Las principales potencias de todo el mundo se hallan envueltas en una frenética competición para lograr ser los primeros en conseguir la vacuna contra el coronavirus, el descubrimiento más relevante de las últimas décadas. En esa tarea, la falta de cooperación internacional es una piedra más en un camino donde las luchas políticas y económicas muestran ya su cara más agresiva.
A través de unas gafas ahora empañadas por la pandemia, la mitad del mundo observa los avances de las más recientes investigaciones. A la otra mitad aún podemos verles los ojos con nitidez. La palabra vacuna es uno de los pocos términos que los hace brillar intensamente: saben que, en realidad, es la única opción que les queda para recuperar unas vidas detenidas. Sin embargo, la potente investigación alrededor de las vacunas contra el coronavirus comporta algo más que la posibilidad de encontrar una llave para la reapertura total de los países. La actual inversión en ciencia y desarrollo, tan enorme como frenética, se asemeja cada vez más a una carrera de fondo entre potencias. Una lucha contrarreloj por un único —pero preciado— activo estratégico.
De acuerdo con Pablo Pareja, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pompeu Fabra, quien consiga encontrar primero la vacuna hallará una doble victoria. «Es evidente que la potencia que la descubra incrementará notablemente su reputación internacional, así como el prestigio de la marca–país», afirma Pareja. Y añade: «Además, estaría también la cuestión económica: al tratarse de una vacuna de carácter estratégico, es posible que muchos intenten sacar un rédito económico. En todo caso, sin embargo, yo creo que pesa mucho más la consecución de un cierto prestigio». No hay ninguna casualidad en el hecho de que los tres proyectos más avanzados en torno al descubrimiento de una vacuna se encuentren en tierras norteamericanas, chinas y europeas: las tres zonas se alzan como los principales polos de poder político, tecnológico y económico. Parte de la relevancia política de esta vacuna se refleja en la constante exposición mediática a que se ven sometidos los continuos avances. Según Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología (AEV), este es uno de los motivos que puede llevar al desconcierto y desconfianza por parte de la población: no es un material que pueda presentarse en rueda de prensa. Sin embargo, tal y como afirman desde la organización, en el caso que nos ocupa es poco probable que España llegue a cometer dicho error, ya que los recortes sufridos en años anteriores han ralentizado las investigaciones nacionales.
Uno de los grandes obstáculos es el nacionalismo en torno a esta clase de investigaciones, que parece poner en riesgo la futura aplicación de cualquier avance en contra del coronavirus. Es lo que Tedros Adhanom, director general de la OMS, califica como nacionalismo de vacunas. Este concepto se ha vuelto evidente en los últimos días, tras el anuncio del supuesto descubrimiento –aún sin ninguna demostración científica– realizado por Rusia. «Los países utilizan esta carrera para hacerse con la vacuna como parte de su estrategia diplomática y científica, que ha ido ganando peso durante los últimos veinte años en el tablero internacional. Vemos un caso clarísimo con la vacuna rusa, que le ha otorgado un nombre tan ideológico como el de Sputnik V, pero también China le pondrá, en su momento, un nombre que intente proyectar la simpática imagen del país que desean mostrar», comenta Pareja.
Pablo Pareja: «Al tratarse de una vacuna de carácter estratégico, es posible que muchos intenten sacar un rédito económico»
Este particular nacionalismo no solo guarda relación con la utilización de un instrumento sanitario en función de los intereses nacionales –como ya ocurre con el anuncio de Donald Trump de un programa de producción de viales exclusivamente para norteamericanos y la futura disponibilidad de dosis en noviembre, mes de las elecciones generales– y la posible exclusión de otros países, sino también con la vertiginosa carrera hacia su propia adquisición. Rory Horner, profesor del Instituto de Desarrollo Global de la Universidad de Manchester, habla de una tendencia que, sin embargo, considera continuista y no de nueva creación. «El nacionalismo lleva en crecimiento desde hace años, principalmente por el aumento de las desigualdades, y aunque una pandemia global requiere una respuesta cooperativa, los líderes presentes en algunos países muy influyentes –como el Reino Unido, Brasil o Estados Unidos– han elegido una aproximación mucho más nacionalista», explica.
Son especialmente preocupantes, según advierte el profesor británico, las adquisiciones adelantadas entre algunas potencias económicas y la industria farmacéutica, ya que una excesiva acumulación de vacunas en pocos países podría llevar al desabastecimiento en muchas partes del planeta, especialmente en aquellos lugares donde la economía es particularmente débil. No se trata de una proclama alarmista, sino de un hecho que ya ha tenido lugar en el pasado: durante la expansión del virus H1N1 en 2009 –también conocida como gripe porcina, que dejó 284.000 muertos–, las grandes potencias económicas compraron, de facto, la práctica totalidad de las vacunas. Si bien altos cargos políticos como Angela Merkel han descrito la vacuna contra el coronavirus como un «bien de salud pública para toda la humanidad», los acuerdos del Reino Unido con la industria farmacéutica se muestran especialmente reveladores en relación a esta clase de política nacionalista, con compras de 30 millones de dosis de la potencial vacuna creada por BioNTech y Pfizer, 100 millones de dosis de la desarrollada por AstraZeneca y, por último, 60 millones de dosis de la vacuna que surja de la investigación llevada a cabo por GSK y Sanofi Pasteur. Una medida similar, por otra parte, a la reciente compra de las reservas globales de remdesivir por parte del presidente norteamericano, Donald Trump.
