Por: Roberto Candelaresi
Introducción
La política como práctica en la actualidad está en cuestión por un importante sector de la propia sociedad civil, antes que por la intelligentzia misma del conservadurismo oligárquico, (que controla la economía). Pero el Estado, como organización política que regula la vida de una comunidad social, es, como herramienta de control, vituperado, denostado y atacado desde todo ángulo, por parte de corrientes neoliberales que, en expresiones matizadas de la derecha del espectro (liberales y libérrimos), tienen su influencia en la construcción de sentido de gran parte de la ciudadanía.
Pero todas las fuerzas políticas – sin distinción de ideologías – reconocen al Estado moderno y representativo como órgano de dominación, que sin embargo procede con diferente conducta y eficacia si es dirigido por gobiernos populares que cuando lo es por gobiernos reaccionarios. Fuera del marxismo teórico (la práctica universal del Estado comunista resultó en un fortalecimiento dominante de éste y su nomenklatura, y no su desaparición en pos de asambleas proletarias), nadie quiere destruirlo, pero sí amoldarlo a cada ideología.
Nos parece entonces, que más que poner en crisis al Estado per sé, se cuestiona la “ESTATALIDAD”, concepto polisémico y complejo, pero que acá definiremos como noción simplemente asociada a las capacidades desplegadas por el aparato estatal, el sector público o las burocracias. Lo que comprende la política legal-formal que establece el estado de derecho, los deberes y libertades ciudadanas, y a lo que agregamos, toda la estructura que asegura los intereses de clase del Estado y garantiza su mantenimiento en el tiempo.
Digamos para cerrar el concepto, que la estatalidad se construye gracias a la acción de actores estatales como de no estatales. Pues las capacidades del Estado incluyen tanto aquellas legales y normadas por el derecho, como otras de tipo ilegal e informal, que tolera y a veces hasta ampara (por ejemplo, la economía informal, el mercado “libre” de cambios, etc.), siempre como capacidad de articulación y reproducción de relaciones sociales.
Por último, la «estatidad» (“stateness”) según Ozlak, se refiere a un grado de propiedades (conjunto de capacidades) en un sistema de dominación social. Algo mensurable, cuantificable.
El estado del Estado
Para la filosofía política marxista, el Estado está siempre en debate, en tanto fuerza especial de represión de clase. Un poder público con fuerzas permanentes (policía, cárceles, magistrados, ejército). En la filosofía de la praxis, claramente es órgano de dominación que facilita la explotación de mayoría de oprimidos, la clase productora. Respetando esas reflexiones de aquella teoría, en el Estado moderno, claramente no es lo mismo que el Estado se incline hacia una forma capitalista excluyente que hacia una (tendencialmente) inclusiva.
En los gobiernos populares siempre la remuneración al trabajo asalariado, por ejemplo, gana participación (junto con otros derechos) frente a los excedentes. Bajo gobernanza reaccionaria el capital avanza, e incluso, pretende (o amenaza) con un retroceso en términos de derechos. Aquí claramente el ejemplo del Estado como órgano de dominación.
Sin embargo, el Estado puede ser mirado desde otra dimensión, cuando atiende necesidades de sus habitantes (sin distingo alguno), desarrolla una actividad civilizatoria con su trabajo público (sistema de emergencias, policía, sanidad, defensa civil, etc.) en pos de demandas colectivas, o de individuos que carecen de medios idóneos o condiciones para satisfacer una necesidad, en una magnitud que nadie más puede suplir.
En ese orden, tengamos presente un ejemplo universal; la pandemia. Ante la catástrofe social en todo el mundo, y en Argentina en particular, fue el Estado la única institución que permitió aliviar la situación sanitaria, alimentaria, y dándole alguna esperanza a los millones de infectados, mientras que el “mercado” no fue capaz de dar cuenta de las necesidades de tantos enfermos, o peor aún, algunas corporaciones especularon y aprovecharon la excepcional demanda de ciertos productos para hacer pingues ganancias circunstanciales.
Se impone un ejercicio intelectual de valorizar lo antedicho, especialmente por el antagonismo civilizatorio que se despliega a nivel discursivo, pero con el agravante que ese choque se desarrolla en el medio de una campaña proselitista para elegir futuro gobierno.
