Por: Roberto Candelaresi
Espacios y territorios como ámbitos del poder
La Geopolítica posee una tradición intelectual discutida, contestada y polémica, y al mismo tiempo, se corresponde con una manera de apreciar y de analizar el poder materializado en los territorios. Tiene un origen lejano, sus principios se remontan a diversas culturas y civilizaciones, puediendose afirmar que, desde los tiempos de la antigüedad clásica, subyace una tradición dispersa de reflexión y de conceptualización que vincula a la geografía con la política.
La reflexión geopolítica fue cultivada por maestros clásicos como Aristóteles, Tucídides, Heródoto, Sun Tzu (entre otros) y más tarde, la abordarán los filósofos políticos como Maquiavelo, Jean Bodin y Montesquieu. En ese pasado, la noción prevalente era que la geografía influía determinantemente sobre la vida y la cultura humana (determinismo geográfico).
Aunque no aprovechada en Grecia, la actividad se desarrolló naturalmente como una manifestación de la vida de los pueblos agrupados en colectividades organizadas. Egipto la aplicó en el Valle del Nilo, Caldea-Asiria se valió de ella entre el Tigris y el Éufrates, Roma la utilizó en la cuenca del mediterráneo.
Lo geopolítico hace alusión a la forma cómo los individuos, grupos humanos, actores, instituciones o estructuras de poder se posicionan en el espacio (económico, político, comunicacional, virtual, social, cultural…) y procuran incidir en los procesos de toma de decisiones y hacer prevalecer sus respectivas estrategias. O sea, la problemática geopolítica es siempre una problemática relacional y su contenido fundamental es el poder.
La reflexión geopolítica integra además dos dimensiones que posibilitan percibir mejor los procesos sociales, políticos y estratégicos: la espacial (o geográfica) donde actúan los grupos humanos y la dimensión temporal en la que se enmarcan las prácticas de poder el llamado tempo (geo)político que es el ritmo en que se desarrollan las acciones.
La ciencia está integrada por tres elementos esenciales: Geografía, Política e Historia, que se articulan en un juego de relaciones recíprocas, nutriéndose en su análisis además con aportes de las RR.II., economía, estrategia y otras especialidades en una fuerte impronta multidisciplinaria, y en ese punto de encuentro teórico, pretende dar inteligibilidad y racionalidad a las prácticas de poder de todos los actores involucrados [Estados, corporaciones, instituciones, etc.]. Estudia esas relaciones de poder configuradas entre ellos en un espacio dado, mientras buscan recursos, prestigio o hegemonía, contextualiza las acciones y reacciones, observa oposiciones y consensos.
En síntesis, toda geopolítica es una representación racional y subjetiva de las relaciones establecidas entre actores respecto de un territorio y sus recursos.
Introducción a la problemática geopolítica
En la historia intelectual moderna de esta disciplina, se experimentaron varios paradigmas (modelo que estructura las relaciones internacionales y de poder, por un periodo prolongado de tiempo, o sea; una estructura conceptual que da cuenta de las relaciones de poder entre actores programáticos predominantes, hegemonías o rivalidades), aunque cualquiera fuera el prevaleciente en cada época, el Estado ha sido siempre el actor central de la rivalidad hegemónica y el protagonista principal de relaciones y conflictos.
En América Latina, desde el 2000 se verifica una ruptura con las tradiciones “extrarregionales” de esa materia, buscando encontrar otros paradigmas geopolíticos que permitan interpretar las realidades del continente latinoamericano en una época de incertidumbre estratégica, de globalización, de hegemonía global estadounidense cuestionada por la emergencia de China y la rivalidad con Rusia, de crisis sistémicas y de mutaciones profundas en el orden mundial.
