Por: Roberto Candelaresi
Hablamos en otros artículos – con relativa profundidad – de los cambios sociológicos que se han registrado en las sociedades “occidentales” como la nuestra, en los últimos años, que han permitido la aparición de expresiones políticas radicalizadas, dentro del espectro de la derecha.
Hartazgo, desazón, desinterés por la cosa pública, y tantos otros rasgos ciudadanos hemos caracterizado, que emergen de un denominador común; el fracaso de gobiernos nacional – populares (movimientos latinoamericanos) o de sesgo socialista-wellfare state (la socialdemocracia europea, como ejemplo típico) frente al capitalismo reconcentrado actual, que se ha asistido con el triunfante sentido común impuesto por el neoliberalismo.
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Después de años de prédica y – lo más importante para su triunfo – su absorción discursiva por parte de los partidos y corrientes políticas otrora opuestos a sus principios y premisas, las sociedades resultaron permeables a la penetración en cada ámbito del tejido social, de algunas ideas, que naturalizaron ciertas prácticas sociales que se alejaron de lo solidario, a lo que contribuyó la aparición de nuevas modalidades de trabajo independientes y cuentapropistas, en definitiva, se produjo un hiato en la empatía tradicional de las propuestas populares.
Esa vulnerabilidad, fue aprovechada en la pandemia, para moldear desde la derecha, mediante un fuerte dispositivo comunicacional [los medios masivos suelen adherir a las propuestas y estrategias de ese sector del escenario político, pero, además, los aparatos móviles hoy, son los perfectos reproductores y difusores del mensaje (dirigido)], una forma de pensamiento regida por un código binario: el me gusta/no me gusta.
Cuando además, el contenido del discurso está teñido de odio, es decir, cuando se estimula una antipatía hacia cierto sector o actores de la misma sociedad, buscando una respuesta emocional de repulsa para con ellos, se logra generar una aversión en el que muchos –con hostilidad y desprecio– quieren el mal de otros. Estamos verificando entonces un pathos social [emociones evocadas, una psicotización de muchos habitantes], que inhibe el logos [razón y lógica]. El escenario propiciatorio para el fascismo; que implica la muerte de todas las ideas, no solo una idea distinta.
Creemos que el gobierno de Javier G. Milei marcha raudo por la senda del fascismo, y hasta ahora la respuesta de la sociedad ha sido puntual, coyuntural, sectorizada y por cierto muy buena. Las pobladas movilizaciones hablan por si mismo, pero no verificamos – en nuestra opinión – que se esté desplegando una estrategia para la liberación del corsé que se cierne sobre la escena política argentina. Hablar de ello es un aporte para hacerlo evidente.
El concepto amplio del fascismo
Asumamos que no tomamos la noción como categoría política de la Ciencia Política tradicional, que describe un fenómeno sociopolítico europeo. Esa mirada, concentrada en las raíces de la ideología autoritaria, sería limitante a unas pocas experiencias políticas de naciones del viejo continente, y determinadas a una época.
La historia nos muestra que existieron movimientos y partidos fascistas en otros países, que nada en común tenían que ver con Europa central. Por citar un ejemplo; el Kuomintang (Partido Nacionalista) dirigido por Chiang Kai-shek, tuvo su sociedad de “Camisas Azules” en China. El mismo que ante el avance comunista de Mao en el continente, se refugió en la isla de Formosa, creando el estado sui generis de Taiwán.
Para Argentina, siempre develamos alguna curiosidad: durante la llamada década infame [’30 – ‘43] existió el Partido Fascista Argentino (PFA). Hubo también en otros países latinoamericanos como en Cuba, alguna experiencia connotada con las premisas del fascismo. Y hasta en la “liberal” Gran Bretaña, en ese periodo, en rigor hasta 1940, Oswald Mosley, un ex laborista, lideró la British Union of Fascists. Este breve repaso demuestra que el concepto no puede ajustarse a una experiencia particular, sino que incluso, se generó desde el poder del «fascio» un movimiento internacional difundiendo la corriente, tal como se experimenta en la actualidad, con una irradiación global de la ultraderecha fascistoide.
