Nacionalismos populares: Una mirada hacia el futuro

Partidos populares y socialistas gobiernan hoy varios países del hemisferio, luego de gobiernos conservadores y del crecimiento de las extremas derechas. No obstante, la masa de votos a los movimientos populistas no siempre ha aumentado, pero han crecido otros aliados, en general, partidos a su izquierda. Si bien, después de un crecimiento exponencial en la primera década del siglo, el desgaste de la gestión logró debilitar en parte a estas fuerzas, todavía mantienen su vigencia.

Por: Roberto Candelaresi

Tantos años de neoliberalismo agresivo y omnipresente, pusieron en crisis a todos los movimientos políticos de corte nacional y popular. Los recientes triunfos de expresiones progresistas en la región, no presuponen la cancelación de aquella crisis, pero señalan varios aspectos de su complejidad. Uno de ellos, entendemos que es el crecimiento de aliados de izquierda, que no necesariamente se suman a las alianzas gobernantes, sino que compensan aumentando su caudal, las disminuidas cifras de la derecha tradicional, no así la ultraderecha (libertarios, xenófobos, excluyentes), que parece estar en franca expansión nutriéndose de precisamente las huestes conservadoras.

Un condicionante a la consolidación de las izquierdas nacionalistas, es que la industrialización masiva y el consecuente desarrollo económico, tarda mucho en avanzar, especialmente por las frecuentes discontinuidades, que, en periodos de derecha, desandan lo marchado, y tampoco se logra formar una burguesía nacional que piense desde y para el país (conjunto social), básicamente por su caracterización como clase prebendaria y parásita, no dispuesta demasiado al riesgo en materia de inversión.

El mundo del trabajo en orden mundial, dado los avances tecnológicos que lo caracterizan, genera la desmovilización de la clase trabajadora. A lo que se suma, como deriva de ello, la disminución de la adhesión por votos de esa clase, que se va desperdigando. Y todo eso, sin perjuicio de seguir contando en la región, de altos índices de sindicalización – especialmente en Argentina –.  

El regreso de estas (varias) fuerzas populares al gobierno, tienen que ver con la promesa de defender y promover el Estado de Bienestar de manera vigorosa. Al menos, de reducir significativamente el alcance (comercialización de prestaciones sociales fundamentales) de los actores comerciales en el área del bienestar, es decir, reduciendo el uso de mecanismos del mercado en todos los ámbitos. Empoderando nuevamente a la gente en todas las áreas de la sociedad. Se trata de impulsar reformismos por sobre el límite que le pretende imponer la estructura económica de poder. La orientación suele ser igualitaria y pública para reducir desigualdades por ejemplo a nivel de salud, o bienestar en general. De ese modo, en estas gestiones, el sector público es el principal proveedor de los servicios mientras que el sector privado y el tercer sector, actúan como proveedores complementarios. 

Los distintos proyectos en marcha, para ser sustentables y revivir al Estado de Bienestar anhelado por la población, reivindican la máxima (históricamente peronista) de que «es la economía la que está al servicio de la población, no al revés». Las metas estratégicas; reducir la pobreza (acrecentada por la pandemia) y revertir la exclusión de amplias minorías. 

Manifestación Popular. Foto – Lihuel Cuesta

Pero para esas políticas ‘radicales’ a la vista de la derecha y el poder real, requieren de grandes mayorías movilizadas para sostenerse, y los partidos tradicionales (aún los populares y de corte socialista) van perdiendo caudal. La característica del mundo político actual que gravita de igual modo en la región es la volatilidad electoral y las eventuales secuelas derivadas de sistemas partidarios móviles y fragmentados (de allí las alianzas oficialistas y opositoras), generan incertidumbre respecto a las perspectivas de los movimientos nacionales y populares, por ello, el regreso de gobiernos progresistas en nuestro continente no indica hoy una nueva tendencia política. Están en crisis, pero no terminal, podríamos decir, toda vez que sus triunfos (aun estando debilitados) confirman y ratifican el final de la hegemonía del neoliberalismo (no su extinción), desplazándolo a la oposición.

