Por: Roberto Candelaresi
El pensador Byung-Chul Han sostiene que, en esta época posindustrial y pos-heroica, el cuerpo ya no es tomado como medio de producción, ni – en un sentido estricto – disciplinado, sino hedonista*, es decir, que gusta de sí y se disfruta sin ninguna aspiración a algún fin superior. Rechaza por supuesto al dolor, porque no le encuentra sentido y utilidad.
El sujeto actual es radicalmente diferente al sujeto disciplinario del pasado reciente descripto magistralmente por Foucault: el poder busca actuar a través de la vigilancia, el control y la corrección del comportamiento de la ciudadanía, que se siente continuamente observada y, por tanto, desestimulada para coordinar con otras acciones divergentes por temor al castigo.
En efecto, con La teoría del panóptico de Michel Foucault, que da cuenta sobre cómo el poder político y económico nos controlaba sin que fuéramos capaces de advertirlo, y tuvo vigencia durante muchas décadas a partir de la posguerra, se fue perfeccionando el sistema hasta el cambio de paradigma de sistema económico, al entronizarse hegemónicamente el neoliberalismo. Téngase presente que el Poder y, el Control y la gestión de éste, son elementos presentes de forma constante en la sociedad y en las instituciones, cualquiera sea el régimen prevalente.
La idea del panóptico** sería recogida por aquel autor, que vio en la sociedad de su tiempo un reflejo de dicho sistema. El desarrollo histórico trajo la sumersión de la humanidad en una sociedad disciplinaria, que controla el comportamiento de sus miembros mediante la imposición de la vigilancia.
Se buscó, mediante el desarrollo de un conjunto de procedimientos de coerción colectiva, generalizar un comportamiento típico dentro de unos rangos considerados normales, castigándose las desviaciones o premiándose el buen comportamiento. Es decir, encauzando a los individuos a ser a la vez, dóciles y útiles por medio de la disciplina.
Ese modelo social ya hacía que el individuo autogestionara su comportamiento, dificultando la coordinación y fusión con el grupo en pos de mantener la conducta dentro de un rango establecido como correcto por el poder. De ese modo, se dificultaba la formación y acción de grupos divergentes con el orden establecido.
Otra característica que comparte con el modelo de dominación actual, es el hecho de que la vigilancia sea invisible; que las personas observadas no puedan determinar si están siendo observadas o no, hace que el comportamiento individual sea controlado incluso cuando no se vigila. El sujeto en posible observación intentará obedecer las normas impuestas con el fin de no ser sancionado.
Como se advierte, desde ese entonces, los mecanismos de vigilancia son introducidos en los cuerpos, forman parte de un tipo de violencia que se articula mediante las expectativas y los significados que transmiten los espacios y las instituciones. A resultas de lo cual, (exista o no vigilancia real); el hecho de sabernos o creernos vigilados y evaluados va a modificar nuestro comportamiento en los diferentes entornos. La idea es hacer que el dominio quede difuminado en las dinámicas de poder y de relaciones sociales.
Esta estructura tiene una importante consecuencia a nivel psicológico: el surgimiento del AUTOCONTROL de los sujetos debido a la presencia de vigilancia. Si bien puede mejorar el rendimiento laboral y el comportamiento en determinados ámbitos, la vigilancia constante puede suponer en muchos casos el origen de reacciones de estrés e incluso episodios de ansiedad en personas que terminan inhibiéndose en exceso, ya que un control excesivo es promotor de rigideces conductuales y malestar psíquico, según nos enseña la psicología, y lección aprendida por el nuevo “sistema”.
Ahora bien, el salto cualitativo hacia la nueva forma de dominación, tuvo en cuenta esas premisas, pero mucho más, las que promovían cierto desorden sistémico, y se consagraron a conjurarlas, ellas son:
- Sin autoconvencimiento, la imposición del poder va a generar un elevado nivel de reactancia en otras muchas personas, induciendo comportamientos opuestos a los que se pretendía conseguir inicialmente.
- Por la misma razón, el cambio conductual después de un “desvío”, se realiza básicamente por las posibles consecuencias y no por el convencimiento de la necesidad de tal cambio “rectificatorio”, con lo cual esas conductas resultan inestables y ‘poco confiables’ para el poder.
En la sociedad neoliberal ‘del rendimiento’ las obligaciones, prohibiciones o castigos, ceden a las motivaciones, auto optimización o auto realización. Es decir, las negatividades o espacios disciplinarios de otrora, son reemplazados por las positividades señaladas, o zonas de bienestar.
