Antiperonismo y la prehistoria del antipopulismo

Por: Roberto Candelaresi

En víspera de las elecciones de medio término, a finales de julio de 2021, notamos poca (aún) efervescencia en las calles, pero, sin embargo, apenas definidas las listas respectivas de las coaliciones y partidos participantes de la compulsa, se alzan las voces de la oposición en su variado espectro, tratando de amalgamar un discurso siempre antitético, con respecto a las posturas del Frente en el poder, a los valores que proclama, a su modo de gestionar, a su proyecto de país, en definitiva. Esas voces discrepantes son las más de las veces, duras y fuertes, expresan no solo diferencias de opinión, sino parecen solo enderezadas como objeto de polémica, y despreocupados -en muchos casos- por darle fundamentos racionales a sus ponencias.

Un hilo conductor que se percibe a poco de analizar esa retórica, es que desprecia todo aquello que sea popular, plebeyo, y su más acabada manifestación; el peronismo. Pero, para quien se haya interesado en nuestra historia nacional, o por caso, está familiarizado con la historia latinoamericana, pronto también habrá de reconocer algunas semejanzas con actitudes e ideas que, en el pasado remoto – aquel de la inauguración de la libertad e independencia de nuestros pueblos –, alguna élite y sus corifeos ya practicaban impugnando la posibilidad que la plebe, o sus líderes, se alcen con el poder institucional.

Esa visión, la del pueblo encarnando una fuerza irracional, barbarie amenazante que era menester canalizar para defender un proyecto “moderno de prosperidad” para la nación (o para mejor decir; sus intereses de clase), tuvo como primeros detentores a los comerciantes porteños y hacendados provincianos, desde el origen de la Patria. El futuro que ellos habían soñado naturalmente tenía mucho que ver con su propia evolución patrimonial, al insertarse en la división internacional del comercio como proveedores primarios e importadores de mercancía fina.

La evolución socio-política y económica, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, fue complejizando el entramado político y diversificando los actores, sin embargo, notamos una suerte de continuidad de las posturas (y esfuerzos) de las clases dominantes para extender su modelo de crecimiento intentando domesticar a la plebe por un lado, y aquellos habitantes (ya que no siempre ciudadanos) del mundo del trabajo, que fueron siendo encarnados por sucesivos tipos sociales [Gaucho, compadrito, cabecita, etc.] que protagonizaban el descontento con el statu quo, por el otro.

Asimismo, evolucionó la imaginación acerca del tipo de sociedad deseable por las élites, como también por las clases populares, que cada época marcó con sus peculiaridades. Desde 1880, vencido el mitrismo que hegemonizara las dos décadas previas (oligarquía centralista excluyente), comenzó un delicado equilibrio que duró durante varias decenas, mientras el país crecía en población y economía.

La irrupción de gobiernos populares (radicalismo y luego peronismo) en la primera mitad del siglo XX, descentró aquel modelo elitista de conducción y resurgió el atávico temor a las masas y sus demandas. Aquella clase privilegiada que durante tanto tiempo ostentó excluyentemente el poder, se vio obligada a pasar a la defensiva. Se mancomunaron todas sus variantes; conservadores nostálgicos, liberales progresistas, demócratas institucionalistas, integristas católicos, e incluso la intelligentzia de socialistas y marxistas, para tratar de contener la acción colectiva de lo que se empezó a conocer como ‘populistas’ y el sistema populista de poder. Esa actividad de ‘resistencia’ devino cada vez más violenta con el paso de los años (y las contingencias sucedidas), tanto en el plano simbólico como en el material. Eso es lo que se conoce como ANTIPOPULISMO.

Con esta categoría analítica “oficiosa” vamos a tratar en este opúsculo, intentar desentrañar los fundamentos de lo que hoy conocemos como ANTIPERONISMO, aun admitiendo que contiene una multiplicidad de variantes, como ineludible concepto para entender la política nacional. El tema del Antipopulismo está tomando la centralidad en los foros de ciencia política, similar al que ya ha merecido el Populismo.

