Por: Guido Nicolás Álvarez
La vorágine política de nuestro país ha colocado nuevamente en agenda la lucha contra la corrupción en la gestión. Ésta ha generado no sólo la renuncia de unos de los ministros con mayor renombre en el gabinete nacional sino también un escenario de incertidumbre al interior del propio oficialismo. Y si bien el mismo pudo superar aquella crisis, no deja de sorprender la fuerza y rapidez con la que fue impactado. En tan sólo unas horas tras conocerse la situación González García dimitió a su cargo.
Fiel al estilo de #microdebates, cabría preguntarse ¿de dónde emana tal demanda que es capaz de penetrar con rapidez hacia los núcleos de gobierno? ¿Cuál es su alcance?. Más allá de la moral ¿Qué implica social y políticamente la discusión por la corrupción?
Nos interesa aquí traer a comentario la obra de B. Chul Han La Sociedad de la Transparencia. De acuerdo con el filósofo alemán, tal reclamo no es meramente un epifenómeno sino que se inscribe en un cambio de paradigma. Avanzamos desde una sociedad de la negatividad, en la que prima la alteridad impuesto por lo otro, hacia una de la positividad la cual tiende a eliminar aquella diferenciación en pro de un dominio de “lo mismo”. Vivimos en una suerte de “infierno de lo mismo” donde el borramiento de los espacios para la confidencialidad se realiza a través de la igualación en forma de publicidad de nuestras prácticas. Los sucesos, el tiempo y las acciones se transparentan cuando son despojados de su diferenciación.
Aquí tenemos entonces un primer punto importante. La transparencia no es un mero interés de la sociedad actual sino su elemento distintivo y caracterizador. En este sentido, la transparencia queda ubicada en el lugar de antecedente permitiendo explicar diversos fenómenos sociales. De ellos nos interesan tres en particular que repercuten en la arena política.
En primer lugar, la operacionalización de las políticas de Estado. Al exigir transparencia en la gestión, los procedimientos devienen por imperativo en calculables y evaluables. Se le exige que cuenten con indicadores para la justificación de su presupuesto y que establezcan claramente sus metas. Ahora bien, teniendo en cuenta que la transparencia ha sido definida como una compulsión característica de la sociedad, las acciones de gobierno quedarían reducidas entonces a la administración. Aquí aparece entonces la siguiente asociación. Si el gobierno es mera administración y si la administración buena es aquella que rinde cuentas, entonces un buen gobierno se acota a ser aquel que rinde cuentas. Por lo que su evaluación quedaría desprovista del elemento ético-político y de la construcción de sentido futuro. Podríamos preguntarnos entonces ¿sería posible resolver problemas como el cambio climático -que exige gestos hegemónicos, con gobiernos reducidos a la administración?
En segundo lugar, la compulsión por la transparencia tiene efectos a la hora de concebir los vínculos sociales. Una sociedad así caracterizada es una sociedad calibrada. Una sociedad de lo mismo, de las una grilla horaria, de la aceleración. Y de la psicopatología típica de nuestro presente: la ansiedad.
Finalmente esto impacta también en el propio sentido de lo político y la construcción de ese mismo gobierno. En una sociedad de la positividad, la democracia se torna líquida, lábil, maleable. Abandona sus puntos sólidos de referencia y observamos cómo la competencia entre actores pierde ideologías y colores. Los candidatos y funcionarios abandonan sus afiliaciones partidarias en nombre precisamente de la administración. Esto es, se posicionan como candidatos técnicos y buenos gestores adecuándose a la demanda por transparencia y dejan a un lado el color, la ideología y la estrategia y el silencio, propio de la práctica política.
En definitiva, la cuestión exige pensar más allá de lo bueno y lo malo. Jugando con las palabras podríase preguntar ¿Qué oculta la transparencia?. Favores y personalismos hay en todas las administraciones a lo largo del globo. La cuestión no es Argentina, no es la moral ni son los políticos. Son mecanismos de poder que hay que pensar en profundidad en sus causas y efectos. ¿Qué sistema sociopolítico se construye si la evaluación de un gobierno es sinónimo de la constatación de que haya habido o no actos de corrupción?
¡Escuchá la columna radial de Guido Alvarez en Spotify!