Por: Roberto Candelaresi
Introducción
La experiencia siempre nos proporciona lecciones útiles frente a situaciones críticas en cuanto a las relaciones con otros estados o regiones. Es por esa razón, que preferimos el realismo [“ser” objetivo] a otros enfoques de tipo conjetural [“deber ser”/ Idealismo político]. El gran maestro Nicolás Maquiavelo aseveraba como advertencia que, es “más conveniente buscar la verdadera realidad de las cosas que la simple imaginación de las mismas”. Los intereses de cada nación, representan el diseño del camino a seguir, sea conscientemente programado o intuitivamente rumbeado por su pueblo. Cuando existen confluencia de intereses de dos o más Estados (e idénticas percepciones de seguridad), se facilita la cooperación entre ellos, cuando existe la desconfianza o divergencia de intereses se da el conflicto.
Hoy el mundo se presenta incierto. Los enfoques esperanzadores se debilitaron, la pandemia aumentó la desconfianza entre países, y redujo mucho la cooperación entre Estados. Al interior de muchos de ellos, resurgió el nacionalismo, y potenció la rivalidad entre poderosos (o no tantos). Desde esa perspectiva, los escenarios a 10 o 20 años ofrecen pocas posibilidades de consensos prolongados. Lo que parece inevitable es la consolidación de bloques de países, pero sin la rigidez de antaño. En definitiva, son tribunas menos estables, donde prevalecerá la competencia y la rivalidad, lo que potencialmente es conducente a la confrontación.
Ninguno de los centros de poder [EE. UU, UE, China, Rusia, India] piensa y actúa en términos de “pluralismo geopolítico”, una cualidad dictada por ellos a sus rivales, pero inexistente en la historia de las relaciones entre Estados. Muchos olvidan que la estrategia es vital, pero finalmente la que debe finalmente predominar es la política, pues aplicar solo la lógica militar [imponer la voluntad por la fuerza], trae inestabilidad más temprano que tarde. En la actualidad, las potencias divergentes no se encuentran en estado de guerra, pero existe un peligroso estado de discordia. Por ahora perdura la “cultura estratégica” de tiempos de bipolarismo, y todavía hay puentes tendidos, pero la escalada de las confrontaciones (desoyendo las lecciones de la Historia) pueden cambiar la actual “paz caliente” en una conflagración interestatal.
Nuestro subcontinente sudamericano, declarado como zona de paz y de cooperación…
¿Qué herramienta usará para preservarse de esa previsible beligerancia e inestabilidad subsecuente?
Aprovechando algunos aportes de Edgardo Manero, [eminente investigador y catedrático argentino residente en Europa], quien propone repensar la relación entre la Nación y la Naturaleza en nuevos términos y, aplicando un marco interdisciplinario conceptual de la estrategia no militar en articulación con lo social y lo político – ámbito de su expertise –, reflexionemos un mejor modo para defender la soberanía de nuestros pueblos en el propio espacio latinoamericano, para lo cual hemos de repasar nuestra situación regional y, de ser posible, proyectar algo de futuro.
Ante todo, digamos que todos los grupos sociales que existieron a lo largo de la historia, debieron desarrollar un «pensamiento estratégico» orientado a garantizar su propia supervivencia. Los caminos que las naciones – en tanto pueblos que comparten una cultura integral identificatoria – han recorrido en distintas geografías del orbe, difieren y particularizan las formas de apropiación de soberanía que han desarrollado cada una de esas sociedades, en vínculo con los elementos naturales de sus respectivos territorios.
La propuesta que seguiremos acá, en consonancia con la perspectiva de Manero, no es de los clásicos enfoques militaristas que abordan la cuestión de la soberanía, pero, como expresamos más arriba, adherimos al realismo, esto implica con sentido amplio y situado, con esa mirada abordaremos cuestiones problemáticas (salud, defensa, medioambiente, etc.), y conflictos nuevos que surgen hoy al calor de la pandemia.
El «PENSAMIENTO ESTRATÉGICO» y su vínculo con la cuestión de la seguridad en el análisis.