Digamos también que, como experiencia histórica el populismo latinoamericano, es la forma dominante de inclusión de las clases populares (obreros urbanos y campesinos) en la política de masas entre los años veinte y los sesenta del siglo XX. Haya de la Torre perfiló sus fundamentos intelectuales al crear el APRA en Perú en la década del 20, y, si bien hubo experiencias tempranas con gobiernos nacionalistas que daban su lucha al imperialismo, entre el que se destaca el Yrigoyenismo en Argentina, otras expresiones en los países mayores del subcontinente al comienzo de la guerra fría, le dieron proyección ‘internacional’, así destacamos al peronismo, el varguismo y el cardenismo, todas coaliciones pluriclasistas que combinaron pragmáticamente dosis de confrontación y negociación. En el populismo latinoamericano la noción de derechos sociales es ideológicamente nuclear: fueron pensados como forma de recomponer el lugar de los trabajadores en la sociedad y el poder de su representación, los sindicatos, en la política.

Para quienes se interesen particularmente en el tema, y, para abordarlo desde la perspectiva histórica, un recurso invaluable es «Breve historia del antipopulismo» de Ernesto Semán, con una profundidad y desarrollo intelectual –según la crítica–, que exceden largamente el alcance de nuestra labor reflexiva.

Antecedentes “modernos”

Al populismo – al menos el regional– se lo asocia desde los centros de estudios con algunas características básicas tales como: la seducción con líderes fuertes (caudillismo de antaño y hoy populismo), la tenacidad de la demanda popular, la desilusión de las élites económicas y culturales con la democracia cada vez que ésta produce resultados que no les gustan, la enorme violencia política sufrida por los que menos tienen, y otros denominadores comunes.

Es claro que el antiperonismo actual es heredero de antipopulismo histórico del que hicimos referencias al principio. Es entonces, un modo de pensamiento que antecede al peronismo. Esa incomodidad esencial con lo popular que “padecieron” diversas élites, lo hizo trascender de un mero programa político de coyuntura, al punto que produjo liderazgos, políticas e instituciones espejando al populismo a lo largo de la historia. Es que el antipopulismo, claramente desde el rosismo al menos tuvo y tiene sus proyectos políticos, precisamente el de pensar e intentar construir una Argentina no populista, su quid está en qué hacer con el pueblo. Un pueblo que desde el inicio “quiere saber de qué se trata”, la cuestión es: ¿participa o se lo impide?

El caso es que adherimos a la tesis que plantea que el estado actual de la Argentina es incomprensible si no se desmenuzan las políticas implementadas por una sucesión de gobiernos anti populistas tanto democráticos como dictatoriales. Porque justo es reconocerlo, engendró una amplia variedad de formas de pensar la nación y la política. No siempre – ni necesariamente – el antipopulismo fue antidemocrático, antipopular, o violento. Su historia incluyó diversas experiencias de diferentes signos y en algunas ocasiones con el concurso de destacados intelectuales y científicos. Algo muy distinto a lo que ocurre en la actualidad, al menos en nuestro país, donde el antipopulismo quedó consumido en un proyecto liberal-conservador sin demasiado fundamento ni ejemplaridad empírica positiva.

Otro tema relevante es que a lo largo del siglo XX, el antipopulismo ha recurrido a la violencia política en un grado incomparable con su adversario. De hecho, es dable observar que desde la caída de Perón en el ’55, emergió un núcleo de dirigentes y militantes antipopulares cada vez más violento. Su violencia con las épocas fue acrecentándose conforme se verificaba la imposibilidad de eliminar el populismo/peronismo como pretendían, lo que a su vez acrisolaba su desencanto con los medios democráticos. El discurso violento impúdicamente hecho público en la actualidad [llaman a eliminar el populismo y no sólo a derrotarlo], muestra el grado de mesianismo al que ha arribado esa efervescencia irracional.

Desde la época de la transición a la democracia en 1983, con el triunfo de Alfonsín, se acepta la legitimidad política del adversario como compromiso (de todas las fuerzas políticas), al cual a partir de entonces se intenta derrotar mas no eliminar; pero con el triunfo de Cambiemos en 2015, con una agenda fanáticamente antipopulista pareció clausurarse aquel pacto. Su estrepitoso fracaso no solo de gestión, sino de “purgar” la nación de populismo, generó una frustración entre las huestes antipopulares que ahora en 2021 recién parecen rearmase. El aprendizaje en la mirada antipopulista, es que este país plebeyo no es tan fácil de desterrar.

