El inevitable desarrollo del pensamiento crítico para una acción política del cambio

Por: Roberto Candelaresi

El individuo promedio en nuestra sociedad, como en cualquier otra del mundo occidental, se ha convertido en un actor “leve” en la vida social, un sujeto más propenso a las emociones intensas que al razonamiento y al análisis. Esto es el producto de décadas (solo para acotarnos a la corriente contemporánea de dominación) de propaganda sistémica, e irradiación de temas seleccionados y agendas fijadas por la difusión del ‘aparato’ audiovisual (medios hegemónicos) del mainstream.

En general, para tal sujeto, el mundo se ha vuelto incomprensible, enigmático, pues el sistema económico (organizador del poder), reemplazó la antigua sabiduría – como proceso de comprensión de la realidad mediante el estudio amplio y la experiencia propios, que implica la comprensión objetiva y subjetiva de los procesos concretos que ocurren fuera de la conciencia cognoscente – con el ‘conocimiento dado’, armado con datos inconexos que el mismo sistema le ‘brinda’.

Éste entonces, soslaya la comprensión subjetiva – sobre todo en el campo de los hechos sociales –, ergo; limita su horizonte a la cuantificación, el individuo no puede relacionar las conexiones entre hechos y resultados, dejando de lado la empatía y la antipatía, íntimos motivadores de quienes empujan la rueda de la Historia con sus organizadas o no, acciones sociales, por ende, es incapaz de comprender los procesos históricos y sus problemas.

Para reforzar ese estado de “levedad”, se le distrae con programados entretenimientos superficiales, como sus largas y disciplinadas sesiones de incomunicación en las redes sociales, y asimismo, alegres ritos de religiones fundamentalistas, armonizadas al letárgico mundo de la farándula. Esto resulta en un sujeto despojado de contenidos y propósitos en su consciencia, ya que carece normalmente de la dimensión crítica de la actividad cerebral y emocional (con arreglos a valores y sentimientos nobles, no a estímulos triviales de pertenencia a algún grupo urbano, por ejemplo).

En definitiva, la sabiduría no se alcanza con la educación formal, guiada según el paradigma racionalista, pero mucho menos, por conocer un conjunto de datos inconexos y yuxtapuestos. Se requiere de un entendimiento empático de la subjetividad humana, y eso tiene más de intuición que de racionalidad.

El hombre leve actual, necesita desarrollar su subjetividad crítica, para alcanzar una cierta fusión empática con el mundo y con ‘el otro’. Está “incomunicado” por los medios de comunicación – paradójicamente – ya que estos reproducen trivialidades y datos inconexos como dijimos. No estimulan la creatividad, pues se trata de masificar individuos.

Su resultado, y lo vemos a diario, es un individuo opinionista que impunemente descalifica todo aquello que ignora (que es mucho), y quien, sin saberlo, se inhabilita y anula como sujeto del cambio social, un ancla, en otras palabras, para el desarrollo humano. Sin comunicación con criticidad, no puede haber acción política eficaz.

El mundo de las ilusiones

Antes de caracterizar al agente del cambio que pueda surgir de la propia sociedad, hagamos un breve repaso del estado de situación de las expectativas, que la misma puede albergar.

Tenemos décadas de sistemática inducción al consumo compulsivo, de imágenes y sonidos de contenido banal supuestamente “contestario” y formas controladas de “contracultura”, que son en realidad una suerte de adhesión hedonista a la rebeldía, ya que conducen a consumos “transgresores” y “alternativos” (modas juveniles de ruptura, por ej.), todo eso ha producido a hordas de “revolucionarios” de escritorio, narcisistas y de sola actividad en redes sociales. Se requiere un nuevo sujeto popular consciente, crítico y comprometido con el “otro”. Dispuesto solo al cambio a favor de las mayorías.

Obviamente que existen productos culturales valorables, críticos, y por tanto útiles para el fin de esclarecer. No parecen ser que primen en el mainstream de contenidos audiovisuales, no obstante. Campea la banalización de los temas o asuntos triviales espontáneos, sin estimular – en su gran mayoría, insisto – el pensamiento crítico.

En cuanto a las redes, cunde la idea de la democratización de las comunicaciones, y el ensueño de que todos somos iguales y tenemos el mismo derecho moral a opinar, confundiendo la posibilidad de participar, con la valorización de una opinión infundada equiparándola a un análisis criterioso de la situación concreta dada.

Mientras los sujetos leves crean ser libres y decisores per sé (no por mensajes mediáticos), asumiendo vivir en una democratización de la comunicación del siglo XXI, el pensamiento crítico agonizará y la geopolítica global hará el juego de pocos.

Parafraseando al gran Umberto Eco: el idiota del pueblo dejó de ser una excepción para convertirse en sujeto global.

Resistencia al sistema y simulacros de disputa

Hay un cierto progresismo cultural de la cooperación internacional que, sosteniendo que lo social está subordinado al voluntarismo cognitivo de los individuos -como expresión máxima de “libertad”, propaga que el individuo es lo que él decida que es.

