Por: Roberto Candelaresi
El desapego a lo popular, la desmesura y falta de prudencia, que en apariencia ejercen las élites políticas occidentales, se nos ocurre como un drama de una cierta clase dirigente, que inexorablemente derivará en tragedia.
Según el modelo de la tragedia clásica, los dramas se “organizan” en una cierta secuencia, que comienza en un determinado acto alternativo(disruptivo) por parte de algún actor político, para afrontar algún problema en un determinado escenario, siendo un episodio que iniciará el devenir de los acontecimientos. A esta ‘exposición’ de la cuestión, le sigue el establecimiento y aumento del conflicto con otros actores que se ven afectados. En esa escalada, cualquier suceso clave que modifique la trayectoria de la situación (punto de inflexión) desestabiliza el panorama y; la catástrofe – pues afecta al conjunto – como resultado.
Para Aristóteles, las tragedias se cernían sobre personas no por sus inconductas morales, sino que la “mala fortuna” proviene de algún error fatal o debilidad [hamartia] en que incurren aquellas. Podríamos decir, que los yerros de la dirigencia en general o líderes en particular, tienen consecuencias no solo como fracasos en su hoja de vida, sino que la tragedia se presenta cuando se advierte el fracaso de los sistemas económicos y políticos en las sociedades. Lo que era orden, acaba en desorden, y en este último, siempre se genera el conflicto que suele conducir a la destrucción del conjunto.
El escenario hoy
El mundo está salpicado por conflictos, algunos de los cuales involucran a potencias nucleares, por ello no es llamativo que se incrementen los temores sobre una Tercera Guerra Mundial. El panorama está así de dramático.
Repasemos; aumento de armas nucleares, incluyendo países que no adhieren al pacto de no proliferación. La inestabilidad en Siria, Turquía e Iraq por la cuestión kurda, que, en el caso de los turcos, la perciben como una amenaza a su seguridad nacional. Las nuevas tensiones en Medio Oriente, particularmente entre Líbano e Israel, exacerbadas por la presencia de Hezbolá. La carnicería civil en Gaza, repudiada por la mayoría de las naciones, pero que el gobierno israelí parece obstinado en continuar.
La efectiva re-descolonización de África subsahariana, donde los franceses y otros europeos son desplazados de varios países, que estuvieran sometidos económicamente a sus antiguas metrópolis, los que demandan protección de la Federación de Rusia, servicio de seguridad militar que esa potencia comenzó a prestar a los africanos, mientras China sigue avanzando en acuerdos estratégicos comerciales y productivos en el continente “negro”, genera más tensión entre las potencias atlánticas y las orientales.
Las tiranteces ya están creciendo significativamente, como lo demuestran los recientes ataques en Daguestán y la expulsión de canales occidentales de Rusia.
Es importante entender las dinámicas de poder entre las potencias regionales como Arabia Saudita, Irán y Turquía, y cómo esto puede influir en un escenario de guerra probable.
El contexto global incluye cambios políticos y elecciones que añaden incertidumbre geopolítica. En nuestra visión, se está experimentando una infantilización de la política global y una falta de liderazgo efectivo que podría contribuir a un escenario de guerra. Concretamente, existen políticas belicistas de algunas potencias atlánticas, que empujan hacia un escenario de confrontación sin retorno, pues eluden o agravian las oportunidades de negociación.
Otro sí digo: el “norte” occidental, está alentando políticas de fronteras y tratamiento de refugiados, que solo agravan condiciones sociales y económicas de ciertas poblaciones vulnerables, que además son incapaces para detener las corrientes migratorias, lo que conlleva la responsabilidad de esos países en el papel geopolítico desestabilizante que el tema ocupa y ocupará en el futuro.
Posibles causas de los conflictos en el mundo actual
Preliminarmente, podríamos predecir para el panorama global, conflictos por los recursos naturales, tensiones entre países y ataques nucleares (como el frustrado israelí a Irán). Si ello, decantase en una guerra mundial, supondría un riesgo de extinción de la humanidad por la potencia de las armas nucleares (aún las tácticas), surtas en los arsenales de las potencias con esa capacidad [una docena de naciones componen el lote].