El Estado bajo Ataque
Los minarquistas representan a una filosofía política que propone que el tamaño, papel e influencia del Estado en una sociedad libre debería ser mínimo, sólo lo suficientemente grande para proteger el espacio aeroterrestre de una nación [Defensa y Justicia]. En otros términos, sus adherentes son quienes buscan y defienden la existencia de un Estado que vigile y proteja la libertad individual sin violentarla él mismo (con una mínima intervención). Esta concepción es de los llamados libertarios. Un grupo al que erróneamente se suele adscribir al presidente Milei.
Sin embargo, el Ejecutivo argentino se autodefine como anarcocapitalista, de aquellos que consideran que el Estado es inherentemente una violación de la libertad, por tanto, defienden su inexistencia, y ciertamente esto es una diferencia relevante. Para redondear esta concepción, digamos que, en su versión de última instancia, la misma aplicación de las leyes está abierta a la competencia. Sospechamos que firmas privadas de defensa y tribunales, tenderían a representar los intereses de quienes les pagasen lo suficiente. En definitiva, no sería práctico tampoco, porque no es suficiente para hacer cumplir el principio de no agresión. Pero es el ideario del señor presidente.
“Criminalizar” al Estado en el discurso oficial (y para el caso, cualquiera de sus entes o dependencias, como puede ser una universidad pública o un hospital), para vaciarlo de su condición de benefactor, precarizarlo o privatizar su patrimonio (todo construido acumulativamente durante décadas), implica demoler un trazo civilizatorio, nada menos.
El mercado –supuesto reemplazante ordenador– no tiene ningún compromiso moral y cívico, y sin Estado regulador, su voracidad no tiene obstáculos. Las reglas del mercado a su vez, destierran el sentido social de la comunidad, ésta queda reducida meramente a una agregación de individuos sin demasiada cosa común, pero, hay algo en el que comulgan las personas desde el llano, y es el miedo al Estado remanente vigilante (y acá retornamos al tinte fascista) y la incertidumbre de no tener proyecto colectivo.
Redes funcionales al giro derechista
Las redes sociales, que ciertamente llegaron para quedarse, son parte indisoluble del dispositivo comunicativo de cualquier sociedad. Pero son algo más que un canal de comunicación e intercambio, son un modelo organizador y cognitivo. Su inmediatez se moldea en mensajes cortos, efectistas, que imponen un lenguaje escueto, pobre, achatado, y eso dificulta el pensamiento elaborado, complejo. Por otra parte, su supuesta “horizontalidad” o canal igualitario, atentan contra la legitimidad del buen saber y la autoridad del erudito, al poner –supuestamente– en pie de igualdad, las opiniones o argumentos de cualquier actor interviniente en la red sobre algún asunto, con aquellos originados en el saber científico legitimado de algún sitio especializado o experto particular…
Así, sin comprobación de datos o afirmaciones, se torna indistinguible lo falso de lo verdadero, y ello naturalmente afecta las formas de entendimiento sobre la realidad. Pero un efecto más nocivo aún, es que esa característica de desdeñar la autoridad de las fuentes, hace que cualquier idea o concepto autoritario, fascista, se vuelva aceptable, y por tanto posible [aplicable] sin que exista un rechazo condicionado por la ética.
La libertad … ¿Avanza?
EL PROGRAMA libertario desarrollado hasta ahora en Argentina, tiene muchas desprolijidades, pero no se puede negar que –aunque suene paradójico– contenga elementos del fascismo. Criminalizar la protesta pacífica es uno de ellos, restringir el derecho a huelga es otro. Centralizar el poder en el ejecutivo nacional y ordenar un curso de acción unívoco, dictado por el propio P.E.N., sin admitir cuestionamientos o disidencias de expertos sobre aquél [en Cancillería, por ejemplo] ya determina el autoritarismo y el centralismo que caracteriza una matriz fascista.
En materia económica, se eliminan restricciones a oligarcas y corporaciones, mientras se anulan regulaciones que protegen al trabajo, a los vulnerables y a los inquilinos, todo ello mediante decretos. La exacerbación del extractivismo, y la reprimarización de la economía [el sector industrial no solo no es atendido por políticas públicas, sino se lo expone a competencias injustas, destinadas a su eliminación, y con ello, la desaparición de numerosos empleos], aparenta ser un objetivo estratégico para el gobierno anarco-libertario actual.
