Diplomacia de la imposición

Por: Roberto Candelaressi

El nuevo Marco Estratégico de los Estados Unidos para el hemisferio occidental. Doctrina de las relaciones de EEUU con América Latina y el Caribe. La coacción persiste.

Tres meses antes de la elección presidencial de EEUU del año pasado, el Consejo de Seguridad Nacional presentó el documento “Nuevo marco estratégico de los Estados Unidos para el hemisferio occidental”, siendo este documento complementario de la Estrategia Nacional de Seguridad, iniciativa que fuera aprobada en 2017 y vigente (a menos que formalmente se la reemplace, ya que constituye una “política de Estado”).

Ambos documentos fueron eliminados del portal oficial del gobierno estadounidense durante la semana posterior a la asunción de Joe Biden. El cambio de mando exigió su revisión, suponemos.

Enunciaba que el gobierno estadounidense Seguirá liderando en organizaciones internacionales y foros multilaterales (¿?), lo que provoca cierta perplejidad, porque en los últimos años, el grande del norte se fue retirando de muchos organismos multilaterales, o restándoles su (decisivo) apoyo. Sin embargo, ya se advierte un cambio de rumbo y, bajo la nueva administración de Biden, retornan progresivamente a tales entes, foros y acuerdos internacionales.

Surge como novedad y para nuestro particular interés, su tratamiento especial a Iberoamérica. Pero, habiendo reconocido expresamente anteriormente que China y Rusia son potencias que desafían el poder, la influencia y el interés norteamericano, estiman ahora que deben protegerse en la región continental de esos actores externos “que ejercen una influencia maligna”. Por eso, hay un “regreso a las Américas”. No obstante, es muy simplista hablar de una “actualización” de la doctrina Monroe en el siglo XIX o la doctrina de Contención del siglo XX. El mundo cambió hacia una realidad mucho más compleja que aquellas épocas, cuando fueron proclamadas.

EEUU, según su interpretación, se convenció de que la apertura económica o libertades comerciales de las que goza China desde hace décadas, no influyeron en el tipo de gobierno chino (para democratizarlo), ni impide sus prácticas predatorias, o trampas de deudas que ahora hábilmente despliegan para con otros países de menor peso. Terreno por lo demás harto conocido por el hegemón, por cierto. La sola mención (reiterada por lo demás) a una potencia oriental, dentro del contexto de un hemisferio que no le pertenece, indica la preocupación del imperio por actores ajenos en su área de ‘dominio’. Un déjà vu de la era de la Guerra Fría, donde el deseo de los funcionarios yankees era evitar que América Latina caiga en manos de la URSS.

Hay una cita autocomplaciente para el gobierno (norte)americano en el prólogo al Marco Estratégico, y es por haber garantizado la paz y la prosperidad en la región, y alude también con un inquietante párrafo relativo a los abundantes recursos naturales de la región, incluidos los combustibles y los metales preciosos.

Es decir, nuestra región vuelve a adquirir relevancia para Estados Unidos, por la misma razón por la que lo hizo cuando se enunciaron las doctrinas citadas ut supra: nuestra relevancia deriva del objetivo de limitar la influencia de potencias extra hemisféricas en una región que ha estado históricamente bajo influencia estadounidense.

Cuando expresan sus metas (las hay de naturaleza Geopolítica; Económica; Institucional; Militar; Ideológica), se orientan a asegurar el Hogar Nacional (Homeland) y su esfera de influencia, definiendo que las relaciones con sus vecinos se fondean en la propia seguridad geoestratégica. América Latina y el Caribe –asegura el Marco– es un espacio de la incumbencia absoluta de Washington, y eso implica disuadir otros tipos de poderío internacional ajeno a su control.

W. H. Taft, a la sazón presidente de EEUU en 1912 pronunció una temeraria frase:

“No está muy distante el día en que la bandera de EEUU flamee en tres puntos equidistantes para señalar nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro por virtud de la superioridad de nuestra raza, así como ya lo es nuestro, en términos morales”.

No existe en el documento alusión directa a los problemas apremiantes de la región, como su desigualdad socioeconómica, carencias de infraestructuras, atrasos tecnológicos y ausencia en muchos países de desarrollo industrial alguno. Solo se prioriza la seguridad ‘doméstica’ y el control geopolítico para garantizar el bienestar de los estadounidenses.

Paradójicamente, su rival asiático, sí ofrece a toda Latinoamérica, la posibilidad de comercios e inversiones, e incluso, asociaciones estratégicas para el crecimiento y desarrollo.

En otro acápite, orienta a la promoción de los “mercados libres, que al expandirse traerán crecimiento”. Esa “libertad” naturalmente se opone a cualquier regulación soberana que pudieran adoptar los países en resguardo de su capacidad productiva, o de reservas de áreas de desarrollo estratégico. Solo menciona la imperativa garantía que deben tener las cadenas de suministros de los mencionados “abundantes recursos naturales de la región…”, asegurándose su provisión para -en general- su procesamiento, por parte de empresas monopólicas norteamericanas, o de fondos controlantes de origen financiero, tanto para la producción, cuanto su comercialización.

