Por: Roberto Candelaresi
Indudablemente se verifica un contexto mundial, en el que la movilización reaccionaria es el común denominador en los escenarios políticos nacionales. Un clima de época, que, en el caso argentino, fue instalado por el macrismo, con sutiles (o no tanto) campañas –por ejemplo– exaltando las fuerzas de seguridad, defendiendo la antipolítica y recurriendo a la estigmatización del otro como estrategia de agitación electoral, especialmente desde su ala de derecha pura y dura. Características estructurales –en principio– del fascismo tradicional como práctica social.
Por tanto, consideramos que, visto históricamente, enfrentamos una época de transformaciones políticas significativas. Ciertamente creemos que se constituyen en desafíos contemporáneos. Algunos analistas sostienen que, en la Argentina de hoy, se está experimentando un “resurgimiento fascista” por algunas de aquellas conductas, claramente autoritarias según analizaremos más adelante. Sin embargo, no somos partícipes de esa opinión, puesto que el fascismo en su esencia nunca fue practicado institucionalmente desde el Estado por gobierno alguno.
Habiendo aclarado nuestra postura “histórica”, no deja de preocuparnos los nuevos discursos de supuestos “libertarios”, con absolutas pretensiones de hegemonía sobre el sentido común social, que pueden habilitar y producir comportamientos disruptivos con respecto al orden social y a la armonía comunitaria de base, necesaria en todo sistema democrático.
Preocupados decimos, porque entendemos que nuestras prácticas comunes, son producto de procesos socio-históricos que tienden a habilitar, facilitar o bloquear distintos modos de relación social. Los valores y las ideologías en general, son construcciones y cualquiera de ellas puede instalarse con fuerza como práctica hegemónica, incluso si emerge como rechazo y estimulada por el odio. En el pasado, como hoy, existieron discursos que estimulan la violencia dirigida a fracciones sociales, entendidas como responsables de nuestras frustraciones por el sistema en que vivimos. Y, de ese modo, se invisibiliza los verdaderos ‘culpables’ de la opresión, o de las desigualdades económicas, etc. Es decir, al poder económico concentrado, por ejemplo. Un problema de identidad.
Regresando a nuestro pasado dictatorial, periodo al que le adjudicamos erróneamente su condición fascista, que algunos reivindican ahora (créase o no), entendemos que no se insuflaba odio entre grandes sectores sociales, sino más bien a paralizar a las masas con temor y desconfianza entre sujetos. Dejó la impronta de un individualismo salvador, para no padecer el riesgo de lo colectivo, que podría tornarse contestatario o llanamente confrontativo con el poder genocida.
La “sociedad” no era violenta, pero sectores de sus componentes (en uno y en otro ‘bando’), lo fueron y en grado sumo. El bloque de poder (¿‘vencedor’?) aplicó llanamente el genocidio, mientras el ‘grueso’ de la sociedad vivía su cotidianidad retraída y con suspicacia con el entorno. No existieron dos demonios en el sentido de equiparación de fuerzas. Esa tesis suena más bien como exculpatoria del genocidio.
La dictadura cívico-militar nunca concitó grandes adhesiones populares (a excepción de la gesta de Malvinas, fogoneada más por necesidad de supervivencia), por eso se alejó del fascismo tradicional cuyas masas en general acompañan la conducción del líder con convicción, no por temor paralizante como fue en estas pampas (el sálvese quien pueda).
Ahora la derecha propone otra cosa: agresión a otros para calmar nuestras frustraciones, no el quietismo temeroso. Desatar violencia contra grupos minoritarios o vulnerables, adjudicándoles responsabilidad por nuestras frustraciones (inmigrantes, vendedor ambulante, piqueteros, asistidos sociales, el criollo, ratero, etc.) Eso sí es práctica social del fascismo. Una violencia social colectivizada hoy, como parte de una estrategia de opresión.
Los medios, con ciertos personajes – periodistas o no – prestan sus voces, figuras y canales a operaciones de prensa, desde corporaciones o de servicios de inteligencia, y estimulan a la “indignación” de la gente para ejercer violencia incluso.