De ese modo, el dolor pierde su referencia al dominio y al poder, se despolitiza para ser un tema de salud, en todo caso. Pero no es otra cosa que una nueva fórmula de dominación, la consigna de “ser feliz”, esa positividad de capital emocional que desplaza a la negatividad del dolor que es la “felicidad” termina siendo un eficaz dispositivo de rendimiento, pues prevalece en la consciencia de los sujetos que, mediante las mencionadas auto motivación y auto optimización, logra su «realización» personal, pero todo en un marco de mucha “libertad”, sin que nadie lo obligue. Como se dice: El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.
Por otra parte, el PODER puede ocultarse bajando su perfil, ya que los individuos se explotan voluntariamente a sí mismos, naturalmente sin ser conscientes de su sometimiento a un instrumento sistémico tal.
Este panóptico digital no restringe la libertad: la promueve y la explota. Es este un rasgo característico del poder: el auténtico poder no se basa mayoritariamente en restringir la libertad con una respuesta violenta, sino que, de tan hegemónico la promueve (dentro de sus márgenes), la cual lo refuerza y beneficia.
Un PODER HEGEMÓNICO, por lo tanto, no tiene miedo de esa libertad porque de ella no surge ningún CONTRAPODER: la indignación colectiva en las redes sociales, los linchamientos digitales, «no configura ninguna esfera pública».
En lo individual, el panóptico digital no nos hace sentir observados ni vigilados: nos sentimos libres, nos desnudamos voluntariamente. Facebook, Instagram, LinkedIn, etc. ¿Quién se beneficia de toda esta información? (¿dónde está la araña en las redes sociales?) Respuesta: en las compañías que acumulan, manejan y venden el Big Data.
La proliferación de lo igual
Como etapa superadora, el sistema de dominación actual, a la vez que estimula la exhibición de diversidad de toda índole que el mundo globalizado ofrece, procura en realidad la homogenización de todos los habitantes del planeta, en términos de cultura consumista, disponibilidad productiva y cuerpos para la guerra. En su exaltación del individualismo, destruye sutilmente el concepto de “otredad”, el otro distinto que me puede enriquecer, con quien puedo construir empatía.
El capitalismo, como sistema por y para la producción, «expulsa todo lo distinto», anula toda negatividad en cuanto esta constituye un obstáculo. Los tiempos en los que existía el otro han pasado. El otro como amigo, el otro como infierno, el otro como misterio, el otro como deseo van desapareciendo, dando paso a lo igual. La proliferación de lo igual constituye una alteración patológica del cuerpo social, aunque se lo presente desde el poder dominante como “crecimiento”.
Lo que enferma a la sociedad ya no es la alienación, la sustracción, la prohibición ni la represión, sino la hipercomunicación, el exceso de información, la sobreproducción y el hiperconsumo. La expulsión de lo distinto y la condenación a lo igual, tienen consecuencias destructivas diferentes en las personas: la depresión y la autodestrucción.
Una concreta manifestación de la negación del otro, del diferente, o rechazo a la alteridad, es el auge en Europa de los nacionalismos y la crisis de refugiados [tratamiento deshumanizado, discriminativo y estigmatizante], dos fenómenos caracterizados por un irracional miedo a lo ajeno. U otro ejemplo en Estados Unidos; el reverdecido “supremacismo blanco” trumpista, naturalizando un discurso del ODIO.
Acaba eliminándose lo otro, ya sea por excesiva atención a uno mismo o por frontal negación de lo distinto, para el sistema de dominación, se aplica la vieja máxima romana: DIVIDE ET IMPERA.
A diferencia del poder disciplinario represivo, el Poder en el régimen neoliberal asume una forma positiva, elegante, desvinculándose completamente del dolor. No ejerce represión, la sumisión es auto insumida por los dominados. Para disimularse, el dominio opera seductora y permisivamente, haciéndose pasar por «libertad», es más invisible que el antiguo represivo poder disciplinario.
En la actualidad, somos continuamente estimulados a comunicar nuestros deseos, preferencias o necesidades, a desnudar contando si es posible nuestras vidas, empleando las redes sociales y toda plataforma digital habida en el ciberespacio. Esa es una vía a la vigilancia total moderna, la intensidad de la comunicación es directamente proporcional a la observación ejercida sobre cada individuo. Ese control impúdico, resulta muy similar a la vigilancia panóptica descripta por el mencionado Foucault. Se confunden la libertad con la vigilancia.
