Argentina frente a los desafíos globales

Por: Roberto Candelaresi

Introducción

Después de años de creciente volatilidad global y profundización de la incertidumbre, el mundo enfrenta crisis en áreas geopolíticas, ambientales, económicas y sociales, incluidos conflictos bélicos, pandemias, deuda elevada, tasas de interés en aumento e impactos cada vez más costosos del cambio climático, a ellos llamamos desafíos globales. Como resultado, el orden internacional, la economía global y los gobiernos e instituciones, están bajo una inmensa presión, con menos margen fiscal discrecional precisamente cuando más lo necesitan, y se esperan profundas consecuencias políticas debido a los desafíos para satisfacer las necesidades de los ciudadanos. 

Para agravar el desafío en estos países como el nuestro, la acción gubernamental se ve significativamente perjudicada por la polarización política. La brecha entre la escala de nuestros desafíos y la capacidad de nuestras instituciones para abordarlos crea otro peligro, uno que posiblemente sea más significativo que cualquiera de ellos: el grave riesgo de que los ciudadanos individuales renuncien a la posibilidad misma de un cambio positivo.

En el centro de esta amenaza se encuentra una menor confianza en la acción colectiva entre los ciudadanos a nivel local y nacional, y entre los países a nivel multilateral. Con demasiada frecuencia, a lo largo de la historia y en todo el mundo, estas quiebras de nuestra confianza en la agencia colectiva han conducido a crisis económicas, episodios de colapso social y guerras.

Al mismo tiempo (y para peor), muchos países en desarrollo como el nuestro, deben lidiar con una disminución de las perspectivas de crecimiento, un debilitamiento de la inversión y un aumento de la deuda. Es que así se presenta también en el panorama global, donde – como señala el World Economic Forum– además del bajo crecimiento, hay baja inversión, baja cooperación y potencial deterioro del desarrollo humano y del sentido de la justicia y la democracia. 

Tinturas políticas

En ese marco, además, es que aparecen liderazgos teñidos de esas distorsiones al camino del desarrollo y el crecimiento, y tal como hemos referido en otros escritos, no son abstractos, responden a la época.

El problema de la “expansión” por el mundo de las autocracias y modelos represivos tal como el gobierno de Javier Milei en la Argentina, es que sucumben los tratados y las alianzas que se sostenían antes de sus llegadas al poder, y como consecuencia, el planeta se torna inestable, se impone el derecho de la fuerza y se multiplican los conflictos. Sin embargo, considerando el gran número de malas decisiones adoptadas y de buenas decisiones no tomadas –día tras día y año tras año en todo el mundo– sorprende que estemos progresando tanto en algunos rubros, pero desatendiendo otros que pueden ser determinantes para el bienestar de la humanidad.

A pesar de los desafíos, la historia muestra que precisamente en estas coyunturas, se hacen posibles oportunidades para un cambio transformador, y que la clave no es evitarlos, sino transformarlos en momentos decisivos de avance compartido, al abordar esos desafíos específicos estratégicamente a nivel nacional y multilateral. 

Como corolario optimista, digamos que los especialistas mundiales nucleados en instituciones de análisis y prospección, [V.gr. Banco Mundial; Naciones Unidas; Proyecto Millenium (Washington, D.C.); Escuela Arica; The National Transformations Institute (Kearny), etc.], dictaminan que se cuenta con los recursos e ideas para abordar dichos desafíos, y existiría un grado importante de acuerdo en la esfera científica, sobre cómo crear un futuro mejor.

The National Transformations Institute (Kearny)

El tema, desde nuestra perspectiva siempre politológica, es si la capacidad de toma de decisiones y la capacidad institucional –de momento– son suficientes para decidir con la velocidad y el alcance necesarios para crear un futuro mejor. Y ello, en el mejor de los casos, en que la clase política y dirigente, esté advertida sobre las acechanzas y riesgos de no sostener un plan estratégico nacional, en un cambiante mundo de relaciones de poder “alteradas”. En la Argentina, no lo vemos. Ni siquiera anclados en una realidad geopolítica dada.

Mundo de contrastes

Vemos tendencias actuales como la de crecimiento de la población, agotamiento de recursos, cambio climático, terrorismo, delincuencia organizada y enfermedades (endémicas o pandémicas) que, de continuar, predicen inestabilidad y hasta catástrofes si no se las combate y revierte.

Afortunadamente, hay otras propensiones actuales, como la organización a través de las redes, la cooperación transnacional en ámbitos intelectuales y científicos, la ciencia de los materiales, la impresión en 3D, las energías alternativas, la ciencia cognitiva, el diálogo interreligioso, la biología sintética y la nanotecnología que convergen hacia un mundo más funcional.

Por todo ello, es imperativo que los gobiernos nacionales identifiquen las crisis y desafíos estratégicos, para trabajar en el diseño y la planificación de los caminos mediante los cuales estos problemas pueden convertirse en oportunidades de transformación.

Naturalmente, para determinar los ejes estratégicos en que se planifica hacia el porvenir, ha de analizarse previamente los componentes de cada situación crítica que enfrentamos, y las tendencias a nivel macro que configuran el entorno global. A partir de esta dinámica, se puede identificar un conjunto de desafíos para los cuales es más probable que sea factible una transformación genuina a nivel nacional y multilateral (con asociación de intereses) para el país.