Dos pasos intelectuales significativos dados en los últimos años en la región:
- A) La reflexión se independizó intelectualmente de las escuelas militares y de las esferas castrenses (“enclaustramiento militar de la geopolítica”), creciendo en el ámbito civil y universitario, y
- B) se dio la apertura hacia otros campos del conocimiento y problemáticas de la realidad actual, haciendo lecturas interdisciplinarias tales como con la energía (gas natural, petróleo), el acceso y dominio de los recursos naturales, la sustentabilidad ambiental del desarrollo, la dependencia económica respecto de capitales y potencias económicas extranjeras, la integración latinoamericana en los campos energético, de infraestructuras, económico, de la seguridad y de la defensa entre otros.
La geopolítica latinoamericana en los primeros decenios del siglo XXI ha dejado de ser una herramienta al servicio de proyectos expansionistas y militaristas de algunos círculos nacionalistas, para constituirse en una disciplina de amplia visión, orientada a la seguridad, el desarrollo, la integración y la comprensión de las realidades geográficas y territoriales de un mundo y un sistema-planeta que se encuentra en plena transformación.
La naturaleza de la reflexión geopolítica
Lo geopolítico trata de perspectivas cruzadas, de interrogaciones inter y multidisciplinarias que intentan esclarecer la comprensión de las relaciones de poder que se forman en los espacios humanos, en los territorios en que cada Estado, grupo, empresa, institución (en síntesis; cada actor programático) ejerce su dominio.
En cada espacio y en cada territorio, se establece un juego dinámico y complejo de relaciones [dependencia – dominación – subordinación – hegemonía – de poder], de acuerdo a intereses superpuestos y entrecruzados que se despliegan en diversas arenas. Estos actores y sus intereses y estrategias, entran en colisión en procura de recursos definidos y racionalizados como estratégicos y vitales.
La geopolítica da cuenta críticamente de esas relaciones y las sitúa en lecturas e interpretaciones del presente, que pueden integrarse también en escenarios prospectivos de horizontes de mediano y largo plazo. Sin embargo, la especialidad no se limita a ser argumentativa ni a desplegar retóricas bajo una metodología rigurosa, variables y conocimientos verificables (su esfera de Ciencia); sobre todo – y fundamentalmente – se traduce mediante la formulación de preceptos [tarea prescriptiva = guía de la política práctica] , que la autoridad política del Estado convierte en directrices, que a su vez se plasman en prácticas, despliegue de medios y de estrategias, o sea, en acciones para alcanzar objetivos políticos (su plano de Arte). Pero su producción debe ser continua, pues los los escenarios son cambiantes y, las alianzas, las amenazas y los mismos objetivos políticos pueden variar. Los gobernantes deben conocer cuáles son las consecuencias políticas presumibles de su situación territorial en modo permanente.
Todo análisis estará enmarcado, por lo menos, por las siguientes categorías conceptuales:
- INCERTIDUMBRE – El poder y el ejercicio del poder tienden naturalmente hacia la certidumbre y la previsibilidad. Sin embargo, variables como las que ya citamos, tales como; las diferencias de enfoque de las políticas en los territorios, la escasez de ciertos recursos definidos como estratégicos, los conflictos latentes y no resueltos, los intereses diversos y hasta contrapuestos, las encrucijadas en tensión, la modificación del esquema de relaciones entre los actores y los cambios en el régimen geopolítico predominante, producen escenarios de incertidumbre e imprevisibilidad geopolítica relativa.
- POLARIDADES – Cada paradigma geopolítico, cada régimen internacional obedece y se estructura en torno a una determinada polaridad -es decir, a una oposición básica de intereses entre potencias- la que articula las relaciones de todos los actores del sistema, y en cuyo contexto ejercen su dominio y hegemonía.
- PROGRAMA GEOPOLÍTICO – Cada actor en un territorio (Estado, regiones, comunas, empresas, corporaciones, redes…) actúa sobre dicho territorio en función de un conjunto de intereses y objetivos. Estos intereses y objetivos, estructurados en estrategias y materializados mediante el uso de recursos de poder (capital, conocimiento, información, potencia, fuerza, trabajo, relaciones) constituyen en el tiempo -y en el espacio- verdaderos programas geopolíticos, que se realizan y se pueden interpretar y comprender a través de largas líneas de tiempo.