Escrudiñando la visión anti

Desde el antiperonismo/populismo en sus múltiples variantes, siempre se lo ve al movimiento popular como una forma incorrecta de integración de las masas a la política moderna, según este enfoque, queda un país inconcluso y su ideal trunco. Como característica común, todos los gobiernos de ese corte antipopular (cualquiera sea su origen ideológico), procurará corregir esa “falla”, o, como oposición, la centrará como el motivo inhibidor del desarrollo hacia el progreso en su discurso.

En la actualidad, la versión antipopulista de carga liberal y conservadora, se impuso sobre las restantes, de modo que el antipopulismo se convierte casi en sinónimo de parte del liberalismo argentino. Al predominar este, y estar consolidado en la fuerza de coalición que gobernó en el periodo 2015-2019, se convirtió en identidad aglutinante en las élites argentinas, y masiva entre la población.

Volvamos un instante atrás, la emergencia del peronismo finalizando la década infame (período dominado por la oligarquía conservadora) con la reaparición de las masas en la calle, y su incorporación orgánica al nuevo gobierno ejerciendo plenos derechos, desestabilizó todos los dispositivos de la visión política antipopular -que había derrocada al popular Yrigoyen-, porque la amenaza “populachera” dejó de ser abstracta o parcial para convertirse en una representación real, duradera y resistente de poder político. Esta irrupción de las masas, en la entonces minoría elitista, debió vivirse como la pérdida de la época dorada del país, aunque la real pérdida haya sido de algunos privilegios de clase.

Lo que les resultaba incomprensible a este sector de la alta burguesía, tal vez por su racionalidad material basada en la procura de la utilidad monetaria por sobre otras consideraciones, era la centralidad de las emociones por encima de toda razón (supuestamente), y, la tenaz lealtad de las masas al caudillo (dato real). Pero esta percepción, seguramente estuvo influenciada también por las ideas prohijadas en otras latitudes, respecto a las masas, sus prácticas sociales y el Estado que las cobija, creando una suerte de identidad política para el antipopulismo, que algunos intelectuales locales ayudaron a moldear. Categorías supuestamente “universales” para rotular fenómenos nacionales, totalmente “domésticos”.

Así, en la literatura nacional, hubo obras donde descalificaban lo que llamaban populismos, asignándole características que encontraban similares a corrientes extranjeras que nada compartían con la cultura argentina (fascismos varios). En lo que no se equivocaron esos ensayos y análisis, es en asociar el populismo con el complejo derechos humanos y sociales, que efectivamente promulgó y defendió. Pero estos vistos como lastre para el progreso material, y a “contramano” del consenso liberal que se esparcía por el mundo. Su oportunidad arribaría en 2015.

Antipopulismo, el núcleo de la patria moderna

Primero definamos al Antiperonismo, como la ‘variante’ nacional del antipopulismo por excelencia, por su gravitación mayoritaria, que se corresponde naturalmente con el movimiento filosófico y político mayor en la escena nacional en el cual se espeja. No es una categoría analítica, ciertamente, pero está presente históricamente en el discurso político, en los medios, hoy en las redes, etc. y más importante aún, se ha transformado en un componente central de una identidad política. Paradójicamente, el antiperonismo se construye en una cosmovisión socio-política espejándose en su objeto de crítica, su génesis específica (ya que no la genérica, que como sostenemos aquí es tan antigua como la patria) se da cuando irrumpe el fenómeno populista del peronismo, que, dicho sea de paso, se problematiza enseguida como una anomalía en la república. Ríos de tinta para la crítica al justicialismo, desde el ámbito académico inclusive. El peronismo como “problema”.

Al peronismo en su condición de encuadramiento de las clases populares, se lo ve [percibe] como incapaz para adaptarse al mundo moderno, esto implica un obstáculo para la modernización del país. Bajo esa premisa, en el pasado se desarrollaron opciones de políticas autoritarias para someter a sus huestes. El propósito siempre fue (en dictaduras o en proscripciones) lograr un ‘ajuste cultural’ para desaparecer al populismo, para luego llegar a la “verdadera” democracia.

La última dictadura es la primera que señala al populismo como enemigo. En sus documentos, los “procesistas” hablaban de que el enemigo del país era el «marxismo-populismo». Ese término no surge en el resto de las dictaduras de Latinoamérica de esa época. Sin embargo, estas propuestas no prosperan más que un par de años, pues se advierte tarde o temprano que, sin la inclusión de masas – a las que no pueden acallar indefinidamente – el proyecto antipopular comienza a resquebrajarse. El peronismo siempre resurge, sin perjuicio de la opresión aplicada.