El aparato neoliberal de felicidad, nos induce siempre a una introspección anímica, distrayéndonos de la situación de dominio establecida. Cada cual debe ocuparse de sí mismo, de su propia psique, para lograr mejorar su estado anímico, y en todo caso culpar a la “sociedad” de su sufrimiento, evitando toda mirada crítica a la situación social. Su trascendencia como individuo no le impide (según los postulados del sistema) ajustarse a las relaciones de poder establecidas, que el propio sistema trata de ocultar, así como las injusticias sociales.
El objetivo sería mejorar el estado anímico, no las situaciones sociales, de lo que se sigue, que la psicología positiva es la solución, y no las revoluciones. En el mismo orden, en los últimos años, se impuso una moda; la de entrenadores motivacionales, encargados de soterrar el descontento, o desviar el enojo.
En reemplazo de los agitadores y activistas radicales que reclamaban cambios ante los excesos y las injusticias del siglo pasado, en la actualidad emergieron una camada de ideólogos que tratan de convencer que la desigualdad está “en orden” en realidad, y, que solo un mayor esfuerzo individual mejorará el futuro. Son los que, frente a las convulsiones del mercado laboral, alientan la aceptación del “cambio”, para que se vea no con el lógico (y justificado) temor, sino como una oportunidad (¿?).
El “dolor” [como manifestación psico-somática] que refleja desajustes socio-económicos, se transmitiría socialmente, pero en la comunidad actual, tanto psique como cuerpo son tratados con ‘analgésicos’, y éstos son prescriptos masivamente, es decir que, su ‘solución’ queda reducida al ámbito de los medicamentos, la farmacia.
Para los males ocasionados por la incertidumbre y la angustia, los medios de comunicación (en gran proporción) y las actividades virtuales de entretenimiento, son otra permanente anestesia social, puesto que con aquellos insensibilizando y estos paliativos embotando, se impide (o dificulta) el conocimiento y la reflexión, es decir; el acceso a la “verdad”. El dolor no se hace lenguaje y menos, crítica, queda encerrado en “cuatro paredes”.
En este apartado cabe señalar dos observaciones: cómo en el capitalismo el cuerpo pasa a ser «un objeto funcional que hay que optimizar» y cómo «el juego mismo se transforma en un modo de producción: el trabajo pasa a ser un game», en cuanto el régimen neoliberal trata de generar una situación postmarxista, en la cual el trabajador no se enajena en su trabajo, sino que se “autorrealiza”, se define y “optimiza” a través de él.
En el dispositivo neoliberal de la felicidad, cada cual debe preocuparse por obtener la propia, es decir, en el ámbito privado, en base a sus esfuerzos. Este aislamiento conduce a una pérdida de la solidaridad, y por tanto a la despolitización de la sociedad. Por eso también, el sufrimiento se interpreta como resultado del fracaso de cada individuo. Esta disociación entre semejantes, produce depresiones, no revoluciones. El fermento de las revueltas es dolor sentido en común (de allí que para los sectores dominantes, es mejor que el dolor sea tratado reservadamente y no, puesto en común).
En esta perspectiva individualista de ensimismamiento, se pierde de vista entonces las situaciones colectivas que causan los desajustes sociales; la inseguridad y la angustia serían de responsabilidad de cada cual, no de la sociedad (o de su sistema de producción y social de distribución). Este es el modo en que la sociedad paliativa reprime la dimensión social del dolor: privatizándolo, aislando a los sujetos.
Por eso Chantal Mouffe exige una “política agonal” *** que no rehúya las confrontaciones dolorosas pero necesarias para esclarecer las cuestiones ante la mirada pública. La política paliativa no tiene VISIÓN [insumo para todo proyecto político], ni puede llevar a cabo reformas profundas (porque pudieran ser dolorosas). Ofrece en cambio analgésicos, que proporcionan efectos temporales y solo tapan las disfunciones y los desajustes sistémicos.
De esta manera, todo es una mera continuación de lo mismo. El cansancio crónico, es un síntoma patológico a ser tratado con medicamentos para cada individuo, no con protestas por explotación a la fuerza laboral, por ejemplo. Hay un hombre/mujer narcisista, no hay un “nosotros”; un colectivo cohesionado en la comunidad. Ese convencimiento en la mayoría, es la mejor profilaxis contra la revuelta.
El artilugio neoliberal de felicidad pretende cosificarla, pero el dolor lo impide, pues nos devuelve la sensación de que aquella solo es posible por fragmentos, alternándose con él, así como lo salado resalta el sabor dulce. También en la pasión se fusionan dolor y felicidad, siempre la dicha contiene un componente de sufrimiento. Si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático. Quien no es receptivo para el dolor, también se cierra a la felicidad profunda.
