Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Creemos haber entrado, con las redes sociales, en una era «posfactual», y ello en virtud de ciertos triunfos de propuestas políticas que se han efectivizado, en diversas partes del mundo, democracias donde en los debates públicos, el consenso sobre los hechos ya no sería realmente importante para los actores políticos ni para los votantes. Nuestra tesis es motivo de preocupación.
En efecto, la posverdad, o lo posfactual, parecen imperar en muchas sociedades actuales, pero antes de avanzar, aclaremos los conceptos. Según el diccionario de Oxford (2016) leemos: La POSVERDAD está relacionada con “aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de conformar la opinión pública que los llamamientos a la emoción o las creencias personales”.
Cuando nos referimos a un determinado enunciado, la Sinceridad y la Precisión deben darse al mismo tiempo para poder hablar de “verdad”. Sin embargo, hoy en las sociedades globalizadas, verificamos un relativismo ontológico, prima la convicción personal por sobre lo demostrado empíricamente. Es decir, que las convicciones íntimas son fuente de legitimidad del conocimiento.
Y hablamos de relativismo, porque hoy, las creencias “básicas” modelan al individuo, dado que se acepta que, a través de las mismas, el sujeto se percibe a sí mismo y al mundo exterior. Asimismo, preferimos creer en lo que ya creemos, la «realidad» ya no es tribunal de las opiniones, sino solo un recurso dialéctico. Las emociones serían fuente del saber. La noción de realidad se difumina.
Algunos autores creen que la “posverdad” no es sinónimo de mentira: parte de la sinceridad del individuo para fortificar sus creencias con el fin último de sentirse bien con esas creencias, o sea, consigo mismo. Por todo eso, la cuestión de la posverdad debe situarse en el terreno psicológico y el social (no en el epistemológico).
En cambio, la POSFACTUALIDAD, remite a la noción clásica de “desinformación”, o de “mentira”, las ya famosas “fake news”. En estos casos, los receptores de esos ‘mensajes’ [hechos supuestos o alternativos], presumen que el emisor les transmite creencias auténticas. En realidad, el Emisor intenta controlar la voluntad del Receptor al sustituir su percepción de la realidad, el objetivismo entra en crisis, y se genera un clima creciente de «irrealidad», sea física o social.
Se difumina la capacidad probatoria de los hechos, lo que abre la puerta al uso dialéctico (y no epistemológico) de la realidad.
En lo concreto, ciertos políticos, desmienten y/o tergiversan los hechos o los datos verdaderos. Sus argumentos los desprecian. Tocan a las personas con las emociones, y en general, obtienen el éxito de ser escuchados y creídos. El método está probado y funcionando.
Los sofismas como herramientas de comunicación y captación de voluntades, no es nada nuevo, por cierto. Los griegos clásicos los sofisticaron incluso, como un arte de la oratoria. Esos recursos eran enseñados a los futuros ciudadanos de la antigüedad, en liceos y academias, para que desconfíen de ellos.
Aunque estos recursos son utilizados preferentemente por las derechas populistas, los argumentos falsos, pueden ser instrumentados y presentados por cualquier espacio de espectro. Todo sirve como herramienta retórica para demonizar al adversario, por ello, la izquierda también puede echar mano a las operaciones desinformativas. Y, en sistemas políticos como el nuestro, donde el conflicto escala hasta la condición de enemigos entre extremos, todas las armas parecen legítimas.
Sin embargo, existe algo nuevo bajo el sol, se trata de las redes sociales. Donde los ‘ganchos’ (patrocinados y de los otros) abundan. Los “titulares” llamativos de los medios tradicionales, se han multiplicado geométricamente, tanto, que aquellos tienen dificultades para competir con los nuevos medios. La carrera por el «rating» se ha diversificado al streaming, videos, podcasts, artículos en plataforma, etc., donde los títulos luchan por acaparar audiencia, y ello; totalmente independiente de la veracidad del contenido expuesto.
Se presenta [exitosamente] como información, vídeos falseados y engañosos, en YouTube, por ejemplo, y a veces son difundidos por medios de comunicación abiertos, con lo cual alcanzan una importante repercusión en la población.
En el ámbito de las redes sociales, por otra parte, cualquier activista tiende a enclaustrarse en un nicho que siempre le proporcionará “hechos” que refuerzan su visión del mundo. Ya conocemos la efectividad de los algoritmos.
También en nuestra era, el aumento del relativismo al que ya hicimos referencia, se nutre de otro fenómeno, las estupideces que se presentan como verdades, muy abundantes y peligrosas. En este punto se impone una disquisición; una estupidez o tontería se aleja de la verdad, pero NO es una mentira.
El mentiroso sabe que está traicionando una verdad porque cree que ésta existe o que podemos tender hacia ella. El que profiere estupideces en cambio, no cree en la verdad y, por tanto, no tiene reparo en utilizar cualquier argumento para hacer prosperar sus intereses.
La estupidez lo es porque es pura ‘palabrería’; la información que supuestamente transmite es puro vapor. Al orador, como apuntamos, no le importa si lo que dice es verdad. Es pura retórica, ni siquiera le preocupa hacer creer esas cosas a su audiencia, solo demostrar alguna supuesta cualidad de su persona.
