La integración de oportunidades para el despegue del sur

Por: Roberto Candelaresi

El orden económico global viene padeciendo de una serie de adversidades que podríamos situar como origen en la crisis financiera del 2008, continuando con las tensiones económicas entre las potencias occidentales y el resurgente dragón chino, luego la pandemia con su marca de recesión y/o inflación hasta llegar al escenario bélico actual del este europeo, y mucha fricción en el mar del Sur de la China. En otros términos, la coyuntura actual es de un mundo cada vez más polarizado, donde el nuevo orden mundial se encuentra en pleno proceso de construcción. Fortalecerse para reacomodarse en aquel, debería estar fuera de discusión.

En nuestra región en lo que va del siglo entonces, pasamos de un periodo de relativa bonanza gracias a las commodities, a sufrir vulnerabilidades por cambios del mercado mundial y ahogos financieros por contracciones de ese mercado y altos endeudamientos crónicos de algunos países.

Como es –lamentablemente– histórico, el modelo de inserción internacional que sigue Latinoamérica, es el basado en el extractivismo y dependiente de la inversión extranjera en áreas claves, todo lo cual, si además sumamos las deudas que padecen, reduce sensiblemente el margen de maniobra de sus gobiernos para enfrentar las crisis comentadas o sus consecuencias.   

Un reverdecer de tendencias proteccionistas en las economías atlánticas produjo una desaceleración de la actividad económica, y la crisis financiera también produjo caída de precios de las materias primas, con directo impacto en la región, fundamentalmente porque se traducen en disminución de ingreso de divisas, de capitales productivos y también en recursos fiscales de los Estados, con lo que se pone en peligro la sostenibilidad de ciertos avances sociales de principios de siglo, que habían sido  impuestos por la “liga de gobiernos progresistas”, que ejerció el poder en los primeros 15 años del mismo.

Colofón de la época: el bajo crecimiento del PBI en nuestro subcontinente en los últimos años, o la desaceleración en la reducción de los niveles de desigualdad tan benéficos en la primera década (Argentina, Brasil, Venezuela) y; sus fuertes limitaciones estructurales [debido a la baja diversificación productiva, la elevada dependencia de la exportación de recursos naturales y los altos niveles de desigualdad social que aún persisten] que quedaron en evidencia.

De la crisis sanitaria pasamos sin recuperación total a la crisis bélica, que produjo aumento de precios energéticos y productos básicos, con alta inflación internacional, aumentos de gastos logísticos que baja la competitividad en los productos del sur hemisférico, un impacto por suba en las tasas de interés sobre las deudas, la disminución de la inversión extranjera, y otras calamidades del estilo. Es decir, el aumento del precio de los recursos exportados, sean hidrocarburos, minerales o agroindustriales, son “descompensados” por altos costos en las otras variables y por la incertidumbre en los mercados que toda guerra trae.

Por lo demás, por ser nuestros países fuertes importadores de valor agregado (industriales, tecnológicos, intelectuales e insumos varios) la balanza comercial no siempre es positiva. La energía es hoy tan cara que requiere a veces todo saldo favorable de otros sectores para pagarla. Lo propio con los agroquímicos y fertilizantes que se proveen desde el mercado internacional, hoy con precios prohibitivos. 

Siendo como es nuestra región reservorio natural y pródiga en recursos crecientemente escasos a nivel mundial [bosques, suelos fértiles, agua dulce, litio y otros minerales e hidrocarburos], y, por tanto, ambicionados por potencias involucradas en una pugna de poder económico y comercial, el escenario es complejo, pues las naciones se ven presionados por esa gran disputa geopolítica de orden mundial.

Los grandes actores buscan negociar acuerdos comerciales para garantizarse la provisión de tales recursos o, apropiarse e invertir de manera directa en la producción/extracción de los mismos. Si sumamos a la consideración, que las actividades extractivistas, tienen un límite ecológico, como lo demuestran el agotamiento de hidrocarburos en la cuenca andina, o la grave sequía que actualmente afecta al Mercosur, los gobiernos de la región no deberían descuidar la soberanía energética y alimentaria de nuestros países.

