El trabajo demuestra que las rutinas de las mujeres se caracterizan por su doble presencia, mientras que las de los hombres reflejan una mayor disponibilidad laboral, y evidencia que las mujeres directivas tienen una disponibilidad laboral mucho mayor que las mujeres técnicas.
Las desigualdades de género existentes se han visto reforzadas con la llegada de la crisis del covid-19. El aumento del teletrabajo y las rutinas de confinamiento han hecho retroceder los avances que hasta el momento se habían hecho en materia de un reparto igualitario de las tareas domésticas y su revalorización.
Investigadores del Centro de Estudios Sociológicos sobre la Vida Cotidiana y el Trabajo (QUIT) del Departamento de Sociología de la UAB y del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona (IERMB) han analizado el impacto de género que el teletrabajo y el confinamiento tuvieron en el cuidado de las personas y en las tareas domésticas.
La investigación, que ha analizado si el teletrabajo y el confinamiento han reforzado los roles tradicionales de género o, por el contrario, han favorecido la corresponsabilidad, ha sido dirigido por la profesora de Sociología Sara Moreno Colom y financiado por Fondos Supera covid-19.
Los expertos han explorado la distribución de los trabajos, tiempo y espacios dentro del hogar, han analizado las rutinas de confinamiento y han captado los costes y riesgos cotidianos ocasionados por esta situación, combinando el análisis cuantitativo, con fuentes de datos estadísticos, y cualitativo, con 36 entrevistas en profundidad a 24 perfiles definidos por variables de género, ciclo vital, categoría profesional y modalidad de teletrabajo.
El estudio, publicado en el ‘Anuario IET de Trabajo y Relaciones Laborales’, concluye que las rutinas de confinamiento se agruparon en dos tipos principales: las de centralidad laboral características de los perfiles sin cargas de cuidado; y las combinadas, propias de quienes han de cuidar a criaturas y/o adultos dependientes, que incluyen tareas laborales, domésticas y de cuidado.
El trabajo demuestra que las rutinas de las mujeres se caracterizan por su doble presencia, mientras que las de los hombres reflejan una mayor disponibilidad laboral, y evidencia que las mujeres directivas tienen una disponibilidad laboral mucho mayor que las mujeres técnicas.
“Las rutinas del perfil de hombres técnicos con criaturas aparecen como las más igualitarias en cuanto a asunción de responsabilidades domésticas y de cuidado, especialmente cuando la situación de la pareja requiere presencialidad o mayor disponibilidad laboral”, según Moreno.
En cuanto al cambio de rutinas que implicó el paso de la situación de confinamiento al semiconfinamiento, el trabajo revela que las personas sin cargas no experimentaron cambios, las personas con criaturas mejoraron la organización de los tiempos y los trabajos con la reapertura de los centros educativos y las mujeres que cuidan adultos empeoraron su cotidianidad, dado que las condiciones del teletrabajo refuerzan su responsabilidad hacia estas personas. La investigación apunta que el teletrabajo refuerza las desigualdades de género en la distribución de los tiempos y los trabajos.
Aunque admiten que durante el confinamiento aumentó la participación de los hombres en las tareas domésticas y de cuidado, afirman los autores del estudio que lo hizo “según las dinámicas anteriores al inicio de la pandemia, de modo que el incremento del volumen de tareas que implicó el cierre recayó sobre las mujeres, a la vez que se acentuó la segregación del trabajo doméstico y los hombres se ocuparon principalmente de cocinar y comprar”.
Respecto a los conflictos, el estudio señala que mientras los hombres acostumbran a tener conflictos basados en aspectos laborales, las mujeres los experimentan en el ámbito doméstico–familiar, lo que hace que estas sufren una mayor “problematización por la lógica sincrónica de la doble presencia, que les atrapa en la dificultad de simultanear constantemente el trabajo remunerado, doméstico y de cuidado”. En este sentido, el trabajo evidencia “cómo el teletrabajo refuerza las diferencias en las formas de vivir y pensar la vida cotidiana entre las mujeres y los hombres, más allá del tiempo que dedican a cada actividad”.
El estudio revela que todos los perfiles de mujeres que teletrabajan relatan un grado de malestar cotidiano mucho más elevado en comparación con los hombres, en términos de jornadas interminables, aumento de la carga total de trabajo, estrés, autoexigencia, interrupciones, culpabilidad o dificultad para desconectar. Los autores alertan sobre “los límites del teletrabajo para transformar las actitudes y comportamientos de las mujeres y los hombres dentro del ámbito doméstico si no se acompaña de planes de igualdad específicos”.
Y advierten que “esta modalidad de trabajo implica el riesgo de reforzar la centralidad productiva masculina y la responsabilidad femenina en las labores de cuidado, sobre todo de las personas adultas dependientes”, por lo que avisan “del riesgo de que el teletrabajo se convierta en una falsa solución para la conciliación de las mujeres perdiendo la oportunidad que podría representar para fomentar la corresponsabilidad de los hombres”.