Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Douglas Rushkoff, un californiano experto en tecnología e internet -, es considerado uno de los teóricos principales de la cibercultura estadounidense y reconocido mundialmente, habiendo tenido una experiencia personal, al ser consultado por un puñado de billonarios [empresarios y gestores de fondos de inversión], acerca del “futuro de la tecnología” y la posibilidad de escapar de un destino funesto, advirtió – y lo plasmó en un libro – lo que reza esta sentencia: “Los milmillonarios tecnológicos se están preparando para la catástrofe que ellos mismos han provocado”.
En definitiva, quedó evidenciado que la élite capital-tecnológica y financiera tiene «fantasías escapistas». La preocupación que le expresaron esos mega-millonarios, fue de cómo podrían crean vías de salvación a lo que ellos mismos avizoran como un apocalipsis en ciernes. Entienden que existe la real posibilidad en este punto histórico de que se concrete en un futuro próximo un “evento” condenatorio para la vida en general. Un colapso medioambiental; una explosión nuclear replicada; un virus (pandemia) imparable; un sabotaje informático a gran escala; grandes flujos migratorios, guerras biológicas o cualquier otra catástrofe global.
La intranquilidad adicional manifestada por estos capitalistas, era la de una supervivencia con seguridad, fuera del alcance del resto de la humanidad (de las turbas, en rigor). Para conjurar ese temor – culposo por otra parte – se proyectan variadas alternativas, desde búnkeres escondidos, islas remotas fortificadas o emigración espacial. De hecho, los multimillonarios como Jeff Bezos (Amazon), Elon Musk, Peter Thiel (PayPal) o Sam Altman (ChatGPT) están considerando –y proyectando/concretando– esas soluciones. En todos los casos, la salvación es en números acotados de eventuales supervivientes, no soluciones generales o comunitarias, lo que denota una egoísta mentalidad.
Es como si se prepararan para la catástrofe que ellos mismos [los más acaudalados del mundo] han provocado. Pues la tecnología más moderna para un mundo mejor es radicalmente falsa, no existe (en la mayoría de las acciones, no declamaciones) realmente una intención de hacer un mundo más habitable de parte de los billonarios corporativos. Por ello, su obra expone con claridad las últimas tendencias de la alienación humana protagonizadas por las sociedades capitalistas hipertecnologizadas, muy especialmente la norteamericana.
Un mito muy asentado en la sociedad, es que los multimillonarios son personas extraordinariamente inteligentes, y de allí el fundamento de sus éxitos. La realidad es muy distinta y la fortuna en los negocios muchas veces está directamente vinculada con lo intuitivo, el sentido de la oportunidad, o incluso, estar involuntariamente en el lugar adecuado en el momento preciso. Existen mega millonarios incultos, sin preparación de educación superior. Algunos, tal como describe Rushkoff en su libro ‘La supervivencia de los más ricos’, tienen conductas que rozan con lo sociopático, por ejemplo, ver a los demás humanos que no pertenecen a la “casta dominante” como piezas de una máquina. La tecnología digital (un excesivo y exclusivo consumo) pueden exacerbar emociones humanas y llevan a tener una visión totalizadora del mundo.
El Quid
El capitalismo y lo digital por lo que se aprecia hasta ahora, pueden crecer exponencialmente, pero no es la única característica que los aúna. Para el capitalismo, el proyecto humano tiene que ver con los números, el beneficio. No es una comprensión espiritual del mundo, sino cientificista, donde todo puede etiquetarse. A su vez, el entorno digital premia a todos esos líderes ateos, materialistas, expansionistas y colonialistas.
Los búnkeres antisísmicos y antinucleares progresan en el medio de Europa, no solo en Hawái o Nueva Zelanda. Carísimos, se construyen a pedido particular.
En los ’90 la red no tenía ánimo de lucro y era colaborativa, hasta que alguien la vio como una gran oportunidad de negocio, y todo se distorsionó. El auge del neoliberalismo con sus consignas detractoras del Estado, promovió una desregulación tal que generó un espacio sin ley para que las corporaciones hagan lo que quieran. En la actualidad el mismo Biden procura regular a las grandes tecnológicas, por ejemplo, con pocas chances de éxito. Sin embargo, los expertos dictaminan que un futuro tecnosolucionista no será idóneo para salvar al mundo del apocalipsis.
Que es hoy internet
Si bien originalmente Internet se asociaba con el punto de inflexión histórico que nos llevaría a una especie de sociedad libre, democrática e igualitaria, la estructura de poder que rige a la sociedad mundial impuso otro destino.
La tecnología digital es realmente buena en crear soluciones falsas para los problemas. Tanta ilusión nos distancia y aísla de las secuelas de nuestras acciones. Cuando gastamos cándidamente en un bien supuestamente ecológico, por ejemplo, no consideramos la contaminación generada en su fabricación, o la explotación infantil que tal vez estuvo involucrada, en algunos de sus procesos extractivos de los componentes básicos (por decir; cobalto). Todo esto recuerda un poco a los hippies, que acabaron convertidos en yuppies.
El capitalismo como sistema, ha sido hasta ahora genial para absorber su propia crítica.
La racionalidad, el cientificismo y el «solucionismo» han alcanzado su límite. Es hora de recuperar las ciencias (humanísticas) perdidas.
En cuanto a la psicología de los nuevos líderes del capitalismo (mega millonarios tecnológicos), Rushkoff, que los ha tratado personalmente, y es circunstancial consultor de élites, los define como pensándose a si mismos como “dioses”, muy por encima del resto de los ‘mortales’ a quienes deben dominar.