El difícil camino entre democracia y transformación

El progresismo ya no puede confiar en la fórmula socio-política según la cual los capitalistas crean riqueza y el Estado la redistribuye. Por esa vía el poder del conocimiento se concentra en las elites, mientras que la sustentabilidad ambiental y la igualdad se degradan. Hace falta explorar nuevas modalidades de participación no contempladas en las viejas formas del Estado de Bienestar, atendiendo a la diversidad de las sociedades y promoviendo el protagonismo de los sectores postergados. 

Una salida victoriosa seguramente será generando – entre otras metas estratégicas reformistas – una visión socio ecológica dado que la oportunidad de el mercado mundial de la transición hacia una economía verde está creciendo, y la región (y nuestro país en particular) cuenta con todos los recursos naturales (enclaves privilegiados) para adaptar un desarrollo verde.

Democracia: ¿Alcanza solo con votar cada 4 años?

Otra sociedad está emergiendo, las dinámicas propias de los profundos cambios sociales en curso, abren algunas oportunidades para nuevos encuentros entre los valores del socialismo democrático y la vocación transformadora. Por eso más que nunca se requiere de una alianza lo más abarcativo posible, de centro, izquierda y nacional-popular, que confluyan para una auténtica refundación programática a la altura de los problemas de la época y bancar las tensiones y desafíos.

Se advierte que cuando los problemas persisten, porque los gobiernos populares no cambian los instrumentos a fondo, sobreviene en algunos una resignación, o aspiran a cierto autoritarismo (modelo chino), y cierto rechazo masivo de los jóvenes (que no entienden porqué no se aplican cambios profundos), además del desafecto de mucha gente (que ya no concurre al sufragio de adhesión).

Ahora bien, la transformación en profundidad de la sociedad ha vuelto al centro del escenario. Cambios mayores ya están en curso. Podemos señalar objetivamente que, en esta etapa final del neoliberalismo global, se profundizan las tendencias hacia el autoritarismo en lo político, la desigualdad en lo económico y la falta de sostenibilidad en lo ambiental y climático. Desafíos cruciales de esta época. La pandemia los ha profundizado. Las modalidades predominantes de producir y consumir son incompatibles con la sustentabilidad, pero es un acto de justicia (y estabilidad política), que grandes sectores pauperizados aspiren a más bienes y servicios, por lo que el ajuste al exacerbado consumismo debe pasar por otro sesgo. Ese es un deber de atender esas urgencias materiales con responsabilidad, para los gobiernos deseosos de una defensa renovada de la democracia social y política.

El riesgo en América Latina, es la opción por el crecimiento económico antes que por la protección ambiental pues suele llevar al extractivismo insustentable. De hecho, con la experiencia de comienzo del milenio, las fuerzas políticas progresistas que campearon en la región, produjeron importantes reformas y la desigualdad retrocedió (inusualmente), pero casi en ningún caso se impulsó una transformación productiva cimentada en la educación avanzada y el conocimiento. La Primarización productiva con alguna tecnología importada aplicada siempre dará mejoras insuficientes y transitorias.

Una perspectiva para el campo popular.

Para Tulio Halperin Donghi, el capital derrotó al trabajo y aun al Estado, en la sociedad del capitalismo del conocimiento forjada por las nuevas tecnologías y sus relaciones de producción adaptadas.  [T. Halperin Donghi: «Promesa y paradoja en el triunfo de la democracia» en La Ciudad Futura No 33, 1992.]

En nuestras atribuladas latitudes, la antigua dependencia respecto a los países industrializados, conocida como la «condición periférica», hoy es representada por la debilidad en materia de ciencia, tecnología e innovación. La Argentina en particular, y dado algunos hitos históricos que gestaron sus líderes populares, en torno al desarrollo de soluciones materiales y desarrollo científico, hoy puede priorizar aprendizajes propios en materia de generación y uso de conocimiento avanzado, lo que posiciona al país en un sitio expectante (aunque lleno de contradicciones que relativizan su destaque).

