Más del 75% de la selva tropical ha ido perdiendo en los últimos 20 años su capacidad de recuperarse de sucesos como las sequías o los incendios, revela un nuevo estudio publicado en “Nature Climate Change”.
Por Eduardo Robaina.
El gran reto durante las próximas tres décadas es eliminar casi por completo las emisiones de gases de efecto invernadero que impulsan el cambio climático. Para ello, lo principal es acabar con los combustibles fósiles y optar por energías limpias. Pero no es suficiente: también hay que hacer desaparecer las emisiones que ya se generan. Mientras gobiernos, industrias y lobbies fantasean con construir una máquina (utópica) que haga ese trabajo, en la naturaleza ya existen muchos ecosistemas que lo hacen gratuitamente. Pero las actividades humanas están acabando con esa capacidad de absorción. Y lo que es peor: pueden volverse en nuestra contra, liberando gases y contribuyendo así al calentamiento global.
Uno de esos ecosistemas es la Amazonia. Un estudio publicado esta misma semana en la revista Nature Climate Change concluye que, desde principios de la década de 2000, más de tres cuartas partes de la selva amazónica ha perdido su capacidad de resiliencia, es decir, la capacidad de recuperarse de perturbaciones como las sequías o los incendios.
Estas pérdidas de resiliencia son más pronunciadas en las zonas más secas y en las regiones situadas a menos de 200 kilómetros del uso humano de la tierra, como grandes explotaciones y asentamientos. “Esto es alarmante, ya que los modelos del IPCC proyectan un secado general de la región amazónica en respuesta al calentamiento global antropogénico”, señala uno de los autores del análisis, el profesor Niklas Boers, de la Universidad Técnica de Múnich y el Instituto de Investigación del Impacto Climático de Potsdam (Alemania).
En la actualidad, la Amazonia representa más de la mitad de los bosques tropicales del mundo y alberga una biodiversidad infinita y única. Además, desarrolla un importante papel como sumidero de carbono e influye en gran medida en las precipitaciones de toda Suramérica. Por tanto, que goce de buena salud tiene implicaciones globales.
Cuando llegue el punto de inflexión será demasiado tarde para actuar
Imaginemos a una persona afectada por un duro acontecimiento reciente. Aunque aparentemente esté bien, si sufriera otra situación desagradable no sería capaz de asimilar y procesarlo igual de bien que en condiciones normales. Pues lo mismo ocurre con la Amazonia. Lo explica el profesor Tim Lenton, director del Instituto de Sistemas Globales de Exeter: “La selva puede tener más o menos el mismo aspecto, pero puede estar perdiendo resiliencia, lo que hace que se recupere más lentamente de un acontecimiento importante como una sequía”. Según los análisis del equipo de investigadores, en muchas zonas la desestabilización parece estar ya en marcha.
“La deforestación y el cambio climático son probablemente los principales causantes”, señala Niklas Boers. Factores interrelacionados y que podrían combinarse como las sequías, los incendios y la degradación del suelo también son responsables del estado al que se dirige la Amazonia.
Los autores consideran estos hallazgos una clara señal de alarma, y una muestra más de que la selva amazónica se acerca a un punto de inflexión, situación irreversible en escalas de tiempo humanas. De pasar ese umbral, gran parte de la selva tropical se convertiría en un hábitat similar a la sabana, se perdería mucha biodiversidad y el cambio climático pasaría a tener un aliado en vez de un enemigo. Es más, esto ya ocurre: otro estudio publicado hace medio año señalaba que la selva amazónica ahora emite más CO2 del que es capaz de absorber.
Sobre si terminará por llegar ese momento y cuándo, dada la complejidad de ese entorno, hay más dudas que certezas. Pero lo que sí tiene claro Boers, que realizó el estudio conjuntamente con investigadores de la Universidad de Exeter (Reino Unido), es que “cuando sea observable, probablemente será demasiado tarde para detenerla”. Y termina de explicar la gravedad de la situación: “Si se pierde demasiada capacidad de recuperación, el retroceso puede ser inevitable, pero no se hará evidente hasta que se produzca un acontecimiento importante que haga caer el sistema”.
Hay esperanza limitida
El estudio analizó en detalle los cambios mes a mes de la respuesta del bosque a las fluctuaciones de las condiciones meteorológicas. La resiliencia se redujo durante las grandes sequías de 2005 y 2010, como parte de un descenso continuo desde principios de la década de 2000 hasta los datos más recientes de 2016. “La resiliencia en realidad aumentó desde 1991 hasta aproximadamente el año 2000, pero la disminución constante desde entonces ha llevado la resiliencia muy por debajo de los niveles de 1991”, detallan los autores.
Este estudio forma parte de un proyecto financiado por el programa Horizonte 2020 de la Unión Europea. Un total de 18 instituciones asociadas trabajan juntas en más de 10 países con el objetivo de estudiar los puntos de inflexión en el sistema terrestre. Por ejemplo, la capa de hielo de Groenlandia y la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés), otros dos importantes puntos críticos que se acercan a se acercan a un estado de no retorno.
A pesar del duro mazazo que suponen estos hallazgos, la buena noticia es que aún hay tiempo para actuar antes de sobrepasar ese punto de inflexión, aunque cada vez menos. Tim Lenton es claro con los pasos que se deben seguir a partir de ahora: “Para salvaguardar la Amazonia, es necesario frenar la deforestación y la degradación, así como limitar las emisiones globales de gases de efecto invernadero”.
Pero no será una tarea fácil con la presencia del presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro. En el balance presentado a finales del 2021 por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), la deforestación en la selva amazónica brasileña aumentó un 22% respecto al año anterior, con 13.235 kilómetros cuadrados menos de cobertura vegetal entre el 1 de agosto de 2020 y el 31 de julio de 2021.