Imbuidos de lo que se conoce como ‘La mentalidad’ (‘the mindset’) del Silicon Valley, es decir, una suerte de ecosistema en continuo crecimiento, donde las reglas son muy laxas y todo es innovación y emprendimiento [los valores subjetivos en su máxima expresión], esta élite tecnológica tiene la idea común de que si es necesario, pueden romper las leyes de la física, la economía y la moral, para escapar de un desastre de su propia creación [incluyendo una catástrofe social que se avecina], siempre y cuando tengan suficiente dinero y la tecnología adecuada. Su plan para eludir el «apocalipsis».
Se requiere bucear en los emprendimientos escapistas expresados en las actuales misiones a Marte, los búnkeres insultares, el futurismo de la IA y el metaverso (de Zuckerberg). Asimismo, es útil desentrañar el utopismo tecnológico, la informatización de todas las interacciones humanas, y, en particular; la explotación de esos datos por parte de las empresas.
Hay hoy una pléyade de programadores expertos que quieren rehacer el mundo desde cero como si rediseñaran un videojuego. Por otra parte, un grupo de banqueros convencidos de que el capitalismo incentivado es la solución a los desastres medioambientales, es decir, aquellos que podrían cambiar la trayectoria no tienen interés real en hacerlo, pues todos comulgan con el Mindset aludido, ese mundo vivo con algoritmos e inteligencias que recompensan activamente nuestras tendencias más egoístas.
Un lúcido análisis social, nos puede mostrar como trascender esa concepción de las élites, o de ciertas (ultra) derechas rebeldes, que, si bien están en contra de la corriente dominante, refuerzan el mismo orden destructivo. Ha de revalorizarse la comunidad, la ayuda mutua y la interdependencia humana.
Concluyendo
La humanidad está en peligro, y quienes están en el poder son plenamente conscientes, tanto como académicos, científicos y burócratas, pero aquel selecto grupo social no pretende ningún cambio (con lo que aceleran el “Armagedón”), pero sí utilizar todo a su alcance para sobrevivir al día final. Eso encierra naturalmente un dilema moral, que no parece preocuparles. El futuro distópico parecería ser solo para los dominados, no para los dominantes.
O faltan intelectuales expertos como Rushkoff, filósofos y cientistas sociales, o su producción resulta sesgada o censurada para el gran público. Mientras, los algoritmos se encargan de maximizar el beneficio de los inversores en el ámbito de las finanzas, predecir cuál será el próximo giro político o simplemente rellenar el ‘feed’ de las redes sociales con contenidos basura a una población abombada (y enferma) de entretenimiento, que no logra percibir por sí, la amenaza de un final (de época al menos) inminente, aunque paradójicamente, una guerra originada por el descontento social es probable.
La cuestión es que estos individuos poderosos que describimos, sí encargan –al tiempo que construyen fortalezas aisladas – estudios en profundidad sobre análisis de riesgos y peligros que acechan a la humanidad.
Pero de modo más “operativo”, las preocupaciones en la esfera del poder fáctico, gira en torno a su capacidad de mantener la autoridad sobre las fuerzas de seguridad después del «evento» [hipotético colapso], es que en ciertas circunstancias hay cosas (servicios) que el dinero no puede comprar. La fidelidad, por ejemplo. Es que la voluntad humana y el instinto de supervivencia una vez desatado el caos, no es susceptible de compra. Solo las relaciones humanas, personales, pueden garantizar ciertas conductas y compromisos. El dinero ante una calamidad deviene en algo abstracto, fútil para el intercambio.
Los avances tecnológicos propuestos como para hacer avanzar a la humanidad, sin mirar sus verdaderos costos ambientales que la industria capitalista extractivista asociada, trajeron como consecuencia, la potencialidad del desastre para todos (un mundo inhabitable). Los vencedores del juego económico, no están al final exentos de pagar consecuencias si ellas son apocalípticas.
Pero el verdadero problema es la ceguera actual de las élites que insisten en soluciones para garantizar el “futuro de la humanidad”, como la colonización del sistema solar, o en desarrollar inteligencia artificial inocua para los líderes, que, en resolver problemas socioeconómicos actuales, como la desigualdad o la pobreza que sufren actualmente millones de personas en el mundo.
¿Nadie quiere ser bienhechor en el fin del mundo?
Este problema que puede ser terminal, nos plantea la conveniencia de sostener principios morales y sojuzgar el mero egoísmo, que parece reinar en las clases dirigentes. Quien se salva o a quien se excluye siempre presenta un dilema moral. Con la pandemia aprendimos que un desastre, sea del tipo que sea, saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos. También que los comportamientos egoístas son inconducentes, pueden, al contrario, agravar el problema.
Las sociedades pueden no tener incumbencia en cuanto al manejo de las fortunas de los ricos, pero tienen derecho a pedir que no las destinen a acelerar el rumbo hacia un final desagradable para todos solo porque ellos ya cuentan con ventaja en la carrera por sobrevivir.
Las alianzas tejidas en la amistad y la colaboración son esencial, para convivir primero y, en última instancia, para sobrevivir. Las élites en soledad, pierden todo poder, aún en el aislamiento. El dinero no compra la confianza y la lealtad, y en ese sentido y si el resto de la población es más perspicaz y sabe organizarse entre sí, ellos ya han perdido. La comunidad organizada es siempre la respuesta.