A un Estado presente y servicial, un campo antagónico exalta el egoísmo, el individualismo, un capitalismo laissez-faire, la motosierra con cadena puesta. El dispositivo comunicativo de la derecha del espectro nacional, es básicamente negador del altruismo, de la reciprocidad, de la solidaridad, de los modos de vida comunitarios.
Esa concepción es una amenaza muy concreta de limitar la estatalidad, las funciones del Estado, reducir lo público bajo consignas de un economicismo ampuloso en apariencias, pero de muy baja calidad [berreta]. Parece la circunstancia exigir al campo popular de conciencia colectiva, un esfuerzo adicional para detener ese mal radical que se presenta, y sostener la emancipación de la comunidad, en defensa de los intereses generales.
La tarea de esclarecimiento no es fácil dado el despliegue de neoliberalismo discursivo que aludimos, que lamentablemente produjo nuevamente un país neocolonial [la Primarización de la economía, los monopolios exportadores, la concentración económica de rubros estratégicos, el señoreo financiero de un puñado de bancos, etc. lo demuestran claramente].
Tal despliegue de construcción de un sentido común que avale y encubra ese STATU QUO, se consuma a través de los medios masivos de comunicación nacionales y globales [conglomerados monopólicos]. Ya no son las instituciones del aparato educativo y cultural tradicional que cumplen ese rol como en el pasado. Por eso, la Derecha actualmente se da permiso para atacar el sistema educativo nacional, que alguna vez fue pilar para el sistema de dominación de la oligarquía conservadora. Ahora se trata de justificar la DESIGUALDAD.
Por la misma razón, las élites neoliberales, ya no requieren los servicios de una clase intelectual (en el sentido gramsciano) como existió históricamente, no necesita científicos ni artistas: le alcanza con distracción y eslóganes. Con los medios comunicacionales promueven la emocionalidad propia del fascismo, antes que la racionalidad analítica.
Eso a su vez explica la consunción de la intelectualidad que acompaña al establishment, en los debates se advierte (desde una mirada analítica y entrenada) la infertilidad intelectual de los panegiristas de la derecha liberal, o peor aún; radical. En el plano de los contraargumentos, los cuadros intelectuales más creativos y formados, pertenecen sin dudas al campo nacional y popular y mayormente provenientes de universidades públicas. Una clara muestra de ello, fuera de los ámbitos políticos, se constata con la mayoría de adherentes a la oferta populista de científicos innovadores, intelectuales académicos y agentes culturales.
El modelo civilizatorio neoliberal exige anteponer el capital y los «mercados» prácticamente a toda actividad humana, siendo entonces prevalente la convicción de que la economía es la medida de todas las cosas –aún de las más íntimas y espirituales–, la racionalidad queda pues subsumida al capital.
La construcción de sentido neoliberal ha sido extremadamente exitosa (desde la última dictadura se impuso sistemáticamente) con algunos impasses. El irracionalismo por sostener los «mercados» ya lo hemos descrito en otros artículos. Y el dato se presenta ambivalente; si bien, como dijimos más arriba existe una pobreza de seriedad intelectual en la derecha, dado que solo requieren la aptitud de redactar eslóganes y consignas (pontificando a la economía), por lo que en la discusión racional siempre resultarían perdidosos, la degradación en la conciencia social y la flaqueza intelectual de muchos ciudadanos [electores], fascinados por los discursos ramplones y simplistas, está muy extendida en la sociedad civil (aunque no llegue a ser mayoría, dato que se desentrañará pronto en las elecciones generales y o ballotage si tiene lugar, como es muy probable).
Mitos y realidades Estatales
Para los que consideran que el Estado sea el motor del desarrollo y vector para mejoras sustantivas en la calidad de vida de la población, el fortalecimiento de las capacidades estatales es la clave. Nunca su recorte o limitación.
Ya hicimos mención a la coyuntura de la pandemia, donde el Estado tuvo que restaurar la estructura estatal ajustada y debilitada en su capacidad de acción por la gestión macrista, para poder hacer frente a la calamidad desplegando acciones y programas ad hoc. Es decir, hubo de revertirse la perspectiva ideológica ‘liberal’ que priorizó los intereses de actores políticos y económicos del MERCADO por sobre los INTERESES PÚBLICOS.
