¿La era de la no rebelión?

Por: Roberto Candelaresi

Un poco de historia y situación

Desde aquel 2001, destella una alarma encendida en torno al agrietamiento entre la comunidad y sus representantes políticos, un clima de despolitización, que parece haber ser capitalizado por la irrupción de la derecha ultramontana de un «outsider» de la política [partidaria] que, ganando con legitimidad de sufragio el poder institucional, desde su asunción, sin embargo, actúa autocráticamente y sin respeto por las instituciones, poniendo en riesgo nuestro pacto civilizatorio democrático.

Evidentemente hay una visión generalizada en la sociedad, de que el Estado no está funcionando hace mucho tiempo, al menos como la ciudadanía le gustaría que funcione. No abarca esa percepción la totalidad de las estructuras estatales, ya que existen organismos estatales con buen predicamento entre los habitantes como las Universidades Públicas (como quedó demostrado en las recientes movilizaciones de apoyo). U otras entidades, que también gozan de prestigio como valiosas, como son las vinculadas a Ciencia y Técnica (CONICET, CONAE, CONEA, INTI, INTA, etc.).

Hay estudios demoscópicos que señalan que una parte importante de la sociedad, apoya el retiro del Estado de algunas funciones que cree que no son necesarias, o que no están funcionando de manera adecuada. Entendemos que atento a esa realidad, es que el gobierno “anarco libertario” avanza con sus recortes y cancelaciones, y solo se detiene cuando la misma sociedad le pone límites, a través de sus manifestaciones.

Sin embargo, la defensa de algunos derechos y otrora conquistas, parecen no merecer demasiada atención por parte de la población beneficiaria. Dato preocupante desde la perspectiva democrática. Intentemos elucidar la cuestión:

Colectivismo, una categoría en retroceso

La exaltación del individualismo que la contrarrevolución neoliberal ha venido predicando durante tantas décadas, ha forjado a un cierto ethos cultural en occidente, que rechaza, o menosprecia la acción colectiva. Incluso a nivel popular, hoy se advierte cierta desconfianza a algunas convocatorias a movilizarse, incluso en pos de algún derecho fundamental.

Tal vez, solo los sindicatos unidos tienen repercusión con sus acciones directas, por el poder de organización que aún conservan, pero debilitados desde épocas de prosperidad con distribución de riquezas con el doble de cotizantes en sus filas. Detrás, sigue la influencia de los variados movimientos sociales, que reúnen todo un conglomerado (en crecimiento) de pobres, ignorantes oprimidos, o llanamente excluidos como individuos del sistema. Y cerrando el cuadro, partidos de izquierda tradicional muy minoritarios. Las masas así, no están organizadas bajo un único liderazgo

Como consecuencia de la batalla cultural perdida por parte de los estado-intervencionistas o aún keynesianos, muchos individuos categorizados materialmente dentro de esos estamentos semi amorfos, se auto inculpan de su actual condición. Esto último, sumado a la falta de unidad de consignas de protestas y nula organización de coordinación con actores afines, produce por un lado una relativa pasividad popular ante los ataques del gobierno “mileísta” a derechos sociales y económicos –logrados con mucha lucha en el pasado–, que implican un empobrecimiento generalizado y estado de indefensión, o, el ofrecimiento de las riquezas naturales de la nación al “comisionista” mejor postor del capital trasnacional, y por otro lado, las protestas resultan (hasta ahora y a excepción de la «causa universitaria») sectoriales y esporádicas. 

La acción en redes por trolls adictos y, en medios afines (o socios) al poder económico, desinforman o producen silencios adversos al interés popular (de masas). La propensión al consumo de esas fuentes de información es muy alta en las mayorías, y es otra marca del dominio neoliberal. Esta realidad retrasa, debilita o ralentiza las reacciones de protesta a la profunda regresión ultraconservadora (aunque se declare «liberal» en lo económico) del gobierno “anarco-capitalista”. 

En algunos sectores sociales, tal vez la resignación va tomando el lugar que la contestación otrora tenía, claro síndrome del cambio político-cultural sobrevenido. La esperanza, no obstante, de aquellos que no se resignan a ningún «fatalismo», es que se dispare algún precipitador que termine impulsando la rebeldía popular en su conjunto. La agudización de las condiciones materiales negativas puede ser un ejemplo, una crisis financiera [ahorros] que impacte sobre la menguada clase media, otra.

Por contraparte, y para evitar una desestabilización desde el pueblo movilizado, la alianza de (ultra)derecha en el gobierno, recurre a la antigua táctica «divide ac regulae; divide et impera», hace una instrumentación política del odio [generando antipatía o aversión a otros, a quien como “enemigo” se le desea el mal], tal es estilo postulado por Carl Schmitt como esencia de la política, de modo que se verifica hoy un proceso político cultural de naturalización de la crueldad que busca transformar a las víctimas en culpables de su propia desgracia. Un problema incluso antropológico, siendo un agravio al sistema democrático.

De cualquier modo, las explicaciones coyunturales no son enteramente satisfactorias para explicar el fenómeno de la “tibieza” de muchos, ante tantas afrentas. Quizás el conformismo se vincule al hastío de errores de gobiernos anteriores, o la manifiesta endogamia de la clase política (que, entre otras consecuencias, fundamentó gran parte del apoyo a Javier Milei). Pero son solo especulaciones.

¿Manipulación del Psiquismo?

