Por: Roberto Candelaresi
Escenario
Como es sabido y tratado en nuestra columna precedente, el conflicto desatado entre Rusia y Ucrania (con la participación parcial indirecta de la Unión Europea y los inefables EE.UU.), produce afectaciones económicas indirectas al mundo todo. Y, tal como ocurre con todos los conflictos entre actores relevantes, los precios de las materias primas se disparan, particularmente aquellos que producen significativamente los contendientes, tal como los productos agrícolas, ciertos metales, pero muy especialmente los hidrocarburos (petróleo y gas).
En primera instancia, eso beneficia a países petroleros y graneros, en cuanto a su recaudación y balance comercial, sin embargo, como bien lo sabemos en Argentina, y Brasil también, si los precios locales al consumidor no se desacoplan de las cotizaciones de exportación, se IMPORTA inflación. Otro efecto económico significativo de la guerra es la alteración de la estructura productiva de los países afectados. La guerra no sólo afecta al crecimiento económico, sino que también altera la estructura de los sectores productivos del país, tanto de forma directa como indirecta.
En tanto, en las economías de los países neutrales se da – por ejemplo – un aumento de la producción de la industria pesada y de material militar. Y por el incremento internacional de comestibles y energía, suelen establecerse reducciones del consumo privado, que puede incluir el racionamiento a la industria y a las familias.
La crisis en Ucrania demuestra que no solo se afectó las materias primas hidrocarburíferas. También se han visto afectados los precios de productos tan básicos como el pan, la carne o la cerveza y otros, como el maíz, han comenzado a escasear. Si le sumamos otros minerales de la región que no pueden ser colocados regularmente en el mercado, tenemos una crisis de materias primas. Y ello invariablemente genera el proceso inflacionario (el que además se compone por una dosis de expectativas negativas que ofician como profecía autocumplida, y otra parte de especulación con futuros y potenciales escaseces.
El fundamento inflacionario
Sin duda y a causa de la pandemia fundamentalmente, que luego empeoró ‘gracias’ a la guerra, se registran ciertas demoras e incumplimientos de proveedores [de todo origen], que podríamos tratar como una crisis de suministros, y, ello para algunos economistas, es la “justificación” de la carrera inflacionaria. No obstante, analizando el contexto y el dólar, junto a otras crisis, los datos que vemos parecen indicar que hablamos de un problema más complejo, con otras hipótesis.
Hace un año, los stocks rebasaban algunos depósitos fabriles por su lenta venta, hoy ya es todo lo contrario, la inquietud empresarial es no poder reponer sus existencias, a la misma velocidad que las venden. Y ello, en un entorno dónde se han disparado los precios de la energía, las materias primas y el transporte, por lo que muchos productos –si es que llegan–, son mucho más caros que hace pocos meses. De sobreproducción a escasez en poco tiempo. Esto se lo conoce como «crisis de los contenedores», en referencia al encarecimiento y desbordamiento del transporte.
Un poco de historia
Pero, realmente, la escasez y la inflación que comenzamos a ver, ¿responden a problemas coyunturales de algunos sectores? O es un simplismo analítico. De los ’70 podemos extraer algunas enseñanzas – si logramos derribar mitos muy arraigados – para la economía mundial.
Tradicionalmente la crisis del petróleo desatada en 1973 (escasez artificial, pues hubo un “embargo” de crudo a los países occidentales por parte de los productores árabes) que implicó una suba importante de precio del insumo en todo el mundo, que, a su vez, redundó en suba de costos de producción en muchas empresas, que trasladaron a precios de consumo. Se generó una alta inflación. Sin embargo, escrudiñando los antecedentes, se observa que el precio del petróleo paulatinamente ya venía escalando un par de años previos.
Veamos las causas; el sistema monetario mundial se regía desde 1944/45 según los acuerdos de Bretton Woods, que basaban la estabilidad de las monedas acumulando dólares como activo de reserva, y eso era lógico, pues el dólar era legalmente convertible al oro, a una paridad fija [u$d 35 la onza].
Tempranamente surgieron divergencias de políticas monetarias entre la Reserva Federal y los Bancos Centrales de otros países [se pierde autonomía de política económica cuando el valor de la propia moneda depende de una tercera]. Pero las tensiones crecieron cuando, en la década del ’60, por gastos de guerra en Vietnam, los EEUU emitieron muchos billetes y bajaron las tasas de interés, por lo que muchos países comenzaron a canjear billetes por el metálico, una demanda crítica que hizo subir la cotización por la desconfianza, hasta que finalmente, en forma unilateral, se suspendió la convertibilidad del dólar al oro en 1971 [Nixon].