En nuestra región, los respectivos “programas geopolíticos” provenientes normalmente de aulas castrenses, han estado directamente ligados a los proyectos geopolíticos y socio-económicos de las oligarquías locales dominantes en un momento determinado del desarrollo histórico de cada nación. En la medida en que los ejércitos y las fuerzas armadas en general de esta zona del mundo, han sido portadoras de determinados paradigmas geopolíticos (generalmente “importados” desde escuelas extranjeras), dichos modelos se han correspondido y han respondido en definitiva a los intereses de las clases sociales dominantes, a las cuales las propias elites militares pertenecen.
Siendo la inestabilidad, el factor capital de las relaciones internacionales para la geopolítica, su naturaleza funcional es dinámica, adversa a la permanencia y estabilidad de la política internacional del equilibrio, la disciplina desconoce todo mantenimiento de un equilibrio de poderes.
El objeto de estudio central es el Estado como actor específico (aunque no el único con intereses territoriales), en tanto organización territorializada con una colectividad y un cierto orden social, que impulsa lograr fines políticos vinculados con la geografía.
En ese ámbito nacional, se considerará como factores básicos al ambiente geográfico [climas, topografía, flora, fauna, geología, etc.] y al social [constitución étnica, conciencia popular, bienestar, etc.], que condicionan el asiento de la estructura política de los Estados. Si ambos están ‘equilibrados’ entre sí, opera la unidad política nacional. Se dice en ese caso, que la estructura política de un país está adaptado a las condiciones que le ofrecen sus ambientes geográfico y social.
Geografía humana
Si se debe estudiar cómo el entorno espacial influye en los objetivos nacionales, tengamos en claro la utilidad del territorio para todo Estado, en tanto funciones:
- Protección; de otros, clima, bestias salvajes.
- Fuente de Recursos; alimentos, elementos útiles económicos o técnicos.
- Movilidad de Personas; transporte y comunicaciones
- Intercambio de Bienes e Ideas; Comercio, cultura. (bienes simbólicos)
La geopolítica a su vez, se debe ocupar del mejor aprovechamiento de la geografía para aumentar la seguridad, asegurar la provisión de recursos y agilizar la movilidad que opera a través de las vías de comunicación, y ello es así, porque una nación con un territorio potenciado y seguro, puede convertirse en un actor significante y con capacidad para participar activamente en el sistema internacional. No hay libertad de acción sin poder nacional, y en ese caso, la defensa de la soberanía se vuelve meramente declamativa.
Los problemas geopolíticos están vinculados directamente con los objetivos estratégicos nacionales y por ser de carácter ‘espacial’, también los relacionados con el perfil productivo del país y desde ya con su política de defensa.
Relaciones Internacionales
En las relaciones internacionales, los autores del denominado “realismo” fueron quienes primero se preocuparon por integrar las variables territoriales. Dado que la geopolítica estará condicionada por lo que se entienda como lo político, y al igual que las RR. II. , el objeto de estudio es una unidad política que tiene posibilidad de condicionar la historia y, que tales unidades actúan motivadas por el poder [medio que otorga libertad de acción en la búsqueda de objetivos],– es obvio que nos referimos al Estado y no a los individuos como el principal actor , tal como priorizan las corrientes liberales del pensamiento, centradas más bien en la competencia entre sujetos por beneficios personales.
Los autores liberales en efecto, son renuentes a una rama de la ciencia que sirve para incrementar el poder del Estado, y adverso a su preferencia de maximizar libertades individuales por encima de los beneficios comunitarios. Por el contrario, para un gobierno (de cualquier signo), la geopolítica debe ser una sabiduría ventajosa para alcanzar objetivos nacionales. Los autores de le escuela realista incluyeron al territorio dentro de los atributos del poder nacional.