Lo estratégico siempre es un componente de lo político, ese es el centro de la cuestión. Pues siempre está vinculado al Poder, en tanto exista amenaza (siempre la hay) de negar la voluntad o aún la existencia de una comunidad, es una dimensión particular que tiene que ver con la supervivencia de un grupo (o «colectivo de identificación»), se trata de la continuidad de un “nosotros”.
En esta concepción “no militar” de la estrategia, es un campo del conocimiento transdisciplinario nutrido por una visión socio-histórica. Es una reflexión acerca de cómo toman decisiones los diferentes grupos o actores (colectivos de identificación) en pos de garantizar la continuación de ese «nosotros». En última ratio, lo estratégico es una pregunta por la supervivencia, nada menos, y por ello, abarca múltiples dimensiones y escalas. En el análisis estratégico, no solo debemos ver – por ejemplo- la aplicación de una nueva tecnología al aparato militar disuasivo, sino también un protocolo decisorio para enfrentar un terremoto, o al cambio climático a más largo plazo. Incluso, trasciende a los actores estatales.
COVID-19 UNA «AMENAZA VITAL»
La propagación del virus y su infección, nos está presentando nuevas preguntas sobre la supervivencia, hay reservorios en el mundo donde la zoonosis aparece como una opción real, y el Amazonas es uno y en nuestro propio continente, donde el efecto del cambio climático, la transformación y apropiación de los ecosistemas por la forma particular de producción, produce el riesgo real de nuevas enfermedades y no solamente una ficción apocalíptica.
Eso nos lleva a pensar sobre las necesidades de gestión de la salud, e inevitablemente su relación con lo político, dada la salvadora y universal intervención estatal durante la pandemia, que revivió su rol central – aunque ahora más limitado –, después de tantas condenas que recibió el mal reputado Estado por múltiples actores en el sistema internacional prevalente (neoliberal), tanto en términos teóricos [doctrinas y teorías económicas hegemónicas] como prácticos [desapoderamiento del aparato estatal, desarticulación de su burocracia y privatización de sus recursos]. Como consecuencia, en la región, todos los estados con diversa gravedad, padecen de debilidad.
REINTRODUCIENDO LOS DEBATES SOBRE EL ESTADO.
¿Qué Estado? la pandemia develó dos cosas:
- los límites de lo estatal para poder resolver un fenómeno transnacional y global, pero
- que la respuesta tenía que ver con un «nosotros estatal», (implica la idea de las fronteras).
En la experiencia -que aún persiste -, las fronteras fueron ‘bloqueadas’ como acto reflejo. Es una arcaica idea defensiva aplicada para proteger el acceso a un territorio, que evoca la universalidad de ciertos saberes. Eso a su vez, provoca un cuestionamiento a lo que entendemos como idea de progreso, y el optimismo que conlleva, tal como impactó el positivismo en su época. Hoy la ciencia en sus impactantes logros, nos parecería señalar un camino hacia el bienestar y el confort humano, y, sin embargo, somos testigos de las calamidades sociales y las privaciones materiales que aún subsisten en la mayoría de los pueblos. O, la “precisión” militar de las nuevas armas tecnológicas, como si no dejara el reguero de daños colaterales en todo conflicto bélico. Quiero decir, cuando estamos frente a una contingencia fenomenal, súbita, no planificada, el humano reacciona con sus ‘instintos’ más primitivos, más básicos, pero … probados (vuelve a la seguridad de las murallas).
Pero también, la humanidad está expuesta a las calamidades naturales como lo es la pandemia, ella irrumpiendo de golpe, nos enseñó que lo estratégico no debe ser pensado sólo como algo del orden de lo social, de la cultura, sino también de la natura. En definitiva, lo estratégico evoca la protección frente a la catástrofe social, en distintas formas, ya sea A). – provocada por el uso de armas; guerras, genocidios, o B). – por disfunciones tecnológicas; como Chernóbil, Fukushima, etc., y también, los desastres naturales como tsunamis, inundaciones, erupciones, etc., por tanto, se advierte que no hay separaciones cortantes entre lo producido por la naturaleza y, lo causado por la cultura.
