Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Después de un gobierno de Cambiemos olvidable (o aún repudiable según quien mire) por la inexistencia de beneficios populares, y solo triunfos empresarios, que fuera además un verdadero retroceso en desarrollo humano, el gobierno de Alberto Fernández, con su formalismo casi reverencial, su dialoguismo probadamente estéril con opositores, factores de presión y actores de poder; su pertinaz esfuerzo de cerrar una grieta flameando una bandera de la paz, sin que el enemigo concediera tregua alguna, produjo una sensación mayoritaria de insatisfacción, de desazón por incumplimiento de expectativas, de sus electores y ocasionales apoyos, al punto de perder masivamente votos en las elecciones de medio término, lo que constituyó un claro indicador de rumbo equivocado, que fue claramente desatendido por el Ejecutivo de la coalición en el gobierno.
Pese a los condicionantes externos graves y reales, tales como la pandemia en el primer año de gestión, el encarecimiento de insumos industriales y energéticos por la guerra ucranio-rusa , la fatal sequía padecida este año que produjo un déficit de divisas enorme (el 21% de las exportaciones habituales), y, último pero no menos importante: las condicionalidades de una deuda externa onerosa y mal habida con el FMI (que no se repudió de entrada, sino que se la aceptó con ratificación parlamentaria para su renegociación), el débil gobierno de Todos Juntos, no modificó un ápice la matriz productiva y financiera de la Argentina. No porque la relación de fuerzas le fuera adversa (la política es muy dinámica, especialmente cuando interviene la movilización de las “fuerzas vivas” se suelen doblegar voluntades), ni siquiera lo intentó.
No se puede esperar mejoras materiales, si no se inducen cambios en las formas de producción y en el reparto de las rentas. Con la sensibilidad que caracteriza – al menos eso sí – gobiernos orientados al peronismo, hubo parches, mejoras parciales, reivindicación de derechos, que algo mejoró a ciertos sectores, pero insuficientes para calmar las necesidades insatisfechas de muchos.
Estamos claramente en una CRISIS de proporciones. Actores políticos en estos 4 años, pregonaron el horror de una inminente catástrofe. La supuesta y/o real pasividad de la política ante aquella, acentuó la ruptura entre el universo político y la ciudadanía. Y el electorado reaccionó condicionado por ese entorno.
La actitud de las fuerzas opositoras, en todo su amplio espectro, no ayudaron para siquiera morigerar el deterioro de la imagen de la política ante la sociedad civil, sino todo lo contrario. La fuerza de Cambiemos, aliada circunstancialmente con expresiones provinciales o mini bloques, desplegó campañas críticas cargadas de neoliberalismo, con soberbia y autoritarismo. El tratar de entorpecer la labor del gobierno, incluso demostrando el oficialismo, alguna prolijidad (transparencia y prudencia) en la administración de recursos estatales, erosionaron la soberanía estatal y le quitaron a la política la capacidad de resolver problemas, de atender demandas en un modo más eficiente.
La Batalla perdida
Todo esto en un marco cultural de economización de la vida, legado macrista que no fue erradicado, ya que el oficialismo peronista no dio batalla de sentido ante la sociedad, solo se limitaron sus referentes a algún discurso disperso, señalando con mayor o menor vehemencia algunas ‘malas conductas’ de ciertos actores. Nunca de un modo sistemático, ni siquiera empleando los mismos medios a los que proveía de abundante pauta oficial, y de los que recibía editoriales fuertemente opositoras, insustanciales y descontentas de su accionar.
El nivel de saturación de muchos, postergados reales y críticos incentivados por los medios opositores (inmensa mayoría), crearon un clima hostil, no solo hacia el gobierno al que muchos percibían como incompetente, sino a las instituciones públicas, que empiezan a ver como obstáculos para la mejora de vida a la que (legítimamente) aspiran. Algo que nos retrotrae al fenómeno fascista en su origen.
Las promesas de campaña no fueron suficiente. Por si hubiera alguna duda, el triunfo del economista Javier Milei se extendió por 21 de los 24 distritos del país, sumando el 55%. El convite oficialista para que el votante no apoye una propuesta irracional por el temor a cercenar derechos, no hizo pie, ya que muchos midieron que la irracionalidad de votar a un ministro de economía que no manejaba realmente la inflación, era por lo menos, equivalente.