Todo Estado cuenta con atributos, –cualidades materiales e inmateriales propias de una unidad política– que posibilitan evaluar estimativamente su potencia. Los hay cuantitativamente mensurables, [población, superficie territorio, extensión de su ZEE, flota de guerra, volumen de la economía, etc.] y otros que son cualitativamente valorizables, de muy difícil ponderación [desarrollo científico, calidad de la dirigencia política, nivel profesional universitario, la “voluntad nacional”, etc.]. El conjunto de los atributos ofrece un panorama de la cuantía de poder que posee un Estado. A mayor poder, mejor desempeño en la política internacional (se presume).
Problemas y desafíos de las geopolíticas latinoamericanas
Esta especialidad, llegó a Sud América respondiendo a dos diferentes vías de influjo intelectual. En efecto, en el orden histórico – intelectual del subcontinente, se distinguen claramente dos épocas:
- Influencia europea en la primera mitad del siglo pasado, claramente siguiendo los pasos de la situación dependencia que mantenía la región respecto de la dominación británica, y la herencia proveniente de la geopolítica germana (de raigambre darwinista, organicista y racista asociada estrechamente al proyecto nazi-fascista hitleriano), de principios del siglo XX, a través de los restos de la influencia prusiana sobre la formación en algunos ejércitos sudamericanos.
- Con el predominio político, estratégico y económico de los Estados Unidos, insuflado en las escuelas militares de formación de oficiales latinoamericanos a partir de la posguerra (guerra fría). Con fuerte connotación anticomunista y antipopular y pro-atlántica. La dominación estadounidense, aún con su influjo menguado, perdura.
Hoy ambas fuentes resultan en anacronismos conceptuales que, sin embargo, como se advierte, tienen una profunda explicación ideológica y política.
En el 2004, la ONU habilitó una serie de reformas en el derecho y en usos y costumbres, que permitieron adecuarse a requerimientos de las complejas y cambiantes relaciones internacionales post septiembre de 2001 (Fundamentalmente impulsadas por la OTAN).
Lo más relevante fue autorizar al Consejo de Seguridad al uso de la fuerza preventiva para afrontar nuevas amenazas a la paz o “inseguridades” mundiales, identificando entre otras al terrorismo, crimen organizado, proliferación de armas nucleares, químicas y bacteriológicas, guerras estaduales, conflictos internos y aquellas de tipo socio-económicas como la pobreza, las enfermedades infecciosas y la degradación ambiental.
Como es fácil advertir, esas cuestiones, en mayor o menor medida, afectan a nuestros países. Y las enunciamos como para dejar sentada la vulnerabilidad que padece la región, ante la capciosa invocación de alguna de esas razones por parte de las potencias hegemónicas para intervenir eventualmente en nuestro espacio (así como lo hicieron en Irak, Afganistán, Siria, Palestina, etc.).
América Latina toda, pero en particular Sudamérica, presentan una importancia geopolítica nada desdeñable dado los planes del hegemón hemisféricos para mantener su prevalencia, y el mismo interés concita en la superpotencia emergente, China. No solo esa relevancia está intrínsecamente vinculada a su dimensión económica y comercial, sino por la existencia en el subcontinente de recursos estratégicos que comienzan a escasear a nivel mundial, y se encuentran en abundancia en nuestro espacio: el agua y el petróleo.
Esas ‘preciosas’ reservas, son el objeto de pretensiones de declaración como propiedad de la humanidad, promovidas por EE.UU. y secundadas por otras potencias atlánticas (Francia por caso), con el claro propósito de administrarlas en el futuro, so pretexto de la «destrucción del medio ambiente por parte de sus pobladores». En realidad, los problemas que favorecen a la destrucción del entorno son, ante todo, acciones de índole antrópica y cultural, cuyas raíces se encuentran en el orden económico y social que determina las formas de vida de una sociedad estimulando el consumo mediante la aculturación.