La consigna para estos voceros (ONGs, “Centros de Estudios” y Fundaciones financiados por corporaciones), es luchar por ser lo que voluntariamente crean ser, sin tener en cuenta los condicionamientos históricos-biológicos, y obliterando la máxima de que es el hacer el que define al ser y no lo que se diga de él.

Parece ser que se pretende someter a las sociedades a una fábrica de sueños del mundo corporativo, en este avance hacia un ‘nuevo orden mundial’ (de Amos y Consumidores), en el que el individuo (manipulado) cree realmente decidir el hacer, pensar y sentir.

Hay un ‘asistencialismo’ por parte de grandes empresas (y agencias de gobiernos poderosos) para ayudar a acometer logros en materia de derechos personales [género, culto, étnicos, lenguas, etc.], que termina “formateando” los proyectos y sus procesos de gestión, generando cierta dependencia emocional con los “militantes”, y truncando así, la capacidad crítica de pensar y actuar motu proprio de esos mismos individuos.

Es un modo de paternidad global, que desplaza al ser pensante autónomo, y mediante una constelación de ONGs – que toman el papel de Sociedad Civil – ofrecen ciertas opciones “enlatadas” teñidas con su ideología.

A propósito, esas ideologías culturalistas de ONGs se propagan porque cuentan con financiamiento, y logran imponer la idea de que el bien supremo es la “moderación política”, que se logra con total ‘tolerancia’ hacia todo sin mayores valorizaciones, lo que implica en realidad; indiferencia a lo diverso. Aceptación de cualquier cosa, un ‘estilo de vida’ que inadvertidamente también incluye los términos de dominación y hegemonía de quienes aportan esas finanzas.

Para aplacar la indignación, nada como la corrección política, en reemplazo de las viejas utopías del bienestar de la comunidad, se impone la adaptación bien pensante (moderación política), a la nueva sociedad manipulada. Y por supuesto, para el lugar de la rebelión del pasado, se arman mise en scène con oposiciones, muchas veces también financiadas para no ‘sacar los pies del plato’, y donde las luchas son amigables y moderadas por temas universales y retóricos como la paz, la justicia, la equidad.

Por ello, para una transformación eficaz (voluntaria y real), se debe operar sobre lo social-concreto y construir una nueva forma de decidir que ser y para donde ir. Para ese propósito toda comunidad debe contar con agentes de cambio, que promuevan y lideren aquella transformación.

El sujeto democrático

En el ideario liberal, el ciudadano pleno es culto, letrado y consciente de su ciudadanía, todo ello en el marco de una cierta identidad nacional (moderna) que solo puede crear un Estado, ni una comunidad, ni mucho menos el individuo.

Sin embargo, para el liberalismo clásico, el ciudadano educado en forma laica y libre, es al mismo tiempo sujeto del cambio social. El marxismo tempranamente reconoció que el ciudadano trabajador medio, carecía de dotes para liderar o construir un verdadero cambio, por eso se inclinó a generar una dirigencia intelectual para la clase obrera.

En nuestra América Latina hubo históricamente varios intentos para ‘democratizar al capital’ (pasar de la plusvalía absoluta a una relativa) mediante revoluciones o partidos nacional-populares

La democracia liberal, tal como se la conoció en Europa, quedó como tarea pendiente, en Estados de apariencia modernos, pero oligárquicos en sus raíces y frutos.

Hoy, en la fase transnacional-corporativa del capitalismo, – a diferencia del liberalismo clásico, cuyo ideario incluía la conciencia crítica ciudadana – se emplea su lógica cultural, el posmodernismo, que ‘vende’ un “sentido común” que naturaliza el individualismo narcisista, el consumismo, y la conectividad anónima con “todos”.

Hay que “capacitarse” antes que educarse, para ser mano de obra calificada para las grandes empresas, única salida del estancamiento. Todo expresa le hegemonía de la lógica del capital.

Para contrarrestar ese marco de situación, indubitablemente se necesita un sujeto de cambio culto, letrado, crítico y consciente de sus limitaciones sistémicas objetivas y fundamentalmente, sensible a saberes ‘domésticos’ que integren su diversidad cultural.

Como táctica para contraargumentar al liberalismo dominante (o de tenaz oposición), se puede ensayar el reclamo de democracia radical e ideario que postularan los clásicos de ese origen: igualdad de oportunidades, libre competencia y prohibición de monopolios, para empezar. Otra globalización es posible, puede ser el lema.

Para concretar la empresa, deben involucrarse los intelectuales orgánicos populares, librando la lucha ideológica por la hegemonía popular. Se debe desperezar y movilizar a los potenciales sujetos de cambio, para que juntos a los actores populares de masas, realicen los cambios sociales necesarios, para forjar una hacienda, un Estado y una ciudadanía más libres, justos, prácticos y florecientes.