La utilidad del PENSAMIENTO ESTRATÉGICO para recapacitar sobre cuestiones vinculadas a los Recursos Estratégicos para las comunidades locales y/o nacionales
En el plano nacional, nos enfrentamos hoy a una cuestión ardua como es, la problemática de la llamada «Hidrovía», tema precisamente problematizado (afortunadamente, agrego yo), por presentarse opiniones divergentes, e incluso, antitéticas respecto a cuál es el camino a seguir, para con el servicio del mantenimiento de la red troncal de navegación “De la Plata/Paraná”, sus canales afluentes, accesos a puertos fluviales, dragado suficiente, el cobro por tal servicio, etc. Asunto que, al tornarse agonal, y, dado el peso específico de algunos actores en juego, la definen como una cuestión eminentemente de «lo político».
Miremos entonces otra experiencia cercana donde, bajo un gobierno de corte «neo-populista», – si se permite la licencia -, se da como en casi todo el subcontinente a principios del siglo una reapropiación de soberanías (Nacional y popular articuladas), y expresada en forma manifiesta en relación a los recursos naturales; su apoderamiento por el Estado, su nacionalización, su desarrollo productivo como inversión nacional, etc. Bolivia que es el caso, es paradigmático en ese sentido.
La sociedad boliviana, con un Estado presente, pero desde la “sociedad civil” librando confrontaciones ya no por el estaño, sino por el dominio y usufructo de los recursos indispensables tales como el agua, el gas y la coca, y más tarde el litio, estos últimos elementos proyectarán la región a la agenda internacional por el interés que concitan, con las ávidas oligarquías patronales siempre asociadas al inversor extranjero. Esas pugnas las denominarán como «guerras», en las que se irá articulando un nuevo sujeto social, diferente, pero compartiendo asimismo un sentimiento ‘nacionalista’ con aquel hombre forjado por un gobierno revolucionario desde el Estado y acompañante del MNR [Movimiento Nacionalista Revolucionario] desde su estallido en 1952.
El nuevo sujeto político es el que protagonizó el interesante experimento social con más impacto en América Latina contemporánea, con una nueva forma de pensar la nación y la nacionalidad. Y su origen, es de la propia «sociedad civil» hacia el Estado, el que institucionaliza la «plurinacionalidad», no sin minoritarias pero opulentas resistencias. Lo que habla de la necesidad de ocupar el Estado. El propósito tradicional de la política es «conquistar» el gobierno. Esto a veces requiere de debates importantes ante miradas intelectuales colonizadoras eurocéntricas o anglosajonas que, en apariencia, desprecian ideológicamente en sus tradiciones, lo que es nacional, o los “innecesarios” esfuerzos para controlar el estado. Todo lo que era ‘tradicional’ en la política.
Sus realidades, tan distintas a las nuestras, tales como su condición de ciudadanos de potencias soberanas, donde los intereses civiles se confunden con los corporativos – que acotemos críticamente sí influyen decisivamente en sus políticas – o, el status de súbditos de países comunitarios asociados, donde existen órganos supranacionales que deciden las macro políticas, los eximen (a su pesar, solo que no son conscientes en mi opinión [alienación posmoderna]) del interés de lo puramente ‘nacional’, o de controlar sus Estados nacionales.
Volviendo a nuestros “neopopulismos contestatarios”, los que han reaparecido después de algún ciclo de derechas al poder (Méjico, Argentina, Bolivia, y potencialmente en Brasil, Perú y Chile) que les arrebató – vía elecciones en algunos casos o por golpes institucionales – el poder formal, y de esas experiencias el aprendizaje de la necesidad de retomar las riendas del Estado, sin cuyos recursos sometidos es inviable todo proyecto popular. Estas corrientes populares tienen una particularidad común, que es su centralidad puesta en recuperar soberanía expresada en los llamados «recursos naturales». En nuestra región, por otra parte, el rol que juega la apropiación de la soberanía de los recursos naturales, va de la mano de la apropiación de la soberanía popular. Términos siempre unidos.
