Por: Roberto Candelaresi
PARTE I
La UNIÓN EUROPEA es un imperio liberal, y está a punto de caer, advierte Wolfgang Streeck (del Instituto Max Planck). Según este autor, la posición de “hegemonía imperial” pertenece a Alemania, a la que le resulta cada vez más difícil cumplir ese papel. Cuando el Reino Unido decidió abandonar la UE (Brexit), desde la perspectiva alemana esa partida podría haber socavado la disciplina imperial, ya que otros países insatisfechos con el “régimen imperial” podrían haber considerado irse también. Gran Bretaña paga un alto costo por esa desunión, pero no quiso quedarse sin concesiones.
Estimando la lucidez de este agudo investigador, basamos nuestra percepción utilizando al menos parte de sus observaciones y posiciones teóricas para caracterizar el “viejo mundo” en la actualidad, con la pretensión que mas tarde, nos de sustento a nuestra ‘tesis’. Rusia, es vista como todo lo que el resto de Europa no es, en el sentido cultural e ideológico político. Frente a la crisis del capitalismo financiario que, según nuestra visión se está gestando, el señorío (neo)liberal de la alianza atlántica [Europa occidental + Norteamérica anglosajona] encuentra en esa potencia un perfecto enemigo para confrontar y revitalizarse, haciendo en el transcurso negocios, por supuesto.
Usando el concepto de imperio liberal de Streeck, digamos que la Unión Europea se trata de un bloque de estados estructurados jerárquicamente, que se mantienen unidos por un gradiente de poder desde un centro hacia una periferia. En el centro de Europa “Core Europe” (Kern Europa) se sitúan Alemania y Francia. El primero siendo más poderoso, suele ceder en las formalidades la posición al segundo. Francia así obtiene una fuente de poder gratuita.
Tal como su aliado americano [EE.UU.] en cuanto a lo hegemónico, Alemania se concibe a sí misma, y quiere que otros compartan esa visión, como una hegemonía benévola que no hace nada más que difundir el sentido común universal y las virtudes morales a sus vecinos, a un costo para sí mismo que, sin embargo, vale la pena soportarlo por el “bien de la humanidad”. Una suerte de “destino manifiesto” estadounidense.
En el caso germano-europeo, los valores que legitiman su dominio, son los de la democracia liberal, el gobierno constitucional y la libertad individual, en resumen, los valores del liberalismo político. Sobre aquellos mismos, se yerguen los mercados libres y la libre competencia, es decir, el liberalismo económico. Si bien esta escala axiológica es compartida por sus asociados, se reserva la prerrogativa como centro hegemónico, de dictar como se deben aplicar en situaciones específicas. Eso demuestra una especie de señoreaje político de su periferia a cambio de su “benevolencia”, v.gr. toda vez que alguna crisis de balanza de pagos aparece en el contorno europeo, suelen asistir fondos alemanes al rescate. Oportunos, pero no gratuitos, sin embargo.
Preservar las asimetrías imperiales requiere arreglos políticos e institucionales complicados. Los estados miembros no hegemónicos deben estar gobernados por élites que consideren el centro con sus estructuras y valores particulares, como un modelo a imitar en su propio país o, en todo caso, deben estar dispuestos a organizar su orden social, político y económico interno de manera de hacerlo compatible con los intereses del centro en mantener unida su autoridad (o dominio).
Tal como la experiencia estadounidense enseña, mantener élites afines -esenciales para sostenerse imperando-los alemanes y franceses afrontan costos en términos de valores democráticos, recursos económicos e incluso vidas humanas. O sea, proveerán medios ideológicos, monetarios y militares (eventualmente) para sostener a los gobiernos “leales” contra sus oposiciones locales.
El Banco Central Europeo suele ser la herramienta financiera a disposición del Centro para ayudar a la periferia. Siendo este poder que describimos de origen liberal, naturalmente el uso directo de la fuerza (violencia en general) es mal visto, pues el conjunto se supone debe mantenerse unido por los valores morales, la adhesión a ellos disminuye la resistencia popular, a las condiciones materiales que terminan imponiéndose, y a los gobiernos locales que administran estos programas de germanificación económica.
Las crisis de convivencia, dado el alto grado de asimetría entre los países miembros, llevan dificultades comunes e internas para el propio hegemón europeo. Alemania por caso, quedó “sola” en 2015 frente al tema del asilo y la apertura de fronteras, tan caros al liberalismo como reza su axioma “ya no podían ser vigiladas en el siglo XXI”, pero con sentido “pragmático” la mayoría de asociados no siguió esa tesitura, reivindicando sus respectivas “soberanías”. Allí la promesa del progreso general de los valores liberales, desde la democracia hasta la prosperidad para todos, mostró una falla. Rompiendo el entendimiento liberal-imperial al no acompañar al hegemón en esa oportunidad, también produjo una línea duradera de división en la política interna-internacional del “imperio eurocéntrico”, centro, este y mediterráneo son divisiones hoy claras en el seno de la Comunidad.