El adormecimiento es palpable, y ya hemos desarrollado en otro trabajo la posibilidad del dominio que tiene la tecnología de vanguardia, en materia de comunicación, la inteligencia artificial, el uso de la Big Data para ‘personalizar’ mensajes, el monopolio de medios para la posverdad, etc., toda ella  aplicada a las redes y motores de búsqueda concentrados, para neutralizar los datos de la realidad del mundo, pero no contamos con pruebas de que estemos sometidos –como país– a algún experimento específico. 

Sin contestación desde la racionalidad, el poder tecnológico no es solo coercitivo o disuasorio, puede hasta cancelar criterios de decisión, y por tanto la libertad.

El otro riesgo para quienes no aceptan fácilmente inclinarse hacia el odio, es la constante invitación a la indiferencia en soledad, lo que implica desentenderse del destino como integrante de una comunidad, no siendo individualismo estrictamente (que reconoce la coexistencia con otros), sino una indiferencia frente a los demás, una suerte de aislacionismo de suma gravedad, en tanto entorpece la realización de lo plenamente humano en el ámbito natural, que es en integración a una comunidad organizada.

¿El Oso estará hibernando? 

Mientras tanto, el Peronismo y sus aliados movimientistas, parecen desperezarse de a poco. Después de una gestión de la coalición peronista [2019/23], con problemas en el funcionamiento de su estructura colegiada de toma de decisiones, donde el socio principal brindó y retaceó el apoyo político, por diferencias de opiniones, se tradujo en administrar la crisis, sin grandes cambios ni trasformaciones. Discusiones que trabaron ejecución de políticas. Sostener el capital simbólico en política es muy importante, pero más lo es solucionar problemas concretos de las personas [demandas sociales].

El Peronismo a nivel nacional hoy es una miríada de partidos provinciales, que apenas comparten algunos principios doctrinarios, al menos como actos de fe, ya que, en la práctica, las lealtades no están aseguradas, y peor aún, el conservatismo que algunos sedicentes peronistas profesan, nos remite a la época feudal (si me permiten la exageración). Es decir, no existe siempre unidad de acción y, la coordinación a nivel federal no está asegurada, por carencia de legitimidad de la mayoría de los dirigentes, a excepción de la Dra. Fernández de Kirchner, que como todos los muestreos sociológicos indican, cuenta con no menos de un tercio de la totalidad del electorado efectivo, es decir, goza de una aplastante adhesión entre las huestes justicialistas, pero como reza la consigna popular: “con Cristina no alcanza, y sin Cristina no se puede”.

Después del gobierno líbero-conservador de Cambiemos, el retorno al poder por parte de una coalición mayoritariamente peronista, no implicó una ratificación de los principios históricos de la doctrina justicialista, al menos no en el discurso oficialista. La vocería del gobierno fue mas bien tenue, sin dar discusiones frente al público, sin desnudar las aberraciones cometidas por el macrismo, al dañar las facultades del estado y a sus entidades, el altísimo (e injustificado) endeudamiento público, y la fuga imparable de capitales al exterior, que dejó en ruinas las arcas públicas, y generó derechos a las corporaciones en detrimento de los consumidores. Todo ello, harto documentado, no era ni siquiera comentado en todos los foros posibles. Solo algunos carteles en campaña. Flaco favor hizo el gobierno de A. Fernández a la posición del movimiento nacional y popular en la “Batalla Cultural”.

La consecuencia hoy es que no toda la sociedad entiende lo que significa retirar al Estado de muchas funciones y actividades. Muchos ciudadanos –especialmente jóvenes– desconocen el rol redistributivo muy importante en la sociedad argentina que tiene el Estado. Tiene un papel muy importante en la ciencia, en la innovación, en la educación, en la infraestructura. Retirarlo es un problema enorme que está invisibilizado por los defectos que el Estado sí tiene.

En la actualidad, y desde hace varios años, el peronismo se tornó un movimiento conservador, ya que no plantea reformas, ni aquellas tan caras a su propia historia como son las atinentes (y necesarias) en el ámbito del trabajo. En efecto, el mercado laboral cambió profundamente en este milenio, y el peronismo no diseñó ninguna reforma, de hecho – y paradójicamente – el radicalismo se adelanta y presenta sus propuestas en la discusión por la Ley Bases en el Senado, por ejemplo.

Pero del lado de la producción, más allá de los incentivos financieros o exenciones impositivas siempre vigentes en administraciones peronistas, nunca se llega a discutir la cuestión matricial que constituye el sistema impositivo. Su condición actual de regresivo, hoy tributa mucho el consumo y la producción, mientras que muy poco la riqueza y el patrimonio. Y en este plano, estamos a la retaguardia de los países vecinos, no ya del primer mundo, al que tanto aspiran unos y otros.

Concluyendo 

Sin dar en la arena política (en público) estas grandes discusiones, el peronismo (y por caso, cualquier otra fuerza opositora al neocolonialismo libertario) se relega a ser más defensivo que ofensivo, y el problema es que la fuerza política que no ofrece reformas, proyectos, utopías, que la sociedad valore, pierde ante otra que sí lo haga, aunque se trate de una propuesta quimérica.

La inconformidad de la gente se amortigua con propuestas nuevas, ofreciendo un futuro. Milei ganó con eso, a pesar de que creemos que la sociedad que lo apoyó no entendió del todo el significado de su proyecto.

La única posibilidad para que la sociedad se rebele y busque el verdadero cambio [positivo para las mayorías], es presentarle un Programa NUEVO con perspectiva estratégica, que nada huela a rancio, ningún regreso a un pasado que ya no existe, sino la promesa de un futuro.