Asimismo, los intentos de seducción o “reconversión” de la ciudadanía identificada con el populismo peronista siempre fracasaron, incluyendo el experimento tóxico y violento antipopulista del macrismo. La integración pretendida por las élites al proyecto de país no pudo ser, no obstante, la experiencia después de 70 años al alcanzar el poder por las urnas, demuestra que su fuerza de persuasión no puede ser subestimada, ya que aproximadamente la mitad de la población electora, les dio su beneplácito, a esta minoría de empresarios y lobistas.

La última experiencia radicalizada del antipopulismo, corporizada por el ascenso de Macri y sus aliados de Cambiemos al gobierno nacional, desnudó algunos de los prejuicios más comunes de aquella perspectiva, respecto al populismo en general, y del justicialismo en particular. Los ataques discursivos del entonces presidente incluían frases tales como: “Las masas le ponen un freno al progreso porque toman decisiones apresuradas” (¿?). Con lo cual, además, ratificaba que su proyecto político es confluente de la antigua corriente histórica decimonónica de las élites que, temiendo a las masas, debían someter su voluntad para que no interrumpan “el progreso” que garantizaría un mejor futuro.

Desde la retórica, abjuran del “clientelismo”, que vincula las clases populares con sus dirigentes, despreciando así, la capacidad de aquellas para optar racionalmente por las propuestas más convenientes para sus intereses y derechos. Sin embargo, en la realidad concreta, ellos, echan mano a todo tipo de dádivas para incluirlas, desechando la “imperfección” del método que tanto critican. De cualquier modo, no consignan derechos como lo hace el denostado Justicialismo.

El discurso macrista tampoco se diferencia del antipopulismo histórico, en el sentido que hace siempre una apelación al “futuro” mejor. Esto se condensa en una idea de transición, esto es; hay que hacer un esfuerzo, un sacrificio, una cesión de derechos y beneficios en el presente, porque eso se va a proyectar en el futuro para el bienestar general. Esa espera debe ser respetada por todos, pero el antipopulismo plantea que la gente con necesidades cede fácilmente a sus emociones, a las necesidades, a la acción colectiva; no tiene paciencia (¿?). Mientras, las élites actúan filantrópicamente pensando en solventar las necesidades materiales de todos y actúan en función del trascendente “bien general”. Un dislate fácilmente desmoronado por la experiencia empírica del mundo, no ya solo del país.

No podemos cerrar este apartado sin mencionar al tan mentado Gorilismo, ciertamente no la única forma del antipopulismo, que, tal como describimos más arriba, pueden proceder de diversas posturas ideológicas que abarcan todo el espectro político, obviamente compartiendo un denominador común: la preocupación por la forma en la que las masas se relacionan con la política. Sin ser una categoría analítica el Gorilismo fue adoptado por el lenguaje político, y refiere a una visión – en general iracunda o crispada – sobre la forma en que las masas se insertan en el peronismo.

Bombardeo a plaza de mayo en 1955

Consideraciones misceláneas

En parte de la intelectualidad nacional, que comprende a destacados autores, el peronismo siempre se lo miró como una anormalidad en el sistema. Desde la academia, y particularmente con el advenimiento del alfonsinismo, muchos pensadores contribuyeron a cimentar el proyecto del “tercer movimiento histórico”, que, aunque su conductor, el Dr. Raúl Alfonsín se expresaba contra el “populismo”, recogía algunos frutos del peronismo como “legado”. Entre ellos, la valorización de la justicia social y los derechos sociales, la participación de los trabajadores en el diseño del país, (en incumbencias de planificación que nada tenía que ver con la discusión salarial o paritarias, sino a nivel estratégico).

El otro aporte vendría de las costumbres populares liberal-democráticas, de tradición radical fundiéndose en una identidad común. Claro que aquel proyecto radical-alfonsinista pretendía incorporar a muchos peronistas a sus filas, para producir esa pretendida síntesis en la transición democrática fundiendo en un nuevo partido popular y nacional, pero de diferentes características. La idea era dividir las opciones al electorado entre dos entidades en pugna; un partido liberal progresista de masas y un partido conservador equivalentemente de masas, y, que el peronismo en proceso de “dilución” iba a proveer de electores a ambos sectores.

