Por: Roberto Candelaresi
Presentando la situación
Muchos sectores del campo nacional entienden que llegó la hora de una “necesaria autocrítica”. El debate poco a poco va tomando fuerza, después del frustrado paso de Alberto Fernández en la conducción del país, y la consecuente derrota electoral de su candidato sucesor.
Las voces más fuertes y quejosas – hasta ahora –, son las del peronismo ortodoxo y sus aliados dogmáticos, que curiosamente, atacan a la expresión más cristinista del movimiento. Ciertamente la manifestación más convocante dentro de las corrientes nac. & pop., el sector del liderazgo nítido y legitimado, y, curiosamente, la fracción que polemizó con A. Fernández por el rumbo que este le imprimió a su gobierno.
Muchos analistas que se consideran ‘propios’, no siempre reconocen a CFK como líder en términos de «primus interpares» – quien aglutina aún la mayoría de votantes del campo popular -, con lo que no queda claro qué tipo de construcción política pretenden, si se alejan de la praxis [la acción política concreta siempre es bajo un liderazgo legítimo], y no adhieren al principio del poder [el resultado de la relación de fuerzas de los actores].
Hasta ahora, no se sabe de buena tinta, aportes útiles de parte de los intelectuales que participan en las discusiones estratégicas, porque no se conocen –aún– proyectos alternativos a lo que simbolizó (y concretó) el kirchnerismo. El peronismo de ‘clase media’, cercano a los factores de poder por su veta conciliatoria, su progresía socialdemócrata, es el “albertismo” con un fracaso estridente (a ojos del peronismo tradicional y la vanguardia doctrinaria).
Alberto F., en su afán de volar solo aspirando al bronce, se rodeó de consejeros, asesores e intelectuales de distintos pelajes, pero puntillosamente descartó aquellos involucrados en el pensamiento o la acción de la gestión “K”, excluyendo obviamente a la propia Cristina y su guía.
CFK ocupa el centro de la escena y puede seguir proyectándose, con lo cual, su liderazgo político no será sustituido en el futuro próximo, a menos, que ella misma se manifieste no deseosa de continuar participando en la lid política y las cuestiones públicas.
De cualquier modo, dentro del peronismo, deben sanearse las diferentes posturas con perspectivas actualizadas de la cuestión pública y nacional, para que la disputa por el proyecto a seguir sea factible y deseable por el pueblo elector. No basado –como observamos en muchos críticos– en visiones “costumbristas” que refieren a un peronismo mítico, o, habilitando a detractores de las gestiones pasadas que no logran más que mínimos porcentajes de apoyo electoral. El “pejotismo” [vaciador de contenido] vuelve a pasearse orondo por las discusiones. Surgen nuevas categorías de análisis que confunde kirchnerismo con progresismo, por ejemplo, desacertadas clasificaciones de ciertos intelectuales que promueven esa «batalla cultural» en el interior del movimiento nacional.
Toda esa crítica, no oculta que nadie desde el “otro lado” (el peronismo ‘tradicional’) haya producido un aggiornamento doctrinario o algún cambio significativo en la última década. La líder actual, sin atacar la idealización que se hizo de Perón, goza y refuerza con sus intervenciones discretas y puntuales, de una imagen que genera la propia idealización en derredor de su persona.
La Política, en tanto participación popular, fue reivindicada en la Argentina, por NCK y CFK, y, en consecuencia, al propio peronismo doctrinario de conquistas sociales (después de la desazón del oxímoron peronismo neoliberal menemista de los ‘90). Esa es la verdadera perspectiva histórica.
La célebre contienda por la 125, tuvo su importante significado también hacia el interior del movimiento popular, y eso a pesar de que muchos “peronistas” en la palestra de hoy, trataran de disimular u olvidar. En efecto, se trató de una tentativa audaz de cuestionar el modelo de acumulación de riqueza que se había consolidado desde la última dictadura, sin embargo, esos sectores ‘partidarios’, suelen defender más al sector productivo que sostener los derechos consagrados de la sociedad civil. Martín Miguel Llaryora, el gobernador cordobés, hijo de la pampa gringa, puede considerarse un epítome de esa facción arraigada especialmente en el centro del país.