No hay para ellos dignidad cuando se protesta en la calle, o se reclama por derechos incumplidos en los espacios públicos, según algunos políticos (hoy en la oposición) incitan así a cierta gente, a atacar a quienes pretenden ejercer derechos. Pero tales políticos de derecha nunca estimulan, a reclamar frente a las instituciones o empresas del poder concentrado.
Amplificar sensación de inseguridad social, como hacen ciertos medios de prensa y algunos políticos de derecha, estigmatizar a algunos de los actores sociales, o descalificar sus propuestas, son herramientas más efectivas de esta “nueva derecha”. Un evidente giro del espectro ideológico nacional. Ante una crisis económica y socio-política que la derecha no cesa en tratar de profundizar, parece estar preparándose una propuesta de salida fascista a las consecuencias de aquellas.
Peligrosamente, el ala emergente más radicalizada, difunde un discurso odioso y de antipolítica y el mismo, es eficientemente circulado, pues no solo los medios de comunicación le dan espacio, las redes sociales (bots e influencers mediante) lo fortalecen y difunden entre el público “nuevo”, filtrándose incluso en capas populares.
El mapa político argentino, articulado con trasformaciones del mapa de la región y del mundo desde una óptica de ética democrática son preocupantes.
Neofascismo local: Características
Ciertamente diferente al totalitarismo de derecha de principios del siglo XX (Fascismo, Nazismo o Falangismo), lo que podemos verificar en los discursos del odio actuales, son algunos conceptos emparentados ideológicamente, no tanto como sistema de gobierno [corporativo], pero sí en cuanto a los tipos de construcciones y relaciones sociales busca construir en la práctica social.
Hoy los actores ‘neo fascistas’ buscan una movilización reaccionaria de la población, es decir, con un sentido regresivo; recortar derechos, no conquistarlos (planes sociales, por ejemplo). Culpar a otros vulnerables por las condiciones socioeconómicas dadas, y, en definitiva, aceptar masoquistamente una redistribución regresiva del ingreso, naturalmente lo que implica una victoria definitiva del capital sobre el resto de los factores.
El peligro
Si cada grupo social, o peor aún, una masa que se sienta convocada en base a enojo o frustración por sus condiciones de vida, a responsabilizar a otros grupos vulnerables, el resultado es violencia generalizada. Ausencia del Estado, que es quien debe monopolizar la violencia, legal y legítima, se entiende. “Justicia” popular, que ciertamente no es tal. El impedir actuar, transitar, hablar o “cancelar” al OTRO, es simplemente fascismo.
Cuando hay crispación por mensajes imprudentes, amenazantes, irresponsables, por parte de dirigentes del tipo que describimos, cualquier hecho, un malentendido, una discusión, una disputa deportiva, etc., puede encender una mecha, de un fuego de agresión impredecible.
El ejercicio de la “antipolítica” conlleva el riesgo de devorar a sus propios promotores. Los líderes de ese campo, que pretenden ser outsiders por no pertenecer a “la casta” (políticos tradicionales) no participan de una construcción que debiera tener algún nivel de responsabilidad por las consecuencias de acciones, discursos y prácticas. Incluso, hay dirigentes “institucionalizados” (Patricia Bullrich por caso) que atizan odios y confrontaciones que van en la misma riesgosa línea.
Otra característica de este “neofascismo” en gestación, tiene que ver con la mirada de la subjetividad. En efecto, la idea de la comunidad, o lo comunitario, ha sido desvalorizada como consecuencia de la impronta de la ideología liberal. Una gran diferencia con el fascismo del pasado que tenía una mirada ‘nacionalista’, si bien excluía minorías de esa concepción comunitaria.
En términos ideales, la democracia moderna resalta la posibilidad del diálogo con el distinto, por eso se admite y tolera la diversidad en grado sumo. Cuenta con herramientas de encuentro para expresar e intercambiar opiniones y generar consensos. En la era actual, los espacios de encuentros de otrora, tienden a desaparecer. Las redes sociales predominan en las comunicaciones, pero – algoritmo mediante – todas tienden a reafirmar sesgos cognitivos, evitan toda disonancia al inducir a formar grupos de pensamiento semejante.