El tema de la Hidrovía, que sincretiza las diversas cuestiones enunciadas, presenta una ardua dificultad al gobierno nacional, pues lo interpela de modo de forzarlo a tomar una decisión política respecto de hacer frente a esa necesidad de apropiación de soberanía, que pasa por la nacionalización del control del flujo navegable del troncal Río Paraná / de la Plata o, como ‘solución’ intermedia, reforzar la presencia y fiscalización estatal de su tránsito, continuando con la presencia (y gerenciamiento) privado. El asunto en sí tiene su propia gravedad, por el impacto que significaría la alternativa de apropiación del recurso a manos nacionales, que puede cambiar el escenario de la zona en términos socio-laborales, medioambientales y de seguridad nacional.
Por otro lado, no podemos soslayar en la consideración de las posibilidades de un despliegue estratégico propio, un obstáculo que hasta el presente y desde el fondo de la historia, ha sido la mayor fuente de adversidad para los gobiernos populistas de toda laya; el modo de la inserción en un sistema de mercado internacional profundamente neoliberal, estructurado sobre el control de materias primas. Que, por supuesto no varía, en consideración del signo de tal o cual gobierno, sino que es más bien inmutable, al punto que los países de férreo control económico estatal (asiáticos principalmente), se adaptan a sus premisas, para poder intercambiar. Un cuello de botella que hay que ampliar creativamente para no repetirlo como punto de fracaso al proyecto de desarrollo autónomo del país.
Tema conexo, que no tratamos acá por haberlo desarrollado en algún aporte anterior, lo mencionamos como coadyuvante a la efectividad soberana: el control de los puertos (su nacionalización). Y va de suyo, el acompañamiento de las políticas de corte económico que marchen a estimular la agregación de valor a la producción local, inteligentemente, esto es, paralelamente con esfuerzos eficaces para abrir mercados “allende los mares” a tales productos. El cambio de modelo extractivista y exportación sin valor agregado, solo se logra con trabajo planificado, no con voluntarismos o discursos proselitistas. El límite es real, concreto, su superación exige la misma condición.
Discursos «PROGRESISTAS» en relación con la problemática ambiental
Han tomado mucha visibilidad en todo el mundo una serie de discursos sobre la temática, algunos muy ‘de moda’, que parecen contener un alto grado de abstracción en relación con las dinámicas de las relaciones de poder en juego, a nivel local o incluso internacional, y, precisamente por carecer de una perspectiva realista, quedan varadas en el plano del «deber ser» y no prosperan en la esfera de lo concreto.
Por de pronto, convengamos que tanto para la ecología, cuanto, para otras dimensiones de la vida humana, los indicadores disponibles no permiten proyectar desafortunadamente un ‘mundo mejor’ pos-pandemia, en consecuencia, todo aquello connotado con progresismo, implicando «evolución», no son por ahora merecedores de mucho optimismo.
Tengamos presente que gran parte del progresismo y sus consignas, suelen cargar con una visión «moral» de lo político que terminan siendo funcionales a ciertas estrategias y políticas producidas por los centros de poder. A veces incluso, constituyen maniobras desplegadas por aquellas. En la actualidad, con Biden en la oval, y después del retraimiento impuesto por la administración Trump, es esperable un desarrollo de energías para promover nuevamente la expansión de la democracia liberal y la economía de mercado. Obnubilados por su condición de ‘herederos’ del «destino manifiesto», impulsan su lógica de imponer sus propios valores – que solo comparten con sus asociados europeos – al resto del planeta, no advirtiendo que no son universales; el mundo es muy heterogéneo.
¿Cuándo se advierte que estos discursos liberales y llenos de promesas de nuevos derechos, son una mascarada? Cuando – tal como es hoy día – se siguen usando drones, misiles, bombardeos y amenazas bélicas ininterrumpidamente en diversas geografías sin solución de continuidad, todo ello demuestra que las relaciones internacionales no van a estar desprovistas de la variable militar, aunque hayan designado mujeres como generales o almirantes.
