Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Cuando una fuerza política resulta exitosa en las elecciones, es –al decir de Álvaro García Linera– que ganó previamente a nivel cultural, y luego político. Tradicionalmente la derecha (en todas sus versiones), cuando se opone a un gobierno popular o a una alianza que cuestione (por tímido que sea) el statu quo, procede a minar la realidad con un relato apocalíptico, disputando el sentido común y utilizando el miedo y el cinismo, como armas predilectas, sin realmente contraponer un proyecto político propio. Al instalar dudas, desconfianza e incertidumbre, la voluntad popular está minada y la expectativa de cambio prospera.
Por ello, las fuerzas conservadoras, (de derecha por antonomasia), carecen de proyecto a futuro, solo tienen el proyecto presente de conservar sus intereses, privilegios y patrimonios que le prodigan poder y status, y naturalmente; beneficios materiales. Estas minorías concentradas son capaces de arrastrar a sectores de la población que nunca serán invitados al banquete. Por la otra parte, los proyectos progresistas consideran los intereses de las mayorías, al menos, declamativamente.
La desigualdad también es cinismo. Por ejemplo, siendo el PBI per cápita argentino de u$d 13.500 anual, el sueldo mínimo no debería ser equivalente a solo u$d 200 mensuales. La democracia suele ser defendida por la derecha, solo cuando se practica a su favor, de afectar intereses concentrados, por ejemplo, cuando se levantan voces reclamando o reivindicando derechos, los voceros de la diestra pedirán ‘evaluarla’.
Para dirigentes conservadores, sus periodistas ‘afines’ y propagandistas ‘estimulados’, el cinismo también implica cierto grado de saberse impune. El dogmatismo ideológico es el denominador común de los que llevan la contra a gobiernos progresistas y redistributivos, sin embargo, su éxito cultural, es presentarse ante la sociedad civil como una fuerza “desideologizada”, y que solo la mueven los intereses del país. El rumbo histórico toda vez que acceden al poder formal, marca, sin embargo, una bitácora inversa.
La combinación de ‘haters’ y fundamentalismo económico, está siempre envuelta en un profundo cinismo, ya que su ropaje es antagónico al verdadero contenido. Se autoproclaman ‘republicanos’ para frenar al populismo, y sus estandartes el progreso y la civilización.
Podemos afirmar que el cinismo está encuadrado en un vacío moral que solo mira para sí y olvida el bien común, elemento esencial de la democracia. Por ello es muy preocupante si el discurso público y las relaciones políticas están dominadas por una suerte de cinismo político porque implica que, en ese sistema, el bien común se halla perdido.
El pragmatismo de la derecha
El aprendizaje del conservadurismo es sin dudas más ágil que las corrientes progresistas. Justamente la derecha tiende a cambiar sus principios (secundarios) conforme mute el humor social, por otros más atractivos para la coyuntura. Y eso, señores, es cinismo puro.
Las fuerzas de izquierda, progresista o populares, ante la derrota o la adversidad persistente, tienden a la melancolía como dicen algunos. Algunos populistas piensan que la realidad está equivocada, y se abocan a largas discusiones para actualizar principios y volver a la aplicabilidad práctica. A esta altura la derecha ya cambió hasta sus eslóganes.
Al hacer invisible a la INJUSTICIA, el cinismo la vuelve invencible.
El cinismo siempre presenta toda defensa como un ataque, y a las víctimas las arropa con prendas de verdugo. Por eso el cinismo logra confundir, haciendo creer que quienes se oponen a la injusticia y la hacen visible, son los que la crean y la reproducen.
Al extenderse el cinismo, los asuntos turbios se visten de “transparencia”, y el felón o corrupto, se ufana de su propia “honestidad”, seguramente señalando a alguien más como funcional a la injusticia. Cuando la acusación de un cínico se sostiene responsabilizando a alguien de un mal, es probable que el acusado sea mas bien parte de la solución que del problema.
Algunas precisiones del cinismo
El cinismo es un estilo discursivo, una forma de comunicación, no es una ideología. De hecho, pude ‘ponerse al servicio’ de cualquier ideología. Sin embargo, en la experiencia histórica la orientación política que más se sirve de él, se vincula a las de las clases dominantes.