Los factores identificados por la ciencia política (en su rama de las relaciones internacionales), como potenciales desencadenantes de una conflagración mundial, entre otros, se pueden citar: rivalidades entre potencias, conflictos territoriales, proliferación nuclear, tensiones económicas y el ascenso de regímenes autoritarios.
Los riesgos han aumentado en los últimos años debido a una combinación de factores.
Las rivalidades entre potencias como Estados Unidos, China y Rusia han alcanzado proporciones preocupantes, con conflictos en zonas como Ucrania, el Mar de China Meridional, Yemen y Siria.
Además, la proliferación de armas nucleares y tecnologías bélicas avanzadas, como la inteligencia artificial (IA) y los drones, aumenta la probabilidad de que se produzca un conflicto trágico.
Otra característica a considerar como factor, es que la interconexión global en el mundo moderno, facilitada por la tecnología digital, también aumenta el riesgo de escalada rápida en caso de un conflicto regional. Pues en efecto, entendemos que el avance de la tecnología puede contribuir a estimular tensiones en el mundo, tanto como facilitar la intercomunicación de buena fe.
Igualmente, la polarización política y la desinformación en la era de las redes sociales pueden exacerbar las rigideces y aumentar la probabilidad de conflictos.
Asimismo, en un enfoque más pragmático (siempre basado en datos), se identifican como áreas de preocupación, la competencia por los recursos naturales, como el litio y otros minerales estratégicos, los hidrocarburos y el agua, así como las disputas comerciales y financieras que se suscitan en la competencia entre las potencias hegemónicas y emergentes [trampa de Tucídides]. Es relevante comprender las dinámicas económicas y políticas subyacentes que podrían llevar a un conflicto global.
Es claro que el riesgo es real y creciente. Existen además otros factores impredecibles, tales como crisis económicas súbitas, incidentes diplomáticos o eventos climáticos extremos, que pueden desencadenar una cadena de acontecimientos que convergieran en un conflicto a gran escala.
Desde luego, analizar y comprender los riesgos, deben ser útiles para prevenir los conflictos y promover la paz. Las evaluaciones identificando puntos de tensión, antes de que escalen, deben servir a esos propósitos. La diplomacia debe ser recipiente de los análisis precisos sobre las posibles consecuencias de las acciones políticas y militares entre los países.
La responsabilidad siempre recae en la clase dirigente que cuenta con la información necesaria, debiendo utilizarla de manera sabia y constructiva, para asegurar a la humanidad un futuro seguro y pacífico. La actual interconectividad mundial, debe usarse para prevenir la guerra con diálogos francos y respetuosos.
Un Mundo Diferente
Las tensiones y guerras del presente, no son como las de las últimas décadas, cuando se las caracterizaba como asimétricas, entre potencias operando en contra “el terrorismo” o contra países menores (Golfo, Libia, Balcanes, etc.).
Tal vez, la crisis financiera del 2008 generada en EE.UU., mostró que el orden (neo)liberal impuesto desde Washington estaba ya agotándose. Y, cuando el núcleo directriz se debilita, surgen cambios por reacomodamientos en las relaciones entre actores.
El ataque a una embajada iraní en otro país (Siria), por parte de Israel, y la respuesta persa a esa agresión, mediante descarga de misiles y drones en territorio judío, habla de una nueva configuración del ejercicio de la violencia internacional.
Tanto la guerra (no declarada, pero con un rotundo injerencismo) entre la OTAN junto a Ucrania, contra la Federación Rusa y, el genocidio sionista contra el pueblo palestino, genera el potencial involucramiento de terceros países, y el inicio de guerras regionales que puedan ampliarse.
La situación actual es más crítica que las anteriores, pues hoy, se están vulnerando todas las reglas, en todo el mundo en conflicto, hay escaladas con ataques a la población civil sin discriminación alguna.
La Tercera Guerra Mundial como prognosis
El mundo actual está tan interconectado – en todo nivel y ámbito –, que los intereses de los pueblos, y sus representantes, están íntimamente imbricados, de modo que una afectación a un conjunto de varios de ellos, necesariamente afectará a otros terceros en distintas intensidades, pues nadie del todo saldrá incólume. A su vez, existen lazos entre pueblos y culturas, que refuerzan la solidaridad y la amistad de la paz cuando alguno de ellos es agredido, o protagoniza una cruzada bajo un lema compartido y esto los compromete más en la guerra.
