Por: Roberto Candelaresi
Advertencia
En nuestro artículo anterior, nos explayamos acerca de lo que se verifica (a nuestro juicio) en la mayoría de los escenarios políticos del mundo occidental, como avance de la ULTRADERECHA y las tensiones que esas facciones generan en el sistema democrático.
La pregunta que subyace ante esa preocupante verificación, es si la propia DEMOCRACIA [en tanto forma de organización social o sistema de gobierno], horadadas sus instituciones y con la polarización de amplios sectores de las sociedades, se halla en CRISIS.
El descontento social generalizado de las mayorías, con su saga de conflictos intensos, dentro del capitalismo del oeste, junto con los colapsos económicos, y la inercia de muchas clases dirigentes para dar soluciones, ¿estarían indicando el fin de una era?
Por de pronto, el mundo (sus gobernantes) enfrenta con distintas recetas o paliativos los problemas universales del capitalismo actual (y por cierto, esto también elude los vaticinios del fin de la Historia, las ideologías o el Estado nación), tales como el estancamiento de los bajos ingresos, la caída de la creencia en el progreso material, la polarización que traspasa el tejido social (y afecta incluso la vida familiar), el crecimiento de las derechas anti sistemas y la consecuente desestabilización de los sistemas tradicionales de partidos.
Si las instituciones representativas fallan en contener los conflictos sociales y son desbordadas por estos, esa erosión o agotamiento –que genera desconfianza ciudadana– ¿no puede convertirse en el pavimento para una salida autoritaria? (Al estilo de tantas distopías de la literatura).
En el ámbito de la democracia, más allá de líderes coyunturales, los gobiernos deben lograr mejorar la vida de las personas que votaron por ellos, si se quiere conjurar el peligro. A partir de esta inquietud es que posamos nuestra mirada sobre las experiencias PROGRESISTAS, que, al menos en el discurso manifiestan preocupación y atención por esa cuestión, y, que vuelven a protagonizar desde el poder en gran parte de Latinoamérica.
Introducción
Es claro que en esta década de los años ’20 del siglo en curso, se extiende por todo el subcontinente, una nueva ola de gobiernos de corte izquierdista, populares o progresistas en esa clave. Pero ciertamente no son semejantes a las experiencias que comenzaron en el primer decenio, que se diera al calor de un clima de época «posneoliberal». Es un “segundo tiempo” en el que los actores han mutado, así como el “entorno”.
En efecto, al parecer tanto los gobiernos de centroizquierda que en los últimos dos años accedieron al poder (Argentina, Bolivia, Perú, Chile o el recientemente electo en Colombia), o, el que cuenta con serio prospecto de recuperarlo como es el caso de Brasil, en Sudamérica, ya demuestran una moderación en sus gestiones –naturalmente con las peculiaridades de cada país, con ritmos y alcances divergentes– y denotan una mitigada vocación de cambio o transformación.
Digamos también, que esas oleadas de giros entre periodos de fuerte implantación neoliberal, y los lapsos de avance de nacionalismos socioeconómicos y emancipatorios, en toda la región, no obedecen a caprichos de la Historia, sino mas bien a circunstancias geopolíticas. Así, luego de las penosas situaciones sociales que resultaran por aplicación del liberalismo implantado en la región bajo el “Consenso de Washington que eclosionaron más o menos simultáneamente en los primeros años del siglo, EE.UU., el hegemón del hemisferio, desde el 2001 dejó de atender su “patio trasero” para enfocarse en medio oriente, lo que restó presión a los sistemas políticos locales y propició unos escenarios aptos para introducir cambios de signo contrario. Así (re)surgieron opciones populares que llegaron al poder, sin mayores trabas, más que las propias de sus condiciones materiales objetivas.
En aquel ciclo, la bonanza económica por los altos valores de los commodities (gran demanda china mediante), rentas que parcialmente se apropiaron los Estados, les facilitó iniciativas de redistribución de las riquezas, que, a su vez, redundó en mejoras sustanciales del estándar de vida en varios países [particularmente Argentina, Bolivia, Brasil y Venezuela] y mejoras en todos.