Concertando más que Pidiendo

Ya en este punto podemos concluir que se debería pensar en nuevas estrategias de desarrollo que rompan con el círculo vicioso de economías primarias altamente dependientes en términos financieros y tecnológicos. Si de un nuevo modelo se trata, la relación entre instituciones de cooperación como la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD) [instrumento financiero principal de la política pública de desarrollo internacional de la UNESCO], u organismos financieros multinacionales o países [Estados] “donantes” de ayuda para el progreso [cooperación Norte– Sur], no puede ser vertical como fue en el pasado (y es hoy). Con agendas e imposiciones ajenas a los países receptores, sin margen para definiciones propias de desarrollo ni diseño local de estrategias viables para el beneficio de sus habitantes. 

Como enseñanza de la pandemia, en América Latina se sabe, además, que el mundo central ante una catástrofe prioriza sus propias demandas y los recursos de asistencia son finitos, por lo que no pueden siempre satisfacer las exigencias y necesidades locales. La Cooperación Sur-Sur y Triangular parece ser la solución.

Por lo demás, la AOD en el actual escenario bélico, está bajando mucho en los presupuestos europeos por su redireccionamiento hacia los gastos de defensa, e incluso, se desatiende la demanda de Latinoamérica para enfocarse en otras zonas del mundo en conflicto. La Cooperación Sur-Sur y Triangular parece ser la solución.

Micro Historia

Los gobiernos progresistas de los primeros años del siglo XXI, plantearon proyectos económicos, políticos y sociales alternativos al orden neoliberal, y en ese marco, apostaron por los espacios de integración regional y propendieron con acciones a la Cooperación Sur – Sur, una suerte de rumbo autónomo de inserción, con un enfoque más latinoamericanista y menos dependiente de las políticas económicas noroccidentales.

Luego, una ola de gobiernos conservadores trató de cambiar radicalmente esa visión y desarticuló los espacios comunes, con lo que su resultado plasmado en la 2da mitad de la década pasada, fue el de un mapa heterogéneo y fragmentada la región, que hoy nuevamente se trata concertadamente de revertir, y regenerando la concepción de que el CONJUNTO [Grupo Puebla y CELAC] facilita el enfrentamiento a las crisis externas. 

Métodos y Herramientas

Es a nuestra visión, acertada la opinión de estudiosos del tema de colaboración entre naciones de rangos de desarrollo equivalentes, que predican la conveniencia de un aprovechamiento de la larga experiencia en Cooperación Sur – Sur en nuestro continente. 

Esta modalidad podría emplearse para concretar proyectos de envergadura en el área de la ciencia y la tecnología, definiendo una agenda común de investigación científica y transferencia tecnológica que contribuyan a diversificar la matriz productiva regional. Otro tanto en el campo de integración energética y desarrollo de energías renovables. 

Se puede generar políticas comunes de preservar el medio ambiente y su rica biodiversidad, que significa un frente común para oponerse a la producción agropecuaria concentrada que degrada el suelo, o lo contamina con fertilizantes abusivos. 

Aprovechando la financiación ofrecida por China para mejorar la infraestructura del transporte fluvial y terrestre, destinada a una comunicación productiva y mercantil con el mundo (ruta de la seda), utilizar tal herramienta para fomentar el intercambio intrarregional de productos naturales.

Todas estas actividades de común provecho –y tantas otras – podrían concretarse siempre y cuando existan organismos supranacionales que fijen pautas (soberanía, sustentabilidad, etc.), y enuncien ejes estratégicos para la transición de economías extractivistas a un modelo de economía diversificada y con alto componente tecnológico para insertarse en la era digital que se expande universalmente, y poder así revertir el deterioro de las condiciones socioeconómicas de la mayoría que motiva la conflictividad social aumentada [véase Chile, Colombia, Ecuador y Perú en la actualidad].

Naturalmente que esas propuestas pueden contar con el beneplácito de los muchos gobiernos progresistas, que volvieron a ocupar el poder (formal) en el continente, pero no menos cierto es que las fuerzas de derecha, apenas desplazadas, cuentan con una agresiva oposición discursiva y una paridad electoral que, a nivel parlamentario, tratarán de obstaculizarlas.

Otro obstáculo a vencer, es la tendencia de algunos países de la región a las asociaciones de libre comercio, tal el caso de México, Chile y ahora Uruguay, que contrastan con los principios que deben regir toda mancomunidad de intereses. Y ella es menester para concretar un bloque robusto para enfrentar negociando a las potencias, desde una posición mejor [a escala de los países desarrollados].