En su discurso, mientras culpa de todos los males de la globalización al poder comunista y socialista que domina el mundo (sic) tratando de justificar la destrucción de toda estatalidad, abre las puertas a la inversión extranjera dispuesta a depredar bienes comunes, como son los recursos naturales [agua, tierra, hidrocarburos, minerales, bosques, etc.], a cambio de una bajísima tasa de contribución, enteramente destinada a pagar la deuda externa o cubrir algún déficit provincial. El despojo solo se puede producir en un Estado de tendencia fascista o totalitaria, con nulo debate y escasa información relevante circulando, cuando no es emitiendo fake news desde propias usinas del gobierno para fijar agenda y ‘sentido común’ sobre los asuntos.
La pretensión del movimiento mileísta, con sus connotaciones fascistas, es claramente establecerse como el articulador de la vida social y política nacional, rol que desde hace 80 años ocupa el peronismo, pero de signo contrario (doctrinariamente), al que desplazaría.
Sus marchas y contramarchas (en el proceso decisorio o discursivo), algunas brutales, también nos indican la connotación fascista, tanto como su apetencia (y consumación) del manejo hegemónico de las redes sociales, estableciendo una lógica muy simplona, sus argumentaciones suelen estar “flojas de papeles”, por lo cual eluden los debates de estilo intelectual, porque quedarían al descubierto de su pobre erudición en diversos temas. El medio pelo argentino, aquel estereotipo tan descriptivo de una parcialidad de cierta clase social, consume sin mayores reflexiones.
La Democracia parece ser su enemiga, más que adversaria, y, a juzgar por la aceptación que muchas medidas autoritarias que despliega el gobierno, el fascismo parece haberse asentado, al menos en una todavía importante minoría. Claro que no dejan de envolver cualquier asunto con el ropaje de «Libertad» y esto parece fascinar a muchos. Y esta misma emoción, es otro elemento del fascismo, la fascinación, ese embeleso o seducción que algo o alguien provoca en ciertos sujetos, esa atracción que incita confianza y seguridad (cercanía), por ello, el individuo es susceptible de ser sugestionado.
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Cuando el raciocinio no es usado, porque solo se alimenta su percepción de la realidad mediante una comunicación externa colonizante, resulta imposible reafirmar una existencia libre. La libertad solo existe usando la lógica del raciocinio; el pensamiento deductivo. A propósito de aquella, nótese que los trolls, “comunicadores” entronizados desde la época de M. Macri en el ejecutivo, son la masa crítica del sostenimiento y difusión del «discurso oficial». Sin embargo, por su escasa capacitación intelectual, y matriz mental incubada, actúan reactivamente ante todo discurso disidente o simplemente diverso. No discute, solo insulta, agravia, injuria, burla, el escarnio su mejor instrumento, pues su máximo objetivo es mellar reputaciones y crear enemigos de la “gente de bien”.
El negacionismo de toda otra realidad («no la ven») es otra característica, y siendo enemigos de la democracia, tienen poca tolerancia al pluralismo. Por ello, la tendencia a la «igualdad», propia de los regímenes libres, es leída por Milei y su séquito, como “peligroso” colectivismo. Para los anarco-libertarios de LLA, cada cual se debe ocupar de sus propios asuntos, no siendo necesario – como en toda república democrática – que los ciudadanos tengan intereses, se informen y decidan cuestiones comunes, sino que deben confiar en lo que ‘el jefe’ decida y ejecute.
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Y finalmente destacable es la banalización a la que la administración Mielísta impone a todos los asuntos. No se trata de una simplificación de la realidad, sino de trivializar, o subvalorar algo que puede ser hasta sobresaliente, o importante. Quienes son “víctimas” de la banalización del discurso, de la construcción de un sentido común tal, carecen de ideas profundas, o no valoran los sentimientos, inclinándose por cosas verdaderamente superfluas, aparentes.
Tanto para ciudadanos cuanto para funcionarios, el peligro de ‘normalizar’ ciertas acciones o procederes, por parte del sistema político, (despojo de derechos, represiones callejeras, invasión de espacios autónomos, etc.) es que puede resultar en una incapacidad de pensar consecuencias éticas y morales por parte de los actores y testigos, como tan bien lo señalara Hannah Arendt.