En el “regreso”, la pandemia, los precios internacionales más volátiles [circunstancialmente altos por el conflicto OTAN-RUSIA], y sus cajas fiscales vaciadas, altos niveles de endeudamiento, etc., contrasta con la abundancia del pasado referido, por lo que los gobiernos enfrentan restricciones para sus despliegues.
Los actores políticos, son hoy distintos. La derecha conservadora que volvió a gobernar, aunque ahora en la oposición, cuenta con muchos medios para trabar el desempeño de los gobiernos populares, que emplea tenazmente, y admitimos con bastante resultado. Esa facción – tal como hemos abundado en otro artículo – se ha radicalizado y si bien, pierde las elecciones, conserva un electorado numeroso, y la correspondiente representación legislativa, por lo que afecta la correlación de fuerzas en la arena de todos los países, condicionando desde el poder real u obstaculizando desde el institucional.
Por ahora, los gobiernos progresistas, se corren hacia el centro y moderan sus proyectos de cambio, aserto también válido para el candidato Lula, que se asocia con políticos de centro derecha para asegurar una amplia alianza de poder.
Caso especial el de CHILE, que, si bien la izquierda progresista ya tuvo oportunidades de gestión, nunca pudo alterar la matriz social, el modelo económico impuesto desde la dictadura pinochetista o su estructura institucional. La novedad del nuevo presidente Boric de ese origen, es que no solo es un emergente de la protesta social más que un cuadro formado en el partido (socialista, por caso), sino que aquellas grandes variables pueden ser modificadas por la nueva Constitución, de cuyo diseño él no tuvo ninguna injerencia, pero al que deberá adaptar sus objetivos de gobierno.
De cualquier modo, de ser aprobada, gran parte de su gestión se deberá dedicar a la difícil transición entre ambos órdenes constitucionales. Tengamos en cuenta que, en el vecino trasandino, para cualquier reforma –como ya señalamos en forma genérica– el oficialismo no cuenta con mayorías legislativas suficientes.
Resumiendo, los triunfos electorales son condición necesaria pero no suficiente para consolidar un nuevo ciclo progresista en la región, o apresurar una definición ideológica determinante.
Nuevo Contexto
El mundo está girando hacia una multipolaridad relativa, pero más notoriamente se configura en lo mediato, una bipolaridad protagonizada por EE.UU. con sus aliados europeos occidentales, por una parte, y, China y Rusia, con eventual participación de otras potencias asiáticas, por la otra.
La vinculación Sino-norteamericana es ambigua; de confrontación diplomática, rivalidad económica y tecnológica, pero de interdependencia total en lo fabril y comercial. Ciertamente también, la rivalidad se manifiesta en un plano multidimensional, donde inevitablemente la esfera de lo militar está latente.
Este indeterminado conflicto, crea las condiciones para que los países latinoamericanos, desplieguen distintas agendas para con cada uno de los rivales. Ofreciendo a cada cual, la fase más conveniente que las relaciones comerciales, financieras y culturales puedan proveer, y así, aprovechar la demanda y el intercambio con esas superpotencias. En ese sentido, una herramienta conceptual que explica perfectamente esa apuesta estratégica es la «diplomacia de la equidistancia» [DDE], ya que, frente a la pugna desatada entre gigantes, toda otra opción como alineamiento o plegamiento son inciertas e infecundas [J. G. Tocatlián dixit]. En esos casos, se trataría de internalizar una nueva guerra fría de la que nuestros países no serían protagonistas, sino víctimas del riesgo implícito.
No alineamiento activo
En definitiva, el contexto cambió y hoy presenta condiciones más hostiles, aunque con alguna posibilidad de aprovechar la oportunidad geopolítica abierta por la disputa entre China y EE.UU. y la coyuntura bélica, por ejemplo. Las fuerzas liberales-conservadoras no lograron enraizarse como hegemónicas, por eso los frentes progresistas deben coordinar programas de reformas que abarquen a todas las “sensibilidades” vinculadas con la diversidad, y las expresiones socioculturales que han emergido, para mejorar sus condiciones materiales, sin omitir, desde ya, a la economía popular que debe “institucionalizarse”. Es así como se conjura el eventual regreso de la derecha agazapada. La verdadera INCLUSIÓN.