No obstante, existen autónomos y legítimos reclamos que, emergiendo desde la sociedad misma, en sus sectores revindicantes, se superficializan y pueden ser acogido por las mayorías que los hacen propios. El problema en este caso, son las formas de plantear algunas demandas sociales por parte del progresismo, que hace que muchas veces saboteen las mismas causas que intentan promover. Algunas de esas prácticas pretendidamente movilizadoras los aíslan de sectores populares, que deberían ser los aliados naturales, y, sin embargo, por la violencia (intolerancia a la incomprensión) que trasuntan; por un discurso fuerte y agresivo; por la insistencia de tratar de imponer derechos particulares como universales al conjunto social, etc., produce un distanciamiento de esas prácticas como de sus valores progresistas. Lo paradójico, y ‘peligroso’ políticamente, es que quedan desenganchados sectores sociales que sufren como principales víctimas de la discriminación, de las violencias sociales o de la degradación del medio ambiente.
CONCLUYENDO: Aportes del PENSAMIENTO ESTRATÉGICO frente a los cambios, y la supervivencia en la actual coyuntura.
Los desafíos que presenta la crisis de la época, agravados, pero no exclusivamente causados por la pandemia, como los que afectan la esfera del trabajo (que se está reconvirtiendo aceleradamente por la revolución científico-técnica), hay que abordarlos desde el Estado-Nación. Dejar librado el problema de la creciente exclusión laboral al mercado, sería socialmente suicida para la comunidad.
Por otra parte, es el Estado que expresa a la Nación como símbolo colectivo de identificación (en términos de Teoría Política), y canalizador de las demandas sociales, y es finalmente, la única arena de aglutinamiento de los intereses nacionales. De allí se puede avanzar sobre la integración regional, otro objetivo deseable, si queremos ganar en masa crítica para la soberanía.
La Nación como tal es una idea moderna, consecuente de la modernidad de la Revolución Francesa, y pese a sus intentos de superarla (téngase la UE por caso) no logran concretarse como opción, sigue siendo importante para identidades en conflicto. Ello no implica desconocer las tensiones permanentes a que se la somete especialmente en este marco de desorden global, por cuestionamientos por arriba del tipo de corrientes económicas dominantes en sus proyectos supranacionales, o religiosas por ciertos integrismos, por ejemplo, y también por debajo, por parte de micro y macro identidades que cuestionan su entidad [identidades sexuales, sociales, étnicas, etc.].
En nuestro país, la idea de la nación es peculiar, pues contiene tres tradiciones: 1.- ligada al territorio, 2.- ligada a las instituciones y, 3.- ligada al pueblo. Esta última relación está vinculada a la modernidad por excelencia (el demos como depositario de la soberanía). Su importancia estriba en que es el ámbito necesario y adecuado para que una comunidad (nacional) desarrolle su lucha política: dirima la prioridad de sus intereses colectivos y sectoriales y que democráticamente perfila a su colectividad.
Hemos soportado proyectos hegemónicos diversos, que siempre han intentado desarticular la nación como espacio de resistencia, y que a fuerza de insistencia y, la poca voluntad para enfrentarlos que tuvieron ciertos gobiernos, ha resultado menguada en sus capacidades. Hoy, la pandemia acentuó la dependencia de los países de nuestra región. Es por ello, que se impone refundar la nación recuperando lo mejor de viejas tradiciones, pero actualizándolas con un espíritu constructivo, incorporando alteridades diferentes marginadas o dejadas de lado. Incorporar al “otro” (invisibilizado) es de las ‘mejores prácticas’ del peronismo como proyecto colectivo. Fue esa doctrina política que, realizando una inversión axiológica, traslada al nacionalismo del territorio y lo sitúa en el pueblo. Esa es la mayor diferencia con aquel ‘nacionalismo’ del territorio, propio de los integristas, profundamente «reaccionario», dueños de esas tierras, pero desapegados de su gente.
La inclusión abarcó todas las demandas de ‘diferentes’ y minorías [derechos «de las diferencias»], la tarea ciclópea será de sumar hoy los excluidos no solo del «mercado» sino de la «sociedad». Pero como advierte Manero: El problema sigue siendo cuáles son los límites de esa capacidad de incorporación en sociedades en las que lo político es más que nunca un juego a suma cero. El compromiso del peronismo y de sus corrientes ideológicamente semejantes en la región es “que cierren los números, pero con la gente adentro”, planificar la llegada a un objetivo, permitiendo que algunos queden en el camino es improcedente, y a la postre, políticamente inviable!
junio de 2021