CONCLUSIÓN
La esencia del Neofascismo y el escape
Tanto el histórico, como el actual, siempre es una herramienta del capitalismo que asiste a la prolongación de la dominación de cierta elite, aunque esta última se vaya reconfigurando en sus formas de apropiación del poder económico, en la modernidad, la clase dominante global es la financiera y la tecnológica.
El fascismo de nuevo cuño es, al decir del filósofo Rocco Carbone, sigiloso, cuyo proyecto actual es entregar el Estado Social, los bienes públicos, al mercado del capital y a precio vil, [léase a monopolios corporativos globales]. Y lo hace empleando la lógica de la «antipolítica», destruyendo todo con un despliegue belicoso, siempre confrontativo con lo popular. Viendo los gestos, discurso y las acciones de la gestión Milei, no podemos menos que acordar con esa visión.
Este nuevo estilo de poder en ejercicio, es, según el propio Javier Milei, lo necesario para garantizar la «Libertad» y los valores de «Occidente» e incluso, se auto percibe un numen global de su custodia. Naturalmente hay una claque bien pagada que acompaña ese disparatado relato, pero solventados también por think tanks, “fundaciones”, organismos multilaterales, y de “todo tipo”.
El experimento político mileísta (al que de buena gana concurre el macrismo de los negocios forjando un nuevo bloque de poder local), solo protege a los grandes capitalistas (que lo financian), y, carente de un ideario complejo, una estrategia de desarrollo, y mucho menos un Plan Nacional, solo pone el país a disposición de la avidez financiera y extractivista mundial, y en este sentido, es una ofrenda colonial. La orfandad de toda Ética se lo permite.
Se ha vuelto a implementar prácticas infames de la dictadura, porque es un instrumento útil a su fin de vivir conforme a la ley de la selva para las masas sociales. En todo caso, el Estado minimalista se reserva en última instancia la posibilidad de asistir. Como a las provincias, en un juego de seducción/chantaje que las somete a la voluntad centralista del gobierno.
A las justas protestas; su deslegitimación, a la verdadera oposición; impugnación ideológica. Todo es válido para sostener el venerado «equilibrio fiscal», actualmente un resultado precario por lo falso de su ecuación, pero doloroso socialmente por los “ahorros en asistencia” a la población.
El analfabetismo político del presidente no solo hace mella a las relaciones internacionales del país y su otrora buena reputación, sino que pone en cuestionamiento la raíz misma de la nacionalidad argentina, exacerbando diferencias y confrontando sin solución de continuidad. El odio, de mínima, es disolvente.
Tal vez esta experiencia política, pudiera tener un fin como la que se llevó puesta del poder a su admirada ex primera ministra thatcheriana Liz Truss (quien reemplazó a su otro amigo y reciente visitante Boris Johnson). La mencionada impulsó sin miramientos ni consideración de opiniones adversas, un controvertido paquete económico que impulsaría (según ella) la economía británica.
Rebajas de impuestos a los ricos y capital en general “para estimular el crecimiento”, su apuesta por un mercado de libre comercio global, y otras reformas económicas, todo de golpe y radical, terminó generando desconfianza en los propios mercados financieros (que la bancaban). Adicionalmente, mostró incapacidad para gestionar las diversas facciones de su partido, y una mala gestión de asuntos parlamentarios, la terminaron apartando de sus funciones, ante la inestabilidad política que produjo en un sistema que se apreciaba por su equilibrio precisamente.
Como sea, de vuelta en nuestra realidad sociopolítica local, frente a este poderoso avance negacionista y odiador como práctica social facilitadora del (neo)fascismo anarco-libertario, los expertos como Daniel Feierstein, aconsejan abrir el diálogo y proponer respuestas diferentes a la oferta fascista. Su razonamiento se funda en que el hartazgo de carecer de soluciones en el sistema político tradicional democrático, inclina mucha gente al fascismo, por lo que no se debe sancionar sus opiniones, sino escucharlos y contraproponer un proyecto alternativo. Despreciar otra opinión, es políticamente contraproducente.
Nosotros agregamos que el freno a estas propuestas de sometimiento, autoritaria, excluyente y servil del neofascismo mileísta, debe provenir de una masa concientizada y movilizada, tal como se está viendo emerger. Solo el Pueblo, en gran número, es capaz de determinar el fin del tormento social.
*Imagen portada: Andy Stalman