El dólar moneda, desde ese momento sufrió una fuerte depreciación en relación al oro por lógica consecuencia. Pese a lo cual, el gobierno americano seguía ofreciendo dólares al mercado cuyos agentes internacionales ya no demandaba tanto ese caudal.
Ese exceso de dólares que siguió creciendo, hizo que el petróleo aumente su precio, incluso después de haber cesado el “embargo”, por ejemplo, en 1974, cuando la oferta del hidrocarburo se fue ampliando nuevamente. Esto demostraría que cuando la política monetaria de Estados Unidos se hace más expansiva, promueve el ascenso de otros precios. La comprobación empírica a este aserto se verifica por contraste, cuando a fines de los ’70 y principios de los ’80, las autoridades monetarias de Estados Unidos llevaron a cabo una política de corte restrictivo [ralentizar la emisión y subir tipos de interés], allí comenzó una fase descendente de los precios del oro y del petróleo.
¿Qué sucede en la nueva “Era” (siglo XXI)?
En la actualidad, algunos patrones se repiten de aquel periodo inflacionario. Para comenzar, la cantidad de dólares en el mercado ha crecido más de un 30% en el periodo de pandemia. Para financiar la guerra de Afganistán, se bajó los intereses, y enseguida volvió un ciclo alcista en el petróleo y el oro, verdaderos refugios “seguros” en épocas de inestabilidad y beligerancia. El fenómeno se repitió en el periodo 2008-2014, en el marco de la Gran Recesión.
De nuevo, surge una etapa (2017-2019) de mayor restricción monetaria [estabilidad de la base monetaria y suba de tasas de interés], donde se frena el ascenso del metal precioso, y cae el petróleo. La pandemia con la consecuente caída de la economía mundial, causó el intento de contrarrestar la crisis con planes de estímulo por parte de los gobiernos. La Reserva Federal de EEUU estuvo a la par con ese crecimiento rápido de su base monetaria, como señalamos precedentemente.
La novedad es que, en estas circunstancias de alta incertidumbre, al oro en subida como activo de refugio, le apareció un competidor; las criptomonedas. No obstante, se repite un clásico: la suba de los hidrocarburos [petróleo y gas natural] en estos últimos años, después del derrumbe inicial en 2020 por caída de demanda (confinamiento pandémico) y una simultánea demanda de dólares para ‘reservas preventivas’, no para consumo. Hoy los precios superan los valores prepandémicos. Cuando las restricciones se relajan, las economías se estabilizan, vuelve el gasto y las inversiones, y allí es cuando el exceso del circulante presiona la oferta de bienes que, al no poder responder inmediatamente, tienden a subir los precios [inflación].
La política monetaria de Estados Unidos ejerce una gran influencia sobre el costo de la energía. Ese poder se deriva de que (aún) la mayor parte de las transacciones internacionales de petróleo y gas natural denominan sus precios en dólares.
Sabemos que el dinero funciona como parámetro [unidad de cuenta] para medir el valor de los bienes y servicios, entonces, cuando se devalúa (nosotros como argentinos somos expertos); todos los bienes que toman esta unidad de referencia serán más caros. Y esta situación de desvalorización de la moneda yanki se agrava, cuando los mercados quieren deshacerse de sus dólares cambiándolos por bienes. Ese es el verdadero origen monetario de la inflación, aunque sus efectos no siempre son inmediatos y simultáneos, sino más complejo [la velocidad de reacción de los sectores es diferente].
Como sea, si los mercados no demandan el dinero americano, y prefieren el consumo y la inversión, los activos financieros (oro, criptomonedas) reaccionan rápidamente hacia arriba, luego le siguen las materias primas y el resto de los precios de la economía. En un escenario bélico y con ofertas de bienes menguadas, se hace más difícil sostener los tipos de cambio y defender el valor de cada moneda, pero si, además, las finanzas mundiales están atadas a un signo monetario al que sus autoridades emisoras no pueden garantizar su valor, más que «crisis del petróleo» o «crisis de los contenedores», podríamos preguntarnos si el que ha entrado en crisis no es el dólar, así como su hegemonía mundial.
Las estrategias del poderoso Don Dinero y las alternativas emergentes.