El mundo puede ser un campo de batalla, donde pocos territorios queden excluidos (seguramente aquellos vacíos y estériles), donde la población civil –como adelantáramos– no quedará indemne a la ferocidad de la violencia que puede desatarse. La supervivencia de la humanidad (y de casi toda forma de vida en el planeta), por primera vez estará en riesgo.
Falta más miedo para domesticar una Esperanza basada de un optimismo ciego (similar a los idealistas del positivismo y del capitalismo), del que tienen los señores de la guerra y sus mandantes (políticos y accionistas del complejo militar-industrial), que, por cierto, no van a la lucha frontal, pero no se librarán de las consecuencias. Por otra parte, es bueno recordar que todas las religiones consideran un Apocalipsis, o sea, la fe también advierte.
Los promotores de la Guerra
Acordemos que, en principio, en todo conflicto bélico siempre una de las partes (nación, alianza o imperio) está más interesada en promover la guerra. Siempre existe un actor más agresivo que impulsa el desenlace, y no siempre es el que mueve su maquinaria bélica primero. Hay muchas formas de agresión o de incitación a la conflagración.
Es conocida en geopolítica la maniobra norteamericana de debilitar a Rusia para –si es posible – desmembrarla [el estratega Zbigniew Brzezinski, su autor]. Así provocaron la invasión de la ex URSS a Afganistán en 1979, o a Ucrania en 2022 con el temerario expansionismo atlántico que se sostuvo por al menos 3 décadas. Se puede citar también en esta modalidad estratégica, a la intervención [bombardeos facciosos] en la ex Yugoeslavia, para debilitar y encajonar a Serbia, aliada de Rusia, en los ’90.
Las potencias, o imperios en ascenso, prefieren la diplomacia y el multilateralismo, y desplazan a otros poderes colonialistas mediante una influencia de ventajas mutuas, suma positiva (win-win). Rusia y China en África, lo están haciendo.
Por supuesto, los promotores de la guerra, hoy claramente las potencias hegemónicas del capitalismo (nucleadas en la OTAN), no declaman al mundo su voluntad belicista, sino que frente a todo conflicto montan un show propagandístico de voluntad negociadora, gestiones que en la práctica se suelen boicotear, denegando propuestas serias de paz y seguridad mutuas entre las partes, cuando existen.
China, siendo la mayor potencia emergente a nivel económico y comercial, y retador a la hegemonía política norteamericana, ve su camino obstruido hacia un acceso irrestricto a Europa, y a las zonas de influencia de los Estados Unidos. La presencia de la flota anglosajona en el Mar de China, no puede tener otro propósito que el de una provocación. El asunto Taiwán, es básicamente un asunto chino. Ni Japón ni Corea del Sur, aliados y protegidos de los yankis, son amenazados por el gigante asiático, que ha bienvenido y respetado pacíficamente, inversiones productivas de ambos vecinos.
La iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda, un proyecto de conexión mercantil internacional solventado por inversiones chinas, parece ser el objetivo de Washington a impedir su consecución, para lo cual difunde entre los países que pretenden asociarse a Pekín, que se trata de una estrategia oriental de dominación y apropiación de sus recursos estratégicos. La pretensión es de aislar a China, creando hostilidades y distancia en las naciones interesadas originalmente en sumarse. La estrategia geopolítica norteamericana (probada en la guerra fría), incluye interferencia activa en esos países, la desestabilización y eventualmente cambio de régimen, si sus gobiernos son remisos a aceptar los argumentos o prevenciones del Departamento de Estado.
Los países miembros de las alianzas internacionales fomentadas por China como los BRICS+ y de la Organización de Cooperación de Shanghái, deberían mantenerse alertas a medida que amplían el margen de independencia del imperialismo anglosajón.
Indicadores del Apresto para guerrear
Cuando se expande la derecha en los sistemas políticos, crece la lógica de la guerra como solución radical a los conflictos, en el inconsciente colectivo de sus sociedades. Los políticos más afines a los intereses financieros y de la tecno industria, comienzan un discurso naturalizador de los conflictos a afrontar potencialmente, y de los sacrificios que la sociedad debe incurrir para preservar ciertos valores (que suelen ser imprecisos y no ponderados por todos) que hacen a su esencia (¿?).