A diferencia de la dotación de recursos naturales que, en general, disminuye cuando se la utiliza, el conocimiento es un recurso que se expande con su uso. La ‘diferencia’ entre países (y su poder) se da en las capacidades avanzadas, de allí la enorme importancia de sostener el sistema universitario público irrestricto, tal nuestro caso. Educación superior que siempre impactará en la ciencia y la tecnología aplicada e indicador positivo en el desarrollo humano.

UBA: Cero + Infinito. La apuesta de la universidad publica por un espacio inteligente y sustentable.

Siendo que el conocimiento impulsa objetivamente hacia mayor desigualdad, las élites [internacionales y locales por igual] tratan de controlarlo. Por ello, para lograr una sociedad más justa como se proponen los movimientos populares como el peronismo y otros, deben democratizarlo. Condición necesaria, aunque no suficiente. 

La Historia nos enseña que el pasaje del dominio de la necesidad al reino de la libertad, no es más que una utopía. Las relaciones sociales de poder pueden modificarse si el campo popular se enriquece y aprovecha de la tecnología y el conocimiento para disminuir las asimetrías de poder entre la gente, de allí que sea necesario el concurso del Estado, tal como históricamente quedó demostrado con la democratización de medios prodigados por el estado benefactor. Ni sociedad sin contradicciones (marxismo revolucionario) ni un desarrollo permanente (socialdemocracia reformista), sin resultados garantizados, cada nación ensayará su camino, pero seguramente habrá más igualdad, menos injusticia y mejor calidad de vida, con un proyecto de transformación permanente.

Esa inspiración, es una apuesta ética y política en favor de la militancia popular y por tanto democrática en esencia. Así como para enfrentar estructuras de poder el movimiento obrero protagonizó en su tiempo la lucha, existen hoy otros actores colectivos (feminismo, por ejemplo), que pueden reforzar esa militancia masiva para expandir derechos y libertades.

¿Reconstrucción Programática?

La nueva ola progresista en la región, en general es de menor «intensidad programática» que la precedente (‘2000). 

Las sociedades actuales, han quedado bastante divididas (educación, riqueza, ocupación, valores), e incluso con sectores atomizados, por ello la tarea para proponer proyectos alternativos que salven los desafíos de la época, pero que convenzan a la mayoría para movilizarse en su favor, es una tarea ardua, pues implica esfuerzos enormes de divulgación y equilibrio ideológico (en el sentido de no cuestionar demasiados valores tradicionales) e interesar a todos con ese marco de diversidad tal (que es novedoso para las sociedades nacionales).

Los movimientos nacional-populares tan vigorosos en América Latina, para sostenerse en ese esfuerzo, tienen entonces que salir del cuadrante de la ciudadanía que es su habitual apoyo, es decir, sumar otros colectivos que las corrientes más militantes y desafiantes del statu quo. Y aggiornarse en cuanto a sus plataformas, ya no corre el que el capital crea riqueza y el gobierno popular (apoyado por sindicatos) la redistribuye.  

Los márgenes son mucho menores que en otros periodos; el cambio «posfordista» en las condiciones de trabajo debilitó a los sindicatos, y el control del conocimiento avanzado es resorte casi exclusivo del empresariado privado (élite que así tiene más poder). Para revertir esas tendencias ya arraigadas por décadas de práctica, se requiere la intervención con movilización de sectores populares en tales procesos.

El empresariado y su dominio del mercado ahonda la desigualdad, subordina la política al dinero e imposibilitan las transiciones necesarias a la sustentabilidad. No se trata de suprimir las relaciones mercantiles (probado fracaso), sino de empoderar a otros actores en la economía, para que participen en maneras no subordinadas. 

Las decisiones no pueden ser dejadas solo a los empresarios, en cuanto al cambio tecnológico y a sus vínculos con las condiciones de trabajo. Hay que explorar posibilidades y consensos puesto que no existen diseños institucionales que funcionen 100 % bien en todos los casos. La participación de los trabajadores en los proyectos empresariales, e incluso la cogestión, puede ser una experiencia que ha sido muy útil y provechosa para todas las partes [Alemania es un ejemplo].