¿El progresismo es el culpable?
En la desazón que produjo el gobierno de Alberto Fernández, tuvo mucho que ver el fracaso económico, ciertamente agravado por las pestes de la pandemia, la inflación de costos de insumos por la guerra ruso-ucraniana, y la sequía 2022/23, factores reales que gravitaron fuertemente en el resultado económico en general, pero que no fueron condicionantes para no revertir muchas de las improntas económicas y financieras dejadas por el macrismo.
La voluntad de A.F. se manifestó claramente al no cuestionar la dudosa e ilegítima deuda nueva con el FMI, ni siquiera fomentando la investigación sobre la aplicación de los fondos ingresados, y su compromiso a renegociar pagos e intereses, fue su propio condicionamiento financiero. No alteró la matriz distributiva, y con su consigna de «dialogar con todos los actores (poderosos) para entendernos», pretendió consensuar un equilibrio y estabilidad económica con los empoderados empresarios, que por supuesto, hicieron caso omiso a su convite, y alteraron las variables económicas a sus antojos.
Así y todo, pudo mostrar su moderada gestión, algunos índices sociales más que aceptables. Una obra pública de infraestructuras vigorosa, bajó significativamente la desocupación, la asistencia social llegó a todos, la sanidad fue un ejemplo durante la pandemia, etc., pero el pecado puede haber sido declararse un gobierno progresista en medio de un torbellino económico.
Sabido es que ciertas reivindicaciones culturales, libertades de minorías y derechos humanos, suelen subalternarse frente al bienestar económico en la idiosincrasia popular, especialmente en momentos de crisis, o de deficiente redistribución económica para las mayorías [sector Trabajo]. Inflación y bajos salarios conforman un contexto crítico para escuchar “el orgullo del progresismo” puesto en agenda por el propio gobierno. La consigna peronista del momento hubiera sido “Alinear precios, salarios y jubilaciones” (CFK dixit).
A tal punto irrita la (falsa o no) conciencia [en el imaginario colectivo] de que centrarse en objetivos progresistas es desinteresarse por cosas más concretas que la economía misma, que la derecha ultra y libertarios por igual, ganaron las elecciones por su publicitado anti-progresismo. El propio peronismo histórico y, recientemente el periodo kirchnerista demostraron que se pueden consagrar más derechos mientras se mejora la economía de todos, sin ninguna contradicción. Algunos dirigentes sedicentes peronistas sobreactúan un nacionalismo, como antítesis. Pero la percepción social es la que termina definiendo las tendencias. El debate de “progres contra pobres” es una construcción sectaria y especulativa usada como herramienta de ataque al kirchnerismo por parte de personeros del peronismo conservador.
Teorías e Interpretaciones
Tengamos por seguro (como premisa) un dato político-económico: El gobierno de A.F. no respetó la tradición peronista de procurar el desendeudamiento a toda costa, que es defender la soberanía política. De hecho, el entonces ministro Martín Guzmán refinanció y no reestructuró la deuda con el Fondo, lo que trajo como consecuencia nulo ahorro y asfixia financiera por falta de superávits. La advertencia desoída tanto de la vicepresidenta Cristina, cuando del jefe de la bancada oficialista Máximo K., por parte de la dupla Fernández-Guzmán, quienes sostenían que “no había alternativa”, fue motivo del alejamiento y cierto resquebrajamiento entre el kirchnerismo (combativo) y el albertismo (conservadores + socialdemócratas) dentro del Frente de Todos. Las riendas de la economía ya no estuvieron enteramente en manos de los funcionarios nacionales.
En las bases, mientras tanto, ocurrió que ante la convocatoria hacia la política que generó interés social nuevamente por esa herramienta, entera responsabilidad del dúo Kirchner, se generó una militancia activa, especialmente entre los jóvenes que se encuadraron en la organización. Al mismo tiempo, surgieron otros adherentes mas afectos a los medios y a las redes, dispuestos al análisis y a difundir opiniones, no siempre producto de consensos colectivos, con un dejo de lucimiento personal en algunos casos y mucho narcisismo.