Desafortunadamente, el subcontinente con mayor biodiversidad, afronta problemas de pobreza, hambre y violencia que lo mantienen alejado del pleno desarrollo. En la actualidad, sus países están atravesando por una serie de conflictos y tensiones, que obedecen a diversas problemáticas y, que se constituyen en obstáculos para enfrentar los cambios necesarios y urgentes requeridos por sus pueblos. La pandemia en curso, plantea a sus democracias nuevas formas de crisis que, en algunos casos, acentuarán las brechas sociales y económicas entre sus poblaciones y, consecuentemente, se ampliará la existente entre la región y los países más desarrollados.
A su vez, – y para peor – después de un auspicioso inicio de siglo signado por los esfuerzos positivos de la integración, y al calor de una corriente homogénea de centroizquierda en los gobiernos de la región, parte de la nueva dirigencia política sudamericana se ha enfrascado en discusiones ideológicas estériles, olvidándose del desarrollo humano y condenando a sus países a la condición de proveedores de commodities.
Concretamente, en materia de integración regional, como estrategia geopolítica diseñada desde el 2000, se concretaron algunos proyectos que se definieron por su rol estratégico, ese es el caso del corredor central de los circuitos espaciales de producción de la región y del comercio internacional: la “Hidrovía Paraguay-Paraná”, siendo un ejemplo del papel preponderante del desarrollo de planes de infraestructura a nivel regional, que posibilitan un crecimiento de las relaciones de intercambio entre los distintos Estados. [El opaco gerenciamiento y escaso control de sus flujos, problema serio para la Argentina, no mengua el servicio prestado a los fines geopolíticos de los vecinos].
Un fenómeno que ha experimentado durante las primeras décadas del siglo, destacable en materia geopolítica, es la estrategia de poder global desplegada por Brasil, particularmente exitosa durante la gestión de Luiz Inacio “Lula” Da Silva, dado el poder acumulado (su presencia en foros, su membresía en los BRICs, su prestigio, su crecimiento económico, su mejora distributiva interna, etc.), generó una tendencia de acentuada hegemonía en la región en general, y en el MERCOSUR en particular.
Además del reconocido MERCOSUR, en la región, existen otros ámbitos donde se exploran (y fructifican) esfuerzos de integración o acción política conjunta tales como la COMUNIDAD ANDINA DE NACIONES (CAN); la ALIANZA DEL PACIFICO; el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), y los hoy devaluados Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), UNASUR y GRUPO de LIMA.
PROBLEMAS: Las situaciones conflictivas en los Estados o entre Estados en el subcontinente.
Las numerosas protestas y demandas populares que hoy se verifican en la región, resultan de ‘enfermedades sociales’ ocasionadas por situaciones de injusticia socio-económica, que redunda en un hartazgo hacia los sistemas políticos, aunque se rotulen de democráticos [no existe tal cosa cuando gran parte de sus habitantes padece degradación, exclusión, miseria, hambre, etc. en definitiva, indignidad, infortunio social]. Ello ciertamente desnuda las debilidades coyunturales y estructurales de tales regímenes.
La desazón, producto de décadas de ajuste sin resultar en crecimiento para todos o bienestar, es un estado peligroso de inestabilidad, que atenta contra la paz y, suma otro factor de riesgo a la gobernabilidad.
Otros conflictos se plantean entre Estados con fronteras comunes por contradicciones históricas y presentes de intereses, que los han llevado al choque (Perú/Ecuador) o los colocan peligrosamente al borde de enfrentamientos (Chile/Bolivia – Colombia/Venezuela). A la luz de la conflictiva situación política en algunos de esos países sudamericanos, un conflicto con un vecino, puede transformarse en casus belli.
Dos fenómenos políticos de naturaleza interna de los países latinoamericanos, que pueden transformarse en comunes por la transversalidad geográfica de sus intereses por ser compartidos, y en ese caso materia de la geopolítica, son, el Movimiento de los Sin Tierra, y el Indigenismo. Sectores auto percibidos como excluidos del “sistema”, altamente demandantes.