La participación de múltiples actores (empresarios, sindicatos, cooperativas, otros colectivos y organismos públicos) en los procesos productivos puede ser beneficioso, siempre y cuando se concierte un modo de negociación periódico que sirva para el aprendizaje de todos, y la eficiencia de los métodos empleados. El conflicto aparecerá, pero también la cooperación para la solución. Es obvio que el Estado tiene el insustituible papel de promoción y coordinación de tales actividades. La economía no es democrática. El involucramiento de múltiples actores favorece su democratización, aunque sea parcial, y con esto, se robustece la democracia política, y desde ya, que ambas se retroalimentan. Ese es el mundo de la innovación que motoriza el nuevo bienestar.

El empresariado y su dominio del mercado ahonda la desigualdad, subordina la política al dinero e imposibilitan las transiciones necesarias a la sustentabilidad. No se trata de suprimir las relaciones mercantiles (probado fracaso), sino de empoderar a otros actores en la economía, para que participen en maneras no subordinadas. 

Otro tanto ocurre con la democracia social. Se debe dar paso a participar en la solución de problemas ambientales, de salud y de educación (por ejemplo), a los propios sectores demandantes (muchas veces postergados) como proceso democratizador, entendiéndose este último como la combinación de disminuir asimetrías de poder con mejora de calidad de vida.

Estimular el cooperativismo que ofrece ricas experiencias o todo otro tipo de organización social, barrial, de productores, en definitiva; los llamados «actores populares», empoderándolos frente a otros poderes concentrados.

De cualquier modo, repetimos lo señalado al comienzo del presente, que no hay democratización sin democratización del conocimiento, ese es el obstáculo a vencer.

¿Con cuales vías o instrumentos principales?:

1) Reorientando los objetivos de la ciencia, la tecnología y la innovación, hacia la inclusión social y la protección ambiental (al estilo INTI).

2) Ofreciendo capacitación a los productores directos con educación avanzada generalizada (al estilo INTA intensivo).

Hoy la cuestión está ideológica y políticamente lejos de los actores populares, por eso los gobiernos de corte popular-progresista debe incluirla en la agenda, y en el respectivo plan de gestión, por supuesto. La estrategia gubernamental debe ser desde ya, a largo plazo y de nivel internacional (al estilo cubano), el compromiso social de los equipos científicos quedó demostrado en la lucha contra la pandemia. Por otra parte, y a nuestro favor, la región en general y la Argentina en particular, tiene una larga tradición de estrategias originales de investigación y menores costos, con lo cual resultan accesibles para más gente.

Quizás hasta el sur puede dar un ejemplo al norte. Democratizar el conocimiento como estrategia para las transiciones apremiantes a la sustentabilidad. 

Acción Política

Después de los vendavales neoliberales (el macrismo fue paroxístico en la Argentina) y con la actual pandemia, las desigualdades se han visto agravadas. Para promover los DDHH y litigar por la igualdad en todos los terrenos (nuevos y antiguos) hacen falta vastas coaliciones (Chile, Argentina, en ciernes en Brasil, Colombia), los actores a involucrar deben ser diversos y con diferentes “sensibilidades”. 

Para articular semejante mixtura se requiere el arte de la política en su máxima expresión, V.gr.: sumando nuevos esfuerzos y voluntades, atenuando sectarismos y ventajismos, resistiendo violencias, conteniendo ‘avanzadas’ y por añadidura; permitiendo espacios para construir [teórica y prácticamente] nuevos proyectos alternativos. Debe tenerse siempre presente, que la gravitación del pasado es un punto de apoyo, pero aquel no puede dejar sin espacio a la construcción del futuro.

En la actualidad, el problema mayor es atender una parte de la sociedad postergada que parece experimentar un descreimiento – que a veces se trasunta en ausentismo electoral – y de allí el peligro de aumentar relativamente el poder de las derechas, que ya de por sí cuentan con respaldo de sectores populares, cooptados por cantos de sirena y aspiraciones quiméricas. El éxito parece residir en profundizar la democracia política para avanzar en la democracia social como pregonaba don Salvador Allende, y para ello, entendemos que se debe posibilitar nuevas formas de transformar, militando la razón junto a la pasión. 

Abril de 2022

***Fin de la Primera Parte***