Por: Roberto Candelaresi
Prefacio
Durante el auge de la epidemia del Covid-19, algunos intelectuales especularon – a partir del impacto que tuvo en todo el mundo–, acerca de las características que tendría el desarrollo en la pos-pandemia en Argentina y en la región, y en tales ejercicios intelectuales, concluyeron que la orientación del nuevo modelo, ya no sería una reedición ni de la apuesta por la industrialización sustitutiva, puesta en marcha siempre por anteriores gobiernos populares, ni de el de financiarización, especulación y Primarización del neoliberalismo (conservador o autoritario).
No pudieron prever que la derecha más reaccionaria y radicalizada, accediera al poder, luego de una gestión melindrosa con los factores de poder, indefinida por su falso reformismo, y continuadora de la macroeconomía macrista, del socialdemócrata Alberto Fernández y la coalición Unión por la Patria.
Postulaban consultores y académicos, que el nuevo modelo debía considerar no solo la multidimensionalidad de la economía nacional [sectores productivos tradicionales y nuevos, servicios, conocimiento, etc.], sino también las peculiaridades de la sociedad y sus demandas, como así también considerando el cambio del escenario geopolítico, regional y global.
La realidad es que habiendo largamente superado a nivel sanitario la peste, y regularizándose los patrones productivos y protocolos de intercambio comercial, hoy el mundo es diferente, la guerra económica (y geopolítica) entre colosos es un hecho que determina –y condiciona– las posibilidades de crecimiento para los países en desarrollo.
En tanto, nosotros vemos como preocupante, que el desapacible debate que hubo otrora entre oficialismo y oposición acerca de modelos en disputa, las transformaciones en la sociedad civil y el mundo laboral, ya no figuran en “primera plana”. Los cambios económicos se producen en la Argentina al son de las amplias facultades concedidas al poder Ejecutivo de Javier Milei por parte de un «oficialismo ampliado» (pseudo oposición) en el poder Legislativo, que no termina de definir frente a la sociedad un rumbo, un anhelo, un destino ideal. Solo produce hasta el presente, desregulaciones, suspensión de derechos laborales y sociales, guiños “prebendarios” a los grandes capitales, y escasas o nulas políticas públicas populares. Además de una paralizante actividad represiva a la protesta social.
Nosotros entendemos que es harto difícil para la sociedad civil ponderar, acompañar, disentir, o controlar un gobierno y a su contraparte, si, ni el oficialismo, ni la oposición hacen explícitos sus respectivos Modelos de Desarrollo para el país.
Como modesta contribución a estimular el debate, ofrecemos a continuación un compendio conciso de los modelos discurridos desde el siglo XX, y, hacia el final, daremos algunos elementos a considerar para quienes quieran participar de este ejercicio, impostergable para establecer un proyecto, o al menos una utopía, para nuestro (o cualquier) país.
Introducción. Algunas nociones.
Ya que el meollo del asunto que pretendemos tratar es el desarrollo, primeramente digamos qué caracteriza el desarrollo de un país; y se trata del Cambio, un pais marcha al desarrollo cuando deja de hacer más de los mismo en términos económicos, introduce innovaciones en sus procesos, y así, es como adquiere nuevas capacidades productivas y sus ventajas comparativas evolucionan, a partir de lo cual, se espera que haya un crecimiento material, progreso social y mejora de los niveles de vida de sus habitantes.
Ahora bien, en nuestra perspectiva, para lograr cierta eficacia y eficiencia en ciertos propósitos, toda acción debe basarse en un determinado marco teórico, o cuadro de referencia que se plasmará en un Plan.
En el caso del desarrollo como meta de un país democrático, se constituye un conjunto de lineamientos surgidos a partir de consensos y acuerdos que buscan lograr el progreso del territorio, y que involucra no sólo el ámbito económico, sino también los ámbitos social, político y cultural, a lo que llamamos MODELO de Desarrollo. En otros términos, se trata de una planificación que apunta a promover el progreso de todo el pueblo.
Digamos también, que el propósito de crecer (o progresar), requiere un determinado enfoque y una estrategia para operar. Ese esquema a seguir, debería ser el marco de referencia para los responsables de elaborar las políticas públicas de un país.