Las sanciones económicas por la guerra de Ucrania dieron impulso para la búsqueda de una moneda euroasiática, tanto para Rusia como para muchos otros países que ‘aprenden la lección’, de estar muy expuestos a una moneda sin verdadero respaldo más que poder militar que la sostiene, y su capacidad de imponer sanciones. Sabido es que Rusia, primer productor y comprador de oro en el mundo, acumula reservas en esa especie [y lo secunda China] para en algún momento (el proceso era lento) destronar al dólar como moneda de reserva mundial, y erigirse como alternativas monetarias, tanto el Rublo como el Yuan.
En vista a las abusivas confiscaciones de las tenencias / reservas rusas fuera del país por parte de Occidente, (en nombre de las «sanciones» impulsadas por EE.UU.), Rusia ahora con todo su derecho exige a sus ‘socios hostiles’ que se allanen a pagar en rublos por su petróleo, cereales, fertilizantes, carbón, metales, gas neón y otros productos básicos, además del gas natural, y emplear para esas transacciones bancos de ese origen que operan en Europa, ya que deshabilitaron a esa potencia de emplear el canal de comunicación del mundo financiero internacional [SWIFT].
Occidente intenta aislar a una potencia con gran cantidad y diversidad de recursos naturales, con lo que básicamente provoca aumento fuerte de precios de consumo (como ya se está viendo), y terminará probablemente en una recesión cuasi mundial. O sea, esa estrategia no suena racional pero seguramente es autodestructiva. Incluso se congelaron los bonos del Tesoro que los rusos depositaban como ahorro.
Las sanciones se multiplican, pero Rusia, pese a los perjuicios que padece, no se inmuta hasta ahora. De hecho, los europeos deberán pagar más por el gas norteamericano (que enseguida les ofrecieron desde Washington) y reducir el consumo durante el frío septentrional. En cuanto a los alimentos, también deberán racionalizarlos y pagarlos más caros, como otra consecuencia de la avanzada contra el urso euroasiático.
Liberar las economías europeas la dependencia del petróleo y el gas rusos, aceptando la “asistencia” norteamericana de proveerles gas licuado (GNL, mucho más caro) y ayudarles a una transición hacia fuentes de energía limpias (a largo plazo), implica el fomento de un gran negocio para empresas energéticas yankis a costa del encarecimiento de la vida a los consumidores por un largo tiempo en Europa. ¿Los líderes locales, aceptarán imponer este esquema a sus sociedades?
Parece que los “errores” sobre el manejo del dólar, que ya comentamos y, que produce una decreciente participación como moneda de reserva global, si bien maduran desde hace tiempo, ahora parecen comenzar a precipitarse. Monedas de otros países (el principal, China) van ganando participación como unidades de reserva, pero no la libra, el yen o el euro.
El propio FMI advierte [en un informe] que, con apoderarse de cientos de miles de millones de reservas rusas depositadas en otros países a guisa de “sanciones”, Washington ha cuestionado la lógica del sistema financiero existente, alentando al resto del mundo a “repensar las tenencias de reservas de divisas” depositadas en EEUU.
Estados Unidos financia el déficit con su propia moneda, pero sobre la confianza ajena.
El hegemón tiene un monstruoso déficit de cuenta corriente (u$d 1 billón anual) que financia vendiendo su moneda o captando ahorros mediante sus bonos del Tesoro. La fiabilidad de las inversiones en deuda norteamericana, deviene de; su condición de emisor de esos activos de reserva, y su supuesta inviolabilidad en razón de su seguridad militar.
El hecho de violar esa norma de intangibilidad como ha hecho con Rusia ahora, pero con otros adversarios antes (Panamá, Venezuela, etc.), genera una amenaza para el mismo área dólar, ya que los inversores internacionales, pueden pensar en el riesgo de esas medidas unilaterales impuestas por EEUU, y optar por alternativas de inversión y ahorro. Este “desvío” importa que, en parte, se deje de financiar del déficit americano.
La lección es obvia: si se apoderan de las reservas de una potencia del G20, con solo una decisión de la Casa Blanca, y rompiendo un principio sacro que los bonos eran “dinero inviolable y seguro”, ese precedente es ya una invitación a otros países / actores a diversificar las propias a otro lugar mientras sea posible. Bye bye New York.
La hegemonía estadounidense sobre el llamado “orden basado en reglas” ha evolucionado de un orden militar a un orden basado en reglas financieras o sanciones financieras contra los movimientos geopolíticos. Esto significa que cualquier país que no acepte este “orden” se enfrenta a sanciones financieras por parte del Departamento del Tesoro de EE.UU. Aunque a esto presten conformidad Canadá, Japón, la U.E., significan una absoluta minoría en orden a los habitantes del globo que no estarían de acuerdo con el saqueo.