En definitiva, ese proyecto será viable si la intención del gobierno de turno es promover un crecimiento sostenible, inclusivo y resiliente, a medida que el país se embarca en una nueva era de desarrollo, y ello sin interferencias de corte ideológico.

Equipos técnicos-científicos

Habiendo voluntad política – insistimos – para dar el paso al crecimiento inclusivo, se deberían constituir comisiones de estudio con integrantes idóneos (CONICET, INTI, INTA, CONAE, CNEA, etc. y, de la actividad académica y empresarial) para cada área problemática detectada (desafío específico), cuya misión será identificar un camino potencial para resolverlo; examinar los obstáculos a esa solución; y proponer una transformación hacia el progreso.

La participación ciudadana es también clave, para remover – en muchos casos – la estructura causal de algunos desafíos que ellos mismos enfrentan, “reclutándolos” para transformarlos en oportunidades para sus comunidades, y – a la vez – desbloqueando la resignación, la desesperación, y la desvinculación cívica que se advierte en algunas regiones. 

Conclusiones

El mundo ha entrado en un período de transición frágil y desorientador.

Tras la década relativamente estable que siguió al fin de la Guerra Fría, podría decirse que la actual fase de transición comenzó con el 11 de septiembre y sus secuelas, seguida de la crisis financiera mundial y la pandemia de COVID-19. 

Debajo de la superficie de estos shocks estratégicos –y configurando el entorno operativo global de manera aún más fundamental– ha estado el avance inexorable del cambio ambiental, la difusión del poder geopolítico y geoeconómico y el avance implacable de la innovación tecnológica. Como todas las coyunturas críticas, ésta se caracteriza por una volatilidad generalizada, fluidez institucional y una profunda incertidumbre estratégica

También se identifica por grandes oportunidades para la acción transformadora: un período en el que la acción humana es más necesaria y más posible, especialmente dado el avance de la tecnología. 

Para los líderes gubernamentales, este período es excepcionalmente difícil, no simplemente en virtud de la escala y la complejidad de los desafíos, sino también porque muchos líderes deben abordarlos en el contexto de una menor confianza ciudadana, una polarización social y política cada vez mayor y el riesgo muy real de que sus pueblos pierdan la fe en el poder de la acción colectiva para impulsar el progreso humano que tanto necesitamos.

Al mismo tiempo, los líderes gubernamentales ahora tienen acceso a un poder tecnológico sin precedentes. La tecnología exige una atención centrada debido a su doble potencial como fuente de disrupción y nuevas amenazas, y como motor incomparable de soluciones transformadoras. Es por esa razón que, la tecnología juega un papel central: como fuente del desafío, núcleo de una solución o, en muchos casos, ambas cosas. La «Ciencia y Técnica» hoy, es más primordial que nunca, para el buen destino del país.

Elon Musk junto a Emmanuel Macron

La verdad compartida es una base fundamental. Permitir un mapa de la realidad más basado en evidencia puede ayudar a restaurar nuestra capacidad colectiva para un esfuerzo unificado. En nuestro mundo mediado digitalmente, este imperativo hace que proteger el ciberespacio sea una prioridad nacional y global cada vez más importante. No parece ser una prioridad del actual gobierno anarco-libertario.

Partiendo de estos pilares, podemos promover la coherencia de la acción colectiva interrumpiendo la polarización, mejorando la esperanza de vida, reparando en la salud psicológica de nuestros ciudadanos más jóvenes y creando vías de trabajo significativas para ellos, en un mundo transformado por la tecnología que necesita urgentemente su capacidad productiva y creatividad comprometida. 

Desde ya que el esfuerzo nacional es insuficiente para modificar las tendencias mundiales, pero refuerzan las protecciones de la comunidad de interferencia negativas y le dan un mayor umbral de certidumbre a la comunidad. 

Para lo global, se requieren nuevos enfoques (por ejemplo, para el cambio ambiental) que puedan alinear los intereses de todos los actores, aprovechar la innovación colectiva para avances a escala mundial. Los desafíos pueden ser, de hecho, motores de progreso, pero para ello – tanto a nivel nacional, cuanto internacional – se debe aplicar (¿restaurar?) un impulso colectivo y una fe compartida en poder crear el futuro (tal como acontecía con el Positivismo).

Resumiendo, en lo ‘doméstico’ a la vez de ir analizando las crisis y caminos futuros, debemos ir resolviendo el tema de la deuda externa o al menos evitar su crecimiento, no acrecentar el desempleo, inhibir la mayor desigualdad de ingresos, cuidar la biocapacidad de nuestra naturaleza, disminuir toda contaminación ambiental y estimular la participación electoral, siempre.

Finalmente, en el pasado, el crecimiento económico y la innovación tecnológica han posibilitado mejores condiciones de vida, que nunca para más de la mitad de la población mundial, pero, a menos que nuestros comportamientos financieros, económicos, medioambientales y sociales mejoren junto a nuestras tecnologías industriales, el futuro del mundo a largo plazo está en peligro. 

El mundo también necesita un plan estratégico que a la larga mejore la situación de la humanidad.