Como esbozamos antes, el cinismo es una actitud de quien ha renunciado a la pretensión de verdad o de justificación racional, pero afirma ciertas posiciones por conveniencia. Su objetivo es imponer sus propios intereses contra otros, es decir actúa de un modo enteramente instrumental y estratégico.
El cinismo del poder o señorial [para diferenciarlo del plebeyo, irreverente y potencialmente subversivo como el de Diógenes en la antigüedad], suele despreciar a los que ocupan posiciones inferiores en la sociedad, y en eso marida con el FASCISMO.
Sin embargo, es evidente que en lo que va del nuevo siglo, el cinismo señorial se difundió en todos los estratos sociales, y hoy sin perjuicio de la posición social de los individuos hay quienes desconocen abiertamente el “bien común”. Sorprendentemente, las masas en la actualidad premian e imitan el cinismo señorial – por ejemplo – de los “empresarios sin escrúpulos”, a pesar de ser ellas las principales víctimas. La equidad y la razonabilidad ya no parecen ser atributos valorados.
Hay dirigentes que frivolizan estas cuestiones impunemente, generando falta de confianza hacia la política, los políticos y las instituciones, y ese cinismo puede ser la llave para que el fascismo entre en la democracia. Al presente observamos marcada falta de involucramiento y baja participación en asuntos políticos como señales de alerta. El cinismo político debilita la dinámica de relaciones al interior de la comunidad [cohesión, identidad, solidaridad] y, por tanto, se distancian de su esencia más democrática.
La práctica del Cinismo al detalle
En Política, el Cinismo como conducta, se alimenta de la saña, la crueldad, la infamia, además de la ironía, el sarcasmo, y el escepticismo. Su práctica desde ya plantea cuestiones éticas decisivas. El cinismo político es en efecto, altivo, hipócrita y engañoso, alejado de principios morales.
La ‘habilidad’ del ejercicio de esta forma de comunicación, se suele encontrar casi siempre en los políticos ‘pragmáticos’, aquellos poco dados al estudio, investigación o inquietud intelectual, que confunden a sus simpatizantes con su pretendida eficacia puramente electoral. Los cínicos suelen rechazar las utopías, y carecen de preocupaciones éticas, porque suelen usar un discurso demagógico para esconder, enmascarar y falsear la realidad proponiendo un destino “mejor” sin definirlo, por lo que, en realidad, no se sienten comprometidos a seguir una promesa definida.
Suelen los cínicos -poco afectos a racionalizar desde el saber las cuestiones del Estado y la ‘cosa pública’-, calificar a los políticos que realmente estudian los problemas, y defienden con ahínco sus ideas, como soñadores y teóricos.
En tanto que sus resultados políticos están desvinculados de toda convicción teórica. Hablan y actúan en función del poder, por el poder mismo. No cuentan con pensamientos y razonamientos – en general – basados en una estructura lógica conceptual, sino que son guiados por intereses antes que ideas. Dicho esto, no es curioso que el resultado de sus acciones, normalmente, no tengan ningún efecto social positivo.
Ante el pragmatismo del cinismo político, parecería necesario que la acción política contraria, debería tener un importante contenido de ética y un ideario claro. En un sistema político donde prevalece el cinismo por cierto tiempo, los valores que fundan la cohesión social crujen, y circula rampante la mentira, la falta de escrúpulos, el descaro o desfachatez.
Perfil del Político Cínico
Cuando un dirigente o candidato afirma que la ley es su marco ético, se despoja de toda responsabilidad personal y profesional en sus acciones y consecuencias, es un indicador inequívoco de cinismo. Cuando su estrategia de márquetin electoral es carente de principios, y solo apela a arengas y a agitar emociones, es otro. Disminuir la relevancia del respeto a los DD.HH. en su relato o en la crítica hacia otro que los proclame. El uso de absurdas simplificaciones de la realidad (video política) considerando como ignorante, así a la opinión pública [no todos lo son, ciertamente], es otra clara manifestación de cinismo.