Desde la invención de la imprenta, se inició la era de los medios de comunicación, que, siendo defectuosa, creó sin embargo cierta unidad [de concepción, de supuesta ética de apego al rigor por los hechos]. Ahora la interactividad y la velocidad de acceso a bases de datos y documentos que ofrece la Internet, está sujeta a conducción humana, y por eso, es imperfecta. Uno de sus ‘defectos’ es que fragmenta. Los medios de comunicación tradicionales están en franco declive y la fragmentación corroe la democracia. Es un asunto para plantearse.
Acorralando la democracia
La democracia en sí es un modelo de permanente deliberación sobre cómo se participa, y comparte aquello que solo se puede alcanzar en conjunto, o, sin afectar crucialmente la vida de otro. Esto representa claramente una complejidad, su solución depende de un acto de poder y no necesariamente de un encuentro con la ‘verdad’.
La gobernanza de la variante “populista-iliberal” (en Argentina el tándem Macri-Milei), suele utilizar a la desconfianza como recurso estratégico del autoritarismo, lo que pone como víctima a la misma democracia. La deliberación en su esencia es descalificada desde las redes y la vía mediática en general. Se socaba las bases de un lenguaje común (nacional) para delinear la certidumbre de las cosas, a través de la relativización de la verdad y el detrimento de la confianza entre todos y hacia todos.
Otro aspecto notable es la “infoxificación”, que asfixia la verdad en las redes y representa la vía efectiva para ciertas acciones cuyos resultados esperan los detentores gobernantes, para su perpetuación en el poder. Es un proyecto que ignora [desprecia] la democracia occidental, el ideal cívico de autonomía y el reconocimiento de una vida en común. Estos son signos de un desorden que podría conducir a un mundo con países enclaustrados, nacionalistas y autoritarios.
Es el mundo de la “posfactualidad” donde cualquier evidencia sirve para validar lo que sea, así sea evidente su falsedad.
Imperio de la Fuerza
Los tiempos nuevos, en efecto han cambiado la forma en que siente y piensa la “gente”, y así actúa. La saturación informativa aludida, y, el uso intensivo, extenso e intencional de falacias, mentiras y provocaciones confunde y desorienta al pueblo. En ese contexto en el que se banaliza la ‘verdad’ desde el poder, se privilegia al mismo tiempo la fuerza sobre la sensatez. Y cuando esto ocurre, también se pone en crisis la democracia por el populismo autoritario subyacente que así se propaga.
Hoy, amén de los candentes conflictos geopolíticos en el mundo, existen otros al interior de los Estados poniendo en crisis la democracia liberal, la que resulta insatisfactoria para frenar la descomposición social que el capitalismo financiero ha causado, y la lucha – que naturalmente difiere de país en país – no siempre enfrenta modelos ideológicos, pero sí es sistémica, dado que va desde la pérdida de confianza en las élites, en países con fortaleza institucional, hasta la desintegración social en países con debilidad institucional.
El funcionamiento ideal de una democracia se basa en la confianza entre sus miembros, y para que ello sea posible, es necesario que circule para todos los asuntos, una información veraz, fiable y transparente. La insuficiencia informativa es grave en toda sociedad democrática, como lo es las contaminantes creencias erróneas difundidas.
El populismo autoritario especialmente de derecha, emplea a fondo la manipulación mediática (baste memorizar las campañas macristas y su ejército de trolls, así como advertir la estructura comunicacional en redes del actual gobierno [voceros paraestatales], que supera aquella experiencia por el propio expertise del presidente de la república, como un ex panelista e influencer). Generar límites difusos entre verdad y mentira, es una herramienta que los dictadores y autoritarios utilizan para quebrar emocionalmente al pueblo. Muchos de sus ciudadanos compran la “verdad” que difunde el gobierno, creada a imagen y semejanza de su voluntad.
Para enfrentar el arrinconamiento de la sensatez, por aquella banalización de la mentira y la pérdida de verosimilitud del conocimiento, el demócrata cuenta con un arma: que es la palabra fundada en la consistencia y la evidencia, es decir a la razón.
Conclusión
La democracia amenazada en la era de la posverdad y la posfactualidad, requiere de herramientas reforzando la necesidad de la credibilidad en la palabra y la confianza social, más allá de las manipulaciones.
Para prosperar una defensa de la democracia, hay que sortear ciertas dificultades psicosociales y culturales: La inmediatez, la pereza social, las comunicaciones abreviadas, que se han impuesto como comportamientos sociales. Nuevas culturas que socavan la crítica necesaria para mejorar la condición humana, cuando falta la coherencia de las afirmaciones y la correcta presentación de las pruebas que sustentan los argumentos.
La ética profesional, en lo que respecta a los juicios de valor admisibles, ha desaparecido, y no hay una explicación adecuada de los criterios según los cuales se formula opiniones y su alcance.
La comunicación se ha transformado en propaganda política, un medio de manipulación, un instrumento de catarsis social que, en lugar de servir a la democracia, perpetúa y propaga el populismo autoritario y difunde desinformación masiva.
La consigna es evitar – o al menos debilitar – la manipulación de esta época, donde los impulsos emocionales prevalecen sobre la sensatez.