El enfrentamiento que viene
La cultura política ya cambió irrevocablemente. Hay que ajustarse a ella sin perder la esencia de la propuesta doctrinaria del peronismo. Un nuevo proyecto, que, por un lado, contenga un programa atractivo de objetivos materiales alcanzables por todos, [reestructuración de la economía]. Por el otro, ante la posverdad prevalente y la fluidez de vínculos y relaciones sociales actuales, se debe construir una nueva ética reforzando VALORES que justifiquen la fe en la satisfacción de las demandas populares en comunidad. Derecho a ser garantizadas por el consenso (espíritu) general.
En definitiva, una ESPERANZA para resurgir después de la calamidad humanitaria que el (des)gobierno de Javier Milei está produciendo, económica, social y culturalmente. La magnitud de la catástrofe política se verá precisamente, si la sociedad tiene capacidad de reacción a posteriori del tsunami. Lo colectivo siempre es superador del egoísmo individual, para el desarrollo de las sociedades.
Ha de pensarse en un frente común nuevamente, pero con estructuras que garanticen la participación de todos a todo nivel. Democratizar las formaciones políticas, es ahora clave para incluso, la SUPERVIVENCIA partidaria. El pensamiento UNIVERSAL debe prevalecer, combatiendo al egoísmo del individualismo.
Las reformas que ‘la gente’ aspiró votando a Milei, efectivamente hay que someterlas a discusión, para definir nuevas formas y normas. Por ejemplo, el Estado en sus funciones, las leyes penales, defensa de recursos definiendo los intereses estratégicos nacionales, un nuevo marco laboral [ampliando nuevos convenios, pero respetando o estableciendo derechos básicos] etc., pero sin ceder en cuanto a lo socioeconómico conforme la visión nacional y popular. El centrismo económico y las actitudes “pro-empresas” ya se ejercitaron con Fernández, con el resultado negativo que ya conocemos.
La Economía subordinada al Bienestar General, tanto como el Mercado regulado siempre por un Estado presente, no colonizado por el capital concentrado. Esas deben ser las máximas de la propuesta. El déficit “0” no nos quita el sueño, sin significar que se tolere un dispendio irracional de recursos, pero no puede ser la «meta de la política», no puede impedirnos el sueño. Es decir, algo completamente ANTAGÓNICO a la difusa propuesta del “anarco-libertarianismo” de Milei y BlackRock. Difusa porque se proclaman objetivos que no solo no se cumplen, si no que ni se atienden, y la hacienda está colapsando.
Los objetivos políticos siempre deben regular un plan de gobierno, eso tal vez no lo entendió Fernández, el idealismo del negociar con todos probó ser totalmente inconducente. No todo es negociable. Cuando ocurre en ciertas administraciones, las sociedades pierden el interés por la política y descreen de todo el sistema. Es allí el peligro del regreso del fascismo que hoy vemos en Europa y otras latitudes.
Las coaliciones electorales traen a veces el problema de la dilución de la identidad. Las unidades deben ser programáticas realmente, seriamente. Si no, solo pueden tener eficacia en lo electoral, pero contienen el riesgo de ser débiles políticamente en la gestión, ya que coexisten sectores y liderazgos parciales con diferencias programáticas que pueden ser leves, pero siempre son importantes; si la sinfonía no preserva su armonía. Por ello, los compromisos entre los dirigentes legítimos de todas las corrientes que adhieren a un Frente, deben ser formalizados y oficialmente reconocidos por todos.
Ese es el bosquejo del “marco general” con pretensiones de cierta “normatividad» que presenta el escenario político de hoy. Desde el peronismo debe surgir –insistimos–, un Programa de Gobierno para el futuro inmediato. Para ello, hay que levantar la mirada de la coyuntura actual (el diagnóstico ya está hecho, falta debatirlo entre todos) para procurar un horizonte deseable. La proyección debe escapar de las tácticas y alianzas de articulación del hoy, sin restarle importancia en absoluto a estas, solo que los verdaderos líderes e intelectuales comprometidos con los principios justicialistas, deben imponerse ese esfuerzo ya, haciendo caso omiso a la correlación de fuerzas del presente [incluida la ‘determinación’ del FMI], y cuyo resultado será ofrecido a toda la ciudadanía, simpatizante e independiente, para volver a constituirse en una alternativa de esperanza aceptable.