Por Aureliano Carbonell*
Los caminos para avanzar hacia la paz están atravesados por distintos obstáculos y múltiples complejidades. Al mando del actual Gobierno están el uribismo y sus aliados, quienes con contadas excepciones han hegemonizado las clases dominantes y el país en las últimas dos décadas.
Ha sido un bloque contrario a los diálogos, a una paz negociada y refractario a cualquier cambio, así sea este meramente cosmético. En el Gobierno anterior fue el enemigo más enconado del Proceso con las FARC y de las conversaciones con el ELN y fue quien promovió y ganó el NO en el Plebiscito en el 2017.
El comportamiento frente a los acuerdos
¿Cómo se expresa y cómo está actuando este bloque y este Gobierno frente a los Acuerdos con las FARC? Un Proceso de Paz, producto de una negociación y unos compromisos, tiene como su regla de oro el cumplimiento de los Acuerdos, esa es la cuestión esencial. ¿Qué ha pasado con los mismos? En un primer momento le impusieron a las FARC su renegociación después de firmados, lo que fue aceptado por ellos bajo la consideración de salvar el Proceso.
Pero ahora, ya renegociados, lo que quedó de ellos no se está cumpliendo en muchos de sus aspectos sustantivos; en este Gobierno no se ha vuelto a mencionar el acuerdo sobre la cuestión agraria, ni sobre la reforma política, ni sobre las acciones contra el paramilitarismo, ni sobre la participación de la sociedad, ni sobre el acuerdo étnico, ni sobre la sustitución de cultivos, para sólo mencionar algunos temas.
Cuestiones que ya venían del Gobierno anterior, como los referidos al “Sistema de Verdad, Justicia y Reparación”, han sido bombardeados en la presidencia de Duque. Para citar sólo un caso, recordemos lo que ha pasado con la Justicia Especial para la Paz (JEP), todo indica que este Gobierno y el Centro Democrático, se la seguirán jugando para hacerla más inocua frente a las responsabilidades de las clases gobernantes, los militares y las instituciones mismas.
El proceso de reincorporación ha sido un calvario para los ex combatientes, para los espacios territoriales, para los dineros que debían aportarles, para la entrega de las tierras y los recursos y para el resto de compromisos.
¿Dónde están las principales responsabilidades?
En quienes conducen y han conducido en este país y no en las FARC, las que cumplieron con lo esencial de su compromiso en el Acuerdo; la dejación de las armas, la desmovilización y la reinserción a la institucionalidad, bajo la promesa de que ésta y los espacios de la misma cambiarían. Esas son realidades que dan cuenta de las dificultades para avanzar hacia la paz e indican dónde están las trabas principales y hacia dónde dirigir los esfuerzos para removerlas.
En el mismo contexto, hay otros aspectos igualmente graves, desde la firma del Acuerdo de Paz hasta este 20 de julio, habían sido asesinados 217 ex guerrilleros firmantes de la paz y 971 líderes sociales y defensores de Derechos Humanos. En ello tienen responsabilidad el Gobierno, el régimen, la clase dominante o sectores de la misma, las Fuerzas Armadas y la propia institucionalidad, así sea sólo por omisión.
Grupos paramilitares que cuentan con la complacencia de las Fuerzas Armadas y de sectores de los de arriba, han obligado al desplazamiento forzado de varios Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), el más reciente el de Ituango-Antioquia. Allí el Gobierno y las Fuerzas Armadas, en lugar de actuar contra el grupo paramilitar “Clan del Golfo”, optaron por desplazar a los ex guerrilleros a otra región, actuando así sobre las víctimas y no sobre los victimarios.
Dejaron las armas para fortalecerse como opción política. ¿Qué ha pasado?
Las FARC representaban un pensamiento, un planteamiento político alzado en armas. Con el Acuerdo de Paz esa opción política, esa historia, deja las armas para seguir batallando en los marcos institucionales, aspirando a ser una opción de Gobierno y de cambio en el país.
Pero ¿cuál ha sido el resultado? Siguen siendo demonizados por los grandes medios, cercados por el mismo sistema de dominación, cercenados en lo que representaban los Acuerdos y las perspectivas de los mismos, con el riesgo para algunos de sus integrantes, los más críticos, del montaje de falsos positivos, bajo el peligro de las manipulaciones de la DEA y los Estados Unidos.
Todo ello, además de sus propios errores y limitaciones, ha contribuido a las divisiones, a su fraccionamiento, los ha debilitado como opción política, como fuerza que juegue para un cambio en Colombia. Dejaron las armas para fortalecerse como opción política, como esperanza de cambio. Pero ha sucedido lo contrario.
¿Y con el ELN?
Ante Garantes Internacionales se firmaron unos protocolos para el retorno seguro de la Delegación de Diálogos en caso de ruptura de las Conversaciones, los que han sido desconocidos por el Gobierno. Con ello se está quebrando un fundamento que rige para cualquier proceso de paz, en cualquier parte del mundo. El responsable en este caso es el Gobierno, los sectores de las élites que están al mando del país y no el ELN.
El Consejo de Seguridad de la ONU, aprobó hace poco una resolución, convocando al Cese al Fuego global en todos los conflictos del mundo a fin de enfrentar la pandemia, en el mismo sentido se pronunció el Papa. El ELN ha respondido a ese llamado de manera inmediata, planteando un Cese Bilateral. El Gobierno en cambio se ha dado por desentendido y se ha negado a facilitar un Alto al Fuego entre las dos partes.
Por último, Duque ha roto el Proceso de Conversaciones que traíamos desde el 2017 con el Gobierno anterior, desconociendo lo que se había construido, unilateralmente optó por no continuar las Conversaciones, lo que ha querido encubrir colocando pre-condiciones para hablar, sabiendo de antemano que ellas no tienen ninguna viabilidad.
La paz es el futuro de Colombia
No obstante, a pesar de las grandes dificultades que se presentan en los caminos hacia la paz, ese es el camino, es preciso doblegar los atranques centrales y abrirle paso a la misma, el futuro de Colombia es la paz y los cambios.
Para acertar en las salidas y propiciar los caminos indicados, se requiere acertar en el diagnóstico y detectar con claridad donde está el mayor obstáculo. Sí no actuamos sobre este, sobre la conducta de quienes han gobernado eternamente el país, este seguirá igual, en cinco, diez, quince años y no se sabe cuántos más, tendremos la misma historia y no habrá paz.
Neutralizar o al menos flexibilizar ese obstáculo, que es inmenso y muy poderoso, requiere mucha fuerza y ello demanda una mayor conciencia y desalienación en el país y así mismo de la confluencia de los sectores y de las voluntades de quienes queremos la paz, los cambios y un mejor futuro para Colombia.
* Delegado al Diálogo de Paz