Una quimera que concluyó con el peronismo emergiendo como ganador y el partido alfonsinista y sus aliados, terminaron casi desapareciendo del podio vencedor, al menos. Para ser justos, debemos resaltar que la corriente alfonsinista (no la UCR como un todo) fue (¿es?) una forma bastante atenuada de antiperonismo.

Es harto difícil una síntesis dialéctica entre populismo y antipopulismo (o para nuestro caso, peronismo y antiperonismo). De alguna manera, el antiperonismo se ha descubierto como una identidad política en sí, como apuntamos anteriormente, pues ha consolidado una concepción de la sociedad ideal, el sistema político y el destino del país. El antiperonismo se constituye y construye a partir de las diferencias, es la imagen espejada (invertida) del peronismo, pero ambos se retroalimentan en la lid.

Cambiemos fue en 2015 el intento exitoso al transformar la identidad del antiperonismo en una opción electoralmente competitiva. Con lo cual, ayudó a consolidar la confrontación creciente de dos modelos sociales, además de políticos, ya definidos. Desde el punto de vista matemático, al pendular el electorado nacional otra vez hacia el campo popular, se advierte que los números equivalentes de las dos fuerzas en disputa, les dan suficiente energía como para vetarse mutuamente los proyectos de cada una, y que se corre el riesgo (potencialmente verosímil) de darse un “empate hegemónico”, según la clásica definición de Juan Carlos Portantiero: una situación en la que ninguna logra reunir los recursos necesarios para asumir por sí sola el liderazgo de toda la sociedad. Resumidamente, ningún conjunto asume la dirección política del país en el sentido gramsciano de la expresión; ninguno puede presentar sus intereses como los intereses de toda la sociedad y formar un bloque histórico que modele un sentido común que la oriente en una dirección determinada.

Dos discusiones que parecen necesarias para decantar la razonabilidad de una y otra categoría, al menos de interés para la militancia de ambos sectores, son: en la esfera económica, la prioridad es beneficios inmediatos de redistribución de ingresos o un aumento de productividad para generar mas excedentes y de allí ‘repartir’?. La otra es histórico-filosófica y es si el fin del legado peronista, ¿fue consecuencia del menemato y su transformación social?.

El antiperonismo, observa con mucha atención la conducta de los caudillos, dada su preocupación por las masas, para desentrañar como esas masas se vinculan con la política. Les fascina la voluntad (que ellos refieren como irracional) de esperar los buenos efectos de políticas a cierto plazo, cuando quien las instrumenta es un líder popular. Esa conducta no sucede con gobiernos de otro signo. Mi pregunta acá sería: ¿no será porque otros traicionan las esperanzas del pueblo?, y en cambio, confían en quienes nunca los defraudan.

La izquierda antiperonista, que no por minoritaria dejamos de lado, centra su crítica desde otro ángulo que la derecha tradicional, naturalmente, así, acusan al peronismo de su capacidad de atenuar el conflicto de clases, sin embargo, la dimensión populista recoge un espíritu plebeyo e insumiso que precede muy largamente a la existencia del peronismo y que viene desde los fundamentos mismos de la Argentina.

El antiperonismo de centroderecha – mucho más vigente en el presente – en tanto, reprocha la supuesta pretensión del peronismo de tomar decisiones de beneficios inmediatos, que atentan contra el “interés general”. Siempre plantean la cuestión de que no se puede distribuir riqueza sin crearla previamente. La crítica se expresa como que el populismo consume el futuro en el presente. El antipopulismo lo que plantea es que cosecha y siembra. La espera sería lo que define la categoría de populismo y antipopulismo. Mas allá de la verdad de Perogrullo en el sentido de que solo se consume lo ya creado, nada dicen sobre los excedentes injustamente distribuidos entre el capital y el trabajo.

El centro de la discusión ya no pasa por la disputa entre productividad y distribución, sino con cómo se presenta la idea de productividad como proceso de espera eterna, en algunos casos, y redistribución regresiva del ingreso, a la espera de que llegue ese momento del reparto (o el “derrame”). El presente desaparece en los razonamientos y las clases populares deben contenerse y esperar los resultados. Como sea, el antipopulismo se terminó erigiendo en una ideología con buenos resultados electorales.

Condensando ideas a modo de cierre

Tanto el peronismo como su antagónico, son identidades políticas con una historia de 75 años en la Argentina. No se trata solo de plataformas electorales o políticas económicas concretas solamente. Debajo de lo aparentemente racional en los discursos respectivos, tiene un marcado componente social-cultural que explica las frecuentes reacciones viscerales de unos y otros. Si uno es un sentimiento; ¡ambos lo son!.