Las fuerzas liberales-conservadoras no lograron enraizarse como hegemónicas, por eso los frentes progresistas deben coordinar programas de reformas que abarquen a todas las “sensibilidades” vinculadas con la diversidad, y las expresiones socioculturales que han emergido, para mejorar sus condiciones materiales, sin omitir, desde ya, a la economía popular que debe “institucionalizarse”.
Configuración de nuevos gobiernos de corte popular y su problemática
Los parlamentos en la actualidad, muestran una configuración donde los gobiernos sociales y nacionales no cuentan con mayorías absolutas, y padecen en muchos países –como agravante de su no entero manejo legislativo– de fragmentaciones en las coaliciones gobernantes.
Otro tema, tratado tradicionalmente en la Ciencia Política que es de innegable presencia en los populismos en general, es el problema de la sucesión de liderazgo, toda vez que son conducidos por personas de gran carisma. Se trata de constituir opciones de poder, que trasciendan a los líderes del momento, si la voluntad es consolidarse.
En otro orden, un efecto de la pandemia, es el ensimismamiento de las sociedades, por lo que las demandas ciudadanas se tornan más exigentes hacia los gobiernos locales, antes que culpabilizar a variables foráneas de las condiciones materiales de vida, por lo que, si la respuesta no es rápida y satisfactoria, la fidelidad de los electores se volatiliza. Por otra parte, esa cerrazón de casi dos años, se convirtió en una suerte de repliegue nacional de cada país, afectando las demandas de INTEGRACIÓN que prevalecieron durante la primera etapa secular. Es dable pensar que hoy no contaría con el apoyo popular de otrora.
En la actualidad, los gobiernos ‘de izquierda’ no cuentan con la hegemonía del pasado, de hecho, entendemos que ese hiato es creciente. Ya hemos tratado en otro trabajo, que, en un contexto global marcado por la crisis e incertidumbre, desde el campo social y popular, no aparecen relatos movilizadores, sino que, al contrario, el Progresismo sufre de un debilitamiento de los imaginarios.
Hoy, ante tanta fragmentación en los escenarios políticos de los países de la zona, que producen realineamientos de las fuerzas políticas, las opciones más atractivas parecen estar aglutinadas entre LA VÍA AUTORITARIA [dado que la extrema derecha impuso su discurso sobre el sector conservador] o LA VÍA DEMOCRÁTICA [heterogéneo campo democrático, no necesariamente izquierdista], sin definirse una «TERCERA VÍA», que potencialmente pudiera atraer al nuevo electorado, especialmente al juvenil.
Por ahora, aquellos son los polos de atracción. Esto es potencialmente peligroso, por una crisis política de representación que hoy entendemos en ciernes. Muchos grupos sociales afectados por otra crisis; la económica, condiciona.
Características específicas de las nuevas izquierdas y sus desafíos
A propósito de la HETEROGENEIDAD que caracteriza a las alianzas progresistas gobernantes, es intrínsecamente una fortaleza y una debilidad al propio tiempo. La FUERZA que le otorga la amplitud político-ideológica por congregar expresiones diversas, con algún denominador común (de un estilo democrático), corre el RIESGO de disipar el núcleo programático; su orientación decisiva [Ver Frente de Todos en Argentina].
A veces, la identidad se forja ejerciendo una oposición constante con un adversario, lo que no es problemático, si el marco de fondo es un régimen democrático incuestionado y estabilizado, de lo contrario, sería al decir borgeano «no nos une el amor, sino el espanto…». Las coaliciones triunfantes deben consensuar un proyecto integral, no contentarse solo con ser la «alternativa al autoritarismo de la derecha o del poder fáctico».
Como desafíos concretos podemos enumerar:
- La aceptación de la Pluralidad para conformar los gobiernos, criterio esencial para representar la relación de fuerzas constitutivas de toda alianza, en las distintas responsabilidades funcionales, lo que implica una modificación de cultura política de la mayoría de países, cubriendo así un déficit democrático.