Una retención de este calibre no sería posible sin el músculo económico y sin la potencia política presente en Occidente. «Hemos comprobado que, cuando Europa y Estados Unidos han visto que el coronavirus traspasaba sus fronteras, han redoblado sus esfuerzos internacionales, lo que ha hecho girar, a su vez, la agenda internacional», señala Pablo Pareja. «Si esto mismo hubiera ocurrido, por ejemplo, con países africanos, lo más probable es que la agenda internacional no hubiera experimentado este cambio, ni tampoco tendríamos, por tanto, el mismo nivel de atención mediática y la absoluta dedicación de todos los laboratorios a lo largo del globo. Esto pasa con mucha frecuencia: al final, una compañía farmacéutica apuesta por la vacuna que los países con una fuerte capacidad económica pueden adquirir. Probablemente, los laboratorios no habrían dedicado ni la mitad de los esfuerzos si todo esto hubiese ocurrido en otros países más débiles», explica.
Rory Horner: «Aunque una pandemia requiere una respuesta cooperativa, países como Reino Unido, Brasil o EE.UU. han elegido una aproximación nacionalista»
El análisis realizado corresponde a la descripción de un sistema de centro–periferia, es decir, una dinámica de dominio y subordinación, que muchos autores defienden como la visión más adecuada para comprender la realidad actual. «Desde esta perspectiva se habla de que esta carrera por la vacuna, en el fondo, respondería al hecho de que como el número de víctimas que está sufriendo Occidente es más elevado que al que está acostumbrado, se produce una reorientación de toda la investigación hacia la consecución de una vacuna para el coronavirus, cosa que a lo mejor no pasa con otras enfermedades que, aunque más presentes, se hallarían en la periferia, y no en el centro», defiende el profesor.
Múltiples ejemplos previos respaldan esta perspectiva, como ocurrió hace años con el terrorismo global: hasta su exposición en Europa y Estados Unidos, este apenas resultaba particularmente importante a ojos internacionales. También esto ha sido perceptible a la hora de abordar otras enfermedades en el pasado, como ocurrió con la crisis sanitaria del ébola del 2014. «Lo que hizo Europa en ese caso fue gestionar las externalidades negativas. Es decir, limitarnos a contenerla en el continente africano, bloqueando el acceso a personas y tratándolo, en todo caso, en el lugar de origen. Creo que con la vacuna nos pasa una cosa parecida, ya que muestra una posición de centro: como no podemos contener la pandemia, lo que hacemos es priorizar la investigación en la agenda internacional, algo que en otros casos no hacemos», explica el experto. De hecho, asistimos, según Pareja, a una diferencia de escala, no de dinámica, ya que parece ser la misma estrategia seguida por los países occidentales desde hace más de dos décadas: si las enfermedades no afectan a sus poblaciones y, además, no otorgan un rédito económico, en cierto modo no existen. Aunque sutil, continúa siendo, en parte, una forma de marcar la agenda internacional.
A marchas forzadas
A pesar de todo, la globalización y la pandemia han puesto de manifiesto la interdependencia de todos los países en relación a la producción y compra de medicinas y vacunas: hasta 1995, Estados Unidos, Japón y Europa eran responsables de la producción del 90% de ingredientes farmacéuticos activos; ahora, alrededor del 80% de estos componentes son producidos en China e India. «Esta falta de autosuficiencia puede llevar a un fuerte sentimiento de vulnerabilidad, pero lo cierto es que también hace que las potencias se vean obligadas a cooperar entre sí. China, por ejemplo, también depende de EEUU para algunas medicinas avanzadas», afirma Horner.
En concreto, India será una pieza clave a la hora de producir vacunas contra el coronavirus en cantidades masivas. Los cálculos establecidos por la asociación comercial farmacéutica IFPMA oscilan entre 12.000 y 15.000 millones de dosis para la cobertura de la población a lo largo de todo el globo terráqueo. Teniendo en cuenta cifras de esta magnitud, India –calificada habitualmente como «la mayor farmacia del mundo en desarrollo»– está obligada a jugar un papel determinante, con compañías como Serum Institute of India, el mayor fabricante de vacunas a escala mundial, cuya producción ha alcanzado en años anteriores, aproximadamente, los 1.500 millones de dosis anuales.
Hasta 1995, EE.UU., Japón y Europa eran responsables de la producción del 90% de ingredientes farmacéuticos activos; hoy el 80% están en China e India
Tal y como recalca Rory Horner, muchos de estos proyectos contra la COVID-19 «implican un alto nivel de colaboración debido a los acuerdos de transferencias tecnológicas, las múltiples licencias y, sobre todo, la cadena de suministros. La esperanza sería que el coronavirus haya subrayado durante estos meses la necesidad de cooperación para solucionar desafíos interdependientes, pero lo cierto es que creer en algo así parece inútil ahora mismo». La cadena de producción de las vacunas muestra, de hecho, la práctica imposibilidad de que un solo país contenga todas las piezas para producirla de manera autárquica: los componentes y los distintos procesos saltan entre países tan distintos –y distantes– como Chile y Suecia. «Lo que parece estar ocurriendo no es un fin de la globalización, si no un fin del liderazgo estadounidense de la misma. Creo que ahora nos adentramos mucho más en un mundo multipolar en el que, evidentemente, China está llamada a tomar una posición mucho más relevante», señala el experto.
A la hora de gestionar la pandemia y sus posibles soluciones, el nacionalismo es una nefasta opción: además de evitar innecesarios conflictos geopolíticos, solo la cooperación global conseguiría evitar los cortes de las cadenas de suministros y manufactura y, por tanto, la decadencia económica de determinados países. Más allá de las cuestiones éticas o ideológicas, optar por las políticas nacionalistas a la hora de hablar de las vacunas también es contrario a los propios intereses económicos, sanitarios y estratégicos; mientras que un acuerdo de aplicación internacional no solo sería la opción más justa, si no también la más inteligente en esos términos.