Basado en esa “lógica”, el presidente Joe Biden firmó una orden ejecutiva para disponer de u$d 7.000 millones del Banco Central de Afganistán, depositados en instituciones financieras estadounidenses y que fueron congelados tras el regreso al poder el pasado verano de los talibanes. O, asimismo, el escandaloso fallo de la Corte Suprema de Reino Unido a favor de Juan Guaidó para administrar el oro venezolano depositado en Londres en contra del presidente constitucional Maduro.
La salida “a la rusa”
Desde el conflicto agudizado con Occidente, por la reincorporación de Crimea en 2014, previendo las sanciones de los atlánticos, desplegó una estrategia para compensar su debilidad financiera frente a las monedas fuertes, y así, fue disminuyendo su exposición al dólar. Por ejemplo, las exportaciones de Rusia denominadas en dólares cayeron del 80% en 2014 a alrededor al 40% en la actualidad. En el mismo periodo redujo sus reservas en dólares a la mitad, cambiando por otras monedas, principalmente el Yuan, y el Euro.
Los intentos de desdolarización son comunes tanto Rusia como China, tanto que redujeron a la mitad sus intercambios bilaterales en dólares (del 90% original). La alianza entre ambas potencias, es militar, comercial, pero en la actualidad (y por imperio de los acontecimientos), se acelera más en la dirección bancaria y financiera, y eso es lo que puede garantizar la independencia de ambos países.
Han creado entre Moscú y Pekín, una red alternativa a la SWIFT y establecido desde el 2019, un acuerdo para reemplazar el dólar con monedas nacionales para los acuerdos internacionales entre ellos. Desde Rusia, el incremento de la inversión en yuanes y bonos estatales chinos, puede ser un impulso estratégico del Kremlin, a fin de alentar al gigante oriental a ser más asertivo al desafiar el liderazgo económico global de Washington.
En el seno de la Comisión Económica Euroasiática, se presentó una propuesta de creación del sistema monetario y financiero nacional para estabilizar los tipos de cambio de las monedas nacionales sino-rusas. Pretenden llegar a un acuerdo para garantizar esa estabilización de divisas y hasta crear una “unión monetaria” similar a la original de la Unión Europea.
De a poco, otros países comienzan a mostrar interés en este nuevo sistema monetario post-dólar. Irán, sempiterno sancionado por Occidente, es un entusiasta. Las conversaciones ya están en India, pero la avidez americana ha logrado que Estados Unidos sea el mayor opositor al área dólar.
Conclusiones
El sistema monetario internacional donde el dólar estadounidense fue la principal moneda de reserva y divisa de referencia en el comercio mundial, parece estar llegando a su fin. Las prometidas estabilidades monetarias en los demás nunca se cumplieron del todo, a excepción para el propio Estados Unidos, que, con el privilegio de la exclusividad en la emisión, dominó el comercio y la economía mundial durante décadas. Pero violando las premisas por las cuales se garantizaban la intangibilidad de su valor y la seguridad de su atesoramiento, se fueron produciendo heridas en la confianza de estados y particulares que hoy, ya son insalvables.
El dólar lentamente se va depreciando, lo que implica que los precios de las materias primas aumenten, algo en principio beneficioso para nosotros, países productores, pero, el peso de las deudas y la necesidad creciente de más divisas, prácticamente neutralizan la ecuación.
El mundo ante aquel declive, marcha hacia el multilateralismo, que es totalmente incompatible con el dominio soberano de una única moneda, a la cual las demás deben estar atadas. Bienvenidas las monedas alternativas que cuenten con real respaldo y respeto a las normas.
Por otra parte, la emergencia de los mercados financieros globales ha alterado sustancialmente la realidad, y el sistema no tiene herramientas (ni instituciones) para controlar eficazmente. Aquellos deben ser regulados, a nivel internacional (consenso entre Estados) para evitar la especulación. Por ello el nuevo camino monetario internacional tendrá que funcionar sobre reglas modernas y actores diferentes.
Los cambios en la arquitectura financiera internacional además de garantizar la estabilidad, deben incluir un mecanismo multilateral de reestructuración de deuda soberana para abordar los compromisos con los acreedores de una manera justa, sin maniobras geopolíticas o de sometimiento. ¡Vamos por ellos!