Lo llamativo de la época, es que la amenaza nuclear, ya no parece ser el gran elemento disuasorio, que por décadas y hasta no hace mucho se percibía. Cierta clase dirigente actual, incluyendo círculos militares, dejaron de visualizar la catástrofe que invariablemente resultará del uso de armas de ese tipo. Por ejemplo, la autorización (novedosa) de emplear misiles occidentales desde Ucrania para atacar suelo ruso, puede desembocar en una tragedia, cual es la tesis del presente. La Federación Rusa es la mayor potencia nuclear del mundo, sí, por encima de los Estados Unidos. Ante la defensa territorial y riesgo de subsistencia de su propio Estado, no vacilará en emplear armas atómicas, del tipo tácticas al menos en un principio. Pero es muy conocido el axioma de que se sabe cuando se inicia una guerra, pero nunca cuando, o cómo termina.
El recurso retórico
Desde la (cínica) exhortación a la paz, materialmente los inductores a la guerra agravan los conflictos, con medidas ofensivas que simulan defensivas. En el interior del escenario político y comunicativo, demonizan aquellos actores que militan la paz, desacreditándolos y persiguiéndolos. Montan una argumentación “productivista” para justificar los gastos en la industria militar bajo la promesa del crecimiento global de la economía.
Los reveses en el campo de batalla, cuando ocurren [y son frecuentes] se tapan con propaganda masiva subvencionada por los ‘ganadores’ económicos, quienes, además, financian campañas proselitistas de políticos pro militaristas, mientras para la población civil, se resigna el bienestar social mutando el gasto a “defensa”, por la prioridad de la «seguridad nacional».
Desnudando intereses
Las empresas armamentísticas, de todo sistema de armas: aeronáutica, misilística, artillería, de transporte blindado, de municiones, de explosivos, armas portátiles, buques y submarinos, de comunicaciones, etc., se concentran por puñados en las potencias, encabezando el ránking la Unión norteamericana con el 45% del comercio mundial, y todas están incrementando sus ganancias exponencialmente mientras duran los combates.
Seguidamente existen una serie de consorcios que lucran de igual modo, pero que actúan cuando sobreviene la “paz” o se establece un armisticio. Son las involucradas con las actividades de (re)construcción, logística, seguridad y extractivas de recursos naturales. A título de ejemplo, el 30% de las tierras cultivables de Ucrania (semejantes a la fertilidad pampeana), ya son de agroindustrias extranjeras.
Cuando existe un interés económico global, es decir que grandes capitales se pueden beneficiar de una determinada actividad o recurso, no existen mayores miramientos para desplegar los medios coercitivos que fueren, financieros, comerciales o bélicos, para lograrlos. Ver caso Libia, o el pretendido nuevo canal alternativo a Suez, que pasaría por el territorio palestino de Gaza.
Concluyendo
Por lo que vimos, la única esperanza de parar la tragedia de un nuevo holocausto, y éste de carácter bien general, es infundir temor a quienes promueven soluciones bélicas. Frenar las actitudes pendencieras de muchos políticos, será responsabilidad de las ciudadanías respectivas que deben apoyar los movimientos pacifistas en su seno.
La educación en humanismo, pacifismo y respeto por la naturaleza, contribuirían enormemente a la fraternidad y evitarían o limitarían conflictos. Pero es muy difícil generar consciencia dentro de un sistema que promueve el egoísmo y el destino individual. La pedagogía debe ser más fuerte aún. Para evitar la manipulación masiva del miedo (la guerra asumida es siempre una resultante del temor diseminado en la ciudadanía). Los derechos sociales deben primar por encima de los intereses por recursos materiales (especialmente si pertenecen a otra comunidad humana).
La vulnerabilidad de las sociedades está íntimamente relacionada con su nivel de fragmentación (de luchas, de intereses, etc.). Ello es así en función de que toda segmentación torna invisible el poder dominante, y por tanto se corre el riesgo de luchas entre víctimas. La mancomunidad es el mejor antídoto de la dominación caprichosa de las élites o de cualquier colonialismo.
No se debe asumir el hado dramático de unos pocos insensatos ambiciosos, como sino trágico para el conjunto de la humanidad.