma lucha, me habéis dado un nombre de lucha: Evita.
Prefiero ser solamente “Evita”a ser la esposa del Presidente, si ese “Evita” es pronunciado para remediar algo, en cualquier hogar de mi patria.
La mujer debe ir a la acción política
Todo ello, no hace sino unirnos cada vez más, compañeras.
Y al unirnos, colocarnos en un plano social nuevo. La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. Aquélla que se volcó en la Plaza de Mayo el 17 de Octubre; aquélla que hizo oír su voz en la fábrica, y en la oficina y en la escuela; aquélla que, día a día, trabaja junto al hombre, en toda la gama de actividades de una comunidad dinámica, no puede ser solamente la espectadora de los movimientos políticos. La mujer debe afirmar su acción. La mujer debe optar. La mujer, resorte moral de un hogar, debe ocupar su quicio, en el complejo engranaje social de un pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse, en grupos más extendidos y remozados. Lo exige en suma, la transformación del concepto de la mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes, sin pedir el mínimo de sus derechos.
Unirse y afirmar una voluntad
Yo considero, amigas mías, que ha llegado quizá el momento de unirnos en esta faz distinta de nuestra actividad cotidiana.
Me lo indica, diariamente, la inquietud de vuestros pensamientos y la ansiedad que noto cada vez que cruzamos dos palabras.
La Mujer argentina ha llegado a la madurez de sus sentimientos y sus voluntades. La mujer argentina, debe ser escuchada, porque la mujer argentina supo ser aceptada en la acción. Se está en deuda con ella. Es forzoso restablecer, pues, esa igualdad en los deberes. La mujer que recorrió a pie largas distancias, para afirmar junto al hombre, una voluntad: la “descamisada” que convirtió cada hogar en un baluarte de exaltación revolucionaria; el corazón que sustento, sin desmayo ni retroceso, el triunfo del pueblo el 24 de febrero, no podrá ser olvidado por los hombres que salieron ungidos sus representantes, en aquella histórica contienda cívica. Esos hombres no olvidaron a la mujer. Esos legisladores del pueblo, recordarán a la entraña de ese pueblo: la mujer argentina, llegada a su madurez social y política. El voto femenino, será el arma que hará de nuestros hogares, el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública. El voto femenino, será la primera apelación y la última. No es sólo necesario elegir, sino también determinar el alcance de esa elección. En los hogares argentinos de mañana, la mujer con su agudo sentido intuitivo, estará velando por su país, al velar por su familia.
Su voto será el escudo de su fe. Su voto será el testimonio vivo de su esperanza en un futuro mejor. Los legisladores saben eso, compañeras. Es premioso recordarles que no lo olviden. Esa es una de las formas de nuestra lucha cotidiana, amigas, ahora que nos hemos conocido mejor y estamos unidas por todo el país, en un bloque solidario.
Soy la primera camarada de lucha
La mujer del presidente de la República, que os habla, no es -en este sentido- más que una argentina más, la compañera Evita, que está luchando por la reivindicación de millones de mujeres, injustamente pospuestas, en aquello de mayor valor en toda conciencia: la voluntad de elegir, la voluntad de vigilar, desde el sagrado recinto del hogar, la marcha maravillosa de su propio país. Esta debe ser nuestra meta”.