Más allá del paradigma del consenso y el conflicto: El disenso

Por: Roberto Candelaresi

Nos proponemos introducir en esta modesta columna, una reivindicación a una categoría conceptual que ha sufrido afrenta y desgaste de todo tipo en el imaginario social y en su uso coloquial, se trata del DISENSO, histórico motor en el desarrollo de la emancipación social, comburente de todas las revoluciones políticas de la humanidad. Tapado o desvalorizado exprofeso por el poder de las élites, para entronizar a su antónimo; el consenso, ensalzado este último como el mecanismo salvador de las democracias liberales y actual fuente de sustento de las poliarquías. La sociedad consensual que se expandió por las ‘democracias formales’ de Occidente, parece ocultar la real o latente tensión entre sectores (o clases) sociales. Se minimizan los problemas y disimulan las crisis cuando emergen. Demonizan a lo disidente, lo niegan.

La teoría del consenso (aún vigente conceptual y operativamente en muchos países) resultó un estruendoso fracaso, toda vez que los diferentes consensos han terminado estableciendo lo que impone el Neoliberalismo Conservador; mayores injusticias, inseguridad, desempleo, pobreza, marginalidad, menor educación, salud, y deterioro de calidad de vida.

Nuestra visión acerca de la utilidad del disenso como imprescindible en un sistema democrático se asemeja, – sin adherir enteramente – a la postura del reconocido filósofo argentino Alberto Buela, pensador que ha producido un par de textos significativos sobre el particular. Junto a él diremos que lo importante en la práctica del disenso no es la negación sino lo que se niega, dado que esta negación implica un compromiso existencial del disidente. No existe ninguna razón, salvo la conveniencia personal, para que el hombre en sociedad renuncie a sus ideas para hacerlas más parecidas a las del resto. Cerrando este breve introito y a fin de legitimar intelectualmente nuestra postura, citamos al maestro Norberto Bobbio quien sostuvo: «El disenso es una necesidad de la democracia pues es, el que puede hacer posible las promesas no cumplidas de ésta»

Consenso

El consenso es, por definición, un ACUERDO entre los miembros de una comunidad social. Se refiere a principios, valores y normas; metas de la comunidad y los medios para alcanzarlas; los objetivos del sistema político y sus métodos para lograrlos; la selección de líderes; la representación de intereses y los procedimientos involucrados en la toma de decisiones.

A partir de la existencia de creencias compartidas en mayor y menor medida por los miembros de una sociedad surge el consenso. Esas creencias están relacionadas con lo que se percibe, se piensa y se siente con respecto a lo político en sus múltiples manifestaciones: el bien común, el orden social, la hegemonía, la legitimidad, la democracia, el sistema formal de elección y participación de los sujetos sociales.

El consenso es, entonces, un concepto dependiente que impregna todos los aspectos de la vida que pueden influir en la interpretación de la política, desde una idea muy abstracta de las reglas generales del juego político, posiciones asumidas sobre temas esperados, hasta los aspectos particulares de la cotidianidad. Es un concepto que pasa en el tiempo y está profundamente influenciado por él.

El consenso no se establece de manera autónoma, en su constitución intervienen tiempos, espacios, sociedades, instituciones, ideas, grupos e individuos. A fines analíticos, se debe precisar el papel del Estado en la sociedad actual, su función de representación y acumulación, reconocer los límites entre Estado y sociedad civil, y verificar manifestaciones concretas de apoyo hacia un proyecto de dominación determinado.

El consenso parte de una interpretación de la política, contempla en su conformación aspectos subjetivos: creencias, ideologías, representaciones psicológicas, percepciones y atribuciones de significado. También puede incluir una ponderación racional de opciones que maximicen los beneficios de la participación política.

El consenso se conforma, entonces, a partir de una constante evaluación de las demandas y los apoyos al Estado; de la idea de dominación y del sistema de integración. En él se articulan las aspiraciones y las evaluaciones prácticas para constituir una idea de política aceptable para la mayoría de los miembros de una sociedad determinada.

Disenso

En la realidad social (política, económica, jurídica, laboral, empresaria) se producen ‘regularmente’ una serie o un conjunto de situaciones discordantes, disyuntivas entre los actores sociales cuando sus intereses subjetivos u objetivos difieren, y hasta chocan generando incluso crisis. Esas diferencias producidas entre aquellos actores de todo tipo (personas, grupos y organizaciones, hasta grupos de organizaciones), les provocan efectos de cambio de pensamiento, de emoción, de relación entre ellos, e incluso de comportamiento de alguno los que participan en una situación. A eso se llama “disenso”.