- En el mismo sentido, se debe generar conciencia entre todos los adherentes del oficialismo como en los colectivos opositores, a aceptar la Diversidad de los aliados, aunque esto implique la expresión de contradicciones. [La política se nutre de ellas]
- Teniendo en cuenta los parágrafos precedentes, otro reto de las fuerzas democráticas en el poder, es alinearse con las directivas emanadas por los respectivos Ejecutivos, quienes, sustentados por el Plan de Gobierno consensuado, expresen la voluntad con sus políticas. El respeto a la Conducción. [Liderazgo, no jefatura]
- Sostener el Pragmatismo necesario que permita mantener relaciones de cooperación con dignidad e independencia con los diferentes países de la región, del continente y del mundo, siempre con la sensibilidad de reconocer la voluntad soberana propia y de otros Estados, como inquebrantable, sin perjuicio de los elementos disuasivos coyunturales que siempre existen.
- Después de la ola de reflujo de liberalismo y conservadurismo que literalmente azotó a las economías de nuestros países, retrogradando los avances progresistas y deteriorando la economía en general, los gobiernos populares se ven impelidos a elevar los indicadores de bienestar de la población, y procurar reducir (si no eliminar) la brecha de la Desigualdad.
Conclusiones
Como si hiciera falta agregar alguna piedra más para despejar, no podemos sino nombrar como tarea indispensable de las fuerzas populares en el poder, lidiar con el debilitamiento del Estado de derecho, que el conservadurismo – liberal dejó como legado, al igual que concentración de poder en ciertas áreas y corrupción como gestión pública de intereses particulares. Se trata de Desmontar ese andamiaje, darle un giro al estilo de gobernar y de hacer política, cumplir con la oferta electoral, eliminar el sentimiento de indefensión, hacer que la sociedad recupere la esperanza y dejar en claro que se acabó la impunidad para todos los delincuentes que abusaron del poder. O sea, las alianzas progresistas deben abocarse a desmontar lo viejo y montar lo nuevo, nada menos.
Desde lo operativo, deben impulsar proyectos de desarrollo integral, vertebrando y organizando a actores sociales que hoy no tuvieron o no tienen expresión colectiva. En este escenario, la suerte final de los gobiernos dependerá de la efectividad de las gestiones y de la capacidad de mantener niveles razonables de adhesión sobre la base de las Políticas Comunicacionales.
Si las fuerzas populares no intentan la consecución de esos objetivos, será convertir esta nueva alternancia hacia la izquierda en otro movimiento pendular efímero, alimentado por décadas de descontento con la “casta política”, que además por la frustración, quedaría carente de articulación política y, el nuevo «anti» probablemente lo ofrezca la ultraderecha como sostuvimos en otro texto.
Propuestas y Condiciones
La posibilidad de generar cambios en un sistema político, económico y social, como los imperantes actualmente en nuestros países, depende en gran medida de la voluntad de los pueblos.
La manipulación ideológica (y correlativa desinformación) a que es sometida la sociedad por parte de medios hegemónicos [socios y parte del Poder Económico], y obstáculos ‘legales’ para censurar información sensible a la opinión pública, contribuye a atrofiar el músculo político de los pueblos. A ello, se suman marcos jurídicos conservadores que obstaculizan la participación efectiva de la población en el quehacer político.
Se trata de sistemas blindados contra los cambios de fondo, estatuidos por la derecha conservadora civil o por dictaduras en el pasado, que son difíciles de erradicar sin una revolución, pues las reformas son sistemáticamente obstaculizadas o minimizadas en su aplicación. Naturalmente ello se explica por la excesiva concentración de la riqueza en un círculo cada vez más estrecho y poderoso, cuya capacidad para imponer sus intereses por encima de los de las mayorías viene amparado por una cúpula social ubicua de fuertes ramificaciones en el escenario mundial.
Solo un cambio constitucional con su deriva de nuevo marco jurídico, con conceptos integradores que garantice derechos para el conjunto social, sin excepciones, y, que ayude a depurar las instancias políticas, parecería el remedio fundamental para sortear los males de la hora.