Ahora, ¿cómo se despliega esta nueva estrategia de dominio para privatizar el miedo y el sufrimiento? Como se dijo más arriba, el sentido común generado ha logrado convencer a los miembros (al menos a muchos) de una comunidad, de responsabilizarse a sí mismos de su sufrimiento y miedos, por lo que si bien, todo el mundo padece su “propia endeblez y sus insuficiencias”, lo reserva a su ámbito privado.
De ese modo, al no verbalizarlo con otros pares, no se establece ninguna conexión entre el sufrimiento de uno y el del ‘vecino’, y la «escucha» – como dice también el filósofo surcoreano –, tiene una dimensión política, pues esa interacción entre sujetos es una participación activa en la vida de unos en otros. Los sentimientos compartidos son los enlaces comunitarios, la socialización, y a su vez, lo que se transforma de privado a lo público es lo que conocemos como politización de los problemas. Hoy el flujo es exactamente el inverso, lo perteneciente a la esfera pública se diluye en la privada.
El sistema y su estilo de vida modélico, se caracteriza por estar altamente interconectado, particularmente a nivel digital y comunicacional, pero no necesariamente como espacio de acción común, sino como burbujas individuales donde los egos se presentan y publicitan, siempre aislados. La Sociedad Paliativa es además una sociedad del me gusta.
Es víctima de un ensueño por la complacencia. Todo se pule hasta que resulte agradable. El LIKE es el signo y el analgésico del presente. Domina no solo los medios sociales, sino todos los ámbitos de la cultura. Todo es indoloro. No solo el arte, sino la propia vida, tiene que poder subirse a Instagram, es decir, debe carecer de aristas, conflictos y contradicciones que pudieran ser dolorosos. Olvidamos que el dolor purifica, que opera una catarsis. La cultura de la complacencia carece de la posibilidad de catarsis. Los “anuncios” no se escuchan. En esa disposición, se hace difícil expresar la voluntad política para configurar un espacio público, una comunidad que “escuche”, es decir: una colectividad con intereses comunes o “asociación política” al decir de Max Weber.
Frente a esta saturación positiva, a esta negación de la alteridad, a estos egos hipertrofiados, narcisistas, a este panóptico digital que transforma la comunicación real en pura conexión – el ego es incapaz de escuchar, porque hacerlo no es un acto pasivo, sino un gesto de entrega, un «dar» –, la alternativa es: LA ESCUCHA.
Si se quiere evolucionar verdaderamente, esto es; hacia un destino emancipador, hay que ampliar – despertando a otros tantos – a la sociedad “oyente y atenta”, eso hoy ya es revolucionario. Aprender a manejar los tiempos propios para que el sistema no administre la totalidad de él, con su lógica eterna de rendimiento y eficacia, como trabajadores, como consumidores, como entretenidos, deportistas, etc., no se trata únicamente de desacelerar.
Ser soberanos de nuestro propio tiempo, respetando el del “otro”, es evitar la explotación total en todos los ámbitos vitales; escapar de la lógica impuesta de que el tiempo debe ser siempre “productivo” (para el sistema), evitando que nos aísle y solamente nos individualice, y producir un tiempo compartido con el otro, ese que crea comunidad, un tiempo nuevo de todos y de cada uno.
El escuchar, nos pone en comunicación con la alteridad, desvía parte de esa libido que volcamos en nosotros mismos e invita al otro a hablar, creando ese importante espacio dialógico de intersubjetividad que más temprano que tarde se transforma en acción política.
Finalmente, no se trata de rechazar la positividad de la felicidad, y abrazar la negatividad del dolor en un sentido social, puesto que el sufrimiento es objetivo y existirá – con más razón – si no accionamos para anular sus causas. Una de ellas, es la exigencia de rendimiento que esconde el imperativo neoliberal, para lo que intenta evitar los estados ‘dolorosos’ extendidos al ámbito social y nos incita a un curso de anestesia permanente.
Debemos evitar la instauración de una posdemocracia, como democracia paliativa, tal como vemos en países ‘centrales’, que trata de quitar de la vida pública los conflictos y también las controversias verdaderas, es decir; de fondo, aquellas necesarias confrontaciones resolutivas del camino hacia la liberación, pero – para garantizar el éxito de la empresa – siempre teniendo presenta la vieja proclama popular: aún más importante que cambiar el sistema es cambiar aquello que del sistema tenemos interiorizado.