El “disenso”, como mecanismo social de cambio, puede estar construido sobre bases racionales (argumentaciones cruzadas entre los actores sociales, es decir, una “controversia”) o sobre expresiones y acciones emocionales intensas (miedo, ira, agresión verbal o física, generando desde una situación de “riesgo” hasta un hecho de contagio grupal o “conflictividad”). Cuando el desacuerdo o “no consenso” tiene formas concretas de expresión, y existe “masa crítica” (cantidad, calidad o fuerza acumulada de los disidentes) se puede gestar una crisis, que puede poner en peligro el equilibrio de poder del statu quo de la estructura social de la que se trate. Allí podemos constatar al disenso como mecanismo de cambio.

Naturalmente, no todas las situaciones son susceptibles de convertirse en “crisis”. En el marco de diferentes formas de problemas sociales o de situaciones de disenso, es necesario observar la realidad distinguiendo entre los hechos o acciones de disenso que impactan real o potencialmente como una crisis y aquellos que sólo activarán emergencias (urgencias, apuros, contingencias). La diferencia entre una emergencia (que afecta el sistema de gestión) y una crisis (que impacta sobre el sistema de poder de la organización) es neurálgica para el análisis político, terreno en el que más adelante nos adentraremos.

Mientras que la emergencia es el resultado del efecto de una situación de disenso sobre el sistema de regulación o de gestión, la crisis, objetivamente considerada, es consecuencia del efecto de un hecho de disenso sobre el sistema político de la organización. En definitiva, digamos que, visto desde la teoría del caos y de la complejidad – el arbitrio y la imprevisibilidad subyacen la experiencia humana y, todo está conectado en forma reticular – , el disenso siempre debe ser tenido en cuenta tanto en el análisis teorético cuanto en el proceso de decisión [del liderazgo en la organización, empresa, agrupamiento, comunidad, etc.], ya que más temprano que tarde, tendrá algún impacto sobre los sistemas de la misma (sistema político, sistema de gestión y sistema cultural de la asociación).

Problematizando el vínculo entre términos

Cuando hablamos desde la noción básica, diremos que el consenso crea colaboración y concordia, lo que es un valor en sí mismo, y además un importante valor instrumental. Hay materias en los que los individuos endurecen sus posiciones y se generan muchos y fuertes puntos de desacuerdo. A nivel cultural en las sociedades modernas, se está produciendo una especie de idolatría del consenso en la esfera del debate privado, que es preferido al tradicional procedimiento de la votación, por ejemplo. El consenso a veces, crea una falsa sensación de unanimidad, cuando no alcanza el grado de certeza, sino el de opinión dominante. La votación, con todas sus limitaciones, es más sincera en su lenguaje numérico.

Consensuar, llegar a acuerdos, es una acción racional y muy humana, que puede ser, muchas veces, una estupenda manifestación de humildad intelectual y de respeto hacia las personas y las cosas. Pero puede ser, otras veces, a pesar de su apariencia atractiva, un acto violento o una trampa letal, una deslealtad hacia uno mismo como agente moral, un autoengaño, una claudicación ética.

Porque si bien es profundamente humano, inteligente y deseable ponerse de acuerdo con otros en la concordia y la racionalidad, es deshumano traicionar deliberadamente el altar de la propia conciencia, hacerse cómplice, por no darse un mal rato o por no darlo, de lo falso contra lo verdadero. El consenso genuino se refiere al acuerdo, que se alcanza tras un discurso racional entre quienes componen un grupo o corporación, de tener una cosa por cierta o valiosa.

El verdadero consenso es moral, racional, dialogado, alcanzado después de sopesar las razones, de considerar los pros y los contras de cada razón, propia o ajena, de intercambiar argumentos, de acercar posiciones, de desear sinceramente el acercamiento y el verdadero acuerdo.

Pero no todo lo que reluce como consenso es oro. Junto a esas formas activas y responsables de consenso, hay otras pasivas, nacidas de la alienación, de la falta de imaginación, de la inducción mediante premios o castigos, de sometimiento ciego y acrítico a la autoridad de los expertos, de cansancio para seguir debatiendo, por evolución casualmente convergente, por renunciar a vivir en la disidencia. Esos son ejemplos de consenso no moral. Son consensos en sentido físico, factual, no ético.

Ello nos abre la perspectiva del signo contrario para explorar, el «disenso», ya que desde el punto de vista lógico ambos son términos relativos uno a otro. Hemos caracterizado ese concepto en el sentido lato, pero abordamos a continuación desde una mirada social y politológica crítica.

En efecto, se precisa el disenso para teorizar críticamente una sociedad dependiente como la nuestra, cuyo “mainstream” tanto en las ciencias sociales como en la producción del pensamiento, es permeables a cierto pensamiento único y se constriñen por criterios de “corrección política”, fruto de modas generadas en países centrales y elocuente signo de colonización intelectual.