Hubo muchísimos antiperonismos desde aquellos variopintos rejuntados en la Unión Democrática, los católicos integristas, los colaboradores de la revista Sur, académicos de la gestión del rector de la UBA José Luis Romero; los hubo estéticos, políticos, militares, religiosos, científicos y literarios.

El antiperonismo es en sí un conflicto, por lo tanto, es también un enigma. La relación del antiperonismo con su objeto (el peronismo), en ocasiones suele ser pura violencia y reacción, provenir de ideas cortas y posicionamientos impostados de clase en defensa de la “democracia”.
Otra vertiente opta por el denuncismo infundado en la TV y los medios masivos en general. Sin embargo – como no podía ser de otro modo – también existieron y existen analistas críticos [tematizadores], que tienen una comprensión acabada de la escena política y social, y aunque el sesgo de la visión del peronismo como un mal antológico empañen sus explicaciones, se exigen en comprender el fenómeno de su “enemigo” resignados a aceptar su protagonismo y perdurabilidad.

Muchos de esos comentaristas (historiadores, filósofos, etc.) comulgaban con la idea de que el peronismo se lo comprende como un gran engaño; los grupos sociales caen bajo un cierto embrujo que los hace creer con candor que están haciendo una revolución social al ser empoderados con nuevos derechos (sociales, laborales, etc.). Interpretan desde allí si los sentimientos de alegría o felicidad, por ejemplo, son genuinos “objetivamente” (¿?). En general, para los antiperonistas intelectuales el pueblo no está equivocado sino preso de un pase de magia. Prueba de ello sería – según un crítico como Halperín Donghi –, que el pueblo peronista ve al futuro como prolongación indefinida del presente de bienaventuranza que tuvieron con Perón. Como si las naciones no tuvieran siempre un norte esperanzador para su destino.

Derivada de aquel pensamiento, se piensa que el peronismo adopta bajo ese influjo un mito como forma de vida, y ese es su legado. Nuevamente, la política es ante todo creencia e ilusión, se estructura siempre como un mito. En el caso del peronismo, su mitología es puro presente. Pero la idea que subyace desde el antiperonismo es que los mitos son obstáculos de la libertad humana (¿?). En definitiva, se puede traducir que esa gran simpatía y adhesión peronista, para el antiperonismo es resultado de una gran cooptación demagógica de las masas populares que produjo Perón. ¿No será un verdadero mito que los humildes son brutos y que su dirigencia es corrupta?

El regreso de la democracia coincidió con un reencauzamiento del antiperonismo hacia una matriz socialdemócrata, donde prevalecieron antiperonistas de la izquierda intelectual renovada, estrechos colaboradores del Dr. Alfonsín, que encontraron un nuevo argumento para su antagonismo; endilgándole al peronismo la responsabilidad, por derecha y por izquierda, de la tragedia de los setenta. Esa tesis tiene vigencia aún hoy en vastos sectores de la ciudadanía.

El antiperonismo durante los mandatos “K” se volvió tosco, grotesco, resentido, poco creativo. Y cuando tuvieron la ansiada “nueva” oportunidad [2015], repitieron lo de siempre, multiplicaron la miseria y la deuda. Un fracaso tan rotundo como la incapacidad de digerirlo que todavía expresan. Por eso, algunos afirman que el antiperonismo en el gobierno es una fábrica de peronistas.

Pero no podemos soslayar la complejidad de que tanto el peronismo como el antiperonismo tienen “volumen”. Así, como en el actual gobierno nacional se consolida una alianza con distintas expresiones del peronismo (y aliados), enfrente, persisten sectores antiperonistas que pertenecen a una derecha muy tradicional y también ciertas vertientes desde la izquierda que siempre fueron parte del antiperonismo desde otra esfera.

El antiperonismo sigue siendo un vector relevante en la política nacional, que más allá de su significativo sector de odiadores de la política [que se conducen con abyecto desprecio hacia el “otro” (especialmente si es humilde)], capaces en el pasado de las nefastas metáforas enlutando cualquier discusión (“viva el cáncer”), son en la actualidad una fuerza política organizada, con un relato relativamente coherente (en lo ideal) y cuenta con miles de militantes que lo profesan.