¿El sueño libertario … Distopía?
Para instaurar un regreso al pasado decimonónico, que es esencial en el pensamiento del anarco-capitalista, se requiere borrar el Estado actual que aún preserva (menguada) su modalidad social, esto es, básicamente el corpus de derechos implantado por el peronismo. Pero también se requiere su desarticulación patrimonial para evitar toda injerencia en el desenvolvimiento de la economía de mercado en el país. Enajenación de recursos para eliminar deudas financieras, de paso.
Al tratar de cumplir esos objetivos del imaginario liberal, sin duda, la gimnasia del pueblo lo sacará a la calle en protesta. Un gobierno de derecha clásico como el que se prepara, no puede si no recurrir a la contención y represión de esas expresiones. No ‘pueden’ perder el dominio de la calle, ni permitir voces más altas protestando que las suyas ‘convenciendo’, y esto, lo han expresado literalmente, por lo que se puede esperar no el miedo, sino el espanto.
La polarización afectiva que jugó un rol clave en el ballotage definiendo la contienda, continuará por algún tiempo en el ejercicio del poder de la nueva alianza La Libertad Avanza hacia Cambiemos. No que necesariamente esté en el espíritu del nuevo presidente la confrontación política, pero es evidente que con la alianza con la derecha dura de Cambiemos, le garantizó los votos del triunfo, y ya en su despacho, le pueden garantizar cierta gobernabilidad. Pero la animadversión de la cúpula del PRO hacia el progresismo y movimientos populares, lo pueden influir hacia el terreno agonal, con la que será la “primera minoría” de ahora en más.
Lo que sin duda parece diluirse es la consigna original y central de la campaña de Javier Milei, la idea de “la gente contra la casta” , y no solo porque incorpora a su gabinete y gobierno, prominentes figuras de la “casta”; ex funcionarios variopintos, muchos antiguos miembros del mundo de la política tradicional tan castigado por el novel presidente, sino, y fundamentalmente, porque en esa ‘casta dirigencial’ excluyó cínicamente al empresariado concentrado, del ámbito financiero, productivo o de servicios. Los ‘famosos’ formadores de precio en la Argentina, los que resumidos en monopolios u oligopolios, dominan casi todos los mercados de consumo del país. Su poder, especialmente cuando no se los regula, limita o confronta, es tan amplio como cualquier representante o ejecutivo de la política. Dejarlos afuera, en tanto poderosos factores de poder, es como darle un chirlo al chancho de tanto en tanto, y limitarle su ración de maíz, para no esperar que aparezca el dueño.
Lo que sí parece un dato concreto, es que el ‘outsider’ de la ultraderecha que irrumpió en la escena política solo un par de años atrás, logró abrir una grieta en el sistema político argentino. Un fenómeno que se propone desmantelar el Estado, pero que es votado masivamente por gente que no concuerda con ese objetivo.
Concluyendo
Nuestra prognosis sobre la administración Milei, formará parte seguramente de un futuro texto de opinión. No sería prudente proyectar hoy, cuando aún no pronunció siquiera su alocución presentando a la asamblea y al pueblo, su proyecto político definido.
Pero lo que ya podemos incorporar como acervo a nuestro conocimiento después de esta campaña presidencial revisada, es la confirmación de que las redes sociales son clave en la política contemporánea: intervienen en los debates del día a día e instalan temas en agenda.
Javier Milei no se popularizó como dogmático economista que es, sino a partir de su condición de influencer multimediático, de personaje de la comunicación. Hábil comunicador, histriónico panelista y contertulio, quien se apoya en cuentas adyacentes que le dan forma a su comunidad y propagan los mensajes de La Libertad Avanza. Luchó, y venció, a un político con amplia trayectoria, pero por fuera de las pantallas, Sergio Massa, un político predigital se podría decir. Su impecable discurso desde la racionalidad burocrática no fue suficiente, ni los importantes paliativos materiales que generó para un gran número de ciudadanos. Su amplificación por los medios tradicionales, no fue suficiente.
Una vez más, la EMOCIONALIDAD le ganó a la RACIONALIDAD. El bolsillo al futuro, la incertidumbre doblegó por hartazgo. Tal vez, el canal de las comunicaciones fue decisivo en el resultado de la opción.