En la segunda mitad del siglo XX, se impuso en las democracias occidentales la teoría del consenso, propulsada por el neo marxista Jürgen Habermas de la celebérrima Escuela de Frankfurt. Mediante su Teoría de la Acción Comunicativa, postulaba que, dada la complejidad social y crecientes desigualdades en el seno de la sociedad posindustrial, emergen mayores retos para la democracia, que se superan creando nuevos foros y asambleas, donde los ciudadanos deliberen y discutan juntos, (conocida como “democracia discursiva”), para llegar a un consenso democrático para resolverlos. Esta metodología fue avalada por instituciones “cultas” con lo cual se logró legitimación en la sociedad.

Operativamente significó que, a efectos de lograr estabilidad social y política en occidente desarrollado, y, como fundamento moral para darle un sustento ideológico, se produzca “el consenso o acuerdo de los grandes partidos políticos”, a la sazón un acuerdo de gobernabilidad entre las élites de los partidos mayoritarios, en asociación con las clases dominantes en cada país. Ello, al no incluir mecanismos de monitoreo social y herramientas plebiscitarias excluyendo a las mayorías sociales, significó una democracia menguada, pues la representación democrática se vio relativizada, y deviniendo el sufragio en una suerte de farsa, pues solo cuando la ciudadanía es convocada al voto, es para justificar decisiones ya tomadas por los detentores del poder. A esto se le debe sumar que hay una teatralización asimismo en la sociedad civil, donde existen todo tipo de mesas de consenso social, que en realidad – siendo patrocinadas desde el mismo poder – retocan algunas condiciones de la vida social, pactan derechos menores, acuerdan esfuerzos, etc. pero no más que cosméticos (desde la perspectiva de la política profunda).

Pasando en limpio; el pluralismo social en occidente (pues el sistema se irradia al resto de los países por la ‘globalización’) se ve resentido, y los cambios producidos por esos consensos, no pasan más que por un banal gatopardismo. Sin embargo, al ser presentado como acuerdo de partes para el logro de lo que se supone es una finalidad común, gana prensa. Por otra parte, todo ello está impregnado naturalmente de ideología, sin embargo, se omite (desde los medios, o de la academia) pensar sobre la ideología subyacente porque de hacerlo, corre riesgo de ser criticada, por ello se encubre como verdades socializadas por medio de ese asambleísmo tan estimulado.

Contrariamente a la disidencia o crítica, se la presentará siempre como un sector “no conformista con lo dado”. Para contribuir a esa mala prensa, digamos que el disenso estuvo descreditado teóricamente, toda vez que como adelantamos más arriba, se impuso el consenso en instituciones “serias” (universidades, centros de análisis, foros y organismos supranacionales, etc.) como talismán del progreso y de la armonía.

EL disenso en cambio, puede ser la causa agente de la teoría crítica postmoderna, que no solo cuestione el pensamiento único y políticamente correcto, sino que mediante su práctica existencial ponga en vilo al orden constituido [statu quo vigente]. Mediante la crítica disidente, se habla de quien detenta el poder, se cuestiona, todo lo contrario, a un marco social ‘de consenso’, donde la gran prensa habla de asuntos culturales o a lo sumo de ingeniería política, por ejemplo, respecto a la crisis de representatividad política, que como vimos es una consecuencia de esta sociedad del consenso (acuerdos entre élites, sin preservar derechos y materialidades de las mayorías) que desdibuja a la Política como herramienta de poder y transformación, se proponen medidas circunstanciales, v.g. voto electrónico, listas nominativas, prohibir reelecciones, etc., pero nunca se ocupan del Poder (son parte de él) o el modo de dominación, que es el verdadero meollo del problema. Esto se debe a que, en este marco consensual, no de desarrolla un pensamiento crítico, sino uno conformista. No obstante, se presenta como crítico a la ‘situación imperante’, para ello adopta consignas de vanguardia, de modernidad. Propone debates necesarios y justos (minorías, género, etc.), pero nunca de fondo.

Desde el disenso se ven las crisis no como una falla de los medios, sino por la anulación de la política, en tanto constructora de las decisiones políticas con la soberanía del pueblo, dado que ha cesado el principio de soberanía popular (democracia pura) toda vez que tales providencias se toman desde los centros de producción de sentido para favorecer a los dominantes (que incluso suelen no ser locales)

Ante el discurso homogeneizador, al expresar la opinión de los menos, de los diferentes, el disenso cumple una función ético-política. Es por eso que el pensamiento disidente debe hacer un doble esfuerzo, a) ser aceptado como pensamiento stricto sensu por la opinión publicada, y, b) debe reflejar la complejidad de la realidad político social.

El pensamiento consensual –discursivo e ilustrado– genera un nuevo nominalismo queriendo zanjar las diferencias con palabras (por ejemplo, usando un léxico transgénero) y no a través de la preferencia o postergación de valores, como lo hace el disenso. Solo critica los llamados políticamente no correctos, o situaciones sociales que no encarnen los ideales ilustrados de igualdad y democracia. No se admite otro que modelos “socialdemócratas”. Para los disidentes; el silencio.

El disenso y su praxis

El disenso efectivizado, por canales públicos, en los foros de genuinos debates, en su libre expresión, abre espacios para el verdadero Pluralismo Social. Hoy solo se permite incluso con cierta violencia acotada, voces disidentes, movidas localizadas que platean cuestiones sectoriales.

El poder político a nivel discursivo siempre pretende transformar el disenso en mera transgresión, con eso logra el doble propósito de: desprestigiar a los ‘desordenados’ y marcarles que aún así, no sacan los pies del plato. Vajilla de su propiedad, claro.

Los debates propiciados bajo el poder y en el marco de lo consensual, se traducen en un “falso diálogo”, pues esconde las diferencias de las partes y los intérpretes, amén de no hacer lugar a todo aquello que cuestione las bases de sustentación del sistema de poder. En lo formal, aparecen como dialogando entre iguales, lo que se conoce como tolerancia liberal puesta en escena, pero es solo una parodia del otro como un igual y un simulacro en la política, sin embargo, y otra coincidencia con el mencionado Buela es que; la única igualdad posible en un diálogo abierto y franco es la diferencia, o sea en el marco del disenso.

Se debe tener por cierto, o al menos es un postulado de nuestra tesis, que la idea de consenso no es neutra sino ideológica, y como tal instrumento de dominación, o sea la noción forma parte de un conjunto de ideas que enmascara la voluntad de poder de un grupo, clase o sector.

Se trata entonces de identificar los artificios de las democracias occidentales, que bajo el engaño del dialogo, el consenso y la concordia han estado imponiendo a todo ritmo los dogmas del mundialismo, de ideologías de minorías y la tiranía de lo políticamente correcto, para lo cual se requiere elaborar una teoría capaz de contrarrestar el fatal consenso, únicamente posible con libertad intelectual, con raciocinio propio, descolonizado diríamos.

A partir de esa toma de conciencia, se debe pensar y actuar desde el pensamiento propio, aprovechando nuestra condición de “marginales” en el concierto mundial, para rechazar ese pensamiento que pretende ser cada vez más único, que da sentido a la globalización del capitalismo financiero y poder alejarnos de su “orden”. Desconfiando de todo lo que es “políticamente correcto”. Incluso actuando contraviniendo a los conformistas locales que pretenden solucionar los problemas reales, con nomines, mediante la plática, no la acción directa a partir de un pensamiento esclarecido.

La batalla cultural solo estará ganada cuando la disidencia se tome como virtud y no como fuente disruptiva del orden establecido, aunque el agite nos mueva de nuestras zonas de confort. El contrato social por el cual aceptamos ser gobernados, hace rato está roto. Solo quedan las democracias discursivas. El combate es arduo porque hay que limitar o neutralizar los efectos adversos de los medios de comunicación y de poder modernos, mientras se construye una teoría crítica que será marco de referencia con tradición propia para alejarnos del proyecto de la falsa democracia, y de su influencia.

El disenso debe ganarse desde la sociedad civil o comunidad organizada, donde además ha de reinstalarse la solidaridad, el verdadero reconocimiento del prójimo, hoy perdido [desconsiderado] en la sociedad posmoderna y secularizada [sin valores], antes de llevar el combate al Estado. Un estado parcialmente colonizado cuya burocracia no siempre responde a las consignas de gobiernos populares, y que, sin embargo, su burocracia jerárquica con intereses propios, se adecua rápidamente al statu quo.

Emplear o al menos defender al disenso, creemos es un lúcido intento de restablecer la soberanía social, como fondo imprescindible a la soberanía política. Esta cultura del disenso, por medio de su enjundia crítica y su racionalidad propositiva, restituye la democracia a su sentido originario. Con verdadera libertad de todos los habitantes, su derecho de pertenencia y participación como fundamentos de una comunicad organizada y no de individualismos e igualitarismos abstractos, como en el caso de las democracias modernas.

Finalmente, a modo de cierre; el disenso es la condición necesaria para el verdadero diálogo, y por tanto es la posición contraria al dogmatismo de lo políticamente correcto, dogmatismo al que no se llega ni por un acto de fe, ni por un acto de uso libre de la razón, sino mediante la imposición de un falso consenso reflejo de lo políticamente correcto.