Admitamos sin embargo que la misma noción de desarrollo ha tenido una evolución a lo largo del tiempo, así como los diferentes modelos se han sucedido, pero no siendo lineales, han convivido (y conviven) simultáneamente.
Tengamos en claro que al concepto de desarrollo no puede ser pensado como algo simple y natural, sino como un constructo histórico cultural que implica muchos matices y connotaciones, y también, sirve de marco de referencia para la cimentación de las representaciones sociales, (además de ser fundamento de directrices y estrategias de intervención aplicadas en las transformaciones y adaptaciones a nuevos modos de producción y a la cotidianidad de todos los sectores, como ya dijimos). Ese marco referencial suele tener sesgos de pautas urbanas e industriales, aunque la ruralidad no puede nunca (o no debería) ser omitida en el modelo, especialmente en países como el nuestro, con una enorme relevancia en su producto nacional.
La noción de desarrollo suele ir reunida con el concepto de crecimiento, (normalmente con aquella perspectiva urbano-industrial), y esto se debe a la crisis del mundo capitalista en el ‘29/30, con una desorganización del sistema económico y una gran desocupación. La salida a la situación fue creciendo; la producción de bienes y servicios se incrementó dramáticamente y fueron –son– cubiertas toda variedad de necesidades.
Esa expansión productiva (y distributiva) trajo un bienestar material generalizado a posteriori, con lo que aquella ya se identifica con el desarrollo, como que el fin último del desarrollo fuera el aumento de bienes y servicios. Y, desde aquel entonces, el «crecimiento» es uno de los fenómenos más importantes.
Esta percepción, trae sin embargo un problema teórico que tiene consecuencias prácticas, dado que la –insostenible– propensión a consumir y el ansia de crecer ilimitadamente, cargó a la propia noción del desarrollo con casi exclusivamente connotaciones económicas, más que sociales o humanas. Y, de ese modo, si la política de desarrollo solo se basa en el crecimiento económico, es porque no se buscaron las causas de los problemas críticos humanos, más bien, se enfatiza en el control y en la supervivencia del sistema capitalista (más de lo mismo, pero en cantidad) que en el equitativo bienestar general humano y cuidado medio ambiente, que debería ser el propósito último de todo modelo.
Variedad de Modelos en la Región (L.A.)
Cada país o región adopta un conjunto de políticas, estrategias y acciones en procura de su desarrollo, que vienen a organizar sus recursos materiales y sus instituciones para satisfacer ese propósito. Los modelos, naturalmente, se articulan con su historia, su cultura, producción , sus posibilidades de adelanto científico y tecnológico y, no menos importante; su tradición jurídico política.
A través de acuerdos, a veces se suman medidas que abarcan regiones multinacionales.
Históricamente, en Latinoamérica, desde fines del siglo XIX, primaron los siguientes enfoques: el Modelo Primario Exportador (crecimiento hacia Afuera), el Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones, el Desarrollista, el Modelo Neoliberal y el Enfoque Post-neoliberal (de Ajuste). En Argentina, a partir del primer gobierno peronista se puede incluir el modelo del Estado de Bienestar, a similitud de los países europeos, que no pudo implementarse suficientemente en la mayoría del resto de los países del subcontinente (Uruguay puede ser la otra excepción).
Un poco de Historia y el debate (filosófico) actual
Aunque subsista en pocos países en la actualidad, mencionamos el Modelo Económico de Planificación Central, utilizado en la Unión Soviética, Europa Occidental y China y experimentado por iniciativas socialistas en nuestro continente como Cuba y Nicaragua, pero que ya no forma parte del acervo teórico en la consideración actual de los países en desarrollo. Digamos sin embargo, que después de grandes logros en materia de progreso social y económico equitativo promediando el siglo XX, desde los ’70, sufre un estancamiento que obliga a los respectivos Estados a emprender reformas de economía de mercado, desprendiendose parcialmente de los recursos en sus manos, y perdiendo decisión para organizar la producción, diseñar el perfil industrial, y asignar recursos.