Se impone un cambio de paradigma en cuanto al modelo de desarrollo, algo de lo que ya hablamos en nuestro artículo anterior. Por ello, se trata de un asunto de carácter político antes que económico. Comenzando nada menos que por el reemplazo de la OEA (con su tradición injerencista), por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con una visión propia. Seguidamente, el funcionamiento a pleno de la Comunidad Andina (CAN), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), y la renacida Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), para dinamizar la integración cuanto la Cooperación Sur-Sur, primordialmente. 

Si se articula un tal bloque, se puede establecer relaciones horizontales con las potencias globales de Rusia y China, y la emergente India, para mutuos beneficios significativos y para el caso latino, el objetivo de un desarrollo sustentable. Los acuerdos individuales por la diferencia de escala, nunca serán equitativos para los países de nuestra región. El ámbito de los BRICS puede ser propicio, especialmente si se incorpora la Argentina, como es probable en un futuro cercano.

Otra plataforma estratégica es el ASEAN, es decir, ampliar y solidificar las relaciones con el Asia Pacífico, hacia donde se está desplazando el centro de gravedad del poder mundial, pero sin limitarse a los tratados comerciales, sino con una agenda más amplia, buscando construir capacidades (incrementar nuestro capital humano) y la transferencia tecnológica. En esta dimensión, sería prudente no fijar posición “polar” respecto al conflicto ucraniano-ruso, pues pueden dañar lazos de cooperación y relaciones estratégicas. 

Concluyendo 

La decreciente influencia de EE.UU. no puede precipitar distanciamientos que pueden resultar muy costosos, el futuro es siempre incierto, como tampoco inclinarse solamente sobre Oriente, ya que las relaciones de poder y la capacidad de negociación son premisas necesarias siempre, con cualquier otro actor de poder. Es necesaria la definición consensuada de una estrategia regional y organizarse los países en el bloque, en función de aquella.

El abordaje siempre debe ser pragmático, por ello la opción de los lazos de cooperación triangular, parece ser la óptima. Si el objetivo es atender a las necesidades de desarrollo sostenible de la región, toda consideración meramente ideológica debe ser puesta de lado. Esta máxima debe imperar en los organismos regionales, que actúen al interior, a modo de foros útiles para los intereses de TODOS sus países miembros.

Respecto a la institucionalización del proceso integracionista esbozado, cuyo fin ulterior sería el desarrollo sostenible como dijimos, se imponen algunas consideraciones organizativas. En efecto deberán establecerse cuerpos estables (comités, comisiones) para acoger reuniones periódicas multi agendas con objetivos factibles.

Finalmente, la India en una perspectiva más nacional, merece un apartado. En efecto, la relación con esta potencia emergente, si bien es antigua, de ocupar un sitio marginal durante el siglo XX, pasó a ser un socio asiático muy relevante para nuestra agenda en el marco de la estrategia de inserción en Asia Pacífico, con una cooperación fortalecida y creciente en distintas áreas, es decir, más allá de la económica. Incluso en el plano político el vínculo bilateral se ha institucionalizado, a través de acuerdos de asociación, consejo empresarial binacional, etc., mientras el intercambio comercial se incrementa.  No obstante, las exportaciones por ahora, se encuentran fuertemente concentradas por sector y por producto, hoy fuertemente superavitarias para nuestro país.

India ratificó el apoyo para que Argentina ingrese al BRICS, lo que habla del valor estratégico de la relación. La cooperación entre ambos es sobre la base de la complementariedad y en esa perspectiva, la proyección cuenta con mucho potencial para desarrollarse. Por de pronto, en el actual contexto internacional de polarización y tensión global es necesaria la coordinación de políticas en materia de seguridad energética y alimentaria. De concretarse la inclusión de Argentina en el bloque geopolítico, se puede ampliar la relación bilateral, extendiéndola a espacios de actuación internacional, defendiendo intereses del mundo en desarrollo. 

La conexión entre lo global y lo local en la actualidad resulta no ser tan virtuosa como muchos vislumbraban, por eso nos inclinamos a la implementación de cooperación sur-sur, como herramienta para seguir buscando alternativas junto a alianzas de provecho, para morigerar (si no solucionar) los problemas estructurales del desarrollo y, sortear con más protección, las crisis geopolíticas de la transición a la multipolaridad.