La historia continental ha dejado su vestigio en las heridas provocadas por la fragmentación de su espacio territorial y su población agrupada en nacionalidades débiles, que muchas veces se enfrentan entre sí, situaciones conflictivas que dan efecto a las dudas planteadas sobre la existencia de una identidad latinoamericana o aún, sudamericana. También hay antiguas disputas territoriales irresueltas entre hermanos que necesariamente han de zanjarse para una posición común. La guerra no debe ser el intento por resolver problemas que la política ha dejado añejar.
Tomar la geografía como una variable que otorga ciertas ventajas para los procesos de integración tampoco sería básicamente aplicable, ya que seguimos expresándonos y pensando en elementos y signos diferenciadores, como el hecho de seguir refiriéndonos en nuestros discursos a países andinos, países del cono sur, países de la cuenca del Amazonas, países de la cuenca del Plata, la capital y el interior de cada país, el antagonismo atlántico-pacífico, países mediterráneos, etc., que no aportan nada a la unidad de los pueblos.
Finalmente, entiéndase que la unidad de los pueblos no puede existir sin la suficiente estabilidad institucional y la eliminación de la corrupción, como única vía para asegurar el progreso de los países miembros, y que es difícil llevar a cabo una “política regional de paz para el siglo XXI” como concepción geopolítica común cuando se cuelan legados del siglo XX.
Reflexionando desde Argentina
Los desafíos que se ciernen sobre nuestro país son variados y nada leves. En efecto, siendo un territorio enorme (el 8° en superficie), su espacio se presenta en gran parte desintegrado, la Patagonia con una ocupación insignificante, un territorio insular ocupado por una potencia adversaria extracontinental, que rivaliza con el objetivo nacional de proyectarnos a la Antártida, en un sector ocupado por una permanencia más que centenal.
La dirigencia política nacional, es decir, la que ocupa habitualmente posiciones de poder a nivel Estado Federal, no exhibe gran formación en geopolítica, o manifiesta interés según sea el caso. Y esto es paradojal, pues nos consta que, en ciertas provincias, particularmente en los confines de la patria, el nivel gubernamental está más al tanto – seguramente por la proximidad física con actores extranjeros – de problemas de naturaleza geoestratégica.
Tampoco se conoce de algún acuerdo multipartidario fijando los objetivos geopolíticos de la nación. Ambos aspectos, resultan preocupantes.
Según el análisis histórico medianamente profundo que se realice, pronto se advierte que el país – salvando honorabilísimas excepciones de gobiernos con conciencia nacional y popular –, suele identificar objetivos y seguir estrategias sugeridas por y consecuentes con, el poder hegemónico de turno. La década menemista y la reciente administración macrista, son un claro ejemplo de esa transferencia ideológica en que se aceptó el rol periférico que le asignan a nuestra patria las potencias occidentales prevalentes, con un determinado perfil productivo primario, y débil en cuanto a atributos de poder nacional.
La dirigencia nacional – en gran parte – ha asumido como propias, tesis elaboradas por agentes ajenos al interés nacional, en la que además se acentúa la conducta de poca exigencia (y poco poder), para no “incomodar” y contar con el respeto de los actores significativos del sistema internacional. Los decisores o ejecutores locales argumentan que un país tal, que no ‘levanta olas’ proyecta una imagen de “serio y previsible”, y se cumple con el mega objetivo de “insertarnos en la globalización en modo inteligente”, procurando siempre la política exterior bajo el discurso “de consensos”.
Ocurre, sin embargo, que la actitud de evitar todo conflicto con otros actores produce normalmente dos consecuencias negativas: a). – resigna ocasionalmente la defensa de nuestros propios intereses y b). – no suprime la naturaleza agonal de la política.