Como funcionario, no se inmuta ante acusaciones que pueda recibir por mal desempeño, y suele despreciar al acusador. Ello resulta porque la corrupción es esencialmente perversa y cínica. Desconocerá toda prueba en contra sin inmutarse.
Un tal político, aunque circunstancialmente gane adeptos y elecciones, a mediano o largo plazo, fomentan con su actitud la desvinculación de la ciudadanía hacia la política, por la desconfianza y el descreimiento que genera.
La crítica social y política es el antídoto del Cinismo imperante
Para conocer la realidad, superar prejuicios e ideas preconcebidas, en otras palabras, encaminarse a la emancipación, solo se puede lograr siempre con una mirada crítica, realista; el despertar las consciencias ingenuas, liberarse de anteojeras ideológicas y alejarse de quimeras, es un legado humanista de la iluminación, que el hombre moderno de a pie, suele tener olvidado.
Para agravar la dificultad del despertar a la cruda realidad, mucha alienación metafísica y domesticación política ha sesgado el espíritu del hombre actual, que no suele elevar su mirada mas allá de la coyuntura y su ámbito de interacción. A ello, debemos sumarle la naturalización por medio de la cultura política y económica, de la institucionalización ya centenaria de los mecanismos de dominio que se aplican a las masas.
Cuando se ve la “realidad” social [explotación, opresión, alienación], sin falsas consciencias, se la puede cambiar, pues sus formas se asumen como contingencias históricas, y no inmutables. Eso es a lo que teme la Reacción.
Algún autor sostiene que hasta la ideología se ha vuelto cínica. Esto es, aunque se advierta que el dogma distorsiona la comprensión, igualmente, los adherentes siguen actuando conforme a ella. Ya han perdido la ingenuidad acerca de ciertos principios y valores democráticos, como todos los políticos usando el Estado solo por el bien común, o que actúen sin intereses particulares o sectoriales, por ejemplo, pero proceden como si fueran verdaderos.
Es como que el cinismo inmuniza a la ideología (y de paso al statu quo) ante la crítica que pudiera ser corrosiva. Por otra parte, el cinismo ‘señorial’ ya copó el discurso de sectores de la izquierda y del progresismo en general, y esto es grave porque esteriliza la opción del cambio radical (revolucionario). La retórica del campo popular, a veces emplea significantes movilizadores pero vacíos.
Hegemonía por hegemonía misma, pura estrategia política para conquistar el poder o retenerlo, la praxis ya no es para el CAMBIO y la construcción de un sistema liberador, y lo que antes se concebía como instrumento (poder político), ahora pasa a ser un fin en sí mismo. Eso es ausencia de crítica teórica (concientización).
Conclusiones
Junto a la información de calidad, las democracias deben convivir con la toxicidad y el envenenamiento del discurso público. Las redes erosionan el debate, y la preocupación de los que adherimos al campo popular, ante la lógica tolerada –cuando no aceptada– de la comunicación política abierta y sangrienta (muy lejos de la democratización de la información de la Internet que se aspiraba en el pasado reciente), es que se extiende un nuevo estilo discursivo propiamente cínico.
La polarización que se registra virtualmente en todo el espectro de las democracias liberales, en una era de descalificación y violencia real o simbólica, es un fenómeno que erosiona la convivencia. El cinismo que se expande a todos los estratos y corrientes políticas, nos indica la desconfianza generalizada hacia el sistema político, lo que abre el camino al cambio, pero manifiesta también una laxitud moral política que es siempre difícil de reducir, y afecta a la democracia.
En Argentina, lamentablemente atestiguamos en estos días pos eleccionarios, un cinismo político en su apogeo, cuando muchos políticos traicionan sus convicciones y valores sin remordimiento alguno, defraudando a sus propios electores, y produciendo, al cambiar programas antes de asumir funciones, una estafa electoral de proporciones. Estas incoherencias deterioran la confianza en la clase política (¿casta?) y erosionan la república que proclaman defender. No es de asombrarse por el bajo nivel de eficacia política generalizada.
Al cinismo, hay que anteponer razón crítica y solidaridad con la verdad.