La presidenta de Familiares perdió a sus dos hijos en la última dictadura: Adriana y Miguel fueron desaparecidos entre 1976 y 1977. Peronista, feminista y de una sonrisa inolvidable.
Angela Catalina Paolín, conocida como “Lita” Boitano, presidenta de la organización Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y referente de lucha por los Derechos Humanos, falleció este jueves a los 92 años. La última dictadura cívica militar se llevó a sus dos hijos: Miguel, en mayo de 1976 y Adriana, su hija mayor, en abril de 1977. La persecución y el terrorismo de Estado la obligaron a dedicarse a la búsqueda y denuncia de ambas desapariciones. Peronista, hincha de Boca y con una sonrisa especial que quedará por siempre en la memoria.
“Bella ciao, Lita Entrar a Familiares y encontrarte era un motivo para ser felices. Tus historias para reír hasta llorar, la que cantaba y el mundo era mejor, la de los dedos en ve, las fotos de Adriana y Miguel Ángel. A donde vayas, todo el amor para vos ¡Hasta siempre, Lita!”, escribieron desde la cuenta oficial de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.).
Ángela nació el 20 de julio de 1931, en Buenos Aires, pero su mamá es proveniente de Véneto -una región del noreste de Italia que se extiende desde los montes Dolomitas hasta el Mar Adriático, siendo Venecia su capital y ciudad más reconocida-. Llegó embarazada de Italia y a su papá biológico no lo conoció, incluso lko describía como “el primer desaparecido” de su vida. Estudió en el comercial Antonio Bermejo, ubicado en Callao al 600 y se crió en el Pasaje Bernasconi de Caballito. Siempre mostró su simpatía por el peronismo.
Tiempo después, se casó -a los 20 años- con Miguel Boitano y un año más tarde, tuvo a su primera hija en diciembre de 1952: Adriana Silvia Boitano. En 1955 se mudaron al departamento de la calle Mansilla y el 1° de enero de 1956, nació su segundo hijo Miguel. En 1968, Lita quedó viuda mientras sus hijos comenzaban sus estudios: Adriana cursó Letras y Miguel, Arquitectura y además trabajaba en Techint. Ambos en la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde se acercaron a la militancia en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).
Primero secuestraron a su hijo, cuanto tenía 20 años, el 29 de mayo de 1976 y desde enero de 1977, una madre -Beatriz “Ketty” Aicardi de Neuhaus- se comunicó con ella para sumarla a Familiares. Durante ese tiempo recorrió muchas dependencias y comenzó una incansable búsqueda. En muchas ocasiones visitó la iglesia Stella Maris, donde el monseñor Emilio Graselli dejó la fase tan recordada: “Yo le diría que no lo busque más”. Dicen haberlo visto en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) pero hasta la fecha, se desconoce su paradero y permanece desaparecido.
Su hija estaba casada y residiendo en Brasil cuando ocurrió la desaparición; tras el hecho, retornó a Buenos Aires. Una de las anécdotas más fuertes que cuenta Lita es que una tarde de agosto de 1976, luego de bañarse y acostarse, sintió “un dolor fuerte en el corazón y una sensación de tristeza” que la embargó y asumió que, en dicho momento, Miguel fue asesinado. En abril de 1977, se llevaron a su hija frente a sus ojos a pocos metros de Plaza Irlanda.
Durante el Mundial de 1978, junto a otra compañera, consiguen entradas para un partido y recorren el estadio Monumental dejando obleas y volantes denunciando que el accionar de la dictadura y el terrorismo del Estado. Meses más tarde, decide viajar a Puebla (México) para darle a conocer al Papa Juan Pablo II lo que estaba pasando y como la situación empeora, debe exiliarse del país. Reside en Francia, Holanda e Italia, entre otros. Se acerca al feminismo y continúa denunciando los crímenes de la dictadura. También, ya desde Argentina, presencia el primer Encuentro de Mujeres y se vincula a la lucha de la Comunidad Homosexual.
En diciembre de 1983, como ocurrió con la democracia, se dio el retorno de Lita al país. Y desde su tierra, continuó la búsqueda para reconstruir la historia de dolor que la atravesó durante toda su vida. “No es que seamos las grandes madres, es que nuestros hijos se lo merecían”, dijo en su momento.
Vivió, hasta sus últimos días, en la calle Mansilla donde compartió cientas de memorias con sus hijos y conservó, durante toda su vida, los discos, cuadros, fotos y muebles de aquella época. “Algunos me preguntan por qué estoy siempre sonriendo, y bueno… Porque amo la vida y porque creo que ayuda mucho a la lucha no tener odios, no tener rencores, pero sí tener los ojos bien abiertos”, manifestó Lita en una ocasión.
Presente en manifestaciones, juicios por delitos de lesa humanidad, organismos internacionales y en cada plaza, defendiendo los derechos conseguidos y demandando otros. Siempre con una sonrisa, con el brazo en alto -últimamente con el pañuelo verde atado en la muñeca- y las fotos de Adriana y Miguel en el pecho.