La pasividad que se suele verificar en nuestra política exterior, es señal de cierta colonización mental de nuestros ‘diplomáticos’ y estrategos, que termina legitimando nuestra dependencia por medio de esa “teoría de la debilidad”, por la cual entienden que no contrariar a los poderosos, y ostentar poco poder por parte del país, es fructífero y virtuoso.
El pacifismo practicado en toda circunstancia, la solidaridad global obsecuente, hasta el humanitarismo, suelen resultar contraproducentes, si no se adaptan a circunstancias favorables para el interés nacional. Nadie discute moralmente esos valores, sino la falta de consideración acerca de la oportunidad de declamarlos o exigirlos o el foro donde hacerlo.
La Historia, esa aliada incondicional de la Ciencia Política, nos enseña que los países que toman relevancia en el concierto mundial, y por tanto operan con cierto margen de maniobra en su propio beneficio, son aquellos que se plantan frente a ciertas cuestiones que real o potencialmente afectan a sus intereses. Y lo hacen en desafío de potencias del sistema, tanto mayor es su prestigio y el respeto que le rinden los otros estados. Otra lección que nos deja, es que la lógica que mueve al mundo no es la del rebaño, sino la de la manada lobuna de los que hegemonizan (prevalecen).
Si el poder relativo como Estado no es significativo, se debe procurar la comunión de intereses regionales procurando revivir una unidad geopolítica suramericana como lo intentó el UNASUR. Pero, aun así, seguir creciendo poder nacional, tomando decisiones, por ejemplo, en el terreno de la economía para verdaderamente regular mercados internos y externos, y, especialmente enajenar el proceso decisorio sobre la matriz productiva, hoy en manos de las corporaciones multinacionales.
Otro tema a ser tratado, para centrar el pensamiento estratégico en su ‘justo eje’, es el del mito tan internalizado en el imaginario colectivo local de que la Argentina es una “Isla de Paz”, y ello fundado en nuestra particular situación geográfica, alejada de todo ‘centro de poder’ o ‘área en disputa’. Baste recordar la reciente visita de submarino y patrullero guardacostas, ambas embarcaciones de la 4ª flota, surcando nuestra zona E.E., sin autorización de las autoridades argentinas, o, los sendos atentados de la embajada de Israel y AMIA, como rebote de conflicto en el golfo, para refutar cualquier credulidad sobre la zona de paz. Los escenarios mundiales se complejizan y se integran por la globalización que es de escala planetaria, el juego de intereses de actores geográficamente distantes nos puede afectar siempre.
Se requiere construir poder nacional, esto es, potenciar el territorio comunicándolo mejor, extender las redes energéticas, viales y ferroviales. Modernizar la economía aplicando tecnologías de vanguardia en todos los sectores posibles. Estimular la capacidad industrial de gran porte (naval). Preservar los recursos naturales, y esto incluye al suelo fértil, impidiendo el uso indiscriminado de agrotóxicos, los socavones a cielo abierto, controlar puertos y comercios de intercambio.
Alcanzar lo que parece ser una utopía irrealizable, el sueño de encontrar su propio destino y lugar en el mundo, asumiéndose como símbolo de identificación y especificidad cultural para recuperar los ejes y valores que le aporta su historia, mientras construye poder, Argentina debe volver a liderar los esfuerzos de integración regional, para emerger como una entidad firme hacia el exterior y flexible en su interior, tal que permita a cada país miembro sentirse precisamente uno dentro del todo. Única fórmula para sosegar sus intereses.
¿Un tal cambio de actitud gubernativa-estatal traerá conflictos? Si, sin dudas, con actores económicos relevantes y con Estados que los auspician seguramente. Se debe planificar estrategias para abordarlos. El riesgo merece correrse, en vista que la pasividad, y el laissez faire hasta ahora no hizo sino frenar nuestro propio desarrollo [interés vital]. El nuevo contexto de incertidumbre estratégica y de rivalidad hegemónica, en el que de cualquier modo estamos insertos, nos brindan el costo de oportunidad “0”.