La prensa y los periodistas, acompañan en general esa conducta, con ciertos alineamientos que sesgan las planas en ciertos sentidos y dirección, pero bajo el cínico “periodismo independiente”. Un estilo además que legitima el insulto, la descalificación o denigración por parte de ciertos actores que dejaron atrás el lenguaje equilibrado, cuidado y profesional.
Posible impacto electoral
Dada la situación de alta fragmentación en el escenario político actual, que también por cierto afecta a la derecha tanto como al oficialismo, el resultado de las próximas elecciones es aún incierto. Si el conglomerado de movimientos sociales, no aúna fuerzas con el Frente popular, para blindar al sistema democrático, y ocluir caminos a las figuras de la nueva derecha reaccionaria pro fascista, es hasta probable que una facción de esta pueda acceder al poder.
Por ahora las corrientes populares no parecen percibir el crecimiento del peligro, enfrascados en sus propias lógicas internas. El huevo de la serpiente está madurando en nuestra visión.
En efecto, las formaciones del campo popular (peronismo, izq. nacional, etc.) padecen –en nuestro criterio– de una “endogamia auditiva”, ya que se les dificulta escuchar (prestar atención) a componentes de la sociedad que no militan políticamente para ningún “color” ideológico. Y cuando lo hacen, despliegan respuestas encorsetadas en marcos ideológicos, que no resultan prácticas para descomprimir o aliviar (menos para solucionar) la situación de la realidad. Por ejemplo, frente a la demanda por mayor seguridad, desde un exorbitante garantismo, se replica que los datos sobre el delito están exagerados, o lisamente se niega la justificación de la inquietud. Ciertamente se manipula la info sobre la delincuencia, desvirtuándose estadísticas, indicadores, etc., pero a la gente que efectivamente vive o testimonia la violencia callejera, le resulta repugnante que se minimice su perspectiva o sensación
La derecha en cambio, siempre atenta, no solo aparenta escucharlos, sino que les contesta con disparatadas (desde el racionalismo más puro] propuestas, por ejemplo; libertad para armarse para defenderse, o la promesa de que, si acceden al poder, hasta las fuerzas armadas saldrán a la calle a reprimir. Muchos de los que se sienten “escuchados”, bajando su ansiedad engrosan las huestes de apoyo a esa derecha, hoy, marginal pero creciente.
Otro tema que es aprovechado por el conservadurismo retrógrado, es la exagerada exposición del progresismo oficialista acerca de los avances en materia de derechos de minorías, o de género. A veces, se desvirtúa la virtud de un derecho ya consagrado, del que se debe velar solo (y nada menos) su cumplimiento institucional, con campañas en medios y en el ámbito público, con un discurso que pretende hegemonizar absolutamente el sentido común, desdeñando otras miradas más conservadoras (pañuelos celestes, por caso), que, por simple educación, tradición o por convicciones religiosas siguen sosteniendo grandes proporciones de la ciudadanía. La izquierda tiende a estigmatizar a quienes no comparten su credo, reprochándoles su “atraso o involución”. Es allí donde la derecha acapara voluntades.
La estrategia de enfrentamiento
Llegado a cierto punto de presencia de opciones fascistas en la opinión pública, la experiencia recogida en otros sistemas democráticos desaconseja, por ejemplo, su censura en canales de difusión por medio de normas ad hoc. Ello es porque básicamente la prohibición de la propalación del negacionismo del holocausto –para tomar un ejemplo universal– es contraproducente, porque le termina dando un status contrahegemónico, justamente una “golosina” de las que usa la derecha para cooptar jóvenes especialmente.
La resolución no puede ser jurídica porque la materia es eminentemente socio-política. Hay principios fundamentales del funcionamiento de la institucionalidad política que hay que reestablecer. Para comenzar, el diálogo con todas las fuerzas políticas democráticas posibles le da solidez al sistema y aísla tanto a los fascistoides como a las fuerzas indecisas que “no se sientan a la mesa”. Las pláticas entre corrientes democráticas deben tender a construir acuerdos para aislar estas conductas impropias de la “antipolítica”.