La ida de G. Bretaña [BREXIT], fogoneada por Francia y lamentada por los germanos, significó otro problema para Alemania, pues en el concierto de las naciones nucleares, los anglos balanceaban al estatismo francés, impulsando los mercados libres. El equilibrio se rompió, lo que presenta otra crisis de sustentabilidad –de disciplina en realidad– para el poder hegemónico teutón.
El Reino Unido, toma la decisión impulsada por preocupaciones nacionalistas, dejando a Francia como la única potencia nuclear en la UE, y la única con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad y con claras ambiciones de liderazgo en el concierto europeo. Esta ambición ciertamente es antigua y reconoce en De Gaulle un activo promotor, como dijo Macron “una Francia soberana en una Europa soberana” , pero esta disputa por ahora disimulada de liderazgo puede significar no un cambio total de paradigma, sino la adopción de un proyecto de estado común al estilo francés.
La gobernanza de un imperio también está inevitablemente impulsada por preocupaciones geoestratégicas además de económicas e ideológicas, en particular en los márgenes territoriales del imperio. La estabilización de los estados fronterizos en la periferia extrema es necesaria no solo para la expansión económica, aunque esto es esencial para un imperio con una economía capitalista. Cuando un imperio limita con otro imperio, expansionista o no, tiende a estar dispuesto a pagar un precio aún más alto por mantener a los gobiernos nacionales cooperativos o expulsar a los que no cooperan.
Las élites nacionales suelen ser los interlocutores con las potencias centrales y en un juego del «toma y daca», amenazas separatistas o de dar apoyo a un poder ‘extrarregional’ pueden ser muy convincente, y por tanto obtienen concesiones, y apoyos mutuos y recíprocos. Por ejemplo, alianzas en posturas frente a disputas entre otros países miembros. O negocian infraestructura a cambio de algún permiso. Los Estados no siempre participan de estas cuestiones a sus opiniones públicas. Normalmente esos intercambios no solo sirven para robustecer sus propios vínculos, sino que la unificación de criterios es más valiosa cuando se trata de enfrentar a la “Madre Rusia”.
Léase también: El desencuentro ucraniano-ruso y las garras del imperio
Los países y sus ciudadanos en el centro de un imperio liberal pueden aspirar a gobernar sin recurrir al poder militar. Pero en última instancia esto es una ilusión; no puede haber hegemonía sin armas. Pero los alemanes se resisten a las demandas de su socio extracontinental y más poderoso (EE.UU.), de elevar su presupuesto militar a un 2% del PBI y absorber así, más responsabilidad en la defensa de la comunidad. Sin embargo, si pretenden tener más influencia que el hegemón americano, deberá reforzar sus fuerzas armadas y tranquilizar así a países pequeños o medianos como los Bálticos o a Polonia, mostrando que a nivel convencional pueden ponerse frente al Oso ruso.
Al eje Alemania-Francia le interesa mas bien, sostener en los países menores de Europa del Este, la escala de “valores”, de compartir cultura homogenizada, para hacerlos sentir “cómodos” y poder así retenerlos en su órbita, pero, normalmente eso requiere que moderen su apego a lo tradicional, a sus costumbres históricas, o llanamente renuncien a la oposición a temas del progresismo posmoderno, tal como el matrimonio igualitario para poner un ejemplo. Todo este esfuerzo se dirige también a que la permanencia y la confianza en Europa sea atractiva para los pequeños países del ex pacto de Varsovia, y no caigan en apostar su subordinación a Estados Unidos. Uno de los riesgos, es precisamente envalentonar a un país como Ucrania para enfrentar al coloso ruso, que ni siquiera está formalmente integrado a la Unión Europea.
En el seno del núcleo franco-germano se ha insinuado la creación de un ejército europeo, [clara señal de autonomía respecto al socio atlántico], donde el incremento del presupuesto alemán, estaría dirigido a una nueva fuerza terrestre de gran capacidad y fácil despliegue, mientras Francia destina la mayoría de sus fondos a sostener el instrumento de la Force de Frappe [Fuerzas de disuasión nuclear]. Hoy el despliegue mayor en el extranjero de Francia, se encuentra en África occidental, no para defender gobiernos legítimos como proclaman, sino mas bien, se intuye que la misión de sus tropas tiene que ver con prevenir los intentos de interrumpir el acceso de Francia al uranio y las tierras raras, por parte de militantes islamistas de la región.
La posición de hegemonía en un imperio liberal es harto exigente, y es difícil que se prolongue el esfuerzo alemán indefinidamente, la sobre extensión es una tentación mortal para los imperios, además de las ingentes contribuciones financieras para apoyar a las clases políticas pro-europeas del Este, también deben auxiliar a los países mediterráneos que sufren bajo el régimen alemán de divisas fuertes.A su vez, el pueblo alemán actual, es de un ánimo con tendencia pacifista, y su régimen constitucional [político/legal] exige el paso por el parlamento alemán para cualquier movilización y despliegue de tropas. Hoy en Alemania, se expresan fuertes corrientes nacionalistas, [aislacionistas y antiimperialistas]. Existe una difundida falta de voluntad – como “antieuropeos” – para pagar por el “imperio”, de tal modo que creen y pregonan el apaciguamiento antes que la confrontación con Rusia.
Continua en parte 2 – Disponible a partir del domingo 6 de marzo.