En otras palabras, esta directiva asegura ventajas para sus inversiones, pero condenando a la región a actividades extractivas lo que implica un statu de primarización económica. Es por ello, que la propaganda yankee en América latina, siempre socava ideológicamente el necesario fomento de políticas proteccionistas de los gobiernos locales. El despegue económico de algún rubro, sería una afrenta al señorío de alguna multinacional que domine ese mercado.

Tanto éxito ha tenido la tradicional política estadounidense en la materia, que, por ejemplo, la inserción de A. Latina y el Caribe en el comercio mundial, en la actualidad, no llega a la mitad de la participación que alcanzara en 1955 que fue un 12%. La creciente reducción es elocuente.

Un aspecto proverbial de la doctrina norteamericana sigue incólume en la esfera institucional. En efecto, el M.E. considera como sistema democrático todo aquel que no cuestione su hegemonía. Por tanto, Nicaragua, Cuba y Venezuela, no son valorizados como países democráticos, los que deben ser hostigados adecuadamente, hasta torcer sus voluntades.

Conforme su relato, los EEUU no desarrollan la autoconciencia sobre el rol desestabilizador, de extrema injerencia e ilegal que a través de su actividad ‘diplomática’ despliegan sobre la región, afectando (socavando) las cíclicamente renacidas democracias continentales. Su sempiterna alianza con élites oligárquicas locales los condena a una mirada siempre sesgada por los intereses de una minoría aliada y monopólica.

Para minar todo proceso soberano, Washington apela en la actualidad básicamente a dos herramientas: el LAWFARE institucionalizado (connivencia con magistrados corporativos), y la cooptación de fundaciones, organizaciones de la sociedad civil y centros de estudios -todos con capacidad de lobby-, a través de redes “solidarias” para el bien común, entes de “asistencia”, fondos en becas, etc… (USAID, Red Atlas, NED: National Endowment for Democracy, IRI International Republican Institute, etc.).

El primero; a fin de desplazar dirigentes populares en general y anti-imperialistas en particular de la buena consideración pública. Con el segundo instrumento, producen una desestabilización financiada del orden político y de su autonomía.

Pese a las evidencias históricas de tal gravoso comportamiento del hegemón hemisférico, en una actitud propia de primogenitura, el documento reputa como influencia política maligna todo nexo de A.L. y el C. con sus adversarios emergentes tal como China y Rusia, desconociendo la capacidad de las democracias latinas para establecer relaciones autónomas con tales potencias.

No ajeno a ello, podemos colegir, se inscribe la actitud intimidatoria del despliegue naval de la 4ª flota frente a Cuba y Venezuela durante el 2020 (violando las ZEE de esos países), o incluso, la ‘visita’ no autorizada de un submarino nuclear en el mar argentino, realizando un ejercicio militar en combinación con un avión inglés basado en Malvinas, y, la reciente presencia de un patrullero de la Guardia Costera (USCG Stone) con pretensiones de vigilar nuestras aguas territoriales del Atlántico (no se lo autorizó a atracar en Mar del Plata).

Sus tácticas para preservar su influencia en nuestros países no se agotan en cooptar “referentes” comunicacionales, o financiar ONG ‘acólitas’, ni la “capacitación” de magistrados y académicos, todos para expandir o sostener la comunidad regional de socios con ideas alineadas con el sistema de dominio y el neoliberalismo como cosmovisión. También hay que resaltar el uso por parte del ‘imperio’ de las TIC y, sobre todo, la vinculada a la Inteligencia Artificial y la Big Data en la nube, -ciertamente con el concurso complaciente de las empresas operadores de plataformas (Google, Facebook, Amazon y Twitter, entre otras)- para aventajar a sus competidores económicos, pero mucho más significativamente, su empleo para la manipulación comunicacional e informativa, soportes esenciales del control social.

Conclusiones

Como se advierte, el resultado exitoso de la potencia dominante consiste en minimizar el desarrollo autónomo de los países de la región. Nuestro país, gracias a una tradición fecunda de ciencia y técnica (pioneros en muchas áreas a lo largo de la historia), y un capital humano considerable, se encuentra mejor posicionado que la mayoría, para progresivamente desconectarse del manto imperial. Quizás incluso una vez más, erigiendo un ejemplo que pueda apalancar otras voluntades vecinas en el camino de la emancipación.

La nueva administración demócrata puede resultar en beneficios para géneros, grupos, minorías en definitiva, una reconsideración hacia el cambio climático, y la preservación de la naturaleza como un objetivo a lograr, una actitud más diplomática en sus relaciones, un regreso al diálogo, etc., pero, nada hay en la prolongada historia de gobiernos demócratas que nos permita vislumbrar un vínculo menos ‘tóxico’ y más equitativo. El poder del establishment transnacional, se proyecta por encima de la oficina oval instando a no perder influencia en su “patio trasero” y menos ser desplazado por la superpotencia emergente, esto equivaldría a adelantar su desmoronamiento. Estemos alertas.