La derecha nuevamente -ahora en la oposición- junto a la crítica mediática concentrada, sin considerar la eficacia de lo hecho por la actual gestión, cuestiona la evolución del empleo público, al que, además, demoniza.
La calidad del empleo en la administración pública, es siempre sostenida por gobiernos populares que impulsan el fortalecimiento de los roles y capacidades estatales, y la capacitación para mejorar la aplicación de las políticas públicas. El permanente ajuste, desinterés por las condiciones laborales y la inmovilidad en la carrera, son en cambio características de los conservadores (o liberales pro mercado) como Macri o Milei.
La Data, no “doxa” (opiniones)
Desde las usinas del neoliberalismo y voceros del establishment, se suelen difundir falacias con respecto a un supuesto crecimiento ‘desmesurado’ del empleo en el Estado. Los organismos oficiales [INDEC, Mrio. de Economía, Secretaría de Gestión y Empleo] tienen datos que contrarrestan aquello esgrimido por esa derecha. Veamos:
La población creció entre 2010 y 2020 un 15%, el empleo general un 12% y el empleo público un 9%. El empleo público se mantuvo estable (decreciendo en términos relativos) en los últimos 15 años. Se redujo personal administrativo, pero creciendo en personal de seguridad, de asistencia social y ciencia y técnica.
En empresas estatales, se duplicó el personal con la recuperación de algunas de ellas para la órbita pública después de las frustradas experiencias privatizadoras, tales como YPF, Aerolíneas Argentinas, ferrocarriles, y áreas de ciencia y técnica. Todas incorporaciones con perfiles idóneos y profesionales.
Desde 1980 la participación del empleo público es estable en relación con el crecimiento poblacional hasta 2022. La expansión como dijimos – balanceadas con otras bajas – se dieron en áreas de servicios sociales, salud, educación y seguridad. Según el Índice de Efectividad Gubernamental del Banco Mundial para 2021, Argentina se ubica en un sitial promedio de 39 sobre 100, con perspectiva de mejora creciente en la prestación de servicios para el bienestar de la población.
Pero no solo debe repudiarse las falsedades o noticias distorsivas sobre la materia en el debate entre los modelos en pugna, sino que también, es menester sostener y esclarecer la noción política del rol del Estado, y las dotaciones óptimas para la gestión pública eficiente, que determinan los organismos idóneos y consultores supranacionales.
Conclusiones
Napoleón al reunirse con Goethe en Erfurt en 1808 pronunció esta frase: Le destin c’est la politique [«el destino es la política»], fue revolucionaria en su momento. Hoy en día, muchos políticos dicen a coro: «el destino es la economía» sin por eso dejar de ser actores políticos, aunque suene a contradicción.
¿Es quizá posible que una sociedad se desarrolle en paz y cooperación, si es el MERCADO [sus fuerzas libremente desatadas con sus leyes económicas en perfecto equilibrio] el encargado de la administración del buen orden de la comunidad y el cuidado del bienestar y la vida de los “súbditos” en todos sus aspectos, dejando solo al Estado el cargo de la lucha contra los enemigos exteriores?
No será acaso, que los que pretenden que el Estado sea solo administración y gobierno, mientras que la POLÍTICA – al estilo napoleónico – se transforme por completo en «policía», es decir en un mero sistema de control, destinado a asegurar en última instancia la prevalencia de la palabra, del sentido común, que profiere y sostiene la élite radicalizada, y lo que es peor, forzar con medidas coercitivas (respaldado por el uso monopólico de la fuerza que desde ya cuenta el Estado y mayorías legislativas coaligadas) la realización de la vocación gubernamental de ese Estado colonizado mercado céntrico, concebido así como «estado de policía».
Si hay voluntad emancipadora en el pueblo, LA LUCHA ES INEVITABLE, para evitar lo que ya ocurre en algunos Estados posindustriales, pero que en estas latitudes se presenta siempre como sin límites morales ni éticos, para imponer sus intereses de clase.
Finalmente, la estatalidad o cúmulo de capacidades del Estado deben crecer y ser vigorosas para la acción social, el equilibrio y el crecimiento, en definitiva, para el BIENESTAR GENERAL, no se debe admitir su cercenamiento, como tampoco, el solo fortalecimiento de sus funciones represivas.
Es la POLITICA la que tiene que determinar la ECONOMÍA y no su ponencia contraria.