La responsabilidad en sustancial medida pasa a la iniciativa privada, o al menos la administración y el proyecto nacional de esos Estados, resulta combinado con las ‘fuerzas del mercado’.
Los modelos que explícitamente polemizan o, implícitamente son referidos en los debates, al menos en Argentina, son los siguientes;
El Modelo Keynesiano y Estado de Bienestar , que se centra en la ocupación, y se ocupa de agregados como ingreso, consumo, ahorro e inversión. Determina el nivel de equilibrio de la Renta Nacional Total y la Producción Nacional. Considera con indicadores específicos, el desarrollo humano.
De hecho, el Estado de Bienestar que surgió en Argentina de la mano del justicialismo (y lo trascendió con algunos otros gobiernos de corta duración), como la forma de un Estado Social planificador e interventor, que garantizó [como derecho político], estándares mínimos de ingreso, alimentación, salud, vivienda educación y seguridad social a cada ciudadano, sin discriminación alguna. Esa respuesta proveyó de cierta estabilidad y seguridad en un nuevo contexto de solidaridad social, mientras progresaba el proceso de industrialización (inconcluso por cierto, precisamente como consecuencia de la imposición de otro modelo antagónico), que siguió a la etapa de sustitución de importaciones, y la sociedad resultó “modernizada” en sus relaciones.
Como adelantamos, las altas tasas de crecimiento, las mejores condiciones de empleo y la superación de la pobreza, comenzaron a frenarse promediando los ’70, como agotamiento del capitalismo de la producción que vio mermadas las tasas de retorno del capital y en consecuencia, la caida de inversiones a nivel mundial. La crisis del petróleo (único respaldo del dólar) y el subsecuente incremento general de precios en la economía mundial, trajeron inflación y caída de demanda de productos que tradicionalmente se exportaban desde la región. La pérdida de la competitividad de Latinoamérica hizo perder mercados, trajo mucho endeudamiento [crisis de la deuda de los ‘80], y altos índices inflacionarios internos. La consecuencia es harto conocida; caída de las tasas de crecimiento, aumento del desempleo, deterioro de salarios, crecimiento de la pobreza y la desigualad.
Allí emerge con mucha fuerza el llamado «Modelo Neoliberal», naturalmente, totalmente dispar con el anteriormente descrito. En este esquema, prevalece en consideración las diversas formas de interacción de los individuos [Ciudadanos / Clientes] en mercados amplios donde todo (bienes, servicios y valores sociales) se transforma en mercancía, que venden con un único interés de rentabilidad económica otros agentes, bajo el principio (teórico) de libre competencia.
El consumidor tiene la opción de elegir de acuerdo con su capacidad de compra, suponiendo que los individuos, tienen ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades en un mercado tan variado.
Los principios en que fundan el modelo Hayek y Friedman, es el de la libertad individual y la desigualdad, ya que consideran que esta última “es el motor de la iniciativa personal y la competencia de los individuos en el mercado que corrige todos los males económicos y sociales“.
El individualismo es el nucleo de la doctrina que sustenta el modelo de desarrollo, y los derechos como sujeto a a la vida, a la libertad y a la propiedad. El Sistema de Precios es fundamental ya que permite que los individuos cooperen pacíficamente en forma breve, durante las transacciones. La iniciativa individual y la recurrencia al mercado son pautas primordiales para que –en teoría– el sistema funcione.
En la región, y como recetas para superar el déficit público y estabilizar las economías (Consenso de Washington), el BM y el FMI promovieron desde los ’80, la aplicación de reformas de ajuste económico (comenzando por reformas del Estado desempoderándolo), que en realidad, hicieron crisis a finales de los 90, sin dar soluciones al estancamiento y con menos herramientas de autonomía para generar o improvisar soluciones. Las deudas en general se renegociaron (roll over) constituyendo eternas anclas para el “despegue”.
Tal como aseveramos más arriba, cada país tiene sus propios condicionamientos generados por determinantes históricos y políticos propios de sus identidades, y ellos moldean los modelos de desarrollo en su operación.
Lo que sí es común a toda la región, son los problemas a ser superados para alcanzar el desarrollo ideal, en estos encontramos la pobreza, el desempleo y la deuda social acumulada, no obstante, para su abordaje, y tal lo expresado en el párrafo anterior, es desaconsejable intentar intervenciones de un modelo basado en formulaciones externas, que no reconocen las diferencias económicas, políticas y sociales de los países, típico de los proyectos de organismos multilaterales o supranacionales, o, de programas de “fomento” diseñados en capitales extranjeras, desdeñando iniciativas propias y locales ♦
En efecto, desde la perspectiva liberal, tan arraigada [en teoría] en los países del “primer mundo”, el proceso evolutivo de todas las sociedades sigue ciertas etapas hasta alcanzar el nivel de desarrollo … semejante a sus ricas ciudades. O sea, una visión antropológica evolucionista, pero con una clara propensión al etnocentrismo [ya que emplean sus propios parámetros culturales como criterio exclusivo, para analizar e interpretar al resto del mundo].
De todo como en Botica [Plano ideológico]
Sucintamente digamos, que hay otras concepciones diversas del desarrollo, enfoques más críticos al modelo liberal-capitalista como el marxismo, que entiende que el cambio social surge siempre desde el conflicto entre fuerzas productivas que pretenden desarrollarse y relaciones de propiedad que intentan limitarlas.
A propósito del marxismo, y sus paradigmas, durante los años ’60 y ’70 en Latinoamérica se formuló «la teoría de la dependencia», que, tomando algunas herramientas teóricas de aquel, trató de exlicar las dificultades que, ante el estancamiento socioeconómico, encuentran los países ‘periféricos’ para el despegue y el desarrollo económico. Fue impulsada por el economista Raúl Prebish y la CEPAL [Comisión Económica para América Latina y el Caribe].
La teoría se asienta en la dualidad metrópoli – satélite, exponiendo que dentro de la economía mundial existe un diseño de roles desigual, ya que asigna a los países aún no ‘desarrollados’ un status de subordinación [léase dependencia], para producir materias primas –con escaso valor agregado–, mientras que a los países ‘centrales’, el sistema mundial le reserva no solo el poder de decisión, sino también la producción industrial tecnológica y la propiedad intelectual (diseño y creatividad), de alto valor agregado. Criterios extraños (foráneos) que justifican las relaciones de producción desiguales, a favor de intereses ajenos. Si las economías no se complejizan y sofistican, y la mano de obra resulta barata para capitales foráneos, el destino será la depéndencia eterna.
Téngase presente que, todo modelo de desarrollo (liberal o crítico, conservador o reformista) proyectan un ideal de organización social, y, el pensamiento que predomina en un momento dado, marca las pautas de socialización y de profesionalización de la sociedad. Por ello, la política [como arena de debate con consensos y disensos] debe sobrevivir para que nadie imponga “objetivos indiscutidos”.
Modelo para armar (alternativo al neoliberalismo)
Si nuestra perspectiva del desarrollo es como anticipamos, multidimensional, nuestro objetivo en un modelo ideal será la generación de riqueza para la prosperidad de TODOS los habitantes del país, o de la región, se debe apuntar a la capacidad del territorio y sus recursos para llevarla a cabo y sostenerla.
La premisa ética (ideológica, si gustan) es atendiendo siempre a una mejor distribución del ingreso, para lograr una sociedad más igualitaria, con empleos de calidad y mayor valor agregado en su producto.
Desde el vamos entonces, se trata de fomentar la industria, la innovación, cadena de valor y sustitución de importados. Mejorar los rendimientos del campo e incrementar el procesamiento de las agroexportaciones. El rol del Estado es determinante, pero no exclusivo, ya que debe interactuar con agentes subnacionales y actores de la sociedad civil (empresarios y sociales). Racionalizar la carga impositiva, pero sin rebajar impuestos a los pudientes, ya que está demostrado que solo daña a la economía y solo facilita la reconcentración y nunca el «derrame». Por otra parte, los derechos laborales básicos no deben ser alterados, ya que está demostrado que sus beneficios no contradicen a la renta empresaria cuando hay crecimiento o estabilidad económica.
Está claro entonces, que el desarrollo debe ser abordado también en perspectiva multidisciplinar (económico, técnico, sociológico), pero como requiere de definiciones estratégicas, es más que nada una cuestión política. La batalla cultural (como lucha de sentidos) se da entre dos propuestas genéricas siempre en tensión; una productiva, reactivadora de la economía «real» y ‘generalista’ [socialmente empática] por un lado, y otra de esencia particular o individualista, sostenida con rentas sectoriales concentradas, especulación financiera, y al servicio de un reducido mundo de élites de los negocios.
Mayor consumo popular o subconsumo de mayorías, esa es la tirantez agonística por la hegemonía. Otro capítulo es considerar la soberanía política y la independencia económica (al menos relativa en un mundo globalizado) como requisitos para elaborar y ejecutar un modelo autónomo de desarrollo y su previsibilidad.
Queda claro también, que, si de contribuir a una sociedad deseable para la mayoría de sus ciudadanos como objetivo político se trata, son imprescindibles los diálogos y acuerdos sociales, el consenso necesario para un nuevo contrato social que legitime el modelo de desarrollo a adoptar.
En cuanto al “medio ambiente” geopolítico, lo aconsejable para poder siempre optar las diferentes herramientas del desarrollo con autonomía, es seguir la tendencia a la multilateralidad progresiva que vive el mundo hoy, a despecho de los esfuerzos hegemónicos de los EE.UU. y aliados, que imponen condicionamientos.
Desde lo político local, la fuerza que pretenda representar lo nacional, debe construir poder popular, ya que el bien común y la soberanía solo se construyen confrontando el poder corporativo y concentrado, que pretende reducir la democracia a un mero simulacro y despliegue de mercadeo, para lo cual, la sociedad (o gran parte de ella) debe estar consciente de sus intereses y movilizarse en su defensa.
Para ese último propósito, debe abordarse la dimensión cultural del desarrollo, pues en efecto, el sistema educativo (incluyendo el universitario) está en deuda con el asunto que tratamos. La reforma es urgente.
Concluyendo
Sería redundante por lo obvio, insistir en que no se puede concretar ningún desarrollo sin un Estado eficiente, con un modelo de gestión adecuado, innovador y creativo. Nótese la antítesis de nuestra ponencia con la actual posición del gobierno anarco libertario. Las políticas públicas deben ser positivas y con un enfoque determinado en el interés de las mayorías, aunque se diseñen con la participación de actores económicos, laborales y sociales.
Hasta ahora –agosto de 2024– se aplicó un dramático ajuste fiscal ortodoxo con el supuesto propósito de crecer, y lo “logrado” es un estrepitoso decrecimiento de la economía como no se veía desde la crisis del 2001, y en algunos rubros específicos, una peor caída.
El plan de gobierno actual no se conoce, se improvisa sobre la coyuntura, prueba de ello son los continuos cambios conceptuales y tácticos en la intervención de las autoridades sobre diversos sectores, institucionales, económicos, sociales. Y tampoco se conocen países que hayan logrado su desarrollo sin su planificación económica de largo plazo, con una estrategia delineada para metas determinadas, instrumentos y recursos establecidos, normalmente, mediando pactos o consensos entre los actores relevantes de las naciones.
Lograr equilibrios o superávit fiscal per se, no garantiza el desarrollo. Ni siquiera controlar la inflación y disminuir la volatilidad, lo hacen. Sin dudas ayudan a implementar aquel proyecto, pero no son suficientes si no se cuenta con un plan nacional de desarrollo consensuado.
La opción entre modelos de sociedad creemos está clara: un desarrollo sostenible producto de la actividad articulada por la política, o la que ofrece el individualismo con glamour del marketing político, promovido por las élites.
La esperanza de la dignidad compartida por un proyecto participativo para la realización de todos es clara en la primera opción, aunque suene a utopía posmoderna. La otra, ofrece tantas posibilidades como incertidumbres, y sin promesa de cambio social para una comunidad ya de por sí desigual.
Nuestra reflexión final, nos lleva a demandar de la clase política (toda) definiciones acerca de sus ofertas de desarrollo, que no es otra cara más que el Proyecto